
Estamos dedicado al estudio de las Escrituras. Analiza conmigo tema de erudición, teología sistematica y dogmática; teología fundamental, moral y crítica; hermenéutica, homilética, exégesis, lingüística, sociología, psicología pastoral, historia, guerra espiritual, liderazgo y mucho más.¡Únete!
febrero 16, 2012
Las riquezas de la gracia

febrero 09, 2012
No limite tu fe
“Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo” (1 Pedro 3:14-16). En Jesús se personifica el eterno propósito de Dios. Los escritores del NT rara vez separan la cruz [los sufrimientos del Mesías] de la resurrección [la victoria del Mesías]; rara vez piensan en el sacrificio del Mesías sin pensar en su triunfo. Los cristianos somos personas que pertenecemos a Dios, porque Dios nos ha elegido para una labor en el mundo, esto es, para proclamar el Evangelio y defender el propósito de Dios; es preciso decir que Dios nos ha elegido y marcado con un propósito. Hemos sido elegidos y destinados a vivir con él en el tiempo y en la eternidad. En el mundo tenemos que obedecer Sus leyes y reproducir la vida de Dios. Se nos ha encomendado la tarea de ser diferente y de reflejar la luz de Dios. Cuando hacemos la voluntad de Dios; existe la posibilidad de enfrentar numerosas persecuciones y adversidades, sin embargo, aunque la persecución sea sangrienta y agresiva, nuestra defensa de la fe debe ser hecha con humildad y sencillez de corazón. Nuestra defensa de la fe debe ser lo suficientemente inteligente y clara. “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 1:3). No limitemos nuestra fe a nuestras capacidades y fragilidad humana. La muerte del Mesías en la cruz y su resurrección como quiera que la expliquemos representan el triunfo definitivo del creyente y su completa restauración. Al ser restaurada nuestra relación con Dios, su poder está a nuestra disposición. A Pablo le fue dicho: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. La debilidad del creyente es un cauce por medio del cual fluye el poder de Dios. Pablo se refiere a la muerte del Señor y dice: “Porque aunque fue crucificado en debilidad, vive por el poder de Dios. Pues también nosotros somos débiles en él, pero viviremos con él por el poder de Dios para con vosotros” (2 Corintios 13:4). Jesús se sacrificó a sí mismo para restablecer nuestra relación con Dios. La obra del Mesías es infinita en su aplicación; nosotros, por mucho que suframos, no podremos redimir a nadie, ni siquiera a nosotros mismos pero Jesús puede redimir a todos los que se acercan a él por medio de la fe. “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad” (Colosenses 2:9-10). Como he dicho más arriba nuestra victoria no depende en absoluto de nuestras habilidades ni de nuestros recursos, sino del poder de Jesús. “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados,…”. ¡Amén!
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febrero 06, 2012
Pirañas en el río

febrero 03, 2012
Cuando Dios desciende
.“Mas vuestros ojos han visto todas las grandes obras que Jehová ha hecho” (Deuteronomio 11:7). Cuando existe un letargo en el pueblo de Dios el cumplimiento de las promesas de Dios se detiene y el trabajo de los siervos de Dios se hace penoso e insoportable. Es difícil trabajar donde no hay nada de la presencia de Dios cuando existen condiciones así, es necesario que se rompan los cielos. “¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes, como fuego abrasador de fundiciones, fuego que hace hervir las aguas, para que hicieras notorio tu nombre a tus enemigos, y las naciones temblasen a tu presencia!” (Isaías 64:1-2). Necesitamos que Dios haga a favor nuestro las mismas cosas que hizo a favor de la iglesia primitiva. No podemos oír con el oído físico, sólo con el auxilio del Espíritu Santo podemos “percibir” con el “corazón” el sentido espiritual de los actos de Dios. Cuando hay presencia de Dios, el Espíritu Santo nos revela no solo los poderosos hechos del pasado realizados por Dios sino también las maravillas del presente; cosas que ningún ojo vio ni oído oyó jamás. Estas cosas estaban totalmente ocultas de la sagacidad humana cuando los profetas las predijeron y no fueron comprendidas por ellos ni creídas por la nación de Israel. Es después de la venida del Mesías que podemos entenderla por la enseñanza interior del Espíritu. “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual (1 Corintios 2:12-13). En las múltiples crisis de la vida, a veces alzamos nuestros ojos a Dios y anhelamos su presencia. Buscamos así una respuesta o una solución. La presencia de Dios en nuestras vidas nos garantiza que él responderá a nuestras necesidades. Su presencia es de gran bendición para cada uno de nosotros. Dios no se esconde de nosotros, él siempre está disponible para escuchar nuestras plegarias. Los que creemos en el Mesías y en las Escrituras podemos creer en Dios. El está al lado de los que lo buscan y promete darle grandes bendiciones a cada uno de sus hijos. Podemos regocijarnos al saber que Dios nos ama, nos escucha y nos socorre. Dios no permanecerá airado para siempre los cielos se romperán y su Espíritu descenderá con poder y gran gloria sobre el verdadero pueblo de Dios. “Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para apoyarse en ti; por lo cual escondiste de nosotros tu rostro, y nos dejaste marchitar en poder de nuestras maldades” (Isaías 64:7). Si entendiéramos la intervención de Dios como una expresión de su misericordia, de su bondad, de su compasión y de su gran amor; comprenderíamos la necesidad que tenemos de buscar a Dios. Apelemos con fe y confianza al carácter paternal de Dios. Podemos captar el mensaje espiritual, reconociendo la venida del Mesías a nuestros corazones tanto en el momento de nuestra conversión como en muchas de nuestras experiencias espirituales. Jesús vino y cumplió su misión en la tierra y nos dejó con la responsabilidad de llevar su mensaje a todos los que no han tenido la oportunidad de escuchar y aceptarlo. Esto es un desafío que nos mantendrá ocupados hasta que él venga por segunda vez. Ningún poder del infierno ni terrenal puede impedir el mover del Espíritu Santo. Satanás ha descendido en estos últimos días con gran ira pero ni Satanás ni los demonios ni ningún poder terrenal pueden asaltar a la iglesia si el Espíritu Santo está en ella. ¡Que se habrán los cielos! ¡Amén
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