julio 31, 2014

Barreras mentales


(Juan 14:8-9).

“Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?”  Los discípulos de Cristo deben mantener su mente en paz, aun cuando haya turbación en los demás. Al creer en Cristo como mediador entre Dios y el hombre, recibimos consuelo. Nuestros corazones son guardados de la turbulencia que hay en el mundo, debido a que mantenemos nuestra confianza en Dios. Aquellos que no son vivificados por Cristo, la vida, ni enseñados por Él, la verdad, pueden acercarse y conocer a Dios. Todo el que ve a Cristo por medio de la fe, ve al Padre en Él. A la luz de la doctrina de Cristo vemos a Dios como el Padre de las luces y, en los milagros de Cristo vemos al Dios Todopoderoso. La santidad de Dios brilló en la pureza inmaculada de la vida de Cristo. Las obras de nuestro Redentor muestran –revela Su gloria, y a Dios en Él.
Felipe deseaba ver al Padre; él no negaba la espiritualidad de Dios ni su invisibilidad esencial; Felipe pedía una teofanía: una manifestación visible de la gloria de Dios, como le había sido concedido a Moisés. Los discípulos no se daban cuenta que ellos tenían un privilegio mucho mayor que el que Moisés había tenido. No habían escuchados cuidadosamente las palabras dichas por Jesús a Tomás, en el sentido de que el Padre se había manifestado en el Hijo. ¿El Maestro no le había hablado de esto desde el comienzo mismo de su ministerio? Jesús había venido para hablar las palabras y realizar las obras de Dios; en las palabras y acciones de Cristo el Padre se estaba dando a conocer.  Ellos habían visto y oído, pero, debido a su propia pecaminosidad, no habían visto ni oído con claridad.
En la terminología del Antiguo Testamento, el tema del conocimiento expresa la diferencia entre judíos y paganos; los judíos eran los que conocían a Dios, mientras que los paganos eran, presos de su ceguera, ellos no tenían acceso a este conocimiento. En Jesucristo, el conocimiento suprime las barreras entre los que creen y conocen y los que, por no creer, no pueden conocer a Dios. El conocimiento tiene un valor existencial. “Oíd palabra de Jehová, hijos de Israel, porque Jehová contiende con los moradores de la tierra; porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra”. (Oseas 4:1). Dios culpa tanto al sacerdote como al profeta por su falta voluntaria de conocimiento. No había verdad, misericordia ni conocimiento de Dios en la tierra. Nuestros pecados, como individuos, como familia, como pueblo o nación, son los que hacen que el Señor contienda con nosotros. Los ojos penetrantes de Dios ven la disposición secreta de nuestros corazones a pecar, el amor que le tenemos al pecado, y el dominio que nuestros pecados tienen sobre nosotros.
El verbo conocer (ginóskein)  y el sustantivo conocimiento (epígnósis)  describen la fe y el amor en movimiento. Epígnosis indica frecuentemente una relación entre la persona que conoce y el objeto conocido; a este respecto, lo que es conocido es de valor e importancia para aquel que conoce, y de ahí la necesidad de establecer una relación. Este movimiento se da para conducirnos a Cristo y se obtiene no por una mera actividad intelectual, sino por la operación del Espíritu Santo como un beneficio por haber recibido a Cristo.
“Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos.” (Oseas 4:6). El pueblo de Dios fue destruido [justamente] porque le faltó conocimiento; se habían olvidado de la ley de su Dios.
Para los griegos, Dios era esencialmente invisible e inaccesible; y los judíos estaban seguros de que a Dios nadie le había visto jamás. Pero Jesús les dijo: “Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.” (Juan 14:7). En tiempos de Jesús, los creyentes estaban fascinados y oprimidos por la idea de la trascendencia de Dios y de la distancia y diferencia insalvables entre Dios y la humanidad. Jamás se les habría ocurrido pensar que podían ver a Dios y entonces Jesús dijo: “¡El que me ha visto a mí, ha visto al Padre!” La vida de Jesús nos presenta, no la serenidad, sino la lucha de Dios. Era fácil imaginarse a Dios viviendo en una paz y serenidad que nadie puede alterar ni siquiera las tensiones de este mundo; pero Jesús nos muestra a Dios pasando por todas nuestras angustias. Dios no es como un general que dirige a su ejército desde una posición cómoda y segura, sino que él está con nosotros en la línea de batalla.
Si nos pudiéramos mantener absolutamente distantes; si pudiéramos organizar nuestras vidas de tal manera que nada ni nadie nos importara, no habría tristeza, dolor ni ansiedad. Pero en Jesús vemos a Dios preocupándose intensamente, y anhelando relacionarse con la humanidad por amor. En Jesús vemos a Dios en la Cruz. No hay nada más increíble en el mundo. Es fácil imaginarse a un dios que condena; y a un dios que, si las personas se le oponen, las eliminas. Nadie habría soñado con un Dios que eligió la Cruz para salvarnos. J. Armitage Robinson señala que epignosis es “un conocimiento dirigido hacia un objeto en particular, percibiendo, discerniendo,” en tanto que gnosis es un conocimiento en abstracto. “Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra.” (Oseas 6:3). Las aflicciones deben animarnos al arrepentimiento, esto nos obliga a mantener buenos pensamientos acerca de Dios, de sus propósitos y designios para con  nosotros. —La liberación de la angustia debe ser para nosotros como vida de entres los muertos. Admiremos la sabiduría y la bondad de Dios; nuestra liberación de la aflicción y la angustia, es una señal de nuestra salvación por medio Cristo. Los beneficios del favor de Dios nos están firmemente asegurados como el retorno de la mañana después de una noche oscura y tenebrosa. Él vendrá a nosotros como la lluvia tardía y la temprana a la tierra, para refrescar y hacer fértil nuestras vidas. ¡Amén!

julio 30, 2014

El error de los inicuos


(2 Pedro 3:17-18)

“Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad.”  La palabra inicuo expresa aquello que es injusto y que carece absolutamente de equidad. Un inicuo es una persona malvada y cruel. En el malvado normalmente no hay moral, no hay bondad, no hay misericordia, no hay afecto por nada ni nadie. En todas sus acciones predomina la crueldad. El inicuo aun teniendo conocimiento de lo que es malo persiste en hacerlo y se deleita en hacerlo.
Los cristianos verdaderos esperan cielos nuevos y una nueva tierra; libres de la vanidad a la que están sujetas las cosas presentes, y del pecado con que están contaminadas. Dios exige que los creyentes estén revestidos de Cristo y santificado por el Espíritu Santo para ser admitidos en Su reino. Los creyentes debemos desconocer, rechazar y aborrecer todas aquellas opiniones y pensamientos de hombres que no concuerden con las Escrituras, ni sean aprobados por ella.
Pedro deja de ocuparse de los necios que han tergiversado las Escrituras, y se dirige a sus lectores, a quienes trata de proteger de esos errores.  Los creyentes habían sido bien instruidos y conocían de antemano las engañosas enseñanzas de los falsos maestros; por lo tanto, no deberían tener nada que temer. Somos responsables de nuestra propia seguridad, y además tenemos que mantenernos vigilante durante la lucha espiritual. Sobre la base de la doctrina de la segunda venida de Cristo se nos exhorta a la pureza y la piedad. Este es el efecto del verdadero conocimiento. Se requiere una santidad cada vez más exacta y espiritual. Esforcémonos por conocer más clara y plenamente a Cristo; conocerle para ser cada vez más como Él.
“Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos” (1 Corintios 16:13). El cristiano siempre corre peligro, por tanto, siempre debe estar alerta. Debe estar firme en la fe del evangelio sin abandonarla, ni renunciar jamás a ella. Los cristianos deben cuidar que el amor no sólo reine en sus corazones, sino brille en sus vidas. Hay una gran diferencia entre la firmeza cristiana y el activismo febril de los inicuos. Muchos son cristianos de nombre, porque no aman a Cristo Jesús, el Señor, con sinceridad. Los tales están separados del pueblo de Dios y del favor de Dios. Los que no aman al Señor Jesucristo deben perecer sin remedio. Los hombres y mujeres de Dios debemos tener sinceros deseos por nuestra salvación y redención, una profunda gratitud por la misericordia que hemos recibidos de Dios, y mantenernos en obediencia constante a Sus mandamientos.
El verdadero cristiano tiene un  fundamento firme y no debe abandonarlo a cambio de una libertad imaginaria ofrecida por estos maestros licenciosos.  Hemos  progresado mucho en la vida cristiana, sin embargo, debemos continuar creciendo espiritualmente; en la gracia y en el conocimiento de Cristo (la gracia de la cual él es el autor y el conocimiento del cual Cristo es el objeto). Si nos mantenemos creciendo resistiremos las dificultades, y nos mantendremos siempre activos. La gracia es una de las esferas en las que debemos crecer como cristiano; debemos tener una  experiencia personal, ser lleno de la gracia y de la gloria de Jesucristo. Además, debemos crecer y tener un conocimiento particular, el conocimiento que hace que nos relacionemos  plenamente con la persona, la misión, la obra y el poder de Jesucristo.  “Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús; porque en todas las cosas fuisteis enriquecidos en él, en toda palabra y en toda ciencia” (1 Corintios 1:4-5). Dios alienta a la iglesia mencionando primero las cosas buenas, y así prepara el camino para las advertencias y los reproches que son necesarios. Si se presta atención a éstos, como en el caso de la iglesia de Corinto, el resultado será crecimiento y bendiciones espirituales.
Dios nos ha  bendecidos grandemente; nos ha rescatados de la corrupción  en que vivíamos; nos ha levantados del abismo del pecado, nos ha dado abundante dones espirituales para que no les faltara “ningún don.”De modo que se nos ha concedido una provisión abundante, superior a nuestras necesidades, para que no haya excusa. El cristiano es una persona que ha sido advertida. Es decir, no puede alegar ignorancia. Sabe cuál es el verdadero camino y sus recompensas; conoce el camino erróneo y sus desastres.  Ser advertido es estar prevenido; pero es también una responsabilidad, porque el que conoce el bien y hace lo malo merece doble condenación. El cristiano es una persona con una vida en desarrollo. La inflexibilidad de la vida cristiana no es la rigidez de la muerte.  El cristiano tiene que experimentar diariamente la maravilla de la gracia, y crecer en los dones que esa gracia puede producir; y debe penetrar diariamente más y más en Jesucristo. Un gran edificio tiene que tener un fundamento firme y sólido para elevarse en el aire; y sólo cuando tiene raíces profundas puede un gran árbol remontarse con sus ramas hacia el cielo. La vida cristiana es al mismo tiempo una vida con un fundamento firme y con un crecimiento constante hacia fuera y hacia arriba.” Los que esperan la venida de nuestro Señor Jesucristo, serán sostenidos por Él hasta el final. Satanás siempre se ha propuesto estimular la discordia entre los cristianos, como uno de sus principales ingenios contra el evangelio. ¡Amén!

julio 29, 2014

El Dominio del Ego


(Mateo 4:17)

El alma es el órgano que constituye la personalidad del hombre. Todo lo que incluye la personalidad, es decir, todos los elementos que constituyen al hombre como tal, son parte del alma. Su intelecto, su mente, sus ideales, su amor, sus reacciones, sus juicios, su voluntad, etc., todo ello es parte del alma. La voluntad es el órgano que reflexiona, forma juicios y decide. La mente es el órgano pensante; es nuestro intelecto. Nuestra inteligencia, conocimiento, y todo lo que incumbe a nuestra capacidad mental procede de la mente. Sin la mente, el hombre sería incoherente. La sensibilidad es el asiento de las pasiones y deseos, del amor, el odio y los demás sentimientos. Podemos amar, odiar, regocijarnos, enojarnos, entristecernos y alegrarnos debido a esta facultad.
Es este dominio [el dominio del ego] que debemos entregar al Señor Jesucristo. El llamado del Señor sigue siendo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Mateo usó esta frase tomando en cuenta a los judíos, quienes por respeto y profunda reverencia no pronunciaban el nombre de Dios. Jesús empezó su ministerio con la misma frase que la gente había oído de Juan el Bautista: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. El mensaje es el mismo hoy. Ser seguidor de Cristo significa apartarse del egocentrismo o del dominio del "ego", y poner nuestra vida bajo la dirección de Cristo. Cristo no se quedará mucho tiempo donde no es bienvenido. Los que están sin Cristo están en tinieblas. Cuando viene el Evangelio, viene la luz; Dios revela y dirige nuestras vidas por el Evangelio. El arrepentimiento que Cristo pide es para que podamos recibir la buena noticia del Evangelio.
Cuando Cristo empezó a predicar empezó a reunir discípulos que debían ser oyentes, y luego predicadores, de su doctrina, que debían ser testigos de sus milagros, y luego testificar acerca de ellos. En la vida del Señor todo tiene su tiempo predeterminado y su lugar establecido por Dios. El Señor viene para reinar entre nosotros, lo que significa que a partir de nuestra conversión y de nuestra entrada al reino recibimos la salvación a través de Cristo. El reino de Dios viene y no puede ser detenido; su cercanía es amenazadora y agradable al mismo tiempo.
La eternidad ha entrado en el tiempo; Dios ha venido a la tierra a través de Jesucristo, y por lo tanto es de suprema importancia el escoger la dirección correcta y tomar una decisión apropiada. Nuestro Señor, algunas veces, habla del reino como si ya hubiese llegado, refiriéndose a su propia persona y ministerio; pero en los planes de Dios, el reino de los cielos sólo se había acercado, y no llegaría hasta que la sangre no fuese derramada en la cruz, y el Espíritu Santo descendiera en el día de Pentecostés.
El ministerio de Jesús consistió en enseñar, predicar, hacer discípulos, sanar a los enfermos y echar fuera demonios. “Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó”. (Mateo 4:24). Donde iba Cristo confirmaba su misión divina por medio de milagros, que fueron emblema del poder sanador de su doctrina y del poder del Espíritu que lo acompañaba. Él sanó toda enfermedad o dolencia; ninguna fue demasiado mala, ninguna demasiado terrible, para que Cristo no la sanara con una palabra. Este ministerio continuó a través de los apóstoles y de la Iglesia de Dios. “Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles” (Hechos 2:43). Se nombran tres enfermedades: la parálisis que es la suprema debilidad del cuerpo; la locura que es la enfermedad más grande de la mente; y la posesión demoníaca que es la desgracia y calamidad más terribles de todas; pero Cristo los sanó a todos y, al curar las enfermedades del cuerpo demostró que su misión al mundo era curar los males espirituales. El pecado es enfermedad, dolencia y tormento del alma: Cristo vino a quitar el pecado y, curar el alma.
Pablo lo dice: “Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:3-5). Hay cosas que Dios ha preparado para los que le aman, y le esperan, cosas que los sentidos no pueden descubrir, que ninguna enseñanza puede transmitir a nuestros oídos, ni pueden aún entrar a nuestros corazones. Debemos tomarlas como están en las Escrituras, como quiso Dios revelárnoslas. El hombre natural, el hombre sabio del mundo, no recibe las cosas del Espíritu de Dios. La soberbia del razonamiento carnal es completamente opuesta a la espiritualidad. Al hombre carnal le son extraños los principios, gozo y actos de la vida divina. Sólo el hombre espiritual es una persona capaz de discernir porque es a quien Dios da el conocimiento de su voluntad.
Cuando Pablo le escribe a los romanos dice: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16). La fe lo es todo, en el comienzo de nuestra experiencia cristiana y en la continuación de la vida en Cristo. Nadie puede obtener el favor de Dios o escapar de su ira por medio de sus propias obras. La pecaminosidad del hombre es entendida como iniquidad e injusticia. La causa de esa pecaminosidad es detener con injusticia la verdad. Los hechos son innegables; la razón humana está en tinieblas como para descubrir la verdad divina y la obligación moral del hombre o para gobernar bien su propia conducta. La esclavitud más grande que sufre el hombre; es la de ser entregado a sus propias lujurias. ¡Sin arrepentimiento es imposible salir de ese estado! “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”.
En el Antiguo y el Nuevo Testamentos se presenta en muchos pasajes la importancia de la venida de Cristo a establecer su reino. La segunda venida de Cristo, y establecimiento del reino mesiánico, es el corazón mismo de las Escrituras y es el tema más importante de la profecía del Antiguo Testamento. ¡Amén!

julio 28, 2014

Sufrimientos Físicos


 (Isaías 53:4-5)

“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. “¿Murió Jesús en la cruz solamente por nuestros pecados, para lograr nuestra salvación espiritual; o murió también por nuestras dolencias, para lograr nuestra sanidad física?” El ministerio de Jesús era muy intenso. El ministerio de sanidad y liberación era evidencia de que Jesús  era el “Siervo Sufriente”. Mateo relaciona las sanidades físicas que Jesús había realizado con el cumplimiento de la profecía de la cruz.
Broadus sugiere que el Mesías sufrió por los pecados de todos y que los que se arrepienten y confían en Cristo reciben perdón de sus pecados y sanidad de las enfermedades causadas por esos pecados. Por otro lado, no debemos deducir que este fuese el caso en todos los que Jesús sanó, excepto en el sentido de que todas las enfermedades son el resultado directo o indirecto del pecado en el mundo. El pecado es la raíz última de todo el mal que existe en el mundo, inclusive el espiritual y físico. Esto no significa, sin embargo, que toda enfermedad sea el resultado directo del pecado personal de esa persona.
El origen primario de la enfermedad y de la muerte debe ser buscado, evidentemente, en el pecado y en la caída. El hombre, hecho a imagen de Dios como una creación perfecta, estaba destinado a una vida bienaventurada y eterna, y no a los sufrimientos físicos y sicológicos a los que se halla sometido. Por el pecado, la muerte hizo su aparición, con las enfermedades y dolencias que conducen a ella. Está claro asimismo que la violación de las leyes físicas y morales conduce, con mucha frecuencia, a la enfermedad y al desequilibrio psíquico. En cambio, el respeto a los mandatos divinos nos ayuda a mantener la salud.
La enfermedad causa debilidad y un sufrimiento opresivo. Hay que señalar que no se dice que todas las enfermedades provengan de los demonios, sin embargo, todas son en cierto sentido obra de Satanás. “Enseñaba Jesús en una sinagoga en el día de reposo; y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar” (Lucas 13:10-11). En esta oportunidad Jesús no esperó a que la mujer pidiera ser sanada, sino que la llamó directamente y la sanó delante de todos en plena sinagoga. Es evidente que Jesús buscaba abiertamente la confrontación con esos personajes religiosos que al ofenderse por lo hecho por el Señor procurarían matarlo. En esta oportunidad la mujer estaba encorvada por causa de un demonio. La hipocresía de los fariseos era el resultado de su egoísmo. La glorificación propia era el objeto de su vida, por ello pervertían e interpretaban mal las sagradas escrituras. En realidad la hipocresía era algo que realmente sublevaba el ánimo del Señor, tanto que cuando se encontraba con ella en estos personajes, la denunciaba abiertamente, porque actuaban como personas sin integridad y mostrando dos caras casi todo el tiempo.
La enfermedad puede ser el castigo de un pecado concreto, o puede provenir de las faltas de los padres (enfermedades generacionales). El pecado causa nuestra separación de Dios, la perturbación del designio de Dios, y castigos como la enfermedad, la muerte y la condenación eterna. La enfermedad es un castigo por el pecado, el cual consiste en el acto, no en una disposición interior, de modo que la expiación es la restauración de la salud física por eso –las obras poderosas de Jesús incluyen las curaciones de las enfermedades y la salud moral y espiritual. Las enfermedades pueden alcanzar a los cristianos que no se juzgan a sí mismos ni se apartan de sus desobediencias ni de los pecados de sus antepasados. Sin embargo, la Biblia destaca que no toda enfermedad es necesariamente el resultado de un pecado personal. Job era íntegro, recto, temeroso de Dios, apartado del mal, hasta el punto de que no había ninguno como él en toda la tierra. Con todo, Dios tuvo a bien mandarle una prueba, para su crecimiento espiritual. El ciego ni sus padres habían pecados, la ceguera del muchacho no era por causa de un pecado o de una maldición generacional. “Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo” (Juan 9:3-4). Pablo tenía un aguijón en la carne, no porque hubiera pecado, sino para humillarlo, para que no se llenara de orgullo debido a las revelaciones inauditas que había recibido. Otras enfermedades son el producto de la contaminación y de la falta de higienes).
Las palabras hebreas para “dolores” y “enfermedades” se refieren específicamente a la aflicción física. “Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:16-17). Las puertas del ocultismo están fuertemente amuralladas para quienes pretendan abatirlas. Sólo ante el poder y la gracia de Dios se derrumban. Para quienes se enfrentan a las fuerzas diabólicas es aconsejable: (1) tener una vida de oración; (2) confesar permanente sus pecados y mantener una completa comunión con Cristo y la iglesia; (3) realizar ayuno o una preparación espiritual intensa; (4) rodearse de un círculo de hermanos para la oración intercesora; (5) tener en cuenta que los demonios atacan a quienes los atacan; (6) no hacer públicos estos hechos; (7) mantener en comunión con la iglesia a las personas que han sido liberados y no descuidarse.
Está claro que las palabras “llevó” y “sufrió” se refieren a la obra expiatoria de Jesús, porque son las mismas que se utilizan para describir a Cristo cargado con nuestros pecados. Estos textos vinculan inequívocamente la base de la provisión, tanto de nuestra salvación como de nuestra sanidad, con la obra expiatoria del Calvario. Sin embargo, ninguna de estas cosas se recibe automáticamente, porque ambas deben ser alcanzadas por la fe. ¡Amén!

El Amor del Padre


(Lucas 15:11-24)


El hijo pródigo representa bien la naturaleza humana. Nosotros somos por naturaleza orgullosos. En lugar de sentir placer en nuestra comunión con Dios; nos separamos de Él. Gastamos el tiempo, fuerza, facultades, y  afectos, en cosas que no son ni pueden ser de provecho. El avaro lo hace de un modo, y el libertino de otro pero estas actitudes solo nos conducen a la muerte. En la conducta del hijo pródigo  se dejan ver las  inclinaciones que el corazón tiene por naturaleza. El que no sabe nada de estas cosas tiene todavía mucho que aprender, y necesita que la luz penetre en su entendimiento oscurecido. La ignorancia más  perniciosa es la del que no se conoce a sí mismo. Feliz el que ha salido de las tinieblas y sabe quién es pero muchas personas "no saben quienes son  ni entienden porque andan en tinieblas." El hijo pródigo representa a un hombre que aprende por experiencia que el camino del pecador es escabroso. El Señor nos presenta a este joven gastando su herencia hasta que queda reducido a la miseria y al hambre.
Estas palabras nos dan a conocer la situación de muchos individuos; el pecado los domina con cetro de hierro. Los que no se convierten no pueden ser verdaderamente libres y felices. Bajo una apariencia, viven en un estado de zozobra interior que los atormenta en extremo. Hay millares que tienen herido el corazón, que se sienten aburridos, y completamente  desdichados. Hay muchos que dicen: "¿Quién nos mostrará el bien?" "No hay paz, dijo mi Dios; para los impíos." Los sufrimientos secretos del hombre  que no ha sido regenerado son sobre manera grandes. Este hombre siente en su pecho un vacío, por más que se esfuerce en ocultarlo. "El que siembra para su carne, de la  carne segará corrupción." El hijo pródigo representa al hombre dándose cuenta de su corrupción natural, y tomando la decisión de arrepentirse y volver a la casa de Dios. Nuestro Señor dice que este joven volviendo en sí exclamo: " ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y  le diré: Padre, he pecado…
Literalmente dice: “se le enternecieron las entrañas por él”. A medida que disminuye la distancia entre el padre y el hijo, se ve más y más claramente cuán cansado y miserable está su hijo. Se compadece. Interpreta el regreso de “su niño” en el sentido más favorable. El muchacho se ha arrepentido. Está triste por lo que ha hecho. El padre no puede haber sido muy joven; sin embargo, corre. En aquella parte del mundo generalmente no se consideraba digno que un anciano corriese; sin embargo, él corre. Nada puede impedirle el hacerlo.
La convicción no es conversión, pero es el primer paso al arrepentimiento. La causa de la muerte eterna del  hombre es que jamás piensa en las consecuencias de sus actos. Pero tenga mucho cuidado de no contentarse con pensar solamente. Los buenos pensamientos son muy saludables; pero ellos no constituyen la salvación. Si el hijo pródigo no hubiera hecho nada, más que pensar, tal vez habría permanecido  alejado de la casa de su padre hasta el día de su muerte. El hijo pródigo representa al hombre volviéndose a Dios con fe y arrepentimiento verdaderos. El joven, saliendo del país distante y volviéndose a la casa de su padre, puso en práctica sus buenas intenciones y confesó sus pecados sin rodeos. Este es un vivo ejemplo de arrepentimiento y conversión verdadera. Aquel en cuyo corazón ha empezado la operación del Espíritu Santo,  no se queda satisfecho con pensar; si no que se aparta, se separa, se divorcia del pecado; y deja de hacer lo malo. Los hechos son el alma del arrepentimiento verdadero. Emociones, lágrimas, remordimientos, deseos, y resoluciones, todo esto es inútil si no va acompañado de hechos y de un cambio de vida. El hijo Pródigo representa al hombre arrepentido, perdonado, y aceptado misericordiosamente como hijo de Dios.
Fue duro para el hermano mayor aceptar el regreso de su hermano menor. A las personas arrepentidas a causa de su mala reputación por su vida de pecado, a menudo las ven con recelo y algunas veces no están dispuestos a aceptarlas como miembros de la iglesia. Sin embargo, debemos regocijarnos como los ángeles cuando un pecador se arrepiente y se vuelve a Dios. Debemos aceptar a los pecadores arrepentidos de todo corazón, brindarles apoyo y ánimo para que crezcan en Cristo. En la parábola del hijo pródigo, la respuesta del padre contrasta con la del hermano mayor. El padre lo perdonó porque estaba lleno de amor. El hijo mayor se negó a perdonar a su hermano por todo lo ocurrido. Con este resentimiento solo logró perder el amor del padre como el hermano menor lo había perdido anteriormente pero que ahora lo recuperaba por su arrepentimiento y humillación. Si usted se niega a perdonar, se perderá una maravillosa oportunidad de experimentar gozo y comunión con otros. Haga que su gozo crezca: perdone a alguien que lo haya herido. ¡Amén!

julio 25, 2014

Dios quiere Ayudarte


(Éxodo 4:12)

El llamamiento divino era, y es, para servir a Dios con sacrificio. No hay una garantía de una vida fácil. Sin darse cuenta, la preparación teórica y práctica de Moisés había terminado. Ahora Dios tomaba la iniciativa.  Moisés no estaba buscando a Dios, sin embargo, Dios lo estaba buscando a él. Dios conoce de antemano el curso de los acontecimientos y de las tareas  que él nos encomienda, pero nos revela sólo lo que es indispensable. Nuestras debilidades se hacen evidentes ante la grandeza de la tarea que Dios nos ha encomendado. Nos asusta el peligro, sin embargo, nuestras debilidades en las manos del Señor producen resultados maravillosos. Aceptemos el llamamiento del Señor, porque él nos dará fortaleza y sabiduría para realizar las tareas que nos haya asignados. La presencia divina no simplemente nos acompañará, sino que nos dará poder para hablar y testificar eficazmente.
Ahora pues, vé, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar. (Éxodo 4:12). Dios nunca nos manda hacer algo sin darnos el poder para hacerlo. En realidad, las excusas de Moisés con las que alegaba su incapacidad eran precisamente las razones por las que Dios lo había elegido. Dios pacientemente razonó con Moisés como con un amigo. El que había hecho la boca del hombre podía darle a Moisés la habilidad de hablar con fluidez. La presencia divina no simplemente le acompañaría, sino que le daría el poder para hablar o testificar eficazmente. Moisés estaba sobre cogido de sentimientos de inferioridad y se vio obligado ah enfrentarse a estos sentimientos en muchas ocasiones. Los sentimientos de incapacidad de Moisés eran tan fuertes que no pudo confiar ni siquiera en el poder de Dios para ayudarlo. Moisés tuvo que enfrentarse a estos sentimientos de incapacidad e inferioridad en muchas ocasiones. Cuando nos enfrentamos a situaciones que son difíciles o que nos causan temor, debemos estar dispuestos a permitir que Dios nos ayude.
Necesitamos entender, a la luz de la experiencia de Moisés, cómo deben ser los líderes que Dios utiliza. Dios nos llama con frecuncia para que realicemos tareas que parecen demasiado difíciles, pero no nos pide que las hagamos solos. Dios nos da numerosos recursos, al igual que lo hizo con Moisés. No debemos ocultarnos detrás de nuestras deficiencias, sino mirar más allá de nosotros mismos y ver los grandes recursos de Dios disponibles para nosotros. En un mundo donde los valores, la moral y las leyes cambian constantemente, podemos encontrar estabilidad y seguridad en Dios. Como la naturaleza de Dios es inmutable y confiable, tenemos la libertad de seguirlo y disfrutarlo, en lugar de pasarnos el tiempo tratando de imaginarnos cómo es Él.
 “Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ¿O quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?”  Cuando nos enfrentamos a situaciones que son muy difíciles o que nos causan temor, deberíamos estar dispuestos a permitir que Dios nos ayude. Moisés tenía la capacidad para razonar con Dios, era presto para decir que no pero se sentía incapaz para transmitir el mensaje de Dios. Se supone que Moisés batallaba con un defecto en el habla, o tenía dificultad con la comprensión y expresión del idioma egipcio, que por años no había usado. “Entonces Jehová se enojó contra Moisés, y dijo: ¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón.” Moisés preveía las diversas dificultades de la empresa, y ansiaba librarse de ella.  Entonce Dios le dijo: “Tú hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer.” Dios promete su presencia a pesar de la circunstancias y del peligro. Su presencia se manifestará para protegernos, y librarnos
Los tímidos pueden experimentar las bendiciones divinas tanto como los que responden al llamado de Dios con confianza. El está dispuesto a bendecirnos de muchas maneras aunque nosotros no lo merecemos. “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé.” (Josué 1:5). Cuando somos fieles Dios está con nosotros a pesar de nuestras debilidades. “Jehová le dijo: Ciertamente yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre.” (Jueces 6:16).
 A pesar de este llamado claro y de la promesa de fortalecerlo, Gedeón puso varias excusas. Vio sólo sus limitaciones y debilidades. No le fue posible ver cómo Dios podría trabajar por medio de él. Saber que Dios está con nosotros nos hace estar confiados. “Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado.” (Salmos 27:3).  Por último veamos lo que dice Dios a través de Zacarías:Yo seré para ella, dice Jehová, muro de fuego en derredor, y para gloria estaré en medio de ella.” (Zacarías 2:5). Son innumerables los textos en los que Dios nos promete estar con nosotros, creámosles a Dios y confiemos en él. Un cristiano de carácter maduro sabe que aunque su cuerpo se agote por la edad, todavía puede seguir sirviendo al Señor, luchando en oración para que las almas sean libres de su esclavitud espiritual.
“Después Moisés y Aarón entraron a la presencia de Faraón y le dijeron: Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto. Y Faraón respondió: ¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel. Y ellos dijeron: El Dios de los hebreos nos ha encontrado; iremos, pues, ahora, camino de tres días por el desierto, y ofreceremos sacrificios a Jehová nuestro Dios, para que no venga sobre nosotros con peste o con espada” (Éxodo 5:1-3). Los obstáculos para adorar y servir a Dios siguen siendo numerosos en nuestros días. Cuando un creyente quiere ir al templo a adorar, son muchas las cosas y las personas que reclaman su atención. Adorar y servir a Dios requiere de una decisión firme. El trabajo, que debería ser una bendición porque de él provienen nuestros ingresos, a menudo se convierte en un obstáculo para que no podamos adora ni servir a Dios. El tiempo de trabajo se extiende frecuentemente, o requiere de un horario que incluye el tiempo de Dios. Al irse perdiendo la santidad los creyentes encuentran más dificultades a la hora de asistir al templo. ¡Amén!

julio 24, 2014

Certeza y Fidelidad


(Oseas 2:19-20)

Dios promete una relación con nosotros caracterizada por su permanencia, sus normas estrictas, trato justo, amor perseverante, ternura, seguridad y una continua revelación de fidelidad. Aunque nosotros no tenemos mérito alguno, Dios nos perdona y nos hace aceptos ante El por medio del Mesías. No existe para nosotros ni la más mínima posibilidad de que por nuestros esfuerzos podamos alcanzar las altas normas de Dios para la vida moral y espiritual, pero debido a su gracia nos acepta, nos perdona y nos lleva a tener una relación con El. En esa relación tenemos comunión con El de manera personal e íntima. Cuando quebrantamos la ley de Dios con plena consciencia de lo que estamos haciendo, nuestros corazones se endurecen y nuestra relación con Dios es quebrantada. La infidelidad espiritual comienza con una desilusión o una insatisfacción, ya sea real o imaginaria.  Tener un sentimiento equivocado de lo que a Dios no le agrada puede hacer que usted se aparte de Él. La infidelidad comienza cuando transferimos el afecto y la devoción que le tenemos a Dios a otras cosas y hay muchos que están haciendo esto.
Los sentimientos de desilusión e insatisfacción son normales y, cuando se resisten, pasarán. Cambiar nuestro afecto y devoción es el primer paso hacia la ceguera espiritual y al pecado. Lo que vemos no es una decisión impulsiva. Sino un proceso de deterioro de nuestra relación con Dios. Esto es peligroso porque no siempre nos damos cuenta de lo que sucede hasta que es demasiado tarde. La mente carnal a menudo crea en nosotros una fantasía y llegamos a creer que el mundo y la carne llenaran el vacío dejado por Dios en nuestros corazones, sin embargo, no es así. Esas fantasías y expectativas son irreales y solo nos llevan a la desilusión.
El significado básico del vocablo hebreo emunah es “certeza” y “fidelidad”. El ser humano puede demostrar “fidelidad” en sus relaciones con el prójimo. David actuaba con justicia y lealtad. Siempre manifestó los atributos y las características de Dios en su propia vida, y estimó la vida de Saúl como algo de gran valor: “Y Jehová pague a cada uno su justicia y su lealtad; pues Jehová te había entregado hoy en mi mano, mas yo no quise extender mi mano contra el ungido de Jehová”. (1 Samuel 26:23). En términos generales, la persona hacia la que se es “fiel” es a Jehovah nuestro Dios. “Puso también Josafat en Jerusalén a algunos de los levitas y sacerdotes, y de los padres de familias de Israel, para el juicio de Jehová y para las causas. Y volvieron a Jerusalén. Y les mandó diciendo: Procederéis asimismo con temor de Jehová, con verdad, y con corazón íntegro” (2 Crónicas 19:8-9). Una justicia administrada al amparo del temor de Dios, adquiere una garantía de equidad, de la que carece la justicia humana, justicia en la que Dios está ausente. La iniciativa de Josafat, de poner “jueces en todas las ciudades” y su clara concepción de que la justicia debía ser ejercida bajo el control divino; muestra el grado de su fidelidad a Dios.
El Señor ha manifestado su “fidelidad” para con su pueblo (Deuteronomio 32:4). Todas sus obras revelan su “fidelidad” (Salmos 33:4). Sus mandamientos expresan su “fidelidad” (Salmos 119:86). Todos aquellos que obedecen a Dios están en el camino de la “fidelidad” (Salmos 119:30). El Señor busca a quienes procuran hacer su voluntad de todo corazón. Sus caminos son afirmados y la bendición de Dios reposa sobre ellos (Proverbios 28:20). La certeza de vida abundante se encuentra en la expresión tomada de Habacuc 2:4 “E aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá”. Expresión que se cita en el Nuevo Testamento (Romanos 1:17; Gálatas 3:11).
El vocablo emunah es sinónimo de tsedeq (rectitud, justicia Isaías 11:5) de jesed (misericordia, benignidad Sal. 98:3) y mispat (justicia Jeremías 5:1). Jesed (amor) describe mejor la relación entre Dios y su pueblo; pero emunah también se ajusta. Oseas describe la relación de Dios con Israel en términos de un matrimonio y declara la promesa divina de “fidelidad” (Oseas 2:19-20). En estos versículos, los términos “rectitud”, “juicio”, “derecho” “misericordia”, “lealtad” y “fidelidad” demuestran que los sinónimos de emunah son términos relacionados con el pacto y expresan la “fidelidad” y el “amor” de Dios. La naturaleza de Dios avala la certeza del pacto y las promesas, Él es “fiel”. Los hechos (Proverbios 12:22) y palabras (12:17) del ser humano deben reflejar su relación privilegiada con Dios.

En la relación conyugal la “fidelidad” no es opcional, es obligatoria. Para establecer la relación, se requiere que las dos partes respondan mutuamente con “fidelidad”. Isaías y Jeremías condenan al pueblo por no ser “fiel” a Dios (Jeremías 5:1; Isaías 59:4; Jeremías 7:28; 9:3). La fidelidad se establecerá en la era mesiánica (Isaías 11:5). Las expectativas proféticas se realizaron en Jesucristo cuando sus contemporáneos vieron en él la gracia (jesed) de Dios y la verdad “emunah” (Juan 1:17-18). Es significativo que Juan usara ambos términos lado a lado, tal como se encuentran juntos en el Antiguo Testamento. ¡Amén!

  




julio 22, 2014

Fe en el Dios vivo


(Hebreos 11:1)
        
 La fe debe ser el sólido fundamento de una verdadera, fervorosa, y permanente consagración. Si no tenemos una fe personal en Dios, seremos arrastrados por las opiniones y doctrinas humanas. Arrastrados por las corrientes y las olas de nuestras circunstancias. Si no hay un lazo consciente entre nuestras almas y Dios, nunca seremos capaces de mantenernos en pie, y mucho menos de lograr algún progreso en el camino de la verdadera consagración. Debemos creer que Él es y lo que Él es: Tenemos que tratar con Dios en el secreto de nuestras propias almas, aparte de todo lo demás. Nuestra conexión individual con Dios debe ser una gran realidad, un hecho vivo, una verdadera e inequívoca experiencia, que esté en la misma raíz de nuestra existencia, siendo el fundamento y punto de apoyo de nuestras almas en todo tiempo y bajo cualquier circunstancia. Las meras opiniones de los hombres no son de ningún valor; como tampoco lo son los dogmas ni los credos. No es suficiente con decir, “Creo en Dios Padre Todopoderoso”. Las meras palabras no son de ninguna utilidad. Nuestra fe debe estar arraigada en nuestro corazón, es decir, es una cuestión del corazón, una relación entre el alma humana y Dios mismo. Nada menos que esto puede sustentar nuestra vida en este tiempo, especialmente en nuestros días. Todos  nos encontramos rodeados por lo vano y superficial.
Los fundamentos de nuestra confianza son minados cuando hay una profesión de fe irreal. El dedo de los infieles está continuamente señalando las inconsistencias exhibidas en las vidas de muchos de nosotros. Sin embargo, los infieles también recibirán las justas consecuencias de su incredulidad, considerando que cada uno debe dar cuenta de sí mismo y por sí mismo ante el tribunal de Cristo; aún así es un hecho que la falsa profesión de fe tiende a erosionar la confianza. Es por esta razón que tenemos la urgente necesidad de una simple, sincera, y fe personal en el Dios vivo; una completa confianza en Su palabra, y una constante dependencia en Su sabiduría, bondad, poder y fidelidad. Ésta es el ancla del alma sin la cual es imposible navegar en medio de las aguas turbulentas de este mundo. Si estamos anclados en nuestras circunstancias, si nos estamos apoyando en brazos de carne, y en los pensamientos de un mortal, si nuestra fe está en la sabiduría del hombre, aunque éste sea el mejor de los hombres, estoy seguros que en el momento de las pruebas el edificio de nuestra vana religión caerá y quedara manifiesto lo que somos realmente. Nada quedará excepto la fe que se mantiene viendo al Invisible -que no mira a las cosas que se ven. Las cosas que son temporales, sino que mira las cosas que son invisibles y eternas.
Todo esto es ilustrado en la vida de Abraham, podemos fácilmente aprenderlo de la maravillosa historia de su vida. Abraham creyó a Dios. Observe, que no fue algo acerca de Dios lo que él creyó -alguna doctrina u opinión respecto a Dios, el no recibió una tradición humana. No; esto nunca habría tenido valor para Abraham ni para Dios. Era con Dios que él trataba, en lo más profundo de su ser individual, él entraba en una vivida intimidad con Dios. “El Dios de gloria se apareció a nuestro Padre Abraham cuando él estaba en Mesopotamia, antes que él morarse en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y vete a la tierra que yo te mostraré” (Hechos 7:2-3). Estas expresiones tan poderosas en palabras de Esteban que fueron dirigidas al concilio y nos revelan el verdadero secreto en la carrera de Abraham. No es nuestra intención detenernos en este solemne e instructivo intervalo en Harán.
Es verdad, que ese honrado siervo de Dios se retrasó en Harán, posteriormente tuvo que descender a Egipto, expulsar a Agar, tembló ante Gerar, y negó a su esposa. Todo esto se ve en la superficie de su historia, porque a pesar de todo él era sólo un hombre -un hombre con pasiones semejantes las nuestras. Pero él creyó en Dios y tuvo una inalterable confianza en el Dios vivo; él creyó en la verdad, es decir, creyó que Dios es; y creyó también que Dios es galardonador de todos los que le buscan. Es esto lo que hizo que Abraham saliese de Ur de los Caldeos- de en medio de lazos y asociaciones en los cuales él había vivido. Finalmente, fue esto lo que lo capacitó para ir al monte Moriah y mostrarse allí preparado para poner sobre el altar a aquel que era no sólo el hijo de su seno, sino también el canal a través del cual todas las familias de la tierra habrían de ser bendecidas.
Nada sino la fe podría haber capacitado a Abraham para renunciar a la tierra en la cual él había nacido, y salir sin saber adónde iba. A los hombres de su día esto debe haberles parecido una locura. ¡Oh! Pero él sabía en Quien había creído. Ésta era la fuente de su poder, él no estaba siguiendo fábulas, no estaba siendo sustentado por las circunstancias o las influencias que lo rodeaban, él no estaba siendo apoyado por los pensamientos de los hombres. La carne y la sangre no le presentaban ninguna ayuda ni alternativa en su sorprendente carrera. Dios era su escudo, porción y recompensa, y al apoyarse sobre Él encontró el verdadero secreto de su victoria. ¡Amén!
        

julio 19, 2014

Dios existe y puede ser conocido


(Éxodo 3:2)

Dios existe, y puede ser conocido. Estas dos afirmaciones forman la base y la inspiración del cristianismo. La primera es una afirmación de fe, la segunda de la experiencia. La Biblia no fue escrita para probar que Dios existe, sino para revelarlo por medio de sus actos. Por ello la revelación bíblica de Dios es de naturaleza progresiva, y alcanza su plenitud en Jesucristo, su Hijo. Dios existe por sí mismo. Su creación depende de él, pero él es completamente independiente de la creación. No sólo tiene vida, sino que sustenta la vida en el universo, y es en sí mismo la fuente de esa vida. Este misterio de la existencia de Dios le fue revelado a Moisés en épocas muy tempranas en la historia bíblica, cuando, en el desierto de Horeb, se encontró con Dios en forma de fuego en una zarza. “Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía”. Los ángeles son criaturas sobrenaturales que viven en el cielo y sirven de mensajeros a Dios y de protectores a sus escogidos. El ángel de Jehová era una manifestación visible de Dios, posiblemente del propio Cristo preencarnado. Dios se revela a Moisés en un lugar común, que se convierte en sagrado debido a la presencia de Dios. Cuando la Escritura habla de que Dios da a conocer su nombre, se refiere al acto de revelar (por medio de obras y acontecimientos sobrenaturales) lo que su nombre verdaderamente significa. Al revelar su nombre divino declara su carácter y sus atributos.
“¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Isaías 40-28-29). Una comprensión adecuada de la intervención de Dios en la vida solamente se obtiene conociendo sus pensamientos y sus caminos. Los que esperan en el Señor Jesucristo continuaran viviendo con la firme esperanza de que el Señor establecerá su reino cuando llegue el momento; Dios se enfrentará al mal. Esta actitud interior nos da nuevas fuerzas para levantarnos y proseguir adelante con un renovado vigor. Los resultados admirables de una fe centrada en la persona de Jehová, el Dios majestuoso, creador y sustentador de todas las cosas son maravillosos. Esta es una fe eficaz, capaz de renovar las fuerzas físicas y espiritual a grandes y pequeños, a viejos agotados y a los jóvenes que tropiezan y caen. Este poder que proviene de la fe se necesita para dar respuesta al llamado que Dios nos ha hecho. Se requiere de fe para iniciar la gran aventura del retorno a la libertad.
Cuando decimos que Dios es espíritu puro lo hacemos para poner de manifiesto que no es parcialmente espíritu y parcialmente cuerpo, como es el caso del hombre. Es espíritu simple sin forma ni partes, razón por la cual no tiene presencia física. Cuando la Biblia dice que Dios tiene ojos, oídos, manos, y pies, lo hace en un intento de trasmitir la idea de que está dotado de las facultades que corresponden a dichos órganos, porque si no habláramos de Dios en términos físicos no podríamos hablar de él de ninguna manera. El espíritu no es una forma limitada o restringida de existencia, sino la unidad perfecta del ser. Cuando decimos que Dios es espíritu infinito, nos encontramos completamente fuera del alcance de nuestra experiencia, ya que nosotros estamos limitados con respecto al tiempo y el espacio, como así también con respecto al conocimiento y el poder. Dios es esencialmente ilimitado, y cada elemento de su naturaleza es ilimitado. Llamamos a su infinitud con respecto al tiempo eternidad, con respecto al espacio omnipresencia, con respecto al conocimiento omnisciencia, y con respecto al poder omnipotencia.
Vemos su trascendencia en la expresión “el alto y sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo”, y su inmanencia en cuanto “habita… con el quebrantado y humilde de espíritu” (Isaías 57:15). “Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas”, y luego afirma su inmanencia como el que “no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:24, 28). Dios es personal. Cuando decimos esto afirmarnos que Dios es racional, que tiene conciencia de sí mismo, que se autodetermina, que es un agente moral inteligente. Como mente suprema es el origen de toda la racionalidad en el universo. Dado que las criaturas racionales creadas por Dios poseen carácter propio e independiente, Dios debe poseer un carácter que sea divino tanto en su trascendencia como en su inmanencia.
Dios es soberano. Esto significa que prepara sus propios planes y los lleva a cabo en su propio momento y a su manera. Es simplemente una expresión de su inteligencia, su poder, y su sabiduría supremos. Significa que la voluntad de Dios no es arbitraria, sino que actúa en completa armonía con su carácter. Es la expresión de su poder y su bondad, por lo que es la meta final de toda la existencia. Como Dios es un ser personal puede tener relaciones personales, la más cercana y tierna de las cuales es la de Padre. Es la designación más común que empleaba Cristo para Dios, y en teología se la reserva especialmente para la primera persona de la Trinidad. ¡Amén!

julio 18, 2014

Prisioneros en el Abismo


(Lucas 8:31)

“Y le rogaban que no los mandase ir al abismo”. Cuando terminan nuestros peligros, nos corresponde reconocer la vergüenza de nuestros temores, y dar a Cristo la gloria por nuestra liberación. Las personas que permanecen en un estado de desobediencia, pertenecen al Reino de las Tinieblas; muchos parecen disfrutar de su esclavitud espiritual, están acostumbrados a vivir así, no quieren pensar, ni cambiar, velan solamente por sus propios intereses y quieren que todo siga como siempre. Dar más valor a las cosas que a las personas es uno de los mayores peligros de la vida. Eso es lo que crea los suburbios y las explotaciones injustas. Para estas personas el evangelio es algo que los trastorna, que les cambia su visión del mundo en el que viven.
Los demonios reclamaron no ser enviado al ἄβυσσος [abismo]. Este es el término que se usa para referirse al mundo inferior. El abismo es la cárcel [prisión] de los espíritus rebeldes y desobedientes. “El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a la tierra; y se le dio la llave del pozo del abismo” (Apocalipsis 9:1). El pozo del abismo representa el lugar de los demonios y de Satanás, el príncipe de los demonios. Satanás y una inmensidad de ángeles caidos no están todavía en el βυσσος, sino en los aires: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:1-2). El fin inevitable de los “hijos de desobediencia” es estar bajo la condenación de Dios. El Señor está justamente airado; ellos van a enfrentar un juicio justificado por haber violado fronteras conocidas tanto de orden espiritual como moral. “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). Estos gobernantes malignos, seres satánicos y príncipes de las tinieblas, no son personas sino ángeles caídos a los que Satanás controla. No son una simple fantasía, son reales. Nos enfrentamos a un ejército poderoso que tiene como meta la destrucción de la Iglesia de Cristo. Cuando creemos en Cristo y nos unimos a su Iglesia, estos seres vienen a ser nuestros enemigos y emplean todo tipo de ardides para apartarnos de Cristo y hacernos pecar. Aunque estamos seguros de la victoria, debemos batallar hasta que Cristo venga, porque Satanás lucha constantemente en contra de todos los que están del lado del Señor. Requerimos de poder sobrenatural para vencer a Satanás y Dios nos lo puede dar a través del Espíritu Santo que está en nosotros.
La mayoría de los intérpretes piensan que estas langostas son demonios, espíritus malignos gobernados por Satanás que inducen a la gente a pecar. No fueron creados por Satanás porque Dios es el creador de todo; más bien, son ángeles caídos que se unieron a Satanás en su rebelión. Dios limita lo que ellos pueden hacer; no pueden hacer nada sin el permiso de Dios. El propósito principal de los demonios en la tierra es destruir, distorsionar o impedir la relación de la gente con Dios. Como son corruptos y degenerados, la apariencia de ellos refleja la distorsión de sus espíritus. Si bien es importante reconocer sus actividades malévolas para que podamos mantenernos alejados de ellas, debemos evitar toda curiosidad al respecto y no tener nada que ver con fuerzas demoníacas u ocultas.
El  βυσσος es también reino de los muertos. “Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos).  Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:6-10). El término βυσσος, que originalmente era un adjetivo para el sustantivo implícito “tierra”, se usa en griego para referirse a las profundidades del tiempo original, el océano primigenio y el mundo de los muertos. En la LXX denota el reino de los muertos. “Tú, que me has hecho ver muchas angustias y males, volverás a darme vida, y de nuevo me levantarás de los abismos de la tierra” (Salmos 71:20). En el NT es una prisión para el anticristo (Apocalipsis 11:7), los demonios (Lucas. 8:31), los escorpiones (Apocalipsis 9:3ss) y los espíritus (Apocalipsis 9:1; 20:1, 3). Es un abismo en forma de pozo, del cual sube humo (Apocalipsis 9:1). El abismo representa el caos. Este es el lugar donde Satanás será arrojado y aprisionado. Allí será encerrado Satanás durante un milenio (Apocalipsis 20:1, 3). Todos los que han de ser encerrado junto a Satanás, la Bestia y el Falso Profeta, estarán bajo el poder absoluto de Dios. ¡Amén!

julio 17, 2014

Deseos de placer


(Santiago 4:1)

El vocablo griego δονή derivado de la raíz δύς que significa dulce, agradable, o delicioso. Este término significa aquello que es agradable al paladar, más tarde pasó a significar los que era agradable a los sentidos, y finalmente todo aquellos que da placer. “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones [δονή], las cuales combaten en vuestros miembros?”  El que vive para sus placeres no puede agradar a Dios. Sólo el que ha aprendido a sacrificar sus placeres en el altar de Dios para dar a Dios lo que Dios se merece, recibirá de parte de Dios la vida, porque vive y está entregado a su voluntad. El que se deja dominar por sus placeres o pasiones, malgasta su vida, sus talentos y sus dones. Las pasiones engañosas nos hacen desviar la vista de Dios. No se puede ser a la vez amigos de Dios y amigos del mundo. Quienes son amigos de Dios son enemigos del mundo y quienes son amigos del mundo son enemigos de Dios. “Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros” (Tito 3:3). Pablo menciona dos motivos para que nos dediquemos a vivir de acuerdo con una conducta apropiada: primero el recuerdo de nuestra conducta antes de la conversión, y  segundo la manifestación del amor y de la bondad de Dios para con nosotros. Eso debería hacernos pensar, reflexionar y vivir en obediencia a Dios.
Nosotros podemos ser débiles, pero el Espíritu, que nos anhela celosamente, permanecerá siempre con nosotros en medio de nuestra debilidad. Su permanencia en nuestra vida no se sostiene en nuestra fidelidad sino en Su fidelidad. La gracia, el Espíritu Santo, la humildad verdadera, y la sabiduría de lo alto, todo ello se recibe de Dios. La única manera de resistir al diablo es someterse a Dios, así como la única manera de someterse a Dios es resistir al diablo. La δονή humana se opone a la voluntad de Dios, porque podemos vivir ya sea conforme a su voluntad o conforme a nuestros propios deseos. “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios” (1 Pedro 4:1-2). El plural “pasiones” sugiere la diversidad de intereses y deseos que hay en una persona. Es una lucha interna la que se produce en la persona a causas de los distintos intereses que hay en su interior.  La voluntad de Dios es singular, y esto nos muestra que sólo en la obediencia a Dios, nuestra la personalidad estará completa. Para el creyente la muerte es el portal a una vida plena y libre. El juicio de Dios culminará con el derramamiento de la ira divina sobre aquellos que voluntariamente han decidido rechazar el evangelio.
Señor, delante de ti están todos mis deseos, y mi suspiro no te es oculto” (Salmos 38:9). El salmista está abriendo su corazón. Al hacerlo y ser franco con Dios es empieza su sanidad. Los gemidos indecibles no le son ocultos a quien escudriña el corazón y conoce la mente del Espíritu. En su desfallecimiento, sus gemidos son desgarradores, como rugidos de león, que salen de un corazón que, desesperado, lucha por seguir existiendo. “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?  Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Salmos 73:25). Fuera de Dios no hay seguridad; por eso los impíos perecerán inexorablemente. Bajo su protección esperamos vivir tranquilamente para poder anunciar las obras maravillosas de Dios. Dios es el único bien que tenemos. No permita que las metas de su vida sean tan irreales como un sueño y que despierte demasiado tarde ante el hecho de que perdió la oportunidad de ser feliz.  El mismo cielo no podría hacernos dichosos sin la presencia y el amor de nuestro Dios. El mundo y toda su gloria se desvanecen pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
“Se pasmó mi corazón, el horror me ha intimidado; la noche de mi deseo se me volvió en espanto” (Isaías 21:4). Los acontecimientos que Isaías vislumbra le traen profunda consternación, por la tragedia humana que esto involucra. ¡Amén!

julio 16, 2014

Dios es mi salvador


(Lucas 1:46-47)

“Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”. Adoremos con un corazón lleno de  gratitud por lo que Dios ha hecho. Alabemos Su nombre con alegría y entusiasmo porque Dios es nuestro salvador. El no solo nos salva del pecado sino que también lo hace de las enfermedades, la muerte, y el enemigo. La salvación de Dios es algo estrictamente espiritual; a veces se nos presenta una mezcla de males físicos y espirituales de los cuales somos liberados, de modo que Dios es nuestro salvador en un sentido doble. “Porque dijo: Ciertamente mi pueblo son,…; y fue su Salvador.  En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad” (Isaías 63:8-9). Cuando se enfrente a nuevas pruebas, y dificultades repase todos los buenos que Dios ha hecho en su vida y esto le fortalecerá y aumentará su fe. Cuando nos enfrentamos a las enfermedades y a la desesperación; en esos momentos, Dios es nuestro único consuelo y fortaleza. Aun cuando estemos débiles para luchar, podemos apoyarnos en Él. El Señor es nuestra gran fortaleza en las debilidades; Su poder siempre está a nuestro alcance. Los problemas y las angustias pueden abrumarnos y hacernos sentir que Dios nos ha olvidado. Pero Dios nuestro Creador está eternamente junto a nosotros y cumplirá todas sus promesas, aun cuando nos sintamos solos.
“No habrá para qué peleéis vosotros en este caso: paraos, estad quedos, y ved la salvación de Jehová con vosotros. Oh Judá y Jerusalén, no temáis ni desmayéis; salid mañana contra ellos, que Jehová estará con vosotros” (2 Crónicas 20:17). Cuando nos vemos sobrepasados en número e indefensos, nos sentimos impotentes. Debido a que Dios tiene el control, no se frustra por los cambios ni por los sucesos o por las acciones de los hombres. Dios puede salvarnos del mal que hay en el mundo y librarnos del pecado y de la muerte. Porque confiamos en Dios, no deberíamos tener miedo de lo que el hombre nos pueda hacer. En cambio, debemos tener confianza en el poder salvador de Dios. Él puede guiarnos a través de las circunstancias que enfrentemos en nuestra vida. Debemos esperar que Dios muestre su poder al llevar a cabo su voluntad. Debemos recordar que, como creyentes, tenemos el Espíritu de Dios en nosotros. Si pedimos la ayuda de Dios cuando enfrentamos luchas, Dios peleará por nosotros. Y Dios siempre triunfa. ¡Cuán maravilloso es el poder de Dios!
¿Cómo dejamos que Dios pelee por nosotros? (1) Al darnos cuenta que la lucha no es nuestra sino de Dios. (2) Al reconocer las limitaciones humanas y al permitir que la fortaleza trabaje a través de nuestros temores y debilidades. (3) Al asegurarnos que buscamos los intereses de Dios y no nuestros deseos egoístas. (4) Al pedir la ayuda de Dios en nuestras luchas diarias.
Hay momentos cuando lo que uno desea es ser liberado del pecado y la restauración del favor divino. “Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti. Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; cantará mi lengua tu justicia” (Salmos 51:12-14). Vemos en David un profundo deseo de ser librado del pecado y restaurado a la comunión con Dios. “Desfallece mi alma por tu salvación, Mas espero en tu palabra” (Salmos 119:81). El creyente puede ser afligido, pero no aplastado; puede estar perplejo pero no desesperado; puede ser perseguido pero no desamparado; puede ser derribado pero no destruido. Aquellos que poseen una relación constante con Dios, no tienen que preocuparse. Pero cuando las victorias sobrenaturales que tantas veces hemos experimentado, están  extrañamente ausentes, es tiempo de preocuparse.
“Ni se contaminarán ya más con sus ídolos, con sus abominaciones y con todas sus rebeliones; y los salvaré de todas sus rebeliones con las cuales pecaron, y los limpiaré; y me serán por pueblo, y yo a ellos por Dios” (Ezequiel 37:23). El profeta debía comprender que aun en los momentos más oscuros podemos ver a Dios que está moviéndose en torno a su pueblo, y que por lo tanto su futuro no estaba limitado a las circunstancias externas, debían alzar los ojos al cielo y poner su vista en Dios. El ministerio auténtico comienza con la presencia de Dios en el ministro, y los profetas como hombres de Dios tenían plena conciencia de su asistencia en su vida; las palabras y el valor que tenían eran producto de su comunión con el Señor. La predicación de la Palabra de Dios no es solamente para ser escuchada, debe ser puesta en acción en la vida diaria. La presencia de Dios en medio nuestro es una garantía de que podemos contar con él. Es por esta razón que nuestra comunión con Dios no es una opción, es un desafío que nos hacen las Sagradas Escrituras si queremos tener una relación verdadera con Dios. ¡Amén!