“Y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en griego, Apolión” (Apocalipsis 9:11). La devastación y el terror que pueden causar las langostas es casi increíble. Las langostas son el prototipo de la destrucción, y la descripción –más gráfica, realista y terrible de ellas y de su poder destructivo se haya en el libro de Joel. La comparación de estas huestes demoníacas con langostas es un eco de la visión de Joel 2:1-10, donde se dice que los ejércitos de langostas parecían caballos de guerra corriendo hacia la batalla, que hacían ruido como carrozas, atacando como guerreros, oscurecían los cielos y tenían garras como leones. Además de estos hechos, Juan declara que las langostas tenían poder para infligir dolor como escorpiones. La destrucción que causan es increíble. Cuando han pasado por un área, no queda ni una brizna de hierba y los árboles son descortezados. Paradójicamente estas langostas no le harán daño a la vegetación, sino a los hombres. Las langostas normalmente devoran la vegetación y no dañan a los seres humanos, pero a éstas no le interesa devorar la vegetación, sino atacar a los hombres, atacarán sin compasión a todo aquel que no tenga el sello de Dios en sus frentes. Su rey es llamado Abadón en hebreo y Apolión en griego. El primero indica las profundidades del Seol y significa “destrucción”. El segundo es parecido al verbo griego apollumi, “destruir”, pero bien puede ser una variante de Apolo, a quien los autores griegos hacen derivar de apollumi. El culto de Apolo, entre otros símbolos, usaba el de la langosta, y los emperadores Calígula, Nerón y Domiciano pretendían ser encarnaciones de Apolo. Lo que significa que la hueste destructora del infierno tienen como rey al cuerno pequeño que sale de la cuarta bestia (el Anticristo). Estas langostas son instrumentos sobrenaturales (ángeles caídos, demonios) en las manos de Satanás. Estos son espíritus malignos que tendrán permiso por un poco de tiempo para salir del abismo y afligir a los hombres. “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Los escépticos suponen que como Cristo aún no ha regresado, los planes de Dios han sido cambiados. Hay personas que no comprenden que Dios es todopoderoso e inmutable, y que todos sus designios se cumplirán a su debido tiempo. Dios no desea la muerte del pecador, antes bien ha hecho todo lo que está a su alcance para salvarlo de la muerte. “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis” (Ezequiel 18:32). No es Dios quien debe vivir de acuerdo con nuestras ideas o normas de justicia, sino que somos nosotros lo que debemos vivir de acuerdo con las suyas. No desperdiciemos el tiempo buscando pretextos para eludir la ley de Dios y nuestra responsabilidad de obedecerla, en lugar de eso, vivamos de acuerdo con sus normas. Si renunciamos a seguir por el camino equivocado que lleva nuestra vida al pecado y la rebelión, y nos volvemos a Dios, él nos dará una nueva dirección, un nuevo rumbo, y poder para cambiar. Confiemos en el poder de Dios que cambia nuestra mente y corazón. Tomemos la determinación de vivir bajo su control y no esperemos a que sea demasiado tarde. “Jehová amonestó entonces a Israel y a Judá por medio de todos los profetas y de todos los videntes, diciendo: Volveos de vuestros malos caminos, y guardad mis mandamientos y mis ordenanzas, conforme a todas las leyes que yo prescribí a vuestros padres, y que os he enviado por medio de mis siervos los profetas. Mas ellos no obedecieron, antes endurecieron su cerviz, como la cerviz de sus padres, los cuales no creyeron en Jehová su Dios” (2 Reyes 17:13-14). Tome la determinación de ser una persona de Dios y de hacer lo que él dice sin pensar en el costo. “Diles, pues: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Volveos a mí, dice Jehová de los ejércitos, y yo me volveré a vosotros,…” (Zacarías 1:3). “Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de volvernos?” (Malaquías 3:7). Cuando somos purificados por Dios, el reflejo del Señor en nuestra vida será cada vez más claro. Si somos cristianos íntegros y fieles, no tenemos nada que temer. Dios garantiza nuestra salvación y seguridad. ¡Amén!
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julio 31, 2011
Volveos a Dios
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