“Y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en griego, Apolión” (Apocalipsis 9:11). La devastación y el terror que pueden causar las langostas es casi increíble. Las langostas son el prototipo de la destrucción, y la descripción –más gráfica, realista y terrible de ellas y de su poder destructivo se haya en el libro de Joel. La comparación de estas huestes demoníacas con langostas es un eco de la visión de Joel 2:1-10, donde se dice que los ejércitos de langostas parecían caballos de guerra corriendo hacia la batalla, que hacían ruido como carrozas, atacando como guerreros, oscurecían los cielos y tenían garras como leones. Además de estos hechos, Juan declara que las langostas tenían poder para infligir dolor como escorpiones. La destrucción que causan es increíble. Cuando han pasado por un área, no queda ni una brizna de hierba y los árboles son descortezados. Paradójicamente estas langostas no le harán daño a la vegetación, sino a los hombres. Las langostas normalmente devoran la vegetación y no dañan a los seres humanos, pero a éstas no le interesa devorar la vegetación, sino atacar a los hombres, atacarán sin compasión a todo aquel que no tenga el sello de Dios en sus frentes. Su rey es llamado Abadón en hebreo y Apolión en griego. El primero indica las profundidades del Seol y significa “destrucción”. El segundo es parecido al verbo griego apollumi, “destruir”, pero bien puede ser una variante de Apolo, a quien los autores griegos hacen derivar de apollumi. El culto de Apolo, entre otros símbolos, usaba el de la langosta, y los emperadores Calígula, Nerón y Domiciano pretendían ser encarnaciones de Apolo. Lo que significa que la hueste destructora del infierno tienen como rey al cuerno pequeño que sale de la cuarta bestia (el Anticristo). Estas langostas son instrumentos sobrenaturales (ángeles caídos, demonios) en las manos de Satanás. Estos son espíritus malignos que tendrán permiso por un poco de tiempo para salir del abismo y afligir a los hombres. “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Los escépticos suponen que como Cristo aún no ha regresado, los planes de Dios han sido cambiados. Hay personas que no comprenden que Dios es todopoderoso e inmutable, y que todos sus designios se cumplirán a su debido tiempo. Dios no desea la muerte del pecador, antes bien ha hecho todo lo que está a su alcance para salvarlo de la muerte. “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis” (Ezequiel 18:32). No es Dios quien debe vivir de acuerdo con nuestras ideas o normas de justicia, sino que somos nosotros lo que debemos vivir de acuerdo con las suyas. No desperdiciemos el tiempo buscando pretextos para eludir la ley de Dios y nuestra responsabilidad de obedecerla, en lugar de eso, vivamos de acuerdo con sus normas. Si renunciamos a seguir por el camino equivocado que lleva nuestra vida al pecado y la rebelión, y nos volvemos a Dios, él nos dará una nueva dirección, un nuevo rumbo, y poder para cambiar. Confiemos en el poder de Dios que cambia nuestra mente y corazón. Tomemos la determinación de vivir bajo su control y no esperemos a que sea demasiado tarde. “Jehová amonestó entonces a Israel y a Judá por medio de todos los profetas y de todos los videntes, diciendo: Volveos de vuestros malos caminos, y guardad mis mandamientos y mis ordenanzas, conforme a todas las leyes que yo prescribí a vuestros padres, y que os he enviado por medio de mis siervos los profetas. Mas ellos no obedecieron, antes endurecieron su cerviz, como la cerviz de sus padres, los cuales no creyeron en Jehová su Dios” (2 Reyes 17:13-14). Tome la determinación de ser una persona de Dios y de hacer lo que él dice sin pensar en el costo. “Diles, pues: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Volveos a mí, dice Jehová de los ejércitos, y yo me volveré a vosotros,…” (Zacarías 1:3). “Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de volvernos?” (Malaquías 3:7). Cuando somos purificados por Dios, el reflejo del Señor en nuestra vida será cada vez más claro. Si somos cristianos íntegros y fieles, no tenemos nada que temer. Dios garantiza nuestra salvación y seguridad. ¡Amén!
Estamos dedicado al estudio de las Escrituras. Analiza conmigo tema de erudición, teología sistematica y dogmática; teología fundamental, moral y crítica; hermenéutica, homilética, exégesis, lingüística, sociología, psicología pastoral, historia, guerra espiritual, liderazgo y mucho más.¡Únete!
julio 31, 2011
Volveos a Dios
julio 30, 2011
El Atrio del Tabernáculo
El Tabernáculo tenía dos puertas: la puerta ancha era la entrada al atrio y la puerta estrecha era la que daba acceso al lugar santo. En el atrio había dos muebles el altar de bronce y la fuente de bronce. Solo había luz natural, por esta razón los sacrificios que se ofrecían debían ser matutinos o vespertinos; no se podía ministrar durante la noche. Todo el pueblo de Israel tenía acceso al atrio, pero no debía presentarse allí con las manos vacías, sino con una ofrenda de paz o un sacrificio por el pecado. Jesús dice que muchos entran por la puerta ancha (al atrio) pero poco son los que entran por la puerta estrecha (al lugar santo, reservado para los sacerdotes). El altar de bronce, estaba en la entrada al atrio, y era el símbolo de la expiación hecha por el pecado, así como la cruz es el símbolo de la expiación hecha por medio del sacrificio vicario de Cristo. La primera necesidad que tiene el pecador, es la de ser lavados con la sangre de Cristo. Sin ser lavado por la sangre de Cristo y perdonado el pecador no puede acercarse a Dios, no puede adorarlo, ni entrar en su presencia. El altar era un símbolo de la humanidad y fragilidad de Cristo. Era el lugar donde se ofrecían los sacrificios y se vertía la sangre, para hacer expiación. “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreo 9:22). Jesucristo derramó su sangre y dio su vida por nuestros pecados. Después de derramar su sangre por nosotros, resucitó victorioso del sepulcro y proclamó su victoria sobre el pecado y la muerte. El conjunto de lo que sucedía en el altar nos revela lo que más tarde iba a suceder en la cruz porque “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23); la sangre derramada representaba la muerte del culpable o de una víctima inocente ofrecida en su lugar. Una víctima sin defecto era ofrecida en el altar en lugar del culpable, por esta razón “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos” (1 Pedro 3:18); “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado” (2 Corintios 5:21). La rejilla de bronce del altar, era la que soportaba el fuego, así como Cristo, pasó a través del fuego y del juicio de Dios. Los sacrificios eran ofrecidos sobre el altar: holocausto, ofrendas, sacrificios por el pecado o por la culpa etc. Un hombre puede ser indiferente delante de Dios, pero llega un momento en que, en su gracia, Dios interviene por medio de su Espíritu para producir en él un sentimiento de culpabilidad. El israelita debía: “traer su ofrenda” una cabra o un cordero sin defecto. No bastaba saber cómo debía proceder para que el pecado fuese perdonado, sino que era preciso traer una ofrenda por el pecado. Debía buscar en su rebaño un animal sin defecto, atravesar el campamento hasta llegar a la puerta del atrio y llevarlo al altar. El israelita ponía su mano sobre la cabeza del sacrificio, colocando así sobre la víctima inocente y sin defecto, el pecado del cual él se había hecho culpable. El sacerdote tomaba la sangre de la víctima, la ponía sobre los cuernos del altar y vertía el resto al pie del altar; luego quemaba la grasa y hacía propiciación por el culpable. Cristo es esa víctima inocente y sin defecto ofrecida por nuestros pecados, él lo hizo todo para la purificación del pecador. Porque no solo es la víctima sino también nuestros gran Sumo Sacerdote, él entró con su sangre una sola vez y para siempre al Tabernáculo Celestial para hacer expiación por nuestros pecados. El israelita podía volver a su tienda con la seguridad de haber sido perdonado. “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreo 10:10). El costoso sacrificio de la vida de un animal dejaba en la mente del pecador la seriedad de su pecado delante de Dios. Debido a que Jesucristo derramó su propia sangre por nosotros, su sacrificio es superior a cualquiera otra ofrenda ofrecida en el Antiguo Testamento. “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreo 10:14). La obra de Cristo nos da la seguridad de la Salvación “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36). Si alguien no está seguro de su salvación, tome su Biblia y acepte lo que está escrito en ella. La fuente de bronce, estaba situada entre el altar de bronce y el lugar santo. Aarón y sus hijos debían lavarse cada vez que entraban al atrio para ofrecer un sacrificio. Al celebrar la ultima cena con sus discípulos, Jesús se levanta de la mesa y se pone a lavar los pies de sus discípulos. Pedro no quería que lo hiciese con él, pero Jesús le dice: “El que esta lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues todo está limpio”. Cuando un creyente ha pecado, la comunión con el Señor se interrumpe. Ya no hay gozo, ni interés por la Palabra y una nube de oscuridad cubre al creyente. Es necesario pues, volverse al Señor, y confesarle la falta. La fuente de bronce había sido hecha con los espejos de las mujeres que velaban a la puerta del Tabernáculo de Reunión (Éxodo 38:8). Los espejos son un símbolo de la Palabra de Dios, la Biblia pone en evidencia nuestras faltas, y las impurezas de nuestras vidas. “Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural” (Santiago 1:23). Las mujeres que se allegaban al Tabernáculo de Reunión, tenían un corazón dispuesto para Él. Como gozaban de su Presencia, les fue fácil donar gozosamente para el Señor lo que ante eran objetos de su vanidad. ¡Amén!
julio 29, 2011
Enfrentando oposición
A menudo el poder y la autoridad de Jesús fueron desafiados durante su ministerio terrenal. Después que fue bautizado, su poder fue desafiado por Satanás a través de una serie de tentaciones (Mateo 4:1-11). Satanás está detrás de cada circunstancia para tratar de impedir el flujo del poder de Dios en nuestra vida. Muchas de las oposiciones que enfrentamos vienen a través de otras personas, pero siempre debemos recordar que no son las personas las que se oponen a nosotros. Ellas son usadas por el príncipe de la potestad del aire para herirnos, turbarnos y dañar nuestro testimonio. Satanás es la fuerza que opera en contra nuestra, es nuestro enemigo. No cometa el error de pensar que porque usted está lleno del poder de Dios será amado por todos. “Y comenzaron a rogarle que se fuera de sus contornos” (Marcos 5:17). El rechazo del Señor y de su poder transformador nos da a conocer que esta gente se preocupaba más por sus bienes materiales, representados por una piara de cerdos, que por la liberación del endemoniado. No pudieron soportar la presencia de Jesús; de modo que le rogaban que se retirara de su tierra. Los escribas y fariseos se opusieron a Jesús porque él no estaba de acuerdo con sus tradiciones religiosas. Ellos esperaban que Jesús, como líder religioso, impusiera la pureza ritual entre sus discípulos. Jesús experimentó la oposición porque su enseñanza no coincidía con las tradiciones de los hombres. La manifestación del poder de Dios no es aprobada por muchas denominaciones religiosas. Pero lo que necesitamos no es más religión, sino más poder del Espíritu. Los religiosos cuestionaron la autoridad de Jesús porque él era el hijo de un carpintero de Nazaret: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, le vienen a éste todas estas cosas?” (Mateo 13:55-56). Los residentes de Nazaret donde Jesús creció lo conocían desde niño y habían estado relacionados con su familia, y no podían creer su mensaje. No les prestaron atención a su mensaje porque no podían ver más allá del hombre. La sabiduría con que hablaba y los prodigios que realizaba estaban fuera de su comprensión. Cuando nos reunimos para escuchar la Palabra de Dios debemos acercarnos con una viva expectación, y pensar, no en la persona que va a hablar, sino en el Espíritu que habla por medio de ella. “¿De Nazaret puede salir algo bueno? Le dijo Felipe: Ven y ve” (Juan 1:46). La incredulidad ciega a las personas a la verdad y le roba (hurta) sus esperanzas. Cuestionaron la autoridad de Jesús una y otra vez. “¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te dio esta autoridad?” (Mateo 21:23). Usted será rechazado por aquellos que sienten que usted no pertenece a la tribu, clan, o nivel social al que ellos pertenecen, o porque no tiene una educación formal como ellos la tienen. Será rechazado porque no ere un egresado del seminario o de una universidad bíblica o porque no tiene las credenciales de una denominación reconocida. Pero es mucho más importante tener la credencial del poder del Espíritu Santo y esa era la credencial que Jesús tenía. Procuremos ser hombres y mujeres aprobados por Dios. “Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella” (Hechos 2:22). El poder demostrado por Jesús no dependía del sistema de doctrinas sostenidas por los líderes religiosos de la época. Sus enseñanzas no estaban de acuerdo con las teorías y creencias que ellos habían desarrollado. Él enseñó con autoridad, no con la monotonía ni con una mente embotada como enseñaban los Escribas. Nos van a acusar de ser personas demasiados emotivas o de enseñar con demasiada rigidez y autoridad. Algunos nos aconsejarán que prediquemos mensajes más profundos, expositivos, teológicos y con menos emotividad. Pero recuerda lo que Pablo dijo: “Ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:4-5). La predicación de Pablo estuvo acompañada de prodigios, y del poder transformador del Espíritu. Los corintios lejos de experimentar una conversión intelectual debido a la sabiduría humana, ellos recibieron el Espíritu, que hizo patente su presencia por medio de diferentes dones espirituales. El poder de Dios es desafiado por aquellos que están viviendo en el error: “Entonces respondió Jesús y les dijo: Erráis porque no conocéis las Escrituras, ni tampoco el poder de Dios” (Mateo 22:29). Podemos ser desafiados por aquellos que están viviendo en el error porque ellos ignoran la Palabra y niegan la eficacia del poder de Dios. Enfrentamos la oposición de Satanás cuando tratamos de vivir una vida de fe y poder. Cuando caminamos por la fe irritamos a los hombres carnales y naturales. Esteban era un hombre de fe y era lleno del poder del Espíritu (Hechos 6:8). Su estilo de vida y testimonio irritaba a los líderes religiosos de su tiempo de tal manera que ellos: “Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él” (Hechos 7:54) y lo apedrearon hasta la muerte. Cuando nos movemos más allá del punto de bendición espiritual y comenzamos a vivir en el poder y la autoridad del reino, seremos desafiados por Satanás. “Porque nuestra lucha no es contra sangre ni carne, sino contra principados, contra autoridades, contra los gobernantes de estas tinieblas, contra espíritus de maldad en los lugares celestiales” (Efesios 6:12). Satanás no es afectado por la lógica, intelecto, o debate teológico. Jesús no gastó tiempo argumentando o debatiendo sobre Su autoridad espiritual. No huyamos, enfrentemos la oposición de Satanás con el poder de Dios. Cuando Jesús entró en la casa de Jairo para sanar su hija él se enfrentó a espíritu de incredulidad. Él no permitió que esto lo detuviese. Él no huyó de la casa lleno de terror o en derrota. Él se enfrentó a la oposición y cumplió el propósito para el cual él había venido. Jesús ha delegado su autoridad en nosotros. Él dijo “yo le he dado poder sobre todo el poder del enemigo”. Cuando enfrentemos un desafío, usemos la autoridad espiritual que nos ha sido dada, en el nombre de Jesús y por el poder de la Palabra de Dios. ¡Amén!
julio 28, 2011
Jesucristo es nuestros salvador y redentor
“Jehová es mi roca y mi fortaleza, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y el fuerte de mi salvación, mi alto refugio; Salvador mío; de violencia me libraste” (2 Samuel 22:2-3). Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento están centrados en el propósito “salvador” de Dios, el hombre está totalmente perdido y arruinado a causa de la caída, y destinado a la muerte y a la perdición eterna. Por lo tanto el hombre tenía la necesidad de ser rescatado; redimido mediante la intervención de Dios. El mensaje bíblico se distingue claramente de una mera moral religiosa. El mensaje del Evangelio es “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”. “He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará; éste es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación” (Isaías 25:9). Nuestras plegarias suplicando a Dios por liberación física, económica y espiritual se transformarán en cánticos e himnos de alabanzas. “No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor” (Isaías 41:14). Sin Dios somos personas débiles, desvalidas e insignificantes. Sin él estamos perdidos y sin esperanzas pero él es nuestro pariente redentor, y el hará lo que sin dudas haría un pariente cercano. “Y a los que te despojaron haré comer sus propias carnes, y con su sangre serán embriagados como con vino; y conocerá todo hombre que yo Jehová soy Salvador tuyo y Redentor tuyo, el Fuerte de Jacob” (Isaías 49:26). La magnitud de la obra divina a favor de Su pueblo llegará a ser conocida por todo: “Y sabrá todo hombre que yo soy Jehová tu Salvador, tu Redentor, el Fuerte de Jacob”. En Egipto Dios empezó a manifestarse como el Redentor de Israel, al decir: “Yo soy JEHOVÁ... yo os libraré” (Éxodo 6:6). Él liberó a Su pueblo del horno de aflicción, del ángel exterminador, y del mar Rojo, Deuteronomio 33:29). No se trata de los medios que Dios emplea, sino que es el mismo, su presencia, su intervención, la que salva (1Samuel 14:6; 17:47). Él salva a Sus hijos, frecuentemente hijos rebeldes, pero lo hace a causa de Su nombre, para manifestar Su poder (Salmos 106:8). El profeta puede decir a Sion: “Jehová está en medio de fi, poderoso, él salvará” (Sofonías 3:17), y el salmista no deja de ensalzar la salvación de Dios (Salmos 3:8; 18:46; 37:39; 40:17; 42:5; 62:7; 71:15; 98:2-3, etc.). La salvación incluye nuestra liberación, tanto terrenal como espiritual. El Señor salva de la angustia y de las asechanzas de los malvados (Salmos 37:39; 59:2); Él salva otorgando el perdón de los pecados, dando respuesta a la oración, impartiendo gozo y paz (Salmos 79:9; 51:12; 60:6; 18:27; 34:6, 18). Sin embargo, el Dios Salvador, en el Antiguo Pacto, no se manifiesta aún de una manera plena; se halla incluso escondido (Isaías 45:15). El Señor responde a la humanidad sufriente que le pide romper los cielos y descender en su socorro: “Esforzáos... he aquí que vuestro Dios viene... Dios mismo vendrá, y os salvará” (Isaías 35:4). Cristo es ya de entrada presentado como el Salvador, y no sólo como un Maestro, amigo o modelo de conducta. El ángel dice a José: “Llamarás su nombre Jesús (Jehová salva), porque Él salvará a su pueblo de sus pecados.” Zacarías bendijo al Señor por haber levantado “un poderoso Salvador” (Lucas 1:69). No hay salvación en nadie más (Hechos 4:12). Jesús es el autor de nuestra salvación (Hebreo 2:10; 5:9). Dios envió a Su Hijo como salvador del mundo (1 Juan 4:14), no para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él (Juan 3:17; 12:47). El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10); vino, no para que las almas se perdieran, sino para salvarlas (Lucas 9:56). La verdadera dicha es la alcanzada por aquellos que pueden exclamar: “Sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo” (Lucas 4:42). En el Nuevo Pacto, el término de la salvación se aplica casi exclusivamente a la redención y a la salvación eterna. La salvación viene de los judíos (Juan 4:22). El Evangelio es la palabra de la salvación predicada en todo lugar (Hechos 13:26; 16:17; 28:28; Efesios 1:13). La gracia de Dios es la fuente de la salvación (Tito 2:11), que está en Jesucristo (2 Timoteo 2:10). Dios nos llama a que recibamos la salvación (1 Tesalonicenses 5:9; 2 Tesalonicenses 2:13). Es confesando con la boca que llegamos a la salvación (Romano 10:10); tenemos que ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor (Fil. 2:12). Somos guardados por el poder de Dios mediante la fe para alcanzar la salvación (1 Pedro 1:5, 9). Mientras tanto, esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo (Filipenses 3:20), por cuanto se acerca el momento en que se revelará plenamente la salvación conseguida en el Calvario (Romano 13:11; Apocalipsis 12:10). No escapará el que menosprecie una salvación tan grande (Hebreo 2:3). Al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos (Judas 25). ¡Amén!
julio 27, 2011
El poder del amor
“Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:22-23). La motivación para la obediencia de parte del creyente no debe ser el temor, o el sentido de obligación, sino el amor que surge de un corazón agradecido. La obediencia a la verdad, tiene un doble efecto: purifica el alma del pecado y desarrolla el amor de Dios en el creyente. La realidad de este amor se debe ver en toda su intensidad y profundidad. Nuestro amor a Dios es probado por la obediencia. La comunión con Dios y la revelación de Dios dependen del amor; y el amor depende de la obediencia. En la medida en que obedecemos a Dios, mejor le entendemos. “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23). Jesús se reserva las revelaciones más profundas de su persona para quienes lo aman y le obedecen. “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él” (1 Juan 2:4-5). Es por el amor que hay en nosotros que somos reconocidos como discípulos de Cristo, sino amamos a Dios ni a nuestros hermanos no somos discípulos de Cristo, así de simple. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). Jesús no pensaba nunca en Sí mismo. Su único deseo era darse a Sí mismo y todo lo que tenía por los que amaba. Si amar a sus discípulos y a la humanidad requería ir a la Cruz, Jesús la aceptaba. El corazón de Jesús es lo bastante grande como para amarnos tal como somos. Hay quienes creen que serán reconocidos como hijos de Dios por los títulos que tienen, por sus posiciones eclesiásticas o por la obra que realizan pero se equivocan. “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en muerte” (1 Juan 3:14). El cristianismo es una religión del corazón; no basta la obediencia exterior. El odio hacia alguien que lo trató mal es un cáncer maligno dentro de usted que finalmente lo destruirá. No permita que una “raíz de amargura” crezca en usted ni en su iglesia. Si usted no ama a los demás creyentes, el amor de Dios no está en usted. “El que dice que está en la luz y odia a su hermano, está en tinieblas todavía. El que ama a su hermano permanece en la luz, y en él no hay tropiezo” (1 Juan 2:9-10). El amor a los hermanos y hermanas en la fe es tan característico de la nueva naturaleza del creyente, como lo es el vivir en justicia. El amor nos permite desarrollar la unidad espiritual, y nuestra unidad en Cristo es una fuerza poderosa. Cuando los discípulos estaban unidos y unánimes en oración, descendió el Espíritu Santo. Ellos eran de “un corazón y mente” (Hechos 4:32) y con el poder del amor continuaron testificando de Cristo. Ellos se consagraron a la unidad y al compañerismo y ocurrieron muchas señales y maravillas. Usted debe amar aún a sus enemigos. “Porque Dios me es testigo de cómo os amo a todos vosotros con el entrañable amor de Jesucristo. Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aún más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (Filipenses 1:8-11). “El Señor os multiplique y os haga abundar en amor unos para con otros y para con todos, tal como nosotros para con vosotros” (1 Tesalonicenses 3:12). Usted será arraigado y fundamentado en amor. Si usted desea ser lleno de la plenitud de Dios y de Su poder, usted debe tener el amor de Dios en su corazón. Todos los cristianos son parte de la familia de Dios y poseen por igual el poder transformador de su amor. ¿Siente usted un amor profundo por otros cristianos? Deje que el amor de Cristo lo motive a amar a otros cristianos y exprese ese amor en acciones hacia ellos. ¡Amén!
julio 26, 2011
El fruto del Espíritu Santo
“Más e fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23). El fruto del Espíritu es de vital importancia en nuestra relación con Dios, con nosotros mismos, y con nuestros semejantes. El amor es supremo entre todos los frutos del Espíritu, es razonable que aparezca en primer lugar en la lista del fruto múltiple del Espíritu, porque tanto en la dispensación de la ley como en la dispensación de la gracia el amor es el hilo conductor, ya que a través de el se lleva acabo el plan redentor de Dios. Dios canalizó su amor por medio de la persona de su Hijo. Encauzó (derramó) su amor en nuestros corazones a través del Espíritu Santo y a través de sus redimidos, Dios le da a conocer su amor a los hombres en todas partes. Así el amor es la clave de su programa redentor. Al recibirlo, es nuestra salvación; respondiendo a él viene a ser nuestra santificación; manifestado a los demás, es nuestro servicio. Concluimos que el amor es la esencia de Dios, y el amor no tiene sustituto. El cristiano que ha sido bendecido con la llenura del Espíritu amará lo que Dios ama y aborrecerá lo que Dios aborrece. El gozo mencionado no es otra cosa que el gozo celestial que es reproducido por el Espíritu en los hijos de Dios. No es un gozo humano estimulado por Dios; es el gozo de Dios que nos ha sido dado por medio del Hijo y que es manifestado por el poder del Espíritu Santo. Esto nos permite tener una experiencia singular como creyente. Nehemías declaró “El gozo del Señor es vuestra fortaleza” (Nehemías 8:10). Cristo dijo: “…para que mi gozo este en vosotros y vuestro gozo sea cumplido” (Juan 15:11). El apóstol Juan, habiendo declarado la comunión entre el Padre, el Hijo y el creyente, afirma: “estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido” (1 Juan 1:40). Como Cristo nos dio gozo, también nos dio paz. El Apóstol Pablo dice: “Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7). Hay una diferencia entre “la paz de Dios”, que es una experiencia operada interiormente, y la “paz con Dios” que es realizada por Cristo. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). La paz de la cual hablamos, es la que Cristo heredó, es una experiencia constante que se siente en el corazón, es directa y depende de la naturaleza del Carácter de Dios. Cada fruto del Espíritu es opuesto a un aspecto no espiritual del corazón humano. La sanidad para las enfermedades espirituales producidas por diversas condiciones no es el intento de dejar de hacer lo malo, sino él sustituirlos con el fruto del Espíritu, es decir, con las virtudes que Dios imparte. La paciencia por ejemplo es el antídoto divino para la impaciencia, no es meramente la paciencia humana que tiene sus límites, sino la paciencia de Dios operada internamente por el Espíritu, una paciencia infinita e ilimitada. Solamente cuando somos llenos de Su gloria, podemos experimentar esta paciencia (Colosenses 1:11). Este fruto es necesario en la vida de los que predican o enseñan (1 Timoteo 4:2). Para esperar la venida de Cristo se requiere de paciencia (Santiago 6:7-8), la paciencia nos ayuda a alcanzar las Promesas (Hebreo 6:15). Un hombre justo puede desalojar de su casa a una viuda sin recursos cuando se atrasa con la renta, un hombre bueno buscaría la manera de evitarlo. En la persona de Dios la bondad es infinita, el mundo depende de la bondad de Dios, nadie puede imaginarse como sería el mundo si Dios fuera malo (Salmo 27:13; Salmo 23:6). La mansedumbre en Dios no implica debilidad. Cristo fue llevado como oveja al matadero y esto no significa que Cristo era débil; En Dios hay otros atributos que vindican su Santidad y Su gobierno de justicia; el creyente lleno del Espíritu manifestará la mansedumbre de Dios. El creyente también puede conocer el poder de la indignación, pero siempre será manso, este fruto se requiere de todos los que han de manifestar la gracia de Dios (2 Timoteo 2:24-26). Además hay una recomendación mas del Apóstol Pablo (Tito 3:2) el corazón necesitado de la amable mansedumbre de Cristo se le anima a creer que puede llegar a obtenerla, no por el esfuerzo humano, o por una inútil imitación, sino como un fruto directo del Espíritu. La palabra usada en Gálatas 5:22, no es fe, sino fidelidad. Dios es fiel y esta fidelidad es reproducida por el Espíritu en la vida del Creyente. Este atributo pertenece solamente a Dios, pero puede ser comunicado, y lo será en el creyente consagrado, por el Espíritu. La fidelidad se manifiesta en las relaciones del creyente con Dios, con sus semejantes y consigo mismo. La honradez, sinceridad y devoción son factores que se manifiestan en nuestras vidas cuando hay fidelidad. Esta gracia impartida será dirigida hacia aquellos a quienes el mismo Dios es fiel. El dominio propio ocurre cuando el creyente se ajusta a la mente de Dios y a su voluntad. La llenura del Espíritu, se ve en los frutos del Espíritu, lo que Dios es, naturalmente, es lo que él requiere, y ciertamente sus atributos, hasta donde puedan adaptarse a la vida humana, han de ser reproducidos en el creyente por el Espíritu. Para vivir la vida divina el creyente no tiene que salir de su cuerpo y vivir solo en el Espíritu, porque el Espíritu hace uso de todas las facultades del cuerpo del creyente. Las manifestaciones directas de las características divinas no son estorbadas por la presencia de las facultades humanas existentes, es claro que el Espíritu usa de todas las facultades del ser humano para manifestar las características de Dios. La voluntad de Dios es que seamos conformados a su imagen y que en nuestra existencia terrena manifestemos su personalidad a los que no pueden percibir su Presencia, Nosotros somos los inmediatos responsables de Enseñar al mundo lo que Dios es por medio de un testimonio fructífero, saturado con los frutos del Espíritu. ¡Amén!
julio 25, 2011
Ministrando por medio de la unción
“Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho” (1 Corintios 12:7). La unción es la presencia tangible de Dios. Todo lo que Jesús hizo en Su ministerio terrenal fue por medio de la unción y los dones del Espíritu Santo. Dios guía a Su pueblo por medio de la unción. Todas las visiones, revelaciones, impresiones y manifestaciones espirituales deben ser verificadas por la unción. El creyente tiene la unción interior que viene con la presencia del Espíritu Santo. La unción viene para que el creyente entre en el reino del Espíritu por medio de la operación de los dones sobrenaturales. Es a través de la unción que los creyentes pueden ser fructíferos y productivos. La unción de Dios nos enseña y confirma todas las cosas. Debemos aprender a esperar que el Espíritu Santo se mueva y a reconocer la función para la cual Dios nos llamó. Cuando aprendemos a fluir en el Espíritu Santo adquirimos: conciencia; sensibilidad; disponibilidad; pensamientos positivos y obediencia. Es así; que entendemos; cooperamos; y trabajamos bajo la dirección del Espíritu. Debemos aprender a ser dirigidos por el Espíritu. Es muy importante que cada creyente aprenda a moverse y a operar en el Espíritu. Los creyentes deben usar con audacia la unción que Dios ha colocado en ellos para hacer las obras que Jesús hizo. Hay tres pasos que se requieren para ministrar efectivamente en los dones del Espíritu Santo. 1.- Necesitamos los dones de revelación para saber lo que Dios quiere que hagamos. 2.-Necesitamos los dones vocales de manera que podamos hablar lo que Dios desea que digamos sobre una persona, o situación. 3.- Necesitamos los dones de poder para que podamos hacer lo que Dios desea que hagamos. El discernimiento de Espíritus es una percepción sobrenatural dentro del reino espiritual. Dios revela por medio de este don el tipo de espíritu que está detrás de una persona, situación, acción o mensaje. Es un conocimiento en el espíritu que viene a través de una revelación sobrenatural en relación con la fuente, la naturaleza y la actividad de cualquier espíritu. Hay tres arias de actividad espiritual. El espíritu de Dios; El espíritu humano y El reino de Satanás. El Espíritu de Dios se siente a través de las manifestaciones e impresiones que él mismo produce. La Palabra de conocimiento es una revelación sobrenatural por el Espíritu Santo de ciertos hechos, presentes o pasados, sobre una persona, o situación. La palabra de conocimiento puede revelar: 1.- nombres de enfermedades, 2.- nombres de personas o relaciones, 3.- una persona a quien debemos llamar o visitar, 4.- incidencias o circunstancias del pasado. La palabra de sabiduría es una revelación sobrenatural dada al creyente. La palabra de sabiduría opera muy de cerca con el don de discernimiento de espíritus y la palabra de conocimiento. Es una revelación de cómo debemos ministrar a una necesidad en particular. La palabra de sabiduría crea fe para ministrar confiadamente. El don de lenguas es una expresión sobrenatural o inspiración por el Espíritu Santo usando nuestros órganos vocales físicos. El mensaje hablado puede ser en un lenguaje celestial, o humano. El don de interpretación de lenguas es el despliegue sobrenatural efectuado por el Espíritu, dando la explicación o el significado, de una expresión vocal en otro lenguaje. No es una operación o entendimiento de la mente. Es dado por el Espíritu de Dios. Interpretación significa explicar, exponer o desplegar. El don de profecía es una expresión vocal espontánea y sobrenatural de inspiración en una lengua conocida que fortalece, anima y reconforta al cuerpo de Cristo. Es un mensaje directo de Dios para una persona o grupo de personas. La palabra Griega para profecía es “propheteia” que significa expresar la mente y el consejo de Dios. El don de fe es una fe sobrenatural para un momento y propósito específicos. Es un don de poder para realizar cierta tarea en cualquier situación. Cuando la palabra de sabiduría es dada, encenderá el don de fe para llevar a cabo la tarea de acuerdo con el propósito de Dios. El don de fe es recibido por la operación de los dones de revelación. Cuando el don de fe viene, el creyente no se esfuerza para creer. Él sabe lo que está a punto de ocurrir y actúa con denuedo sobre la revelación y sabiduría. El resultado del don de fe es el hacer milagros y los dones de sanidades. El hacer milagros es una intervención sobrenatural de Dios en el curso ordinario de la naturaleza. Es la demostración sobrenatural del poder de Dios por medio de la cual las leyes de la naturaleza son alteradas, suspendidas o controladas. Los milagros siempre confirman la Palabra de Dios y glorifican a Jesús. Los dones de sanidades son la impartición sobrenatural del poder sanador de Dios. Estos son descritos como dones (plural) porque hay muchas maneras de impartir, o ministrar sanidad a los enfermos. La persona que está recibiendo la sanidad ha recibido los dones de sanidad. Los dones de sanidad son manifestaciones sobrenaturales del Espíritu Santo. Son el don de Dios para el cuerpo de Cristo y en particular para aquel que está necesitando la sanidad. ¡Amén!
Como enfrentarse a la vida
“¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello. Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es mala; y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:13-17). No hay una verdad que se enseñe más en las Escrituras como la de la incertidumbre de la vida y la tragedia que resulta vivir sin una entrega completa a Dios; sin embargo, la evasión deliberada de un deber conocido es una rebelión directa contra la voluntad de Dios. Esta es el resultado de una entrega incompleta al cumplimiento pleno de los mandamientos de Dios. En la sociedad de hoy se notan ciertas tendencias dañinas. Encabezan la lista males como la desintegración del matrimonio y las relaciones familiares, una distorsión del sistema de valores y la devaluación del individuo. Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:13-16). El cristiano debe concentrar sus pensamientos y no seguir especulando sobre temas inútiles; debe aplicar su mente a entender las verdades de la salvación reveladas por el Espíritu de Cristo. La única manera de combatir tales tendencias es volver a los principios básicos: (1) una consagración a la Palabra de Dios, (2) la dedicación profunda a la oración y (3) la obediencia a los mandatos de Dios. Uno de los errores principales del ser humano, es la infidelidad a Dios. En lugar de someterse a Dios, el ser humano trata de satisfacer sus anhelos y deseos personales. El deseo primordial del hombre sin Dios es saciar su carne y su mente. Tal conducta produce consecuencias inevitables. El hombre pelea contra sí mismo y contra los demás. El mensaje de esperanza es que los humanos pueden ser hechos hijos de Dios por la fe en Jesucristo. La conversión genuina es una experiencia unificadora que atrae a la gente y la unifica en el amor y la comunión en Cristo. El hombre muestra su infidelidad a Dios con su búsqueda de placeres, su orgullo al creerse independiente de Dios, al criticar y hablar mal de otros, al despreciar el amor divino y negarle a Dios la adoración y devoción que le pertenece. Otra manera de ser infieles a Dios es hacer planes para el futuro sin tomar en cuenta su voluntad. “No te jactes del día de mañana; porque no sabes qué dará de sí el día” (Proverbios 27:1). Nadie sabe si mañana estará aquí o en la eternidad. Muchas veces esta influencia hace que el individuo se aparte de sus principios morales a fin de ganar más y más dinero. Llega el momento en que todo lo que la persona desea es hacerse más rica. Esto tiene un efecto corrosivo en las relaciones con otros. Gran parte de los sufrimientos de los cristianos primitivos fue causado por la cruel opresión de los ricos. Cuando Esteban se enfrentó al Sanedrín, dijo: “¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres?” (Hechos 7:52). Es posible que Santiago tuviera en mente también las palabras de Jesús a sus discípulos que se gozaran cuando estuvieran enfrentando persecución por su causa, “porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (Mateo 5:11,12). Santiago dijo que estos profetas fueron ejemplo de firmeza y constancia frente a la más violenta persecución y opresión hasta el sufrimiento físico y la muerte. Una actitud de paciencia, oración y alabanza puede guardar al cristiano de planes prematuros, protestas, quejas y reacciones profanas. Parte integral de la vida de la iglesia primitiva era la oración (Hechos 1:14; 2:42; 6:4; 12: 5) y la alabanza (Hechos 16:25; 1 Corintios 14: 15, 26; Efesios 5:19; Colosenses 3:16). ¡Amén!
julio 24, 2011
El Anticristo
“Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos. Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones. Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador” (Daniel 9:24-27). La nación Israelita establecerá un pacto con el futuro cuerno pequeño, un príncipe romano, o anticristo, por siete años (la última de las setenta semanas de Daniel). A mediados de la semana, el anticristo romperá el pacto y demandará que cesen los sacrificios, restablecidos por Israel en los últimos días. Colocará su imagen en el templo judío y exigirá que se le rinda culto. Los detalles de este pacto no se nos dan en las Escrituras, pero todo indica que se trata de un pacto de protección. Este dictador busca poner fin a la controversia entre Israel y las naciones circundantes; para eso usa su artimaña y establece un protectorado para establecer la paz y tranquilidad en el Medio Oriente. “Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán” (1Tesalonicenses 5:2-3). Aunque no hay indicación de que éste será un período de completa paz, Israel estará seguro, relativamente hablando, y se le concederán privilegios para el comercio y una libertad relativa que no ha tenido esa nación desde que fue formada el 14 de Mayo de 1948. Indudablemente el cambio inspirará a muchos judíos a regresar a su antigua tierra con sus riquezas, e Israel prosperará financieramente. También durante este período la iglesia apóstata seguirá aumentando su poderío, trabajando junta con el Anticristo y el falso Profeta en toda el área del Mediterráneo a fin de lograr el dominio religioso mundial. De igual modo, seguirá la evangelización de Israel y muchos se volverán a Cristo. Por otro lado, muchos también volverán al judaísmo ortodoxo. En este período será reconstruido el templo en Jerusalén y los judíos ortodoxos renovarán el sistema mosaico de sacrificios, los que no se han ofrecido desde que el templo fue destruido en el año 70 d.C. Esto está sobreentendido en Daniel 9:27, y 12:11 “a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda”. Nadie sabe exactamente en qué momento será reedificado el templo, pero estará en funcionamiento cuando comience este período de paz. Sin embargo, la tranquilidad del Medio Oriente será destruida por un hecho dramático descrito en Ezequiel 38 - 39, un ataque a Israel por parte de Rusia y sus aliados. Los intérpretes de las Escrituras han discrepado en sus análisis de este suceso y su ubicación en la cronología. Según Ezequiel 38, ocurre en un tiempo en que Israel está en paz y reposo, período que corresponde a la situación que se da después de hecho el pacto con el príncipe romano. El ataque es un asalto sobre Israel y es, en efecto, un intento de los rusos por tomar el control político y comercial del Medio Oriente. En cambio, Dios interviene sobrenaturalmente para salvar a su pueblo y destruye a las fuerzas invasoras con una serie de catástrofes descritas en Ezequiel 38:18-23. Esta guerra destruye el período de paz y prepara el camino para el período final. La destrucción del ejército ruso no solamente termina con la paz del período precedente, sino que también introduce una situación mundial dramática. Destruido temporalmente el ejército ruso, el Anticristo aprovecha la situación para proclamarse dictador mundial. En una noche se apodera del control político, económico y religioso del mundo. Se proclama a sí mismo gobernador sobre toda raza, lengua y nación (Apocalipsis 13:7), y Daniel predice que devorará toda la tierra, la “trillará y despedazará” (Daniel 7:23). “Del Dios de sus padres no hará caso, ni del amor de las mujeres; ni respetará a dios alguno, porque sobre todo se engrandecerá. Mas honrará en su lugar al dios de las fortalezas, dios que sus padres no conocieron; lo honrará con oro y plata, con piedras preciosas y con cosas de gran precio. Con un dios ajeno se hará de las fortalezas más inexpugnables, y colmará de honores a los que le reconozcan, y por precio repartirá la tierra” (Daniel 11:37-39). Se apodera del poder económico del mundo y nadie puede comprar o vender sin su autorización (Apocalipsis 13:16-17). Para Israel es un brusco retroceso, ya que este príncipe quebrantará el pacto y de la noche a la mañana se convertirá en su perseguidor. Jeremías denomina este período como un tiempo de angustia para Jacob. En otros lugares este período es descrito como la Gran Tribulación. Las tribulaciones de Israel comienzan con la repentina cesación de sus sacrificios. Consecuente con esto, nuestro Señor Jesucristo aconseja a Israel para que huya inmediatamente (Mateo 24:16-20). Será un tiempo de angustia sin precedentes para Israel, y millares de judíos serán masacrados (Zacarías 13:8). El templo mismo será profanado y pondrán una imagen del Anticristo en él (Apocalipsis 13:15), y a veces el mismo Anticristo se sentará en el templo para ser adorado (2 Tesalonicenses 2:4). Esta es la abominación de desolación descrita en conexión con la cesación de los sacrificios. El Anticristo también se presentará a sí mismo como un dios y exigirá que todos le tributen adoración so pena de muerte (Apocalipsis 13:8, 15). Este período final comenzará a mediados de los siete años originalmente pactados y, en consecuencia, durará cuarenta y dos meses. Procuremos serle fiel al Señor para que podamos irnos en el arrebatamiento de la Iglesia porque lo que ocurrirá después será terrible y espantoso. Los gentiles que crean en Cristo en este período serán considerados traidores y también serán perseguidos. “Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer (Israel); y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella (los creyentes gentiles), los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo”. ¡Amén!
Hacedores de la Palabra de Dios
“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22). Dios no está interesado en que usted escuche meramente la Palabra, sino en que la Palabra produzca una transformación en usted. El término logos traduce al hebreo dabar, aunque en los libros proféticos suele traducirse dabar por el griego rhéma. La Palabra posee un poder semejante al del Dios que la formula El vocablo logos significa palabra. Marcos nos dice que Jesús predicaba la Palabra a las multitudes (2:2). En la parábola del sembrador, la semilla era la Palabra (4:14). La tarea de Pablo y de sus compañeros era predicar la Palabra (Hechos 14:25). La Palabra juzga y purifica; corrige lo erróneo y exhorta al ser humano a conducirse rectamente. Purifica en el sentido de que procura desarraigar los viejos defectos e infundir aliento para ir en pos de nuevas virtudes. La Palabra es la que le da al hombre la oportunidad de creer; y, habiéndola oído, tiene el deber de darla a conocer a otros. La Palabra es el agente del nuevo nacimiento. El logos debe ser oído. El cristiano tiene impuesto el deber de escuchar. Entre las múltiples voces del mundo, el creyente debe afinar el oído para distinguir el mensaje de Dios. El cristiano nunca tendrá la oportunidad de conocer a Dios si, primero, no escucha. Hay una forma de escuchar que es puramente superficial. Es cuando la Palabra resbala y no hace el efecto. Una palabra puede ser oída, aceptada, pero si usted no les da cabida en su corazón se borrará con el paso del tiempo. El mensaje cristiano debe ser deliberadamente retenido. Ha de ocupar en la mente un lugar privilegiado. Ha de pensarse en él, meditarse, para que nunca se pierda. Cada hombre tiene su propio círculo de pensamientos e ideas en que vive, se mueve y tiene su razón de ser; en que descansa su vida y por el que dirige sus actividades. El mensaje cristiano debe ser aquello en y por lo que un hombre viva. Este no debe ser solo materia de conocimiento; debe ser dirección para la vida. Se realiza en la acción, no en la especulación. Demanda obediencia. No es meramente algo para pensar; es una ética y una ley para ser acatadas. Una persona demuestra que ha aceptado el mensaje, viviéndolo. El logos impone deberes. No es algo que una persona acepta, y nada más; es algo que debe llevar a otros. Es algo por lo que debe estar dispuesto a consumir su vida. La proclamación del logos debe ser hecha con autoridad y con certeza. El mensaje cristiano comienza con la proclamación, pero debe continuar con la explicación. Hay muchas personas que no saben lo que significa ser cristiano ni lo que el evangelio representa. Las tentaciones, los impulsos, y las pasiones de la vida, pueden hacer que una persona olvide el mensaje cristiano poco después de oírlo. Las actividades, los afanes y placeres de la vida pueden tomar tanto de la existencia de una persona, que el mensaje cristiano se ahoga en ella. Cuando un hombre comienza a escucharse a sí mismo y, deja de escuchar a Dios, su versión del mensaje cristiano será distorsionada e inadecuada. Siempre que olvide someter sus conceptos e ideas a la prueba de la Palabra del Espíritu de Dios, producirá una versión del mensaje cristiano que será suya, pero no de Dios. Es fácil desplazar el mensaje cristiano, y obscurecerlo con interpretaciones humanas, complicar su sencillez basándose en condiciones, reservas y aclaraciones. Siempre que consideremos el mensaje cristiano como algo con lo que tenemos que efectuar un acuerdo, más bien que como algo a lo que nos tenemos que rendir, corremos el riesgo de hacerlo ineficaz. Cuando examinamos el contenido del mensaje cristiano, empezamos a apreciar, como nunca, las riquezas de la fe. El mensaje cristiano es una palabra de buenas nuevas y conduce al hombre a descubrir el amor de Dios. Es una palabra de verdad e infunde seguridad al hombre. Es una palabra de vida y capacita al hombre para dejar de existir y comenzar a vivir. El mensaje cristiano es una palabra de justicia que le enseña al hombre como practicar la bondad; le muestra lo que es misericordia; le da nuevas normas de vida; lo capacita para enriquecerlas y le da poder para cumplirlas. El mensaje cristiano es una palabra de reconciliación. Dios no se considera nuestro enemigo. Por la Palabra es quitada la enajenación del hombre. El mensaje cristiano es una palabra de salvación. Rescata al hombre de los lazos del mal. Es la palabra de la cruz. Es la historia de uno que murió por los hombres y de un amor que no se detuvo ante el sacrificio. ¡Amén!