octubre 29, 2011

El juicio de nuestras obras

“Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:14). Quienes carezcan de propósito y dirección en la vida deben respetar a Dios y seguir sus principios para la vida. Los que piensan que la vida es injusta deben recordar que Dios analizará la vida de cada persona para determinar su destino final. Sin importar los misterios y las aparentes contradicciones de la vida, debemos trabajar con el fin de cumplir nuestro único propósito; “conocer a Dios”. Podemos disfrutar de la vida pero esto no nos exime de la responsabilidad de obedecer a Dios. El significado y propósito de la vida no se encuentra en los logros humanos. Reconocer la maldad, necedad e injusticia de la vida, lejos de llevarnos a ser personas pesimistas; debe llevarnos a mantener una actitud positiva y una fe sólida en Dios porque nuestro futuro y destino está seguro en Dios. El juicio de Dios es inevitable, es un juicio que incluirá a cada persona, cada acción, pública o privada, buena o mala. El sentido de la vida debemos encontrarlo en Dios, es él quien finalmente ha de juzgar nuestra vida. No hay nada que escape al escrutinio de Dios, ni siquiera los secretos ocultos de nuestro corazón. “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará” (1 Corintios 3:11-13). El fundamento de nuestras vidas es Jesucristo,  Él es nuestra razón de ser. ¿Está usted edificando su vida en el único fundamento real y duradero o está edificando en un fundamento falso como la riqueza o el éxito mediático? Construir sobre nuestro fundamento con materiales resistentes equivale a enseñar una sana doctrina, vivir siendo fieles a la verdad y conducir a los conversos a la madurez espiritual. Construir con materiales perecederos equivale a impartir enseñanzas inadecuadas y superficiales, o comprometer la verdad con un estilo de vida que la contradice, o que falla a la hora de ponerla en práctica. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). Las Bienaventuranzas describen el carácter esencial de los ciudadanos del reino, y esta metáfora indica la influencia ejercida por el creyente sobre la sociedad a medida en que  entra en contacto con ella. “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5:10). La vida eterna es un don gratuito, somos salvos por gracia por medio de la fe en Dios y en Jesucristo nuestro Señor. Sin embargo cada uno de nosotros será juzgado por Cristo. “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mateo 16:27). Su destino eterno está seguro por la fe en Cristo, pero Jesús analizará la forma como usted empleó sus dones, y oportunidades y como asumió sus responsabilidades, a fin de determinar las recompensas celestiales que recibirá. En el juicio, Dios salvará a los rectos y condenará a los que no lo son. “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:12). Muchas veces basamos nuestros juicios morales en opiniones, aversiones personales y prejuicios antes que en la Palabra de Dios. Cuando hacemos esto, simplemente estamos mostrando la debilidad de nuestra fe. ¡Amén!
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octubre 27, 2011

Los tres oficios de Cristo

Había tres oficios principales en el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento: El de profeta; el de sacerdote, y el de rey. Estos tres oficios eran distintos, sin embargo, cada uno de ellos era necesario. El profeta era el mensajero de Dios; el sacerdote ofrecía los sacrificios, ofrendas, oraciones y alabanzas a Dios en nombre del pueblo, el sacerdote era un mediador, representaba al pueblo delante de Dios y a Dios delante del pueblo; el rey gobernaba al pueblo como representante de Dios. Estos tres oficios anticipaban la obra de Cristo. El Señor cumplió estos tres oficios de las siguientes formas: Como profeta nos revela a Dios y nos da a conocer las palabras de Dios; como sacerdote ofrece a Dios, un sacrificio expiatorio por nuestro pecado. La diferencia consiste en que él mismo es el cordero inmolado; y como rey él gobierna sobre la iglesia y sobre todo el universo. Los profetas del Antiguo Testamento le daban a conocer (le comunicaban) al pueblo las palabras de Dios. Moisés fue el primero en ejercer el oficio de profeta (aunque Abraham lo hizo ante que él), y escribió los primeros cinco libros de la Biblia, el Pentateuco. “Ahora, pues, devuelve la mujer a su marido; porque es profeta, y orará por ti, y vivirás. Y si no la devolvieres, sabe que de cierto morirás tú, y todos los tuyos” (Génesis 20:7). Después de Moisés hubo una sucesión de profetas que hablaron y escribieron las palabras de Dios. Pero Moisés predijo que en el futuro vendría un profeta como él. “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis” (Deuteronomio 18:15). Jesús es el profeta que Moisés predijo. “Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo” (Juan 6:14). Pedro también identificó a Cristo como el profeta que Moisés predijo. “Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo. Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días” (Hechos 3:22-24). En el Antiguo Testamento, los sacerdotes eran nombrados por Dios para ofrecer sacrificios. “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22). Jesús se ofreció a sí mismo a Dios en sacrificio por el pecado.  “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios;  y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9:24-26). Jesús cumplió todas las expectativas, trapazó los cielos y se sentó a la diestra de la majestad de Dios. El es sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec y no solo esos, sino que él ahora vive para interceder a nuestro favor. Podemos acercarnos a Dios cada día por medio de Cristo. Es un pensamiento consolador saber que Cristo está orando por nosotros, incluso cuando nosotros mismo seamos negligentes en nuestra vida de oración. En el Antiguo Testamento el rey tenía la autoridad de gobernar sobre la nación de Israel. Jesús nació para ser el rey de los judíos y no solo de los judíos, sino de todo el universo. Su dominio se extiende: “sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero”. La autoridad de Jesús será reconocida por todos en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra.Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Apocalipsis 19:16). En su venida toda rodilla se doblará:…Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11). Reconozcamos a Jesús como se le reconoce en el cielo y démosle la gloria debida a su nombre; si no nos rendimos ante él voluntariamente, un día lo tendremos que hacer involuntariamente. “Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” Como creyente y como Iglesia, honremos a nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¡Amén!
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octubre 24, 2011

Cruzando los desfiladeros para ir a otro nivel

“Y entre los desfiladeros por donde Jonatán procuraba pasar a la guarnición de los filisteos, había un peñasco agudo de un lado, y otro del otro lado; el uno se llamaba Boses, y el otro Sene. Uno de los peñascos estaba situado al norte, hacia Micmas, y el otro al sur, hacia Gabaa. Dijo, pues, Jonatán a su paje de armas: Ven, pasemos a la guarnición de estos incircuncisos; quizá haga algo Jehová por nosotros, pues no es difícil para Jehová salvar con muchos o con pocos” (1 Samuel 14:4-6). Esta acción es una  de las más valientes y arriesgada que cuenta la historia. La acción de Jonatán era atrevida y contraria a la disciplina militar. El éxito que Jonatán anhelaba no dependía de su propio poder ni de sus méritos militares pero Dios guía los pasos de quienes lo reconocen en todos sus caminos y buscan su dirección. Saúl no hizo ningún intento por conocer la voluntad de Dios. Este hombre ignoraba tanto los planes de Jonatán como los de Dios. Es difícil confiar en Dios cuando usted siente que sus recursos se le agotan. Cuando Saúl sintió que se le estaba acabando el tiempo, se volvió impaciente. Sin embargo Jonatán estaba listo para ir a otro nivel, aunque para ello tenía que subir por los desfiladeros y enfrentarse al enemigo. Fortalecidos por la señal positiva que Dios les había dado, él y su escudero subieron la pendiente áspera gateando. Su audacia tomó por sorpresa a los filisteos. Los filisteos sin duda fueron sorprendidos, no solamente por el hecho de que Jonatán y su escudero tuvieran espadas y armas de hierro, sino también porque lucharan con habilidad y gran pericia sin recular. Los hombres que los habían visto subir gateando por los peñascos, fueron sorprendidos y muertos. El éxito de Jonatán fue debido al pánico que tomó posesión del enemigo, producido tanto por el ataque repentino como por el efecto de un terremoto. Cuando usted enfrente una decisión difícil, asegúrese de que la impaciencia no lo impulse a hacer algo que vaya en contra de la voluntad de Dios. Hay muchas personas que quieren ir a una nueva dimensión espiritual, ir a otro nivel en su ministerio y en su relación con dios  pero tienen miedo. “Cuando los hombres de Israel vieron que estaban en estrecho (porque el pueblo estaba en aprieto), se escondieron en cuevas, en fosos, en peñascos, en rocas y en cisternas” (1 Samuel 13:6). Los israelitas tuvieron pánico y se escondieron cuando vieron el poderoso ejército filisteo. Se olvidaron de que Dios estaba de su lado. Cuando usted se enfrente a un obstáculo que está más allá de sus posibilidades y de su control, pregúntese: ¿Qué puedo hacer para encontrar una solución? Si Dios lo ha llamado, comprometa todos los recursos que posea y deposite su confianza en Él y obtendrá de Él la victoria. Las primeras impresiones pueden ser engañosas, especialmente cuando la imagen creada por la apariencia de una persona se contradice con sus cualidades y habilidades. Saúl tenía la materia prima para ser un buen líder; Incluso sus debilidades pudieron haber sido utilizadas por Dios, si él la hubiera reconocido y la hubiera puesto en las manos de Dios. Fueron sus propias decisiones que lo separaron de Dios. Sus fracasos vinieron cuando decidió actuar por su propia cuenta. Sus fracasos y reveses debieron recordarle la necesidad que tenía de Dios. Saúl se sumó a la persecución de los filisteos en retirada, pero poco entendía de lo que estaba pasando. Todos los guerreros que había en la guarnición de Gabaa, los desertores israelitas, y los fugitivos, todos se sumaron y se lanzaron a perseguir a los filisteos. En su ceguera Saúl había hecho voto y lanzado un anatema. Esta maldición temeraria e insensata afligía al pueblo, impidiendo que tomaran los alimentos que pudieran hallar en la marcha, lo que debilitó considerablemente al ejército y al pueblo de Israel. Incluso por poco mata a su propio hijo cuando supo de la transgresión de Jonatán. El ejército con una conciencia mucho más iluminada que la de Saúl, impidió que fuera empañada la gloria de aquel día por la sangre del joven héroe, a cuya fe y valor se debía el triunfo. Al caer la tarde, cuando el tiempo fijado por Saúl había expirado. Extenuados y hambrientos, los soldados cayeron voraces sobre el ganado que habían tomado, y echaron los animales en tierra para cortar su carne y comerla cruda, de modo que el ejército, por la acción inconsiderada de Saúl, se contaminó comiendo sangre y carne de animales vivos. ¡Amén!
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octubre 22, 2011

Las lágrimas de los valientes

 “Vuelve, y dí a Ezequías, príncipe de mi pueblo: Así dice Jehová, el Dios de David tu padre: Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he aquí que yo te sano; al tercer día subirás a la casa de Jehová” (2 Reyes 20:5). Ezequías no oró a Dios como lo había hechos en otras ocasiones ni  tampoco hizo una oración de arrepentimiento, más bien le recordó a Dios su fidelidad y la sinceridad con que él le había servido, no porque Dios no lo sabía, sino con el propósito de mover a Dios a misericordia. Destacó dos características de su caminar delante de Dios; Ezequías caminaba en la verdad, era una persona confiable, y espiritualmente estable; era leal a Dios y tenía una relación sincera con Dios. Había servido siempre al verdadero Dios; caminaba delante de Dios con un “corazón íntegro”. Su conciencia estaba enteramente limpia; estaba bien con su Dios. No había una doble personalidad en él ni engaño en su fe. Este hombre hizo una petición de sanidad implícita en vez de explícita; las lágrimas subrayaron su sinceridad y desesperación y Dios respondió a la oración. Las palabras proféticas eran precisas, Ezequías sanaría, sería restaurado y podría volver al templo a adorar a Dios. “Vé y dí a Ezequías: Jehová Dios de David tu padre dice así: He oído tu oración, y visto tus lágrimas; he aquí que yo añado a tus días quince años” (Isaías 38:5).  Job dice: Disputadores son mis amigos; mas ante Dios derramaré mis lágrimas” (Job 16:20). Los que lloran  ante Dios, aun cuando tengan debilidades y defectos, tienen un amigo que los defiendes. Job sabe que le quedan pocos años, y le urge su pronta rehabilitación antes de emprender –su viaje definitivo a la tumba. Mientras sus amigos exageran su culpa, Job exagera su inocencia. Pero este hombre, aun sintiendo el peso de su dolor, confía en que Dios revindicará su inocencia en el futuro. El salmista dice: “Me he consumido a fuerza de gemir; todas las noches inundo de llanto mi lecho, riego mi cama con mis lágrimas” (Salmos 6:6). David estaba siendo totalmente sincero con Dios. Podemos ser sinceros con Dios, aun cuando estemos llenos de enojo y desilusión, porque Él nos conoce profundamente y quiere lo mejor para nosotros. Sea sincero con Dios y Él lo ayudará a dejar de poner su atención en usted mismo y a ponerla en Él y en su misericordia. Oye mi oración, oh Jehová, y escucha mi clamor. No calles ante mis lágrimas; porque forastero soy para ti, y advenedizo, como todos mis padres” (Salmos 39:12). “Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?” (Salmos 42:3). El Predicador se fija en aquellos que sufren opresión. En una declaración apasionada, halla que los oprimidos no tienen quien los consuele y que el poder está en manos de sus opresores. Debido a estas dos cosas, los oprimidos no tienen esperanza: Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había consolador” (Eclesiastés 4:1). Dios promete restaurar y consolar a su pueblo. “Así ha dicho Jehová: Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová, y volverán de la tierra del enemigo” (Jeremías 31:16).  “Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos” (Lucas 7:44). Pablo dice: Cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos” (Hechos 20:19). Hermanos/nas a pesar de tus circunstancias, dificultades y problemas confía en Dios y en su misericordia y él en juzgará tus lágrimas. ¡Amén!
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octubre 20, 2011

Testigos fieles

Los evangelios contienen un testimonio fiel y abundante de la resurrección de Cristo. Además de estas narraciones detalladas en los cuatro evangelios, el libro de los Hechos es la historia de la proclamación de la resurrección de Jesús por parte de los apóstoles; sus oraciones continuas y su confianza en él, son pruebas evidentes de que él está vivo, sentado a la diestra del Padre. “Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste haya sido sanado, sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano” (Hechos 4:9-10). Después de haber pasado la noche en prisión, Pedro y Juan fueron llevados delante de los líderes judíos. La pregunta que le hicieron podría ser parafraseada: “¿Quién les dio a ustedes autoridad para hacer esto?”, lo que en el fondo significaba: “¿Quiénes se creen ustedes que son?”. Pedro afirmó que hay una autoridad superior a la del sumo sacerdote: “no hay otro nombre, debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Pedro volvió (retrocedió) al pasado reciente, a los hechos de la vida de Jesús, a su muerte y resurrección. La valentía de Pedro y de Juan en estas circunstancias es asombrosa. El Sanedrín le ordenó que no hablaran ni enseñaran en el nombre de Jesús pero ellos les respondieron valientemente: “Juzgad vosotros si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios”. Lo que Dios había hecho, al entregar a Jesús al pueblo y a los líderes judíos, no debía verse solo desde las perspectivas de la crucifixión, sino también de la resurrección, ascensión y entronización de Cristo. Algunos de los que ocupaban posiciones de autoridad en el templo fueron provocados no por el hecho de que éstos habían sido discípulos de Jesús, sino porque los apóstoles enseñaban al pueblo y anunciaban la resurrección de Jesús de entre los muertos. Las epístolas parten por completo de la suposición de que Jesús está vivo, de que él es nuestro Salvador y de que él reina como cabeza de la iglesia. Jesús merece que confiemos en él, que le alabemos y adoremos con todo nuestro corazón. Sabemos que un día él regresará con poder y gran gloria para reinar sobre la tierra. De modo que todo el Nuevo Testamento da testimonio de la resurrección de Cristo. La resurrección de Cristo no fue simplemente levantarse de entre los muertos, como otros se habían levantados antes que él, a través de los profetas y de él mismo, porque entonces Jesús hubiera estado sujeto nuevamente a nuestras debilidades, proceso de envejecimiento y al final de la muerte como sucede con todos los seres humanos. Cuando Jesús se levantó de entre los muertos se convirtió en “primicias” de una nueva clase de vida humana, su cuerpo era perfecto, y ya no estaba sujeto ni a las debilidades del ser humano ni al proceso de envejecimiento ni a la muerte, sino capacitado para vivir eternamente. “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida” (1 Corintios 15:20-23). Pablo detalla el resultado de la resurrección de Cristo. La resurrección de Jesús es la garantía de nuestra resurrección. Pablo acumula nuevos argumentos contra quienes niegan la resurrección del cuerpo. Concluye con una firme reprensión para aquellos que viven según su creencia errónea. Si no hay resurrección del cuerpo, Pablo entiende que tanto el bautismo de ellos como su propio ministerio son inútiles. Si no hay resurrección simplemente estamos perdiendo el tiempo. Pero si hay resurrección, un desliz en nuestra conducta ética equivale a una negación de la resurrección del cuerpo y de nuestra responsabilidad de rendir cuentas conforme a los que hayamos hechos, sea buenos o sea malos. El cuerpo glorificado que recibiremos será un cuerpo semejante al cuerpo de resurrección de Cristo. ¡Amén!



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octubre 17, 2011

Ricos en buenas obras

“Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; más no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen. Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas. Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres…” (Mateo 23:3-5). La verdadera religión nace  en el corazón, tanto en su dimensión vertical como horizontal, es decir, tanto en su relación con Dios como con el prójimo. Cuando esto no sucede, la religión se convierte en algo abrumador, asfixiante y esclavizador. La crítica de Jesús al legalismo iba dirigida contra los letrados y contra aquéllos que se burlaban de las profundas exigencias de las Escrituras. Se necesita purificar el corazón con la Palabra de Dios. Muchos están más interesados en lo exterior, en vez de concentrarse en lo interior, en el corazón. Los cristianos deben ser “ricos en buenas obras”. “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna” (1 Timoteo 6:17-19). Éfeso era una ciudad opulenta y muchos de los miembros de la Iglesia eran ricos. Sin embargo no eran generosos. Aun si no tenemos riqueza material, podemos ser ricos en buenas obras. No importa cuán pobres seamos, siempre tenemos algo para compartirlo con alguien. Criticamos a los predicadores que piden pero me pondré como ejemplo en esta ocasión (cosa que nunca hago). Tengo años predicando y enseñando en las redes sociales y muchas personas han sido bendecidas y ministradas a través de este ministerio, y es increíble pero todavía no he recibido la primera ofrenda. Traigo esto a colación para que usted reflexiones sobre esto y no caiga en el terreno en que cayeron los escribas y fariseos. Los fariseos eran formalistas, y se centraban por completo en los aspectos externos de las Escrituras, sin preocuparse de los motivos, de esta forma reducían todo el contenido de la vida espiritual, al simple cumplimiento de sus tradiciones. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). Ocultamos nuestra luz al no fijarnos en las necesidades de los demás. Dios le dio las leyes morales y ceremoniales al pueblo de Israel para que le amaran con todo su corazón. “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10). No somos salvos por nuestras buenas obras pero somos salvos para hacer buenas obras. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17). Las Escrituras nos han sido dada con un propósito: “a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. Los líderes cristianos también deben ser “ricos en buenas obras”. “Exhorta asimismo a los jóvenes a que sean prudentes;  presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable, de modo que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de vosotros” (Tito 2:6-8). Jesús “…se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”. “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres” (Tito 3:8).  “A Zenas intérprete de la ley, y a Apolos, encamínales con solicitud, de modo que nada les falte. Y aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras para los casos de necesidad, para que no sean sin fruto”  (Tito 3:13-14). ¡Amén!




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octubre 16, 2011

Una relación exclusiva

El matrimonio es una relación exclusiva en la cual un hombre y una mujer se comprometen entre sí en un pacto permanente  y, basados en un voto solemne, de este modo se convierten en “una sola carne” (Génesis 2:24). El Señor es el testigo por excelencia de esta relación y es Dios quien   condena la infidelidad o deslealtad de los conyugues: “…Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto” (Malaquías 2:14). Malaquías explica que Dios es testigo en contra de aquellos que son infieles a sus parejas. Dios es el garante del pacto matrimonial para juicio o bendición de la pareja. El divorcio se describe en este contexto como un acto de violencia. Porque iniciar un divorcio violenta el plan y las intenciones divinas para el matrimonio. Cuando una mujer y su marido viven de acuerdo con los votos matrimoniales, reciben la bendición y el poder de Dios para poder superar las dificultades y para que fortalezcan su relación marital. Por lo tanto, debemos cuidarnos a nosotros mismo y no ser infiel. Los judíos defendían su conducta, tomando como precedente el caso de Abraham, quien había tomado a Agar en perjuicio de Sara, su esposa legítima; a esto responde Malaquías diciendo: “Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud”. Las costumbres corrompidas son fruto de principios corruptos; la mala conducta brota del egoísmo que no toma en cuenta el bienestar ni la felicidad de los demás. “El, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”  (Mateo 19:4–6). Jesús responde a los escribas y fariseos y les demuestra que su opinión no estaba basada en una correcta interpretación ni en una lectura cuidadosa de la Palabra de Dios. Hay muchas personas que utilizan las Escrituras para justificar sus malas acciones, entre cogiendo textos e interpretándolos a su manera. La intimidad en su nivel más profundo es imposible cuando los cónyuges no están unidos en la fe. “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” (2 Corintios 6:14). Pablo amonesta a los creyentes a no establecer vínculos con los incrédulos, porque podrían debilitar su fe en Cristo, así como su integridad o sus normas de conducta. Aunque esto no significa aislarse ni salir del mundo; podemos testificar de Cristo sin necesidad de comprometer nuestra fe. El carácter del pueblo de Dios, es incompartible con los deseos de la carne y la vanagloria de la vida. Necesitamos familias, padres, madres, hijos, que obedezcan con fidelidad las Escrituras; en cuyo hogar se haya establecido el reino de Dios y se viva de acuerdo con sus normas. Hogares donde reine el amor a Jesucristo y a cada miembro de la familia y donde se eduquen hijos que cumplan con sus deberes y obligaciones. Los hijos que han sido educados en el temor de Dios y en el respeto de sus padres, son la esperanza de la Humanidad. ¡Amén!

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octubre 14, 2011

El crecimiento Interior y Espiritual

“Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal,  y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios” (Colosenses 2:19). Cuando hablamos del “crecimiento interior”, nos referimos al crecimiento espiritual y al desarrollo de los miembros de la iglesia. La iglesia crece en la medida que sus miembros crecen. Crecer en calidad, es crecer interior y espiritualmente. Pablo se refirió a este proceso, comparándolo con el crecimiento del cuerpo natural. El “crecimiento que da Dios” es el crecimiento espiritual. El cuerpo entero se nutre y fortalece con el crecimiento que da Dios. Crecer espiritualmente es crecer en madurez y es así como se produce el desarrollo de la vida del creyente en Cristo. “Más bien, creced en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2 Pedro 3:18) “Si no que, siguiendo la verdad con amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza...” (Efesios 4:15). El crecimiento espiritual no viene automáticamente. Es el resultado del desarrollo de la vida de Cristo en el creyente. Las evidencias del crecimiento espiritual incluyen: 1. Un aumento en el conocimiento espiritual; 2. La aplicación apropiada de ese conocimiento a nuestra vida y ministerio; 3. Un deleite cada vez más profundo en las cosas espirituales; 4. Un amor a Dios y al prójimo siempre en aumento; 5. El desarrollo de cualidades espirituales similares a las de Cristo; 6. Un aumento en el deseo y la habilidad de compartir el evangelio con otros; y 7. El desarrollo y el uso eficaz de los dones espirituales. El crecimiento es el resultado natural de la vida. Si hay vida espiritual en una Iglesia, resultará en crecimiento interior. El Espíritu Santo: a) Forma la iglesia, b) Inspira su adoración c) Dirige sus actividades misioneras d) Selecciona a sus ministros e) Unge a sus predicadores f) Guía sus decisiones y g) Bautiza con poder. El Espíritu Santo tiene funciones importantes con respecto al crecimiento interior de la iglesia. El crecimiento espiritual es impedido por el pecado, aun cuando el Espíritu redarguye, disciplina o reprende al creyente (Juan 16:8-11,1 Juan 1:9). El Espíritu Santo cambia las vidas de los creyentes mediante la regeneración y produce el crecimiento y santidad de vida.  Separarse para Dios produce crecimiento espiritual. El Espíritu Santo habita, mora o vive en los creyentes. El propósito de esto es fortalecer la nueva naturaleza que hemos recibidos a través de la salvación. La fuerza y el crecimiento interior están relacionados con el Espíritu. Usted se fortalece mientras crece. “A fin de que, conforme a las riquezas de su gloria, os conceda ser fortalecidos con poder por su Espíritu en el hombre interior” (Efesios 3:16). La unidad es otra de las cosas que trae crecimiento interior en la iglesia. “Pero el que se une con el Señor, un espíritu es con él” (1 Corintios 6:17) “Porque de la manera que el cuerpo es uno solo y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos bautizados todos en un solo cuerpo, tanto judíos como griegos, tanto esclavos como libres; y a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu” (1 Corintios 12:12-13). La intercesión del Espíritu Santo edifica espiritualmente al creyente: “Y asimismo, también el Espíritu nos ayuda en nuestras debilidades; porque cómo debiéramos orar, no lo sabemos; pero el Espíritu mismo intercede con gemidos indecibles” (Romanos 8:26). El Espíritu Santo guía a los creyentes a través de la Palabra de Dios, que es, la que trae el crecimiento espiritual. El Espíritu Santo nos revela la verdad de la Palabra de Dios y produce el conocimiento y el discernimiento espiritual en nosotros. (1 Corintios 2:10). Las personas crecen espiritualmente en una atmósfera de amor. El Espíritu Santo trabaja internamente para conformar a los creyentes a la imagen de Jesús (2 Corintios 3:18). Nosotros crecemos espiritualmente cuando crecemos en el conocimiento de Dios. La duda impide el crecimiento espiritual. El Espíritu elimina la duda y nos da la convicción y la seguridad de nuestra salvación en Cristo. El Espíritu Santo nos da libertad del pecado y de las tradiciones de los hombres (Romanos 8:2) y nos proporciona el consuelo que necesitamos. Uno de los ministerios del Espíritu Santo en la vida de Jesús era levantarlo de los muertos “Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos mora en vosotros, el que resucitó a Cristo de entre los muertos también dará vida a vuestros cuerpos mortales mediante su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:11). Si usted no madura, usted se "muere" espiritualmente. Cesa el proceso del crecimiento interior. Es el poder del Espíritu Santo que lo vivifica y lo trae de nuevo a la vida. Pablo dijo: “Ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:4-5).  La demostración de poder por el Espíritu Santo aumenta su fe en Dios. El poder especial para dar testimonio es la verdadera evidencia de que uno ha sido bautizado en el Espíritu Santo: “Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Los creyentes espiritualmente maduros son testigos productivos del Evangelio. La iglesia experimenta el crecimiento interior a través del bautismo del Espíritu Santo (Hechos 2:4) El bautismo en el Espíritu Santo produce el desarrollo de los dones espirituales y hace fructificar a los creyentes. Los dones espirituales son importantes para el crecimiento interior de la iglesia porque ellos “edifican” a los creyentes. “Edificar” significa “construir y promover el crecimiento espiritual.”  El fruto espiritual es la naturaleza del Espíritu revelada en la vida del creyente. Estas cualidades espirituales deben ser evidentes en las vidas de todos los que creen en Cristo. El fruto espiritual es la evidencia del crecimiento espiritual. Como la fruta en el mundo natural, es el resultado de un proceso que toma su tiempo, así también el fruto espiritual para desarrollarse toma su tiempo pero cuando llega ese momento, el fruto del Espíritu se hace evidente. ¡Amén!

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octubre 12, 2011

La vida eterna

“El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36). El vocablo griego aionios, describe el orden eterno en contraste con el orden natural. Esta palabra se usa para describir las  moradas eternas, en la que la Iglesia habitará. El destino del cristiano es una vida como la de Dios mismo. Se usa respecto de la  eterna redención y de la  herencia eterna del cristiano gracias a Jesucristo. La seguridad, la libertad y la paz que Cristo forjó para los hombres son tan eternas como el propio Dios. Se usa para describir la  gloria en la que entrará el cristiano fiel; la misma gloria de Dios. También se usa en conexión con las palabras  esperanza y salvación. No hay nada efímero, pasajero o destructible en la esperanza y salvación cristianas. Ni siquiera el otro mundo puede cambiarlas o alterarlas porque son tan inmutables como el propio Dios. Se usa respecto del  reino de Jesucristo. Jesucristo no es superable; no es una etapa en el camino de la revelación. Su revelación y su valor son de Dios.. Se usa respecto del  evangelio. El evangelio no es una mera revelación más, sino la eternidad entrando en el tiempo. Se usa para describir el  fuego del castigo, el  castigo en sí, el  juicio, la  destrucción y el pecado que separará finalmente al hombre de Dios. Aionios es la palabra que se aplica a la eternidad como opuesta a, y contrastada con, el tiempo; que se aplica a la divinidad como opuesta a, y contrastada con, la humanidad, y que, por consecuencia, solamente puede aplicarse propiamente a Dios.  La promesa de vida eterna es lo que le permitirá al cristiano participar del poder y de la paz de Dios. La vida eterna es la  promesa de Dios. Dios nos ha prometido que participaremos de su bienaventuranza, y esa promesa es inquebrantable. La vida eterna es el don de Dios. Este don tiene sus condiciones; pero el hecho de que permanece es porque la vida eterna es algo que Dios, por su sola bondad y gracia, da a los hombres. Nosotros no la podemos ganar ni merecer. Es un regalo. La vida eterna está  íntimamente ligada a Jesucristo. Cristo es el agua viva, el elixir de la vida eterna. Es el alimento que trae a los hombres vida eterna. Sus palabras son de vida eterna. El mismo no sólo trae,  es vida eterna. Únicamente a través de Jesucristo es posible una relación, una intimidad, y unidad con Dios. A través de lo que él es, y de lo que hace, podemos participar de la vida de Dios. La vida eterna viene por medio de creer en Jesucristo. Creer en Jesucristo significa aceptar como cierto (absoluta e implícitamente) todo lo que Jesús dijo acerca de Dios. La vida eterna no es otra cosa que la misma vida de Dios. Entramos en la vida eterna a través de creer en Cristo, y esta creencia tiene una triple implicación: Implica creer que Dios es la clase de Dios que Jesús dijo a los hombres. Implica la certeza de que Jesús es el Hijo de Dios, y, por tanto, que tiene derecho a hablar de Dios en una forma que nadie pudo ni jamás podrá hablar. Implica vivir toda la vida asintiendo a estas cosas. Vida eterna significa "conocer al único Dios verdadero". Ahora bien, el hombre sólo puede conocer a Dios por medio de tres vías: (a) la mente, (b) los ojos y el corazón y (c) los oídos para escuchar lo que Dios tiene que decirle. La vida eterna demanda  obediencia a Dios. El mandamiento de Dios es vida eterna. Jesús es autor de eterna salvación para todos los que le obedecen. Nuestra paz depende sólo de hacer su voluntad. La vida eterna es la recompensa a tu lealtad a Dios. Viene al hombre que ha peleado la buena batalla de la fe y que se ha unido a Jesucristo en cuerpo y alma. La recibe el hombre que  oye y sigue el camino de Jesús en completa lealtad a Dios. La vida eterna es la meta de vivir en  santidad. La vida eterna no es para el hombre que actúa como le viene en gana; si no para el que actúa como enseña Jesucristo. La vida eterna es la recompensa para  el obrero cristiano. La vida eterna es la recompensa para  el cristiano audaz. Es para el hombre que amando su vida está decidido a darla, si fuera preciso, por amor a Jesucristo. Es para el que está siempre dispuesto a "aventurarse por el nombre de Jesús", para el que acepta los riesgos de la vida cristiana. La vida eterna es el resultado de la justicia que viene a través de Jesucristo. El significado esencial de justicia es una nueva relación con Dios a través de lo que Jesucristo ha hecho por nosotros. ¡Amén!
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octubre 09, 2011

Iluminado por Jesús

“El que se cubre de luz como de vestidura, que extiende los cielos como una cortina, que establece sus aposentos entre las aguas, el que pone las nubes por su carroza, el que anda sobre las alas del viento; el que hace a los vientos sus mensajeros, y a las flamas de fuego sus ministros” (Salmos 104:2-4). Para el hebreo antiguo que estaba rodeado de los adoradores del sol, la luz era - símbolo natural de Dios. Se describe a Dios creando la luz, y no solo esto, sino que se le describe vestido de luz. Este término se usa en conexión con la vida con el fin de expresar la gloria que Dios nos da en Jesucristo. “Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz” (Salmos 36:9). Tanto la gloria trascendente de Su grandeza intrínseca como el esplendor inmanente de Su majestad observable, se nos revelan en Jesucristo. Hay una sinonimia entre la luz y la verdad, entre la luz y el conocimiento y entre la luz y la salvación; esto es lo que descubrimos a medida que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con él. Dios comparte su vida, conocimiento,  verdad y salvación con los que tienen comunión con él. La luz de Dios es lo que le da a la vida un sentido de realización y de tranquilidad. La obra perfecta de la creación expresa la grandeza y majestad permanente de Dios; en ella vemos el carácter histórico definitivo, sus formas y entornos fijos y la sabiduría evidente de Su creador. “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). Es tiempo de fijar nuestra atención en la integridad y en la justicia de Dios. Hay una doble negación enfática en cuanto a las tinieblas; no hay oscuridad alguna en Dios; él es luz y se nos revela en su perfecta santidad y majestad. En las tinieblas, lo bueno y lo perverso parecen iguales; en la luz, es fácil notar su diferencia. No podemos decir que tenemos comunión con Dios, mientras seguimos viviendo en tinieblas. La luz de Dios ha entrado en el mundo, brilla en la oscuridad del error e ilumina a cada hombre que cree en Jesús. “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (Juan 1:3-5). En el mundo físico la vida depende de la luz, y esta idea es transferida al mundo espiritual. Hay una iluminación que llega a todos en general, lo que podría referirse a la luz de la conciencia y de la razón pero solo los que han creídos en Jesús han pasados de las tinieblas a la luz. Es en Jesús que hemos recibido la iluminación espiritual. “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). En el Antiguo Testamento, la columna de fuego representaba la presencia, la protección y la dirección de Dios pero en la dispensación de la Iglesia, es  Jesús el que hace visible la presencia en nosotros, es él que nos protege y nos guía en el camino. “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 17:1-2). Jesucristo testifica de sí mismo porque su luz es autoevidente. La conversión de Pablo es esencialmente un encuentro con la luz de Jesús. El mundo sería una mazmorra oscura, sin la luz de Jesús. “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Efesios 5:8). Los que han salido de las tinieblas no deben retroceder. Los creyentes son luz en el Señor y tienen la responsabilidad de andar en la luz. “Y vosotros seréis llamados sacerdotes de Jehová, ministros de nuestro Dios seréis llamados; comeréis las riquezas de las naciones, y con su gloria seréis sublimes”. ¡Amén!

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octubre 06, 2011

Inestabilidad de la mente

“Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia” (Romanos 20:20-22). La duda es un estado de vacilación o inestabilidad de la mente que nos priva de las bendiciones de Dios. Esta actitud mental de incertidumbre  puede generar sentimientos de  intranquilidad, angustia y desasosiego. Abraham no vaciló ni titubeó con respecto al cumplimiento de la promesa. Los obstáculos, pruebas e imposibilidades le sirvieron para fortalecer su fe en Dios. Él tomó plena conciencia de la realidad de que tanto su edad como la matriz muerta de Sara hacían humanamente imposible el cumplimiento de la promesa. No obstante, contra toda esperanza, Abraham creyó a pesar de sus circunstancias y confió en la capacidad y en el poder de Dios. Cuando nuestras propias posibilidades disminuyen, nuestra fe aumenta; porque no descansa en nosotros mismos ni en nuestras capacidades, sino en Dios y sus promesas. Estoy totalmente persuadido y seguro que el Señor cumplirá sus promesas. De hecho, tengo la convicción de que Dios hará realidad las cosas que nos ha prometido en su Palabra. “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24). A menudo oramos motivados por nuestros intereses y deseos. Nos gusta oír que podemos pedir cualquier cosa y la recibiremos. Pero cuando Jesús oró, lo hizo con los intereses de Dios en mente. Podemos expresar nuestros deseos al orar, pero debemos tener en cuenta que la voluntad de Dios está por encima de la nuestra. Examínese para ver si sus oraciones se centran en sus intereses o en los de Dios. La fe debe depositarse en Dios. Esta es la fe que se expresa y no la fe que se busca. El Señor es la fuente y el fundamento de nuestra fe y de nuestro ser. La fe debe fluir solamente hacia él, debido a que la fidelidad fluye directamente de él. La fe no es una treta que hacemos, sino una expresión que brota de la convicción de nuestros corazones ni es una fórmula para conseguir cosas de Dios. Lo que aquí Jesús nos enseña es que la fe que hay en nuestros corazones ha de expresarse, lo cual la convierte en algo activo y eficaz, que produce resultados concretos. Las palabras de Jesús, “todo lo que pidiereis”, extienden este principio a todos los aspectos de nuestra vida. Nuestra fe debe estar puesta en Dios de acuerdo con su voluntad y palabra; pero es importante creerle a Dios en nuestros corazones. “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Santiago 1:6-7). “Pedir con fe, no dudando nada” significa no solo creer en la existencia de Dios, sino en su tierno cuidado y providencia. Eso incluye depender de Dios y confiar en que El oirá y responderá a nuestras oraciones. Debemos poner a un lado nuestras actitudes críticas cuando nos dirigimos a Dios. Una mente inestable no está plenamente convencida y vacila entre los deseos de la carne, los conceptos del mundo y los mandamientos de Dios. La duda es una atadura de la mente que nos impide alcanzar el conocimiento  verdadero y experimentar el poder de Dios. No debemos confundir la duda con nuestra capacidad de juzgar ni con la búsqueda de la verdad. El que duda es aquel que está perplejo y sin saber qué hacer y esto implica incertidumbre acerca de qué camino tomar. ¡Amén!

octubre 05, 2011

Una mente iluminada

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“Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley” (Sal. 119.18). Para adquirir un verdadero conocimiento espiritual no basta con poseer las Escrituras; es necesario poder ver y para poder ver necesitamos ser iluminados por el Espíritu Santo. Dios nos ha dado un libro infalible, la Biblia, pero necesitamos también tener ojos espirituales para poder leerla. Lucas dice que fue el Señor quien abrió los ojos de sus discípulos para que pudieran entender. “Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (Lucas 24:45). Es el Espíritu el que abre el corazón del hombre para que entienda el plan de salvación contenido en las Escrituras. “Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hechos 16:14). Es el Espíritu Santo el que ilumina nuestra mente, el que nos da la comprensión las Escrituras y la sabiduría espiritual.  “Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:3-5). Pablo no era una figura carismática, ya que estaba allí con debilidad, con temor y con mucho temblor, ni sus mensajes u oratoria ni su predicación fue con técnicas persuasivas como la que usaban los oradores, interpretando un personaje, jugando con los sentimientos del público y con las clásicas demostraciones recomendadas por los manuales de retórica. En lugar de utilizar una de las técnicas de demostración recomendadas por Aristóteles, su mensaje estuvo acompañado por el poder del Espíritu. Ni ningún hombre, es capaz de comunicar ni el conocimiento necesario para la fe ni la fe misma por medio de la oratoria, la elocuencia o la lógica. Es el Espíritu el que entra en el corazón de una forma indescriptible y misteriosa, y es él el que convence a la persona de la verdad del evangelio, y el que lo conduce a la fe y lo lleva a creer en Jesús. No debemos apoyarnos en algo tan superficial como la sabiduría humana, sino en el poder del Espíritu Santo. “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,” (Efesios 1:17-18). Es importante que seamos iluminados; que conozcamos a Dios más profundamente, y que comprendamos la naturaleza de la esperanza cristiana y la naturaleza del poder de Dios que actúa en nosotros. “Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas” (1 Juan 2:20). La iluminación brindada por el Espíritu significa que en el cristianismo no hay una elite iluminada de quien todos dependen. No existe tal cosa, como un grupo de iluminados; todos tenemos a nuestra disposición el conocimiento y la compresión de las Escrituras. Cuando el Espíritu Santo entra en la vida de una persona la ilumina, le da entendimiento, la enseña, abre sus ojos, quita el velo de su corazón, y sensibiliza su corazón. ¡Amén!

octubre 03, 2011

Adoración en el trono

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“Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4:23). La adoración bíblica y espiritual es aquella en la que el alma humana desea ver la gloria y hermosura de Cristo, conocer el gozo y experimentar el placer de recibir la presencia de Dios. La adoración se halla en su cumbre, y punto de riqueza cuando el alma se entrega a la gloria y majestad de Dios.  Los cultos someros y superficiales que caracterizan esta generación no están produciendo verdaderos adoradores. En los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis el Señor corre el telón; y observamos un servicio de adoración en el salón del trono divino.  Para adorar bíblicamente, tenemos que asegurarnos que nuestra adoración refleje la adoración celestial. Cuando a Juan se le concede ver el servicio de adoración celestial, él dice: “Y al instante estuve en espíritu; y he aquí, un trono estaba colocado en el cielo, y uno sentado en el trono” (Apocalipsis. 4:2) Para comenzar, notamos que Dios está en el centro. Adorar a Dios significa depositar en Dios nuestros pensamientos y deseos, porque para nosotros darle a Dios la gloria, y el honor debido a su nombre, debemos reconocer su majestad y hacer su voluntad. Hoy en día, la adoración se centra en el hombre en lugar de centrarse en Dios.  Esta clase de adoración esta orientada hacia las emociones y  en satisfacer nuestras necesidades como si ésta fuera la meta del culto. Sin embargo, es maravilloso ver cómo el Espíritu de Dios ministra a nuestras necesidades espirituales reales cuando hay verdadera adoración a Dios.  El problema de esta generación es que no sabe diferenciar entre necesidades espirituales genuinas y aquellas necesidades artificiales creadas por la psicología popular. Una  adoración para satisfacer la necesidad del hombre a menudo ignora la importancia de la verdad de Dios, y deja a la iglesia vulnerable. El mercadeo, las técnicas y la obsesión resultan en una indiferencia hacia las necesidades específicas, genuinas y verdaderas del hombre. A través de los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis vemos tanto a los ángeles como a los redimidos alabando a Dios. Adoran a Dios por su santidad (4:8), por su eternidad (4:8) y por su soberanía (4:11). Cada aspecto de la naturaleza, carácter y obra de Dios debe ser un motivo de alabanza.  Y cuando toma lugar la verdadera adoración en nosotros, vemos gente llena del gozo y de fortaleza espiritual. El Salmista dijo, “Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza” (Salmo 100:4) Cuando nos acercamos a la congregación, debemos venir con espíritu de alabanza, recordando que Dios habita en la alabanza de su pueblo. (Salmo 22:3). La adoración se enfoca en la obra  de Cristo. Jesucristo murió en la cruz, como sustituto nuestro.  Su sangre fue derramada para que nosotros, por la gracia de Dios, pudiésemos ser justificados y tener paz para con Dios. Cristo está a la diestra de Dios como nuestro Gran Sumo Sacerdote, intercediendo por nosotros. La verdadera adoración siempre se enfoca en Jesucristo y su obra perfecta en el Calvario. Así que el verdadero adorador espiritual - o bíblico- siempre exaltará al Señor Jesucristo y le dará a él la preeminencia en el culto. En la visión celestial dada a Juan, vemos coros de ángeles y el coro de los redimidos cantando alabanzas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.  Dice Juan: “...y cantan un cántico nuevo, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque fuiste inmolado, y con tu sangre nos compraste para Dios, de todo linaje, lengua, pueblo y nación; y nos hiciste para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (5:9-10). Vemos que los santos en el cielo cantaban a Cristo, resaltaban la obra de redención efectuada con su sangre; resaltaban los propósitos soberanos de Dios por salvarlos para ser reyes y sacerdotes, (Colosenses 3:16).  La reverencia, y veneración, es un aspecto fundamental en un servicio de adoración a Dios; es maravilloso cuando el adorador es movido e impactado por la gloria y majestad de Dios, de tal manera que cae postrado ante él.  Cuando el profeta Isaías observó la gloria de Dios, exclamó: “¡Ay de mí!, Que estoy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de un pueblo de labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isa. 6:5).  La verdadera adoración nos capacita para ver a Dios, y cuando le vemos y palpamos su presencia espiritual, nos quedamos como muertos, totalmente anonadados (sin capacidad de reacción).  ¡Amén!