diciembre 26, 2014

La Gloria del Señor

(Lucas 2:8-15)

Los ángeles aparecieron ante personas que eran despreciadas por la sociedad. Los pastores que montaban guardia en sus rebaños para protegerlos de los ladrones y animales salvajes. Los pastores vagaban el año entero con sus rebaños, lo que hacía imposibles que pudieran cumplir con la ley ceremonial. No eran dignos de confianza ni les estaba permitido dar testimonio en las cortes. Sin embargo su profesión nocturna en campos abiertos los hacía observadores constantes de los astros y de las señales del cielo. Eran las personas, tal vez, espiritualmente más preparada para escuchar y apreciar el mensaje del ángel.
La aparición angelical tubo lugar en el “campo de los pastores”, a un kilómetro al este de Belén. Ese mismo campo 1.100 años antes perteneció a Booz, fue el lugar donde se desarrolló el romance entre Rut la moabita y Booz, antepasados de Jesús. Como siempre, los ángeles tranquilizaban a aquellos que visitaban inesperadamente, porque la gente experimentaba una sensación de estupor y temor, especialmente cuando la gloria del Señor los envolvía en su luz. La revelación de la gloria del Señor siempre aparece en los momentos cruciales y culminantes de la historia. La palabra gloria tiene un concepto de fama, honor, majestad. La Biblia le da este significado la mayoría de las veces que se menciona. Pero en ocasiones especiales, la “gloria del Señor” es algo tangible, es una nube de fuego o de luz, que ocupa un lugar, como les sucedió a los pastores.
La gloria del Señor, la Shekinah o signo viviente de la presencia divina, conocida en el Tabernáculo como algo tangible, siempre estaba relacionada con la luz, el resplandor de la gloria o una nube, es uno de los temas especiales de la Biblia. Ezequiel fue trasladado en esa nube para ver en un viaje singular, a través del tiempo, la gloria futura de la ciudad celestial. Jesucristo fue arrebatado al cielo en una nube, los ángeles dijeron que volvería de la misma manera. En el Antiguo Testamento, se hace muchas veces referencia a la Gloria del Señor de esta manera. Una nube de luz iluminó a Jesucristo en el monte de la Transfiguración junto a Moisés y Elías. Hay varios textos en la Biblia en los cuales la gloria del Señor se menciona de forma especial, visible y concreta: “Mientras Aarón hablaba con toda la comunidad israelita, volvieron la mirada hacia el desierto, y vieron que la gloria del SEÑOR se hacía presente en una nube (Éxodo 16:10). “La gloria del SEÑOR se posó sobre el Sinaí. Seis días la nube cubrió el monte (Éxodo 24:16). “En ese instante la nube cubrió la Tienda de reunión, y la gloria del SEÑOR llenó el santuario” (Éxodo 40:34). “Moisés y Aarón entraron en la Tienda de reunión. Al salir bendijeron al pueblo, y la gloria del SEÑOR se manifestó a todo el pueblo (Levítico 9:23). ” “Y por causa de la nube, los sacerdotes no pudieron celebrar el culto, pues la gloria del SEÑOR había llenado el templo” (1 Reyes 8:11). “Por causa de la nube, los sacerdotes no pudieron celebrar el culto, pues la gloria del SEÑOR había llenado el templo” (2 Crónicas 5:14). “El resplandor era semejante al del arco iris cuando aparece en las nubes en un día de lluvia. Tal era el aspecto de la gloria del SEÑOR, ante esa visión, caí rostro en tierra y oí que una voz me hablaba” (Ezequiel 1:28)” “Entonces la gloria del SEÑOR, que estaba sobre los querubines, se elevó y se dirigió hacia el umbral del templo, la nube llenó el templo, y el atrio se llenó del resplandor de la gloria del SEÑOR” (Ezequiel 10:4). “Entonces el Espíritu me levantó y me introdujo en el atrio interior, y vi que la gloria del SEÑOR había llenado el templo (Ezequiel 43:5).” “La gloria del SEÑOR los envolvió en su luz y se llenaron de temor (Lucas 1:9).” Un ángel le dice a los pastores “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.
A pesar de ser los pastores pobres y despreciados por la sociedad, Dios los honras eligiéndolos para que fueran ellos los primeros en escuchar la noticia acerca del nacimiento de Jesús. Van a adorar a un niño que es descendiente del rey David, quien había sido un pastor, humilde pastor como ellos, en los mismos campos de Belén, antes de ser el gran rey de Israel. El ángel, tal vez haya sido el mismo ángel Gabriel, primero les da la buena noticia, se presenta solo, como para no asustarlos, pero a continuación una multitud de ángeles se revelan a los pastores, brindándoles la oportunidad de escuchar a un espectacular coro de alabanzas.
Es una constante del Señor el manifestarse a los pobres, a los desposeídos, a los que no tienen esperanzas, por lo general son ellos los que prestan oído a Dios, porque la solución a sus problemas no proviene de ellos mismos, no tienen herramientas, herencia, cultura, ni pueden defender sus derechos, sin embargo a ellos Dios los visitas con palabras de liento. A ellos estaban dirigidas las palabras de Jesucristo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados que yo os haré descansar”. Así sucedió con Ana, la madre de Samuel, con Elisabet la madre de Juan, con David, el hijo menor que no merecía la consideración ni siquiera de su padre. Pero cuando ya no hay esperanzas, cuando el hombre da todo por terminado es cuando aparece Dios. Los ángeles se fueron al cielo. ¿Hay alguna duda de que los ángeles son del cielo? ¿Del primer cielo? ¿Del segundo cielo? ¿Del tercer cielo? ¡Son del cielo y punto! De donde es nuestra patria, de donde tenemos nuestra ciudadanía, creyendo al mensaje del cielo creemos en el que vino del cielo, se fue al cielo y prometió también venir del cielo.
Los pastores dijeron: vamos rápidamente, no había lugar para las dudas con semejante sorpresa, por haber visto lo que vieron. Se sentían privilegiados. No había ninguna duda ni indecisión. Es como cuando uno tiene en la vida un encuentro personal con Cristo, no hay lugar para las dudas, no hay lugar para después, no hay tiempo ni para enterrar a los muerto. Así graficaría Jesucristo varios años después a los que tienen una visión del cielo y el llamado de Dios. ¿Fueron ellos con sus rebaños a ver al niño? No lo sabemos, lo que sí sabemos, es que se dieron prisa para acudir al pesebre, tenían prisa por conocer a Jesús, querían obedecer al mensaje, querían terminar de comprender  la visión que los había sorprendido. El campo estaba a un kilómetro y medio de Belén. ¡Qué largo les era el camino! ¡Amén!

diciembre 23, 2014

Las Actividades de Dios

(1 Corintios 12:4-6, 11)

“Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo... Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere”. El término “variedades de dones” usado por Pablo, está en plural, para revelarnos la forma completa en que la gracia de Dios se ha manifestado. Los dones tienen funciones distintas y están ampliamente distribuidos en la comunidad cristiana. Cada creyente tiene algún don o dones, pero nunca posee todos los dones. La palabra “variedades” quiere decir que en la iglesia de Cristo hay unidad y diversidad al mismo tiempo. Pensemos, por ejemplo, en un árbol, aunque el árbol produce una multitud de hojas, ninguna es igual. De la misma forma, la iglesia refleja unidad en su totalidad y uniformidad en sus partes. La iglesia ha sido bendecida con una variedad de dones que reflejan la diversidad y que contribuyen a la unidad. ¿Qué son estos dones? En el versículo (v. 1), Pablo mencionó los πνευματικν (dones espirituales), pero ahora los llama χαρίσματα (dones de gracia). En este capítulo, Pablo enumera nueve dones como ejemplos: sabiduría, conocimiento, profecía, fe, sanidades, milagros, discernimiento espiritual, hablar en lenguas, interpretación de lenguas. No obstante, Pablo no intenta ser exhaustivo ni completo. De hecho, el número mencionados en el Nuevo Testamento llega sólo a unos veinte dones.
Pablo no dice del mismo Espíritu porque esto significaría que el Espíritu es el único que reparte estos dones. Sino el mismo Espíritu porque tanto el Padre, el Hijo como el Espíritu Santo dan dones al pueblo. Pablo usa el adversativo en la segunda oración del v. 4 para dar a conocer la variedad de dones y la igualdad del Espíritu. El Espíritu capacita a los miembros de la iglesia de Cristo a recibir, desarrollar y aplicar estos dones en y para la unidad del cuerpo de Cristo. Cualquiera que sea el don, es el mismo Espíritu el que está obrando en la vida del creyente. Dado que el Espíritu Santo está detrás de cada don que se distribuye al pueblo del Señor, no debería haber orgullo ni división entre nosotros. El Espíritu no es promotor de divisiones, él lo que hace es promover la unidad de la Iglesia en un cuerpo, como un edificio espiritual. “Hay variedades de ministerios, pero el Señor es el mismo”. En el versículo v. 5, Pablo enseña que el Señor Jesucristo es el responsable de impartir los dones ministeriales. La palabra griega διακονιν realmente apunta a ministerios de servicios que se le entregan a la iglesia. Las palabras españolas diácono y diaconado se derivan de este vocablo. Nadie debería jactarse de haber recibido un don más grande o una posición más eminente que otros, porque todos los dones y posiciones los da el Señor. La noche que fue arrestado, el Señor lavó los pies de sus discípulos y dijo: “…Ciertamente les aseguro que ningún siervo es más que su amo, y ningún mensajero es más que el que lo envió”. El servicio en la iglesia y en la comunidad debe prestarse en el espíritu de Jesús, quien dota y energiza a su pueblo con talentos y habilidades. Jesús es el mismo para cada creyente y no muestra favoritismo alguno. Reconoce completamente el servicio que cada uno realiza, cualquiera que sea, cuando se hace con humildad y para él.
“Y hay variedades de actividades”. ¿Qué son estas variedades de actividades? La palabra griega νεργήματα (actividades) aparece dos veces en el Nuevo Testamento (vv. 6 y 10). En el versículo 6, la palabra se conecta con el concepto de dones, mientras que en el versículo 10 quiere decir poderes milagrosos. Aquí señalan aquellas acciones que son el resultado del poder ενεργοποίηση de Dios. El predicador depende por completo del que lo envió para obtener la autoridad, la unción y poder para predicar, y debe reconocer que es el portavoz. Dios pone a su pueblo en todo sector y segmento de la sociedad, para dar a conocer la verdad en todos los  lugares. Dios quiere que su pueblo ministre a los que sufren: hombres, mujeres y niños. Dios nos da su poder para sanar a un mundo destrozado que necesita ayuda material, física, emocional, y espiritual. Tenemos una variedad sorprendente e innumerable de dones y talentos. Con frecuencia contribuimos al bienestar de la sociedad. Con nuestros talentos y habilidades, podemos liderar en muchas áreas de la vida pública y privada. Jesús nos ha colocado en posiciones estratégicas en todo el mundo y nos llama a usar nuestros talentos para expandir su reino y para el crecimiento de su iglesia. Dios quiere que usemos nuestros dones para el bien de la humanidad.  Por medio de nuestros ministerios, Jesús da a conocer su nombre a todas las naciones, razas, pueblos y lenguas. ¡Amén!

diciembre 19, 2014

El Cinismo de los Hombres

(1 Corintios 15:33-34)


“No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. Velad debidamente, y no pequéis; porque algunos no conocen a Dios; para vergüenza vuestra lo digo”. Pablo está consciente de lo fácil que es para la gente aceptar principios y un estilos de vida pervertidos como algo normativos. Sin reflexionar en las cosas que están en juego, simplemente se descarrían adoptando creencias y conductas erróneas. Por esta razón, Pablo cita un proverbio de la obra Thais, del poeta griego Menandro: “Las malas compañías corrompen las buenas costumbres”. Cuando nos asociamos y deleitamos con malas compañías, corremos el riesgo de adoptar un lenguaje profano y grosero que corromperá nuestro buen carácter. Nuestra conversación revela nuestro ser interno, dañando o elevando nuestra reputación. Los que negaban la doctrina de la resurrección se burlaban de ella. Estos miopes espirituales sólo consideraban su existencia física, la que en su opinión terminaba con la muerte.
El cínico es el hombre impuro, obsceno, descarado y que carece de vergüenza a la hora de mentir o de defender acciones que son condenables. El cinismo señalaba que la sabiduría y la libertad de espíritu eran el camino a la felicidad, mientras que las cosas materiales eran despreciables. Los cínicos evitaban el placer para no convertirse en sus esclavos. Con el tiempo, el concepto de cinismo fue mutando y hoy se asocia con la tendencia de no creer en la bondad ni en la sinceridad del ser humano. Las actitudes cínicas están vinculadas al sarcasmo, a la ironía y a la burla. Si como cristianos mantenemos una intimidad con este tipo de personas, esa relación terminará por corromper nuestros principios y valores.  
Las  personas cínicas, que se jactan de su estilo de vida licenciosa, y que piensan que esta es la prueba indiscutible de su éxito; ignoran voluntariamente  que un día tendrán que rendir cuenta de sus actos.  El cinismo, es la condición del hombre que se caracteriza por un franco desprecio de las normas morales. Es una persona que de manera desvergonzada hace caso omiso de las normas de la decencia.  El cínico vulgariza y trivializa los valores y principios morales. “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (1Corintios 6:9-10). Nuestro estilo de vida no es algo relativo, si persistimos en hacer lo que hacen los perversos correremos la misma suerte que ellos. La sociedad ha desarrollado una serie de complicados argumentos para apoyar su estilo de vida libertino. Los que hacen quizá esté más allá del alcance de la ley terrenal, pero no del justo juicio de Dios.
Existe el riesgo de dejarse arrastrar por las cosas del mundo: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:14-18).  Vivimos en un ambiente hostil, todavía existen prácticas paganas que pueden corromper nuestras vidas. En nuestro diario vivir a menudo entramos en contacto con todas clases de personas, costumbres y tradiciones, esto incluye el trato con nuestros familiares, amigos, y socios que pertenecen al mundo pagano.  El joven o la joven que escoge su cónyuge con las mismas orientaciones espirituales, tiene una probabilidad mucho mayor de tener un matrimonio exitoso, satisfactorio y duradero, y un estilo de vida provechoso que aquel que no lo hace.
Cuando los cristianos se mezclan con el mundo, lo que surge de esa mezcla es un sincretismo religioso. No debemos comprometer nuestra fe ni nuestra integridad espiritual. Es imposible una disociación total con el mundo pero cualquier acción que cause que nos comprometamos con el mundo debe ser evitada.  Olvidarnos que somos miembros del pueblo de Dios puede ser fatal. Pertenecer al pueblo de Dios significa ser santo (separado) para Dios. Isaías participó activamente en las políticas del rey Usías. “Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5).  Isaías se dio cuenta de que era impuro ante Dios, un ángel tuvo que pasarle un carbón encendido por sus labios, aunque no fue el carbón lo que lo limpió, sino Dios. Debemos estar limpios, confesar nuestros pecados y someternos al control de Dios.  Quizás resulte doloroso que Dios nos purifique, pero es necesario si en realidad queremos representar verdaderamente a Dios. El Señor es puro y perfectamente santo, justo y bueno. “La boca del justo producirá sabiduría; más la lengua perversa será cortada”. “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; más la lengua de los sabios es medicina”. “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos” ¡Amén!

diciembre 17, 2014

El control del Espíritu Santo

(Efesios 1:15-23)

“Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”.
Someternos constantemente al Espíritu Santo, sin ninguna resistencia, nos permitirás tener una comunión permanente con Dios. Si obedecemos al Espíritu, en poco tiempo, veremos un gran cambio en nuestra vida personal, familiar y también en nuestra economía. Nuestras vidas necesitan ser habitadas y regidas por el Espíritu de Dios. Nuestra mente, sensibilidad  y voluntad deben estar controladas por el Espíritu Santo. Es preciso que él se mantenga fluyendo en nuestro ser para poder entrar a la presencia del Padre. “Porque por medio de él [Cristo] los unos [judíos] y los otros [gentiles] tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Efesios 2:18).  Es “en” o “por medio de” el Espíritu que el hombre tiene acceso al Padre. Nuestro acercamiento al Padre se halla asociado con la presencia interna y el poder capacitador del Espíritu Santo.
“En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Lucas 10:21-22). “En aquel tiempo” aquí indica “el tiempo del regreso de los setenta y dos y el informe que trajeron”. Al mencionar el hecho de que Jesús se regocijó grandemente “en el Espíritu Santo”, Lucas quiere decir que el Espíritu por el cual el Señor fue ungido fue la causa y el originador de su gozo y acción de gracias. Lleno entonces, del Espíritu Santo y regocijándose por el informe recibido de los setenta y dos, Jesús eleva su corazón y voz a su Padre y dice: “Te alabo Padre,” etc. Los verdaderos hijos de Dios no “son sabios en su propia opinión” ni tienen confianza en sí mismos sino que están conscientes de su completa dependencia del poder y misericordia del Padre. “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15). La relación entre Padre, Hijo y Espíritu Santo es tan estrecha, la unión tán intima e indisoluble, que es imposible deshonrar al Hijo sin deshonrar también al Padre y al Espíritu Santo.
El Hijo de Dios fue dotado con el Espíritu de Jehová, esto es, con el Espíritu de sabiduría y entendimiento, de consejo y poder, de conocimiento y de temor de Jehová. Todas estas cualidades espirituales y muchas más les han sido confiadas a Jesús por el Padre, a fin de que de él como de una fuente fluyan hacia nosotros. Solo el Padre puede penetrar en las profundidades y esencia del Hijo, solo Dios conoce sus tesoros infinitos de sabiduría, gracia y poder, con los que el Hijo ha sido dotado por el Espíritu Santo. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:14-16). Es por medio del Espíritu que los hijos de Dios deben hacer morir las obras vergonzosas del cuerpo. Es del Espíritu de quien recibimos la certeza de que ciertamente somos hijos de Dios. Tenemos una obligación que cumplir; pero no la podemos cumplir por nuestro propio poder. ¿Cómo, entonces? Para poder cumplir con nuestras obligaciones necesitamos hacer “por el Espíritu” y de ningún otro modo.
Entre los atributos que nos permiten tener acceso al Padre por medio del Espíritu se pueden mencionar los siguientes: reverencia, fervor, tenacidad, amor a Dios y al prójimo, la capacidad de distinguir entre lo que es necesario y lo que es meramente un deseos o preocupación por la humanidad, la espontaneidad o naturalidad, y una fe sencilla que agrada a Dios como la que tenía Abraham. Cuando los creyentes tienen estas cualidades actúan como los hicieron los hombres y mujeres de Dios en el AT. Vemos el fervor de la intercesión de Abraham por las ciudades de la llanura; la lucha de Jacob en Jaboc; la súplica de Moisés en favor del pueblo de Israel; la oración de Ana pidiendo un hijo; la respuesta de Samuel al llamado de Jehová; su “clamor” a Dios en Ebenezer; las innumerables confesiones, súplicas, expresiones de acción de gracias y adoración de David (en los Salmos); la oración de Salomón al dedicar el templo; las súplicas de Josafat cuando fue asediado por sus enemigos; las “intersecciones” en la oración de Esdras y de Nehemías; la confesión de Daniel; la oración del publicano, de la iglesia primitiva, de Esteban, y de Pablo; y el vivo anhelo de la Iglesia por la venida de Cristo.
La gloria de Dios estará en todo aquel que le permita al Espíritu Santo llenarlo y tener autoridad en él. Tenemos que aprender a no actuar ni conducirnos siguiendo nuestros sentimientos ni debemos hacer las cosas por lo que ven nuestros ojos, tenemos que actuar por la fe, servir de acuerdo con la voluntad del Señor y glorificar a Dios en todos los que hacemos. Nuestro sistema nervioso es muy sensible y es fácilmente estimulado por las circunstancias. Las conversaciones, las actitudes, el ambiente y las relaciones que tenemos con los demás pueden fácilmente afectarnos. Nuestra mente tiene muchos pensamientos, planes e imaginaciones, pero todos son muy confusos sin la iluminación del Espíritu Santo. Nuestra voluntad tiene muchas opciones e ideas y le encanta actuar según sus caprichos pero sin la guía del Espíritu el fracaso será inevitable. Ninguna  de nuestras facultades nos dará la paz interior que necesitamos. Solo el Espíritu nos llenara del amor de Dios y de sus frutos, entre ellos, una paz que sobrepasa todo entendimiento. ¡Amén!

diciembre 16, 2014

Una vida conforme a la Palabra

(Santiago 1:17-19)

“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas. Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse”. Para llegar a ser maduro y completo, el creyente debe ir a Dios y buscar en él todos los necesarios para la vida material y espiritual. Los dones de Dios son sin cargos ni intereses tampoco se nos exiges devolverlos. Muchos de nosotros no alcanzamos a comprender el significado del derramamiento del Espíritu Santo y nos negamos a aceptar la verdad de Dios. Con la venida de Jesús y el derramamiento del Espíritu se nos enseña que “dar continuamente” es una de las características de Dios. Primero nos dio a Su Hijo y luego de la muerte, sepultura, resurrección y ascensión del Hijo; nos dio al Espíritu Santo. Dios tiene un interés permanente y especial en sus hijos. La paternidad es parte de la naturaleza de Dios. El es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo y, por nuestra filiación con Cristo, es también nuestro Padre. Él nos dio nueva vida en Cristo Jesús para que esa vida sea preservada nos manda a vivir conforme a Su palabra.
Para vivir conforme a la Palabra debemos escuchar la Palabra. Escuchar es un arte difícil de dominar, ya que significa centrar nuestro interés en la persona que habla, es decir, para escuchar a Dios tenemos que centrar nuestro interés en El. Tenemos que cerrar nuestra boca y abrir los oídos y el corazón al que nos habla desde los cielos. “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos” (Hebreos 12:25). Esta amonestación nos ha sido dada en diversas formas en las Escrituras. “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado” (Hebreos 3:12). Como representante de Dios, Moisés se los había advertido repetidamente a los israelitas, pero éstos habían repudiado la Palabra. No quisieron escuchar y al rechazar la Palabra de Dios, rechazaron a Dios. “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Hebreos 10:26-27).
El que habla es obviamente Dios, aquel cuya palabra sacudió la montaña e hizo que el pueblo temblara de miedo. Para que no se desalentaran por medio del profeta Hageo, Dios habló a los israelitas y dijo: “Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Hageos 2:6-7). El profeta predijo un sacudimiento de los cielos y de la tierra para demostrar la secuencia y el efecto de la obra de Cristo. La tierra se sacudió literalmente cuando Cristo murió y cuando resucitó. Pera fue a través de la predicación del evangelio y del derramamiento del Espíritu Santo que Dios sacudió a todo el mundo.
Para vivir conforme a la Palabra debemos obedecer las Escrituras. Considere el caso de Moisés, que se enojó con los israelitas y no escuchó las instrucciones que Dios le había dado. “Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó. Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias. Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (Números 20:9-12). La desobediencia e incredulidad nos privan de las bendiciones de Dios. Hace falta una limpieza espiritual para que la Palabra de Dios, ya sea en forma escrita o hablada, pueda entrar en nuestras vidas. Una planta, necesita cuidado constante. Si la planta es privada de agua y de nutrición, morirá. La Palabra requiere un cuidado y una aplicación diligente para que podamos crecer y madurar espiritualmente.
Para vivir conforme a la Palabra debemos recibirla con humildad. No con debilidad pero sí con mansedumbre. Al aceptar la Palabra, en nuestros corazones debemos estar libres de la ira, la malicia y de toda amargura. En su lugar debemos demostrar la benignidad y humildad del Señor. La Palabra de Dios fielmente proclamada y escuchada con atención puede salvar a quien la oye. Tiene el poder de transformar vidas porque es viva y activa. La palabra salvar tiene en la Escritura un significado mucho más profundo del que habitualmente le otorgamos. El verbo salvar implica no solamente la salvación del alma sino la restauración de la vida. Salvar significa hacer que la persona sea íntegra y completa en todo. Y eso es lo que la Palabra de Dios puede hacer por el creyente. El evangelio es poder de Dios y obra en todo aquel que cree. ¡Amén!

diciembre 15, 2014

Una purificación activa

(2 Corintios 4:6)

“Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. En el camino a Damasco, Dios resplandeció en el corazón de Pablo. Se dio cuenta de que Jesús a quien él había aborrecido y al que él creía que estaba sepultado en un sepulcro de Judea era en realidad el Señor de la gloria. La iluminación, viene a la persona por el conocimiento de la gloria de Dios. El evangelio es la luz por la que los creyentes contemplan la gloria de Dios revelada en Jesucristo. La frase “en la faz de Jesucristo” compendia la discusión de Pablo sobre el resplandor de la gloria de Dios en el rostro de Moisés, y la gloria del Señor que los creyentes ven y reflejan. Los israelitas le rogaron a Moisés que cubriera su cara, pues así no tendrían que ver el resplandor de su rostro. Pero los creyentes, iluminados por el evangelio, ven la faz de Jesucristo y contemplan su gloria—“la gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).
La revelación de este conocimiento de la gloria de Dios; nos ha sido dados por medio del Hijo. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos” (Hebreos 1:1-4).  Todas las perfecciones que se encuentran en Dios se encuentran también en Jesús. La gloria de los atributos morales y espirituales de Dios se ven también en Cristo. El Señor Jesús es la representación exacta del ser y de la esencia de Dios. En todas las formas concebibles, Cristo representa al Padre de una manera exacta. El Hijo, siendo Dios, nos revela por Sus palabras y manera de ser cómo es Dios.
Para ser santo debemos ser creyentes activos e implementar un proceso de purificación y santificación activo que debe ir acompañado e inseparablemente unido a la iluminación progresiva y a la intensidad de nuestra unión con Dios.  Por la gracia del Señor Jesucristo y la comunión en el Espíritu Santo tenemos la posibilidad y la facilidad de vivir en santidad. Dios nos está llamando a renunciar a las malas inclinaciones, a los hábitos y vicios adquiridos que corrompen nuestros ser interior. Dios ha puesto a nuestra disposición de manera sobrenatural la posibilidad y facilidad, por medio de la Palabra y del Espíritu Santo, de purificar y santificar nuestras vidas. Los vocablos hebreo y griego para “santidad” transmiten la idea de puro o limpio en sentido espiritual, apartado de la corrupción. La santidad de Dios denota su absoluta perfección moral.
La santidad es la participación del creyente en la vida de Cristo. El cristiano debe ser lo suficientemente obedientes a la figura de Cristo como para representarle fielmente. Los santos son considerados un modelo de santidad a imitar. Al creyente se le exige un alto nivel de santidad y moralidad. “Oh Jehová Dios, levántate ahora para habitar en tu reposo, tú y el arca de tu poder; oh Jehová Dios, sean vestidos de salvación tus sacerdotes, y tus santos se regocijen en tu bondad” (2 Crónicas 6:41). Dios demanda de nosotros una purificación activa de los sentidos. Los sentidos externos, son aquellos cuyos órganos, colocados en diferentes partes externas del cuerpo, perciben directamente las propiedades materiales de las cosas exteriores. “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mateo 5:29). Los sentidos internos son aquellos en los que se recogen, conservan, estiman y evocan las sensaciones. Los sentidos internos son cuatro: 1.- el sentido común, 2.- la fantasía o imaginación, 3.- la facultad estimativa y 4.- la memoria sensitiva. Residen todos en el cerebro, aunque no se ha determinado todavía su localización exacta.
La purificación activa de los sentidos tiene por objeto contenerlos y someterlos plenamente al control del espíritu y de la razón. “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24). Tenemos dos naturalezas, la naturaleza pecaminosa que recibimos de Adán y la espiritual que recibimos de Dios. Estas dos naturalezas se oponen en sus deseos y propósitos. La carnal quiere satisfacer sus deseos carnales. La espiritual quiere agradar a Dios. La naturaleza espiritual es el deseo interno que tenemos de hacer el bien. Para el cristiano poder hacer lo que la naturaleza espiritual le pide y exige es necesario que experimente la vida que tiene en Cristo.
La vida en el Espíritu no es legalismo ni nos da licencia para vivir una vida en la carne. Vivir en el Espíritu no significa ser pasivo sino dejar que el Espíritu nos guíe. El caminar en la carne es evidente por los frutos que produce. Purifiquémonos y santifiquémonos de las violaciones a la ley moral, de la contaminación sexual y religiosa. “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. Renunciemos a toda impureza moral en pensamiento, palabras y hechos. ¡Amén!

diciembre 12, 2014

No hay otro camino posible

(Mateo 16:24-25)

“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”. Seguir a Jesús significa seguir a un hombre que sería humillado, maltratado y crucificado. Jesús no les encubrió a sus discípulos las demandas difíciles del discipulado, aun bajo riesgo de asustarlos, o de ahuyentarlos. El camino a la cruz sería literal para Jesús y para algunos de sus seguidores, pero para todos sería un principio que significaría renunciar a sí mismos, y a las cosas del mundo. No se trata de renunciar a una o dos cosas, por más importantes que estas sean, sino de renunciar a todas las demandas egoístas de la vida. Lo que Jesús nos pide es un cambio radical de un ser egocéntrico a un ser Cristocéntrico.
La autopreservación como uno de los instintos fundamentales del hombre, muchas veces es la preservación del hombre natural o carnal. Cristo no nos demanda la negación de nuestra personalidad, sino que nos presenta el único camino para que cada uno descubra su verdadero ser y la libertad del dominio del ego. El discípulo de Cristo tiene que cargar con su propia cruz y seguir a Cristo hasta la cumbre del Calvario; no para ver cómo le crucifican a él, sino para dejarse crucificar juntamente con él. La comodidad debe ser puesta a un lado y el amor propio debe ser humillado. Los cobarde pueden inventarse nuevas fórmulas e inventar nuevos sistemas de santificación, cómodos y fáciles, pero todos están inexorablemente condenados al fracaso. Para el discípulo de Cristo no existen victorias sin batallas ni éxitos sin esfuerzos.  Los líderes que se han lanzado a logar grandes conquistas han expresado los sacrificios que deben realizarse para lograrlas. Somos soldados de Cristo y muchas veces nos aguardaban penurias y sufrimientos pero el triunfo del creyente es seguro. Sin sacrificio no es posible obtener la redención ni la libertad.
Tomar la cruz y seguir a Cristo, significa subir al altar y sacrificar nuestras apetencias personales y todos aquellos que nos impida seguir a nuestro líder. Si alguno quiere... (v. 24) es la clave. Esta frase es condicional, es algo voluntario, y la invitación está abierta para todos, pero depende de cada uno. Es una oración condicional, de primera clase, y presume la realidad de la premisa. Jesús espera que todas las personas razonables se dediquen a seguirle. En el texto hay tres imperativos, para el que quiera ir en pos, o detrás, de él. 1.- Negarse a sí mismo, y 2.- tomar su cruz son dos imperativos en tiempo aoristo que denotan una acción decisiva, inmediata, y puntual. “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:11). Los que eran condenados a morir en la cruz tenían que “tomar su cruz” y llevarla hasta el sitio de la ejecución. El tercer imperativo, “sígame”, está en tiempo presente y denota una acción continuada, y repetida. Jesús dice que el que quiera seguirle debe adoptar una norma y actitud, de negarse a sí mismo y tomar su cruz. Seguirle es una acción que continúa por el resto de su vida.
Muchos están poniendo en juego los valores cristianos por el amor al dinero y con esta acción corren el riesgo de perder la vida eterna. Algunos lo quieren todo para sí pero no están dispuestos a dar su vida al Señor. Muchos en esa búsqueda frenética de las cosas materiales no solo perderán la vida física sino también la salvación de su alma. Las consecuencias de seguir siendo una persona egocéntrica son devastadoras. El que decida seguir el camino de la autopreservación, y así salvar su vida, la perderá, porque es una vida egocéntrica. En cambio, el que decide seguir en pos de Jesús, el que pierda su vida por Su causa, encontrará la verdadera vida en toda su plenitud. Obsérvese el énfasis: el que quiera salvar su vida... Otra vez depende de la voluntad de cada individuo. Jesús emplea dos preguntas que obligan al creyente a la reflexión y muestran el peligro de seguir el principio de la autopreservación de forma egoísta, acumulando cosas. ¿Qué cosa es de tanto valor para intercambiarla por tu alma? En un negocio uno da algo y recibe algo. Es un mal negocio si lo que recibe es de poco o de ningún valor en comparación con lo que entrega. Jesús dice que el alma vale más que el mundo entero.
“Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:26-27).  El creyente como un atleta que corre, debe fijar sus ojos en la meta, porque no puede darse el lujo de correr sin dirección. A lo largo de toda la carrera cristina, la meta está siempre delante de nosotros. Ningún creyente puede perder de vista su meta final. No podemos relajarnos ni dejar de esforzarnos espiritualmente, imitemos y corramos hacia la meta como los hacía Pablo.
Pablo no quiere decir que él literalmente golpee su cuerpo. Fueron sus enemigos los que lo golpearon, y no tenemos ninguna razón para pensar que él se azotara o golpeara a sí mismo. Con la expresión esclavizar o servidumbre, Pablo nos indica que él tenía disciplina y  dominio propio y que se dedica a lograr su propósito en Dios. El creyente controla su forma de vida para que nadie lo acuse de contradecir con su vida el evangelio que predica. Se esfuerza física y mentalmente para beneficio del evangelio. Lo que quiere decir es que el evangelio que predica es una realidad en su vida. Si somos indisciplinados y no ejercemos el dominio propio que nos ha sido dado por Espíritu quedaremos descalificados. “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. ¡Amén!

diciembre 11, 2014

La naturaleza de la concupiscencia

(Romanos 7:15)

“Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago”. Este texto describe la lucha que libra el creyente que no se ha identificado plenamente con Cristo. El hombre que intenta alcanzar y vivir en santidad a través de su propio esfuerzo, pronto descubrirá que esa es una batalla perdida, y no debe de sorprendernos, porque la naturaleza humana caída y arruinada por el pecado, no tiene el poder para conquistar el pecado y vivir en santidad. La vieja naturaleza en su estado de corrupción, no es capaz de vencer el poder del pecado. En su miseria, el creyente reconoce que es incapaz de liberarse por sí mismo de esta ofensiva y repugnante esclavitud y que necesita ayuda de una fuente externa. “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”. Con su mente renovada, es decir, con su nueva naturaleza, el creyente sirve a la ley de Dios, mas en la carne o vieja naturaleza sirve a la ley del pecado. Es el Espíritu Santo quien nos libertad del pecado y de la muerte cuando aplica los beneficios de la obra redentora de Cristo; él nos da la fuerza para servir a Dios; el Espíritu nos da la victoria sobre el pecado y sobre el temor a la muerte; nos guía en el servicio de adoración que realizamos para Dios. El es quien da testimonio a nuestro espíritu de nuestra filiación como hijo de Dios; y quien nos ayuda en la oración e intersección.
La concupiscencia es la tendencia propia y característica de nuestra sensualidad. Es nuestra concupiscencia la que provoca en nosotros una sed insaciable de placer. El horror al sufrimiento no es más que una consecuencia lógica y el aspecto negativo de esta sed.  Huimos del dolor porque amamos más el placer de este mundo que los padecimientos de Cristo. Esta tendencia al placer es lo que se conoce con el nombre de concupiscencia. Este deseo de placer reside propiamente en los apetitos sensitivos; pero participa también de ella el alma, por su íntima unión con el cuerpo. A raíz de la caída del hombre, se rompió el equilibrio entre nuestras facultades. Ante de la caída de Adán y Eva, el placer y nuestros apetitos inferiores estaban sujetos plenamente a la razón; debido a la caída y  ruptura de nuestro equilibrio, la concupiscencia y apetitos carnales se oponen a las exigencias de la razón y nos empujan hacia el pecado. “Porque no hago el bien que quiero [lo que quiere el espíritu y la razón], sino el mal que no quiero [lo que quiere la concupiscencia y el placer], eso hago”. Es un combate entre la carne y el espíritu, una  lucha encarnizada e incesante por eso debemos someter nuestros instintos corporales al control y gobierno del espíritu y de la razón iluminada por el Espíritu Santo.
En su sentido etimológico, la concupiscencia es el deseo que produce satisfacción, "El deseo desmedido" no en el sentido del bien moral, sino el deseo que produce una satisfacción carnal. El apetito sensual, concupiscente, es la gratificación de los sentidos. El vocablo “concupiscencia” tiene dos acepciones que son, por un lado la tendencia a pecar y por el otro los "impulsos" que están ligados a la naturaleza caída. Son estos impulsos que deben ser regidos por el espíritu, la prudencia y la razón humana, iluminada por Espíritu Santo.
La dificultad que tenemos los creyentes está en señalar cuál es el límite que separa el placer honesto y ordenado por Dios, del placer desordenado y prohibido. Hay muchos para quienes los placeres lícitos sirven con frecuencia de aliciente e incentivo para hacer cosas desordenadas e ilícitas. El placer de la comida les cautiva; en lugar de comer para vivir viven para comer. Los placeres de la mesa le preparan el camino a los placeres de la carne; la glotonería es la antesala de la lujuria. La sensualidad encuentra el terreno abonado por la ociosidad. “Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén. Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa” 2 Samuel 11:1-4). David mandó por la mujer de Urías y cometió adulterio con ella. Luego trató de esconder su pecado. David instruyó a Urías a regresar a su casa, esperando que tuviera relaciones con Betsabé. Entonces, al nacer el niño, Urías pensaría que era suyo. Sin embargo, Urías estropeó los planes de David. En vez de regresar a su casa, Urías durmió a la puerta de la casa del rey; sintió que no era apropiado que él gozara de la comodidad de su casa mientras su nación estaba en guerra. La ociosidad es sinónimo de la vagancia, pereza, inactividad, holgazanería, y desidia. La voluntad más enérgica está expuesta a sucumbir con facilidad sometida imprudentemente a la dura prueba de una ocasión sugestiva. Lo mejor es huir de la tentación como lo hizo José cuando la mujer de su amo trato de seducirlo. ¡Apártate de todos los que traten de seducir a pecar contra Dios!

 Nuestra santidad depende de nuestra unión con Cristo. Si nos separamos de él no lograremos alcanzar nuestro objetivo. “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer (Juan 4:4-5). ¡Amén!

diciembre 10, 2014

La posesión, residencia y alteración

(Mateo 4:23-25)

“…; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó. Y le siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán.” Sanó a todos los afligidos, incluyendo aun a los endemoniados, epilépticos y paralíticos. Los curaba inmediata y completamente. No era necesario un segundo tratamiento.
“... Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:14-17). Los endemoniados fueron liberados, los espíritus malignos que los controlaban fueron expulsados por la palabra y el poder de Cristo. Esta era una señal que indicaba que el reino de Dios había llegado de una forma especial, que el poder de Satanás estaba siendo restringido, y que el “hombre fuerte” estaba siendo atado. Todos fueron sanados sin importar qué tipo de enfermedad tenían o padecían ni que tan grave era, si era “incurable” o “mortal”.
La realidad de la posesión diabólica es un hecho absolutamente indiscutible. En los evangelios aparecen varios casos de verdadera y auténtica posesión. Una posesión demoníaca ocurre cuando una persona está endemoniada, o simplemente poseída, cuando un espíritu impuro o inmundo entra en su cuerpo y le hace hablar y comportarse, no como ella quisiera, sino como el espíritu que mora en ella quiere. Los signos exteriores de la posesión son casi siempre los mismos: la individualidad se desvanece y surge una distinta, y demoníaca. Las personas endemoniadas presentaban unos síntomas determinados, como poner los "ojos en blanco", la llamada xenoglosia (hablar en lenguas desconocidas), la aparición de "dermografismos" (escrituras demoniaca), la conducta violenta, desorganizada o inhabitual en la persona; y las convulsiones. A las que se añadían la memoria o personalidad “borrada”, la respiración agónica, la animadversión a lo sagrado, la aparición de enfermedades sin causa aparente, el acceso a conocimientos sobre sucesos y cosas ocultas (la llamada gnosis) y el lenguajes extranjeros (la llamada glossolalia) o hablar y entender lenguas desconocidas por el sujeto, muchas de ellas "muertas" (que han dejado de existir), los supuestos cambios drásticos en la entonación vocal y en la estructura facial, la aparición repentina de lesiones (arañazos, punciones y diferentes marcas), las cicatrices "espontáneas" y la fuerza desproporcionada.
“Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo. Había siete hijos de un tal Esceva, judío, jefe de los sacerdotes, que hacían esto. Pero respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois? Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos (Hechos 19:13-16). Los judíos exorcistas que vieron a Pablo echar fuera a los demonios en el nombre de Jesús quedaron intrigados. Se dieron cuenta que sus propios poderes mágicos habían fallado, pero las palabras pronunciadas por Pablo resultaron efectivas. Los apóstoles sanaban a la gente en el nombre de Jesús, no como practicantes de la magia sino para demostrar la autoridad de Jesús.  Los charlatanes judíos en Éfeso dirían a los espíritus malos, “Te conjuro por el nombre de Jesús, a quien Pablo predica, que salgas”. Su conjuro es derivativo, porque incluye el nombre de Pablo. Además, ellos se exponen a sí mismos como incrédulos, porque sus palabras muestran que es Pablo, no ellos, quien servía a Jesús.
La posesión demoníaca es el término con que se describe el control interno, intermitente o permanente, por un demonio de las acciones del cuerpo de un ser humano. Los demonios pueden entrar en el cuerpo de una persona de varias maneras, principalmente debidos a las prácticas del espiritismo en sus diversas formas como: la invocación de espíritus, los pactos con Satanás, la astrología, la cartomancia, y el uso de la tabla güija, etc.
Judas actuó poseído por Satanás: “Estaba cerca la fiesta de los panes sin levadura, que se llama la pascua. Y los principales sacerdotes y los escribas buscaban cómo matarle; porque temían al pueblo. Y entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los doce; y éste fue y habló con los principales sacerdotes, y con los jefes de la guardia, de cómo se lo entregaría. Ellos se alegraron, y convinieron en darle dinero. (Lucas 22:1-5). Otro caso de posesión es el de Ananías y Safira su mujer: “Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad, y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles. Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?” (Hechos 5:1-3).
Existen por lo menos cuatros niveles de fortaleza espiritual. El primero es la influencia, en este nivel Satanás actúa desde fuera. El segundo es la opresión, en este nivel Satanás también actúa desde fuera. El tercero es la posesión, en este nivel Satanás actúa desde dentro de la persona y el cuarto es la enajenación en este nivel la persona pierde totalmente el control de su cuerpo como ocurría con el endemoniado de Gadara. Los verdaderos cristianos no pueden ser poseídos ni enajenados porque el Espíritu Santo mora en ellos y el Espíritu Santo no puede cohabitar con un demonio. La persona o es morada del Espíritu Santo o es morada de los demonios. Pero no pueden ocurrir las dos cosas a la vez. Lo que si puede hacer Satanás es influenciar y oprimir al creyente como ocurrió con Pedro. “Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23). [El tema se me ha hecho muy largo, lo dejo hasta aquí] ¡Amén!

diciembre 09, 2014

La naturaleza de la obsesión

(2 Samuel 13:1-2)

“Aconteció después de esto, que teniendo Absalón hijo de David una hermana hermosa que se llamaba Tamar, se enamoró de ella Amnón hijo de David. Y estaba Amnón angustiado hasta enfermarse por Tamar su hermana, pues por ser ella virgen, le parecía a Amnón que sería difícil hacerle cosa alguna”. Absalón tenía una hermana hermosa que se llamaba Tamar, ambos eran hijos de David y Maaca, hija de Talmai, rey de Gesur. Amnón era el hijo mayor de David, su madre era Ajinoam, mujer de David desde antes de él llegar a ser rey. Cada esposa de David tenía su propia casa y vivía en ella con sus hijos.
Aconteció después de esto, o sea después de haber terminado la guerra con los amonitas, que Amnón se enamoró de su hermana Tamar. Como David, Amnón puso su mirada en una mujer que la ley le prohibía tomar por esposa. Sin embargo este hombre tenía un desinterés total por los valores morales y religiosos, su preocupación era que Tamar le resultara difícil de seducir; tan angustiado estaba que se enfermó debido a su obsesión y preocupación. El mal consejo no tardó en llegar. Amnón no tardó en ejecutar el consejo que le había dado Jonadad su primo. En su corazón ya había concebido el pecado, su mente había sido influenciada y dominada totalmente por Satanás y por sus abominables deseos. No permita que un deseo arruine tu vida y las vidas de los miembros de tu familia.
La  obsesión es una perturbación producida por una idea, que con tenaz persistencia asalta la mente del individuo. Este pensamiento, sentimiento o tendencia está siempre en desacuerdo con el pensamiento consciente, y persiste más allá de los esfuerzos del hombre pecador por librarse de él. Es imposible vencer una obsesión sin las armaduras de Dios. “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas,  derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta” (2 Corintios 10:3-6). La obsesión tiene un carácter compulsivo y termina por adquirir una condición penosa y angustiante para quien la sufre. Cuando las obsesiones y las compulsiones se han hecho crónicas, se habla de una neurosis que perturba la vida normal del sujeto y que se transforma en un trastorno obsesivo-compulsivo.
Tamar le recordó a Amnón que forzarla era un acto que no se debía hacer en Israel, que tal acto era una vileza. Las palabras de Tamar indicaban la diferencia ética entre Israel y los demás pueblos; los cananeos no tenían una ley moral que prohibiera estos actos inmorales, su religión los obligaba a la inmoralidad, más bien, hacían orgías sexuales para complacer a los dioses de la fertilidad. Tamar trató que Amnón desistiera de su idea haciéndole ver que ella sufriría al llevar consigo esa deshonra y que él también padecería por cometer la ofensa; de acuerdo a la ley, los hermanos o medios hermanos que cometían incesto debían ser excluidos del pueblo. “Si alguno tomare a su hermana, hija de su padre o hija de su madre, y viere su desnudez, y ella viere la suya, es cosa execrable; por tanto serán muertos a ojos de los hijos de su pueblo; descubrió la desnudez de su hermana; su pecado llevará” (Levítico 20:17). Como última arma para defenderse, Tamar se ofrece en matrimonio a Amnón, quizás esperando que Amnón desistiera de su propósito. Amnón no escuchó ningún argumento de Tamar, sino que la forzó y la violó. Tanto se había obsesionado en conseguir su deseo que después de haber violado a Tamar, se llenó de odio contra ella, y la echó de su presencia.
La concupiscencia y el odio están muy relacionados. La lujuria lastima tanto al inocente como al culpable. David se enojó mucho, pero no castigó a Amnón como debió haberlo hecho, probablemente porque su propio pecado aún estaba fresco en la mente del pueblo. Sabía cuál era su deber, pero sus manos estaban atadas. Esto es lo que hace el pecado robarnos nuestra libertad moral, nos roba la libertad para actuar, hablar y testificar. En la verdadera y auténtica obsesión, la presencia y acción de Satanás es tan clara e inequívoca que nadie lo pone en duda.
La obsesión es un ataque del enemigo, que se esfuerza por entrar en la mente y en el corazón del individuo; el diablo se esfuerza por entrar en una plaza de la que todavía no es su dueño; es una plaza que él trata de conquistar pero que todavía no ha conquistado. La posesión—en cambio—es cuando el enemigo está morando en el corazón de la persona y la gobierna despóticamente. La obsesión puede ser interna o externa. La primera afecta las potencias y facultades del hombre interior, principalmente a la imaginación, provocando impresiones erradas. La segunda clase de obsesión afecta a los sentidos externos. La obsesión interna no se distingue de las tentaciones ordinarias; lo que las diferencias es su violencia y duración. Y aunque es muy difícil determinar exactamente hasta dónde llega la tentación y empieza la verdadera obsesión, sin embargo, cuando la turbación es tan profunda y la corriente de las pasiones carnales arrastra a la persona hacia el mal de una manera violenta e incontrolable se trata de una obsesión.
La obsesión, por violenta que sea, no priva al sujeto de su libertad, y con la gracia y el poder de Dios puede vencerla y salir victorioso. “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:31-32). Es necesario tener mucha discreción y perspicacia para distinguir la verdadera obsesión de un cúmulo de enfermedades nerviosas y desequilibrios mentales que se parecen pero que nos una obsesión. ¡Amén!

diciembre 08, 2014

La resistencia positiva

(Mateo 26:41)

“Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”. Al ser vencidos por la tentación de repente nos damos cuenta de que lo hemos perdido todo. Nuestra vida se llena de temor y nuestro ser interior se queda completamente desnudo ante la omnisciencia de Dios. Es en ese momento cuando más necesitamos de la gracia y de la misericordia de Dios. De no ser por Su bondad, nos quedaríamos sin las virtudes y valores impartidos por el Señor, los dones del Espíritu Santo quedarían inactivos, y dejaríamos de sentir la presencia de Dios en nosotros. La perdida que sufriríamos sería catastrófica y absoluta.
Cuando cedemos a la tentación, experimentamos una gran desilusión que nos sumerge en un completo desconcierto y desventura. La desilusión es la impresión negativa que experimentamos al comprobar que la realidad no responde a la esperanza o ilusión que nos hemos formados. El hijo prodigo pensó que la vida libertina seria el paraíso y su entera felicidad, mas tarde se dio cuenta que era todo lo contrario. En su miseria dijo: “Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (Lucas 15:19).
Judas pensó que traicionando a Jesús podría recuperar el dinero que había dejado de percibir durante el tiempo que había estado con Jesús, después se dio cuenta que había cedido a una tentación de Satanás y que lo que había hecho era algo despreciable y aborrecible. El corazón de Judas se llenó de amargura y remordimiento. “Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó” (Mateo 27:3-5). No se dice exactamente cuando fue que Judas se llenó de remordimiento, pero el texto deja la impresión de que fue inmediatamente después de saber que Jesús había sido sentenciado a muerte.Judas se llenó de remordimiento”. Esto no significa que él había experimentado un cambio básico de corazón y de mente [arrepentimiento]. El sentimiento de culpa que sentía y el temor de lo que podría ocurrirle como resultado de su acción imposibilitaron el arrepentimiento en Judas.
El pesar del traidor era semejante al sentimiento de Caín. “He aquí me echas hoy de la tierra, y de tu presencia me esconderé, y seré errante y extranjero en la tierra; y sucederá que cualquiera que me hallare, me matará” (Génesis 4:14). Una de las historias más tristes de toda la Biblia es cuando Caín mata a Abel, su hermano. Vivimos en una sociedad muy violenta donde ocurren crímenes a cada minuto. Esta es una de las tentaciones más peligrosas. Caín destruyó la vida de su hermano porque no tenía una relación correcta con Dios, ni dejó que Dios ocupara el primer lugar en su vida.
La estrategia fundamental para prevenir las tentaciones es la que sugirió nuestro Señor Jesucristo: “Velad y orad, para que no entréis en tentación;…” “Velad”, significa “estad alerta” o “permaneced vigilantes”. La razón para este cambio es la frase “para que no entréis en tentación”. Una persona puede estar completamente despierta y todavía sucumbir ante la tentación, pero si se mantiene espiritualmente despierta, si su corazón y su mente están “alerta” o “vigilante”, entonces vencerá la tentación. En este tiempo estamos siendo tentados a ser infieles y deshonestos. Jesús experimentó la debilidad de su propia naturaleza humana y, por eso, tenía la necesidad de orar y si él oraba para superar la tentación a causa de la debilidad de su naturaleza humana; nosotros con más razón debemos orar y vigilar. El espíritu es el receptor del favor de Dios y el medio por el cual el hombre adora a Dios, “el espíritu está dispuesto”. Para los discípulos, cargados de sueño, era una batalla entre su “espíritu” que estaba dispuesto, deseoso de hacer lo bueno y de estar “en guardia” ante la tentación, y su “carne” que debido a su debilidad era susceptible de ceder a los deseos de Satanás.
Pedro sucumbió a la tentación, a pesar de haber sido advertido por el Señor: “Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lucas 22:31-31). Jesús mostraba tener una visión completa de los sucesos que seguían a la realidad del presente. Jesús les dijo a sus discípulos que Satanás quería zarandearlos, tal como lo había hecho con él, durante la tentación en el desierto. Pedro se apresuró a manifestarle su total adhesión y le dijo que si era necesario iría a la cárcel y que aún estaba dispuesto a soportar la muerte con Él. Cuando hizo esta audaz declaración no sabía lo peligroso que era enfrentarse a Satanás sin estar preparado. Gracias a la intersección del Señor, Pedro pudo ser restaurado.
A veces parece que Satanás nos deja en paz y no nos tienta, pero es tan sólo para regresar y asaltarnos en el momento menos pensado. Estoy convencido de que volverá a tentarnos y que la batalla será con mayor intensidad que antes. Es preciso vigilar y estar alerta para no dejarnos sorprender. La resistencia positiva directa es la que se enfrenta con la tentación y la supera. “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman”. La resistencia positiva indirecta es la que no se enfrenta con la tentación, sino que se aparta de ella, colocando la mente y los pensamientos en otro objeto completamente distinto. A veces la tentación no desaparece en seguida después de haberla rechazado, Satanás vuelve a la carga una y otra vez con incansable tenacidad y persistencia. Pero no hay que desanimarse por ello. Jesús dijo: “como yo he vencido, vosotros también venceréis”. Hay ejemplo de personas que lograron superar la tentación como José, Daniel y sus compañeros porque confiaron en el Señor. “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”. ¡Amén!

diciembre 06, 2014

La audacia del Creyente

(1 Samuel 17:34-37)

“David respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba. Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente. Añadió David: Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: Vé, y Jehová esté contigo”.
El cristiano audaz es aquel que busca la excelencia, la armonía, y la plenitud. Es una persona que forja su carácter respaldados por el regalo de la gracia de Dios. La gracia es lo que procede de Dios como un don para la salvación del ser humano. Sin la gracia divina es imposible realizarse ni alcanzar la plenitud. La gracia convierte al hombre en prudente, discreto, sagaz, cuerdo y sabio, valeroso, moderado, íntegro, feliz, digno de aplauso, y en una persona verdadera;  persona en la cual no hay engaño ni falsedad.
El cristiano audaz debe ser prudente, si no es prudente se convierte en una persona temeraria.  La prudencia es lo que nos permite actuar de forma justa, adecuada y cautelosa. Quienes son prudentes se comunican con los demás por medio de un lenguaje claro, literal, cauteloso y adecuado, y actúan siempre respetando los sentimientos, la vida y las libertades de las demás. “Todo hombre prudente procede con sabiduría; mas el necio manifestará necedad” (Proverbios 13:16). El hombre prudente sabe que cada decisión que tome en obediencia a la Palabra de Dios traerá orden a su vida, mientras que cada decisión que tome en desobediencia a los mandamientos divino traerá confusión y destrucción. Sus decisiones reflejarán su integridad y fidelidad a Dios. Su  obediencia le producirá un mayor nivel de seguridad y protección.
El creyente audaz debe ser discreto. La discreción es la reserva o cautela que tiene una persona para guardar un secreto o para no contar lo que se sabe y que no hay necesidad de que lo conozcan los demás. “La discreción te guardará; te preservará la inteligencia, para librarte del mal camino, de los hombres que hablan perversidades, que dejan los caminos derechos, para andar por sendas tenebrosas; que se alegran haciendo el mal, que se huelgan en las perversidades del vicio; cuyas veredas son torcidas, y torcidos sus caminos” (Proverbios 2:11-15). La discreción nos ayuda a discernir y diferenciar el bien del mal. Nos permite detectar los motivos malvados y perversos  en los demás. Cuando la practicamos, nos ayuda a evaluar las circunstancias y a seguir un curso de acción evitando las cosas negativas.
El creyente audaz debe ser sagaz. La sagacidad es de naturaleza intuitiva; es la perspicacia del talento sutil, que penetra hasta lo más difícil y confuso. El término sagaz se emplea para referirse a aquel individuo que sobresale por su astucia, previsión y prudencia, es decir, a la persona sagaz jamás se le anticiparán o lo sorprenderán las cosas, los sucesos, antes que ocurran, sabrá como tomar las previsiones pertinentes. La sagacidad, es la capacidad de previsión, astucia y prudencia que ostenta el individuo, es un atributo de la inteligencia que de ninguna manera es innato, es decir, hay individuos que la poseen y la cultivan mientras que otros no lo hacen. El libro de los proverbios se escribió: “Para dar sagacidad a los simples, y a los jóvenes inteligencia y cordura” (Proverbios 1:4). A través de todo el libro se puede sentir la urgencia del predicador. El sabe que se trata de la salvación o de la perdición de una vida. Por eso él se transforma en un heraldo de la sabiduría para evitar que los jóvenes se pierdan.
El creyente audaz debe de ser una persona cuerda. La cordura es la capacidad de pensar y obrar con prudencia, sensatez y juicio. Se refiere a un estado mental en el cual una persona es prudente y sensata. “Yo, la sabiduría, habito con la cordura, y hallo la ciencia de los consejos” (Proverbios 8:12). “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12:3). Pablo nos invita a vivir con humildad y fe. Porque somos un cuerpo que está formado por varios miembros, cada uno con diferentes funciones, la Iglesia es un cuerpo, cada uno con funciones y responsabilidades individuales, pero todos estamos íntimamente relacionados en Cristo. No debemos considerarnos superior, ni tratar de disminuir el papel de otros.
El cristiano audaz rechaza el miedo, la pusilanimidad, la híper-timidez, el apocamiento, los escrúpulos excesivos y la duda. Debemos arrojar fuera de sí la cavilación y el torpor o letargo existencial. Dios nos está llamando a actuar con rapidez para que podamos alcanzar a esta generación con el mensaje de Cristo. El hombre audaz no recibe el sol en la cama. Vemos como las mayorías de cristianos hundidos en su sofá o cama pierden el tiempo buscando imágenes televisivas, en lugar de levantarse y buscar la presencia de Dios.
Necesitamos un robusto entusiasmo para las tareas espirituales que debemos realizar. Es tiempo de consagrarse porque nuestra labor exige un sentido de iniciativa, de energía valerosa y, sobre todo, de una sana confianza en el poder de Dios para que nos de fuerzas, porque nuestro trabajo no depende de las técnicas humanas sino del designio de Dios y de Su poder sobrenatural. ¡Amén!

diciembre 05, 2014

Nuestras Imposibilidades

(Génesis 15:4-6)

“Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”. La duda es un estado de vacilación o inestabilidad de la mente que nos priva de las bendiciones de Dios. La duda puede proyectarse en los campos de la decisión y la acción, o afectar únicamente a la creencia, a la fe o a la validez de un conocimiento y como tal, implica inseguridad. Sólo cuando los hombres reconocen al Señor resucitado logran tener una comprensión de la veracidad del Evangelio. Cuando Jesús nos llama, lo hace para que seamos sus colaboradores en el servicio. Pero si hay una actitud mental de incertidumbre en nosotros, esta puede generar sentimientos de  intranquilidad, angustia y desasosiego.
No debemos vacilar ni titubear cuando se trata de realizar la obra que Dios nos ha asignados. Los obstáculos, pruebas e imposibilidades nos ayudan a fortalecer nuestra fe en Dios. Jesús es el cumplimiento de nuestra esperanza y lo que Dios demanda de nosotros para él glorificarse, es una renovación del corazón, de los sentimientos, de nuestras actitudes y valores que son los que gobiernan nuestras vidas. Tomemos plena conciencia de nuestra realidad y descansemos en el poder de Dios como lo hizo Abraham a pesar de su edad y de las circunstancias que hacían humanamente imposible el cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho. No obstante, contra toda esperanza, Abraham creyó a pesar de sus circunstancias. No confió en su fuerza ni en sus recursos, sino en la capacidad y en el poder de Dios.
Nunca seremos demasiados viejos para tener nueva experiencias. No importa nuestra edad ni nuestra circunstancia, Dios desea que confiemos en él. Cuando nuestras posibilidades disminuyen, nuestra fe aumenta; porque no descansa en nosotros mismos ni en nuestras capacidades, sino en Dios y en sus promesas. Estoy totalmente persuadido y seguro de que el Señor cumplirá sus promesas. De hecho, tengo la convicción de que Dios hará realidad las cosas que nos ha prometido en su Palabra. “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24). La mejor respuesta que podemos darle al Señor es someternos a él con humildad y sencillez de corazón. Cuando nos acercamos sumisos ante el Señor; él nos comunica sus deseos y con claridad nos dice cuáles son sus planes.
A menudo oramos motivados por nuestros intereses y deseos carnales. Nos gusta oír que podemos pedir cualquier cosa y que la recibiremos. Pero cuando Jesús oró, lo hizo con los intereses de Dios en Su mente. Podemos expresar nuestros deseos al orar, pero debemos tener en cuenta que la voluntad de Dios está por encima de la nuestra. Examínese para ver si sus oraciones se centran en sus propios intereses o en los intereses de Dios. La fe debe depositarse en el Señor porque él es el autor y consumador de nuestra fe. Esta es la fe que se expresa y no la fe que se busca. El Señor es la fuente y el fundamento de nuestra fe y de todo nuestro ser.
La fe debe fluir solamente hacia él, debido a que la fidelidad fluye directamente de él. La fe no es una treta que hacemos, sino una expresión que brota de la convicción de nuestros corazones ni es una fórmula para conseguir cosas de Dios. Lo que aquí Jesús nos enseña es que la fe que hay en nuestros corazones ha de expresarse, lo que la convierte en algo activo y eficaz, que produce resultados concretos. Las palabras de Jesús, “todo lo que pidiereis”, extienden este principio a todos los aspectos de nuestra vida. Nuestra fe debe estar puesta en Dios de acuerdo con su voluntad y palabra; pero es importante creerle a Dios en nuestros corazones. “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Santiago 1:6-7).
“Pedir con fe, no dudando nada” significa no solo creer en la existencia de Dios, sino en su tierno cuidado y providencia. Eso incluye depender de Dios y confiar en que El oirá y responderá a nuestras oraciones. Debemos poner a un lado nuestras actitudes críticas cuando nos dirigimos a Dios. Una mente inestable no está plenamente convencida y vacila entre los deseos de la carne, los conceptos del mundo y los mandamientos de Dios.La duda es una atadura de la mente que nos impide alcanzar el conocimiento verdadero y experimentar el poder de Dios. No debemos confundir la duda con nuestra capacidad de juzgar ni con la búsqueda de la verdad. El que duda es aquel que está perplejo y sin saber qué hacer y esto implica incertidumbre acerca de qué camino tomar.
Puede ser que usted piense que la historia de su vida ya está escrita. Que es muy tarde para realizar cambios radicales. No lo crea. La experiencia de Abraham a sus noventa y nueve años es una evidencia y testimonio de que nunca es demasiado tarde para hacer cosas significativas. Dios puede hacer lo imposible solo debemos creer. ¡Amén!