“Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo” (1 Pedro 3:14-16). En Jesús se personifica el eterno propósito de Dios. Los escritores del NT rara vez separan la cruz [los sufrimientos del Mesías] de la resurrección [la victoria del Mesías]; rara vez piensan en el sacrificio del Mesías sin pensar en su triunfo. Los cristianos somos personas que pertenecemos a Dios, porque Dios nos ha elegido para una labor en el mundo, esto es, para proclamar el Evangelio y defender el propósito de Dios; es preciso decir que Dios nos ha elegido y marcado con un propósito. Hemos sido elegidos y destinados a vivir con él en el tiempo y en la eternidad. En el mundo tenemos que obedecer Sus leyes y reproducir la vida de Dios. Se nos ha encomendado la tarea de ser diferente y de reflejar la luz de Dios. Cuando hacemos la voluntad de Dios; existe la posibilidad de enfrentar numerosas persecuciones y adversidades, sin embargo, aunque la persecución sea sangrienta y agresiva, nuestra defensa de la fe debe ser hecha con humildad y sencillez de corazón. Nuestra defensa de la fe debe ser lo suficientemente inteligente y clara. “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 1:3). No limitemos nuestra fe a nuestras capacidades y fragilidad humana. La muerte del Mesías en la cruz y su resurrección como quiera que la expliquemos representan el triunfo definitivo del creyente y su completa restauración. Al ser restaurada nuestra relación con Dios, su poder está a nuestra disposición. A Pablo le fue dicho: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. La debilidad del creyente es un cauce por medio del cual fluye el poder de Dios. Pablo se refiere a la muerte del Señor y dice: “Porque aunque fue crucificado en debilidad, vive por el poder de Dios. Pues también nosotros somos débiles en él, pero viviremos con él por el poder de Dios para con vosotros” (2 Corintios 13:4). Jesús se sacrificó a sí mismo para restablecer nuestra relación con Dios. La obra del Mesías es infinita en su aplicación; nosotros, por mucho que suframos, no podremos redimir a nadie, ni siquiera a nosotros mismos pero Jesús puede redimir a todos los que se acercan a él por medio de la fe. “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad” (Colosenses 2:9-10). Como he dicho más arriba nuestra victoria no depende en absoluto de nuestras habilidades ni de nuestros recursos, sino del poder de Jesús. “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados,…”. ¡Amén!
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario