febrero 16, 2012

Las riquezas de la gracia

Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad…” (2 Corintios 8:1–6). El sacrificio de Cristo no empezó en la cruz. Ni siquiera con su nacimiento. Empezó en el Cielo, cuando se despojó de su gloria para venir a la tierra. El verdadero creyente es aquel que pone en acción sus mejores sentimientos. Es una verdadera tragedia cuando nuestros impulsos no pasan a la acción y cuando nuestros deseos no pasan de ser eso “buenos deseos”. Aunque ofrendar es algo loable, no todos están listos para hacerlo. “No todos los hombres consideran que es una bendición dar, ni lo relacionan con la gracia de Dios”. Las tres iglesias que Pablo fundó en Macedonia eran las que estaban en Filipos, Tesalónica y Berea. De estas congregaciones, la de Filipos repetidamente envió ayuda financiera a Pablo mientras él estaba en Tesalónica y más tarde cuando estaba bajo arresto en Roma, solo ellos fueron generosos con el apóstol Pablo. (Filipenses 4:16–18). Las iglesias y los creyentes simplemente deben limitarse a hacer el trabajo que Dios requiere. Pablo dice que Dios es el agente por medio del cual se concede la gracia, así evita provocar una competencia innecesaria entre las iglesias. Los macedonios sabían que durante sus sufrimientos el Señor nunca les falló; esto hizo posible que su gozo fuera ilimitado, a pesar de su pobreza, eran personas generosas. Cuando Pablo habla de “la riqueza de su generosidad”, es como cuando habla de “las riquezas de la gracia de Dios” (Efesios 1:7) “las riquezas de su benignidad” (Romanos 2:4) “las riquezas de su gloria” (Romanos 9:23) o “la riqueza de un entendimiento pleno” (Colosenses 2:2). Pablo ve las riquezas en relación con Jesucristo y la obra de redención y esto fue lo que observó en las iglesias de Macedonia. Por lo que testifico que dieron según sus posibilidades y más allá de sus posibilidades. Sin ningún tipo de presión por parte de Pablo o sus colaboradores, los macedonios estuvieron listos para dar. En forma espontánea expresaron su deseo de dar. Por su Palabra y su Espíritu, Dios abrió sus corazones para que reaccionaran de forma generosa. Si los macedonios hubiesen donado una determinada suma, Pablo habría estado agradecido. Pero fueron más allá de todas las expectativas. El entusiasmo que desplegaron al dar estuvo dirigido al Señor. Jesús fue el receptor de su gratitud por los dones espirituales que habían recibido de él. Sabemos que Dios nos revela su voluntad a través de las Escrituras y la predicación del evangelio. Él está en control mientras dirige y guía a su pueblo para que viva una vida llena de gratitud. Debemos hacer de Jesucristo el centro de nuestras vidas de tal manera que sea él quién reciba el honor, la alabanza y la gloria por las obras que realizamos. Pablo dice, “vosotros conocéis”, lo que significa que ellos habían experimentado personalmente y habían llegado a conocer la gracia de Cristo. Ellos estaban en condiciones de hablar y de testificar de sus experiencias. Pertenecían a Cristo Jesús y habían recibido de él incontables bendiciones. El Señor Jesucristo nos concede libremente su gracia, y él espera que nosotros reflejemos su gracia. Pablo da una explicación de la gracia que el Señor Jesucristo nos concede. Pablo enseña junto a otros escritores del Nuevo Testamento de la preexistencia de Jesús. Las riquezas de Jesús no tienen que ver con su existencia terrenal sino con su estado preexistente. Pablo escribe a los corintios y le dice: Por ustedes Jesucristo se hizo pobre. Pero ¿cuál es el sentido de la expresión se hizo pobre? ¿Se identificó con aquellos que son económicamente débiles? Jesús se identificó con los débiles cuando dijo: “Los zorros tienen sus cuevas y los pájaros de los aires sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene un lugar donde recostar su cabeza” (Mateo. 8:20). Pero durante su ministerio terrenal Jesús no despreció a los ricos. Comió en sus casas, le dio consejo al joven rico, y estuvo “con los ricos en su muerte” (Isaías 53:9). ¿Se relacionó únicamente con los pobres en espíritu, los mansos que son llamados bienaventurados? No, porque sus discípulos Juan y Santiago, a quienes él llamó “hijos del trueno”, estaban lejos de ser mansos y humildes (Lucas 9:54; Mateo 20:21). Enviar a su Hijo para que naciera, sufriera y muriera por los pecadores es el regalo indescriptible de Dios. Abandonando su gloria, Nace para que el hombre no muera más, Nace para levantar a los hijos de la tierra, Nace para darles un segundo nacimiento. ¡Amén!




febrero 09, 2012

No limite tu fe


“Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo” (1 Pedro 3:14-16). En Jesús se personifica el eterno propósito de Dios. Los escritores del NT rara vez separan la cruz [los sufrimientos del Mesías] de la resurrección [la victoria del Mesías]; rara vez piensan en el sacrificio del Mesías sin pensar en su triunfo. Los cristianos somos personas que pertenecemos a Dios, porque Dios nos ha elegido para una labor en el mundo, esto es, para proclamar el Evangelio y defender el propósito de Dios; es preciso decir que Dios nos ha elegido y marcado con un propósito. Hemos sido elegidos y destinados a vivir con él en el tiempo y en la eternidad. En el mundo tenemos que obedecer Sus leyes y reproducir la vida de Dios. Se nos ha encomendado la tarea de ser diferente y de reflejar la luz de Dios. Cuando hacemos la voluntad de Dios; existe la posibilidad de enfrentar numerosas persecuciones y adversidades, sin embargo, aunque la persecución sea sangrienta y agresiva, nuestra defensa de la fe debe ser hecha con humildad y sencillez de corazón. Nuestra defensa de la fe debe ser lo suficientemente inteligente y clara. “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 1:3). No limitemos nuestra fe a nuestras capacidades y fragilidad humana. La muerte del Mesías en la cruz y su resurrección como quiera que la expliquemos representan el triunfo definitivo del creyente y su completa restauración. Al ser restaurada nuestra relación con Dios, su poder está a nuestra disposición. A Pablo le fue dicho: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. La debilidad del creyente es un cauce por medio del cual fluye el poder de Dios. Pablo se refiere a la muerte del Señor y dice: “Porque aunque fue crucificado en debilidad, vive por el poder de Dios. Pues también nosotros somos débiles en él, pero viviremos con él por el poder de Dios para con vosotros” (2 Corintios 13:4). Jesús se sacrificó a sí mismo para restablecer nuestra relación con Dios. La obra del Mesías es infinita en su aplicación; nosotros, por mucho que suframos, no podremos redimir a nadie, ni siquiera a nosotros mismos pero Jesús puede redimir a todos los que se acercan a él por medio de la fe. “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad” (Colosenses 2:9-10). Como he dicho más arriba nuestra victoria no depende en absoluto de nuestras habilidades ni de nuestros recursos, sino del poder de Jesús. “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados,…”. ¡Amén!



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febrero 06, 2012

Pirañas en el río

«Me condujo nuevamente a la entrada de la Casa, y he aquí aguas que salían de debajo del umbral de la Casa hacia el oriente, porque la fachada de la Casa miraba al oriente, y las aguas venían desde abajo, del lado derecho de la Casa, al sur del altar. Luego me sacó afuera, por el camino de la puerta del norte, y me hizo dar una vuelta por el camino de afuera, hacia el exterior, por el camino que daba al oriente, y he aquí las aguas salían por el lado sur. Cuando el varón salió hacia el oriente con el cordel en su mano, midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas, hasta los tobillos. Otra vez midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas, hasta las rodillas. Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las aguas, hasta los lomos. Midió otros mil, y ya era un río por el que no podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado» (Ezequiel 47:1-5). Este río simboliza la gracia, la vida y las bendiciones que provienen de Dios y que fluyen de su trono. Ezequiel dice que la muerte le sedería su lugar a la vida [simbolizado esto por la sanidad], si esto es correcto, no entiendo por qué hay tantas pirañas y depredadores en las iglesias. No podemos negar que del costado herido del Mesías aún está fluyendo el río de Dios, Jesús es tanto el templo como el altar de donde brota este río de sanidad. «Respondió Jesús, y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le pedirías, y Él te daría agua viva» (Juan 4:10). El Mesías es el agente divino de la redención y lo que vemos en este pasaje es una ilustración de lo que ocurre con la redención espiritual. «Porque dos males ha hecho mi pueblo: Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, Y cavaron para sí cisternas, Cisternas rotas que no retienen el agua» (Jeremías 2:13). Israel abandonó al único Dios verdadero por un objeto indigno de adoración, construyó su propio sistemas religiosos para determinar la verdad, pero estos sistemas no tenían ningún valor. Si entiendo bien estas pirañas no están en el río de Dios sino en estos estanques construidos y defendido por el hombre pero aborrecido por Dios. Las pirañas son extremadamente voraces y cuando se excitan, pueden convertir a un mamífero en un montón de hueso. A muchos le cuesta mantener su adhesión a Dios [tienen dificultades]; estas personas son como el mar muerto, en sus aguas bituminosas, no hay vida animal ni vegetal. Es notable la visión del río que fertiliza las tierras. La presencia de Dios nos hace fértil y productivos. El Dios invisible se manifiesta por medio de la vida que nos comunica, sin Dios somos completamente estéril. «El que cree en mí, como dijo la Escritura, de su vientre fluirán ríos de agua viva. Esto dijo acerca del Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él, porque todavía no había Espíritu, pues Jesús no había sido aún glorificado» (Juan 7:38-39). Los que creen en Jesús, se convierten en canales para la revitalización espiritual de La Iglesia. La figura de ríos contrasta con la de «una fuente», e ilustra la diferencia entre el nuevo nacimiento y la experiencia de la plenitud de una vida llena del Espíritu. Juan interpreta las palabras de Jesús como una referencia al derramamiento del Espíritu Santo que todavía estaba por ocurrir. La plenitud del Espíritu sería una bendición que todo el pueblo de Dios podría experimentar. El Espíritu Santo le dio poder a la Iglesia el día de Pentecostés y desde entonces ha estado al alcance de todos los que aceptan a Jesús como su Salvador. «Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y cuyos cabellos eran como lana purísima. Su trono era de llamas de fuego, y éste tenía ruedas de fuego abrasador. Un río de fuego corría y salía de delante de Él. Millares de millares lo servían, y millones de millones estaban de pie ante su presencia. Entonces el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos» (Daniel 7:9-10). Si no dejamos que el río de Dios corra por nuestro interior, lo harán los ríos llenos de pirañas y depredadores. ¡Amén!

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febrero 03, 2012

Cuando Dios desciende

.“Mas vuestros ojos han visto todas las grandes obras que Jehová ha hecho” (Deuteronomio 11:7). Cuando existe un letargo en el pueblo de Dios el cumplimiento de las promesas de Dios se detiene y el trabajo de los siervos de Dios se hace penoso e insoportable. Es difícil trabajar donde no hay nada de la presencia de Dios cuando existen condiciones así, es necesario que se rompan los cielos. “¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes, como fuego abrasador de fundiciones, fuego que hace hervir las aguas, para que hicieras notorio tu nombre a tus enemigos, y las naciones temblasen a tu presencia!” (Isaías 64:1-2). Necesitamos que Dios haga a favor nuestro las mismas cosas que hizo a favor de la iglesia primitiva. No podemos oír con el oído físico, sólo con el auxilio del Espíritu Santo podemos “percibir” con el “corazón” el sentido espiritual de los actos de Dios. Cuando hay presencia de Dios, el Espíritu Santo nos revela no solo los poderosos hechos del pasado realizados por Dios sino también las maravillas del presente; cosas que ningún ojo vio ni oído oyó jamás. Estas cosas estaban totalmente ocultas de la sagacidad humana cuando los profetas las predijeron y no fueron comprendidas por ellos ni creídas por la nación de Israel. Es después de la venida del Mesías que podemos entenderla por la enseñanza interior del Espíritu. “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido,  lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual (1 Corintios 2:12-13). En las múltiples crisis de la vida, a veces alzamos nuestros ojos a Dios y anhelamos su presencia. Buscamos así una respuesta o una solución. La presencia de Dios en nuestras vidas nos garantiza que él responderá a nuestras necesidades. Su presencia es de gran bendición para cada uno de nosotros. Dios no se esconde de nosotros, él siempre está disponible para escuchar nuestras plegarias. Los que creemos en el Mesías y en las Escrituras podemos creer en Dios. El está al lado de los que lo buscan y promete darle grandes bendiciones a cada uno de sus hijos. Podemos regocijarnos al saber que Dios nos ama, nos escucha y nos socorre. Dios no permanecerá airado para siempre los cielos se romperán y su Espíritu descenderá con poder y gran gloria sobre el verdadero pueblo de Dios. “Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para apoyarse en ti; por lo cual escondiste de nosotros tu rostro, y nos dejaste marchitar en poder de nuestras maldades” (Isaías 64:7). Si entendiéramos la intervención de Dios como una expresión de su misericordia, de su bondad, de su compasión y de su gran amor; comprenderíamos la necesidad que tenemos de buscar a Dios.  Apelemos con fe y confianza al carácter paternal de Dios. Podemos captar el mensaje espiritual, reconociendo la venida del Mesías a nuestros corazones tanto en el momento de nuestra conversión como en muchas de nuestras experiencias espirituales. Jesús vino y cumplió su misión en la tierra y nos dejó con la responsabilidad de llevar su mensaje a todos los que no han tenido la oportunidad de escuchar y aceptarlo. Esto es un desafío que nos mantendrá ocupados hasta que él venga por segunda vez. Ningún poder del infierno ni terrenal puede impedir el mover del Espíritu Santo. Satanás ha descendido en estos últimos días con gran ira pero ni Satanás ni los demonios ni ningún poder terrenal pueden asaltar a la iglesia si el Espíritu Santo está en ella. ¡Que se habrán los cielos! ¡Amén