“Jehová es mi pastor; nada me faltará” (Salmos 23:1). David había sido perseguido y acosado repetidas veces tanto por Saúl, como por su propio hijo, Absalom. Él había sufrido privaciones, y experimentado dificultades. Sería un absurdo afirmar, sobre la base de este texto, que los hijos de Dios, nunca experimentarán carencias o necesidades. Nosotros debemos tomar en cuenta las vidas de hombres como Elías, Juan el Bautista, Pablo, e incluso el Señor Jesucristo; todos ellos sufrieron grandes privaciones y adversidades. Nuestra jornada en la tierra es un breve interludio durante el cual sufriremos privaciones, experimentaremos aflicciones y adversidades. Pero en medio de nuestras dificultades podemos decir con orgullo: “Nada me faltará”, no careceré del cuidado de Jesús ni de Su protección ni de Su provisión ni de Su dirección. El que me guarda no es un impostor ni un asalariado; él es mi creador, mi redentor y mi dueño. Los hombres y mujeres de Dios son personas humildes, ricas en espíritu, generosas de corazón, y magnánimas. Irradian una serena confianza y una alegría que sobrepasa todas sus tragedias y adversidades. Son hombres y mujeres cuidado por Dios, y lo saben. Se han confiado a la dirección de Cristo, y han hallado su felicidad en él. La satisfacción debe ser la etiqueta de aquel que ha puesto sus asuntos en las manos de Dios. Existe una intensa fiebre de descontento entre la gente y de inseguridad. Muchos a pesar de las riquezas que poseen, están notablemente inseguros de sí mismos y muy cerca de la bancarrota espiritual porque han perdidos sus valores. Los hombres buscan una seguridad más allá de sí mismos. Son inquietos, inestables, codiciosos, y siempre están ávidos de algo más; quieren esto y lo otro, pero nunca están verdaderamente satisfechos. Pero las personas sencillas, los hombres y mujeres humildes, las ovejas del Señor, pueden levantarse con orgullo y decir: “Jehová es mi pastor; nada me faltará”. El verdadero creyente es aquel que dice: estoy completamente satisfecho porque Jesús es el jefe de mi vida; ningún problema es demasiado grave ni difícil para él. Jesús nos trata con cariño, nos ama y trabaja 24 horas para que no nos falte nada. Él es muy celoso con sus ovejas y se deleita permanentemente en ellas. Para él no hay mayor recompensa, ni satisfacción, que ver a sus ovejas satisfechas, bien alimentadas, y seguras. Jesús siempre está entregado y permanece alerta procurando el bienestar de su rebaño. Con ojo como llama de fuego, de manera minuciosa pero compasiva examina sus ovejas a ver si están bien, contentas y sanas. Él se da cuenta de si han sido atacadas durante la noche, si hay alguna enferma, o si hay alguna que necesita una atención especial. Ni siquiera durante la noche deja de estar pendiente de cada una de ellas. Jesús siempre está listo para ponerse de pie a la menor señal de problema para proteger a Su rebaño. Esta es una imagen sublime del cuidado que reciben aquellos cuya vida está bajo el control de Cristo. El está al tanto de sus vidas desde que sale el sol hasta el ocaso. “No se adormecerá ni dormirá el que te guarda”. Es lamentable que algunos cristianos estén descontentos. Andan insatisfechos, como si el pasto del mundo fuera mejor y más verde. Son cristianos carnales, a quienes podríamos llamar “cristianos mediocres” que quieren lo mejor del reino de Dios sin apartarse del mundo. Muchas veces tergiversamos las cosas y en lugar de aprovechar al máximo la presencia del Señor para calmar nuestros temores y ansiedades, perdemos la paz, y la tranquilidad que deberíamos encontrar en Su presencia. ¡Amén!
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