“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:13-14).Hay una determinada economía tanto en la creación como en la obra de redención; las Escrituras nos hablan del Padre y de nuestra creación, del Hijo y de nuestra redención, y del Espíritu Santo y de nuestra santificación. El Espíritu Santo tiene su propia personalidad, y un mérito distinto al del Padre y al del Hijo; y por lo tanto, deberíamos distinguir entre la obra redentora de Cristo para nuestra salvación, y su aplicación. Cristo cumplió con todas las demandas de la justicia divina pero su obra no ha sido terminada todavía. Jesús continúa intercediendo por nosotros con el propósito de hacernos poseedores de todas las bendiciones de la salvación. La tarea de aplicar los beneficios de la muerte y resurrección de Cristo es realizada por el Espíritu Santo. Pero aunque esta obra sobresale en la economía de la redención, no puede, ni por un momento, separarse de la obra de Cristo. Las Escrituras demuestran con claridad que no todas las operaciones del Espíritu Santo son parte esencial de la obra salvadora de Jesucristo. La penetración intelectual, y la capacidad para entender los problemas de la vida, son el resultado de la iluminación del Espíritu Santo. El Espíritu vino y descansó sobre los setenta ancianos que habían sido designados para ayudar a Moisés en el gobierno y en la administración de justicia. Hay también un reconocimiento claro de la operación del Espíritu Santo en la esfera intelectual. Eliú habla de esto cuando dice: “Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda” (Job 32: 8). Josué fue elegido como el sucesor de Moisés, porque tenía el Espíritu del Señor (Números 27: 18). Cuando Saúl y David fueron ungidos como reyes, el Espíritu del Señor vino sobre ellos. El Espíritu de Dios también obró con claridad en los profetas como el Espíritu de revelación. David dice: “El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua’’ (II Samuel 23: 2). Nehemías testifica: Les soportaste por muchos años y les testificaste con tu Espíritu por medio de tus profetas pero no escucharon (Nehemías 9: 30). Ezequiel habla de una visión por el Espíritu: “Luego me levantó el Espíritu y me volvió a llevar en visión del Espíritu de Dios a la tierra de los caldeos, a los cautivos. Y se fue de mí la visión que había visto” (Ezequiel 11: 24). Zacarías dice: “Y pusieron su corazón como diamante, para no oír la ley ni las palabras que Jehová de los ejércitos enviaba por su Espíritu, por medio de los profetas” (Zacarías 7:12). El Espíritu, es el que le da origen a la nueva vida, la hace fructificar, la guía en el proceso de desarrollo, y la conduce a su destino final. El Espíritu Santo es el que da origen, sustenta, desarrolla y guía la vida, y controla los devastadores resultados e influencias del pecado con el único propósito de preservar la vida. Nuestra nueva vida nace, se nutre y es perfeccionada por el Espíritu. Por medio de esta operación especial el Espíritu Santo destruye el poder del pecado, transforma al hombre a la imagen de Dios y lo capacita para obedecer, para ser sal de la tierra, y luz del mundo. El pacto por medio del cual Dios hizo provisión para la salvación de los pecadores, es el pacto de gracia, y así como el Mediador del pacto apareció “lleno de gracia” de tal manera que podemos recibir de su plenitud “gracia sobre gracia”, Juan 1: 16, 17, de la misma manera también el Espíritu Santo se llama “el Espíritu de gracia”; puesto que toma de “la gracia de Cristo” y nos la confiere. La gracia es un atributo de Dios, y una de sus perfecciones divinas. La gracia es el favor inmerecido o amor de Dios para el hombre en su estado de pecado y culpa, que se manifiesta en el perdón del pecado y en la liberación de la pena merecida. La gracia está relacionada con la misericordia de Dios y se distingue de su justicia. Es una designación de la provisión que Dios hizo en Cristo para la salvación del hombre. Cristo como el Mediador es el receptáculo viviente de la gracia de Dios. Pablo habla repetidas veces, en las salutaciones finales de sus Epístolas, de “la gracia de nuestro Señor Jesucristo”, y nos recuerda la gracia de la que Cristo es la causa. Juan dice: “La ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”, (Juan 1: 17). La palabra “gracia” se usa para designar el favor de Dios tal como se manifiesta en la aplicación de la redención por medio del Espíritu Santo. Es comprensivo que se use este nombre para los dones, las bendiciones y las gracias espirituales que son producidas en los corazones y en las vidas de los creyentes por medio de la operación del Espíritu Santo. ¡Amén!
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