“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). La persona que se acerca a Dios debe creer que él existe y estar segura de que Dios es fiel a sus promesas. Debemos confiar pero también reaccionar con un temor reverente ante la Palabra de Dios. Las Escrituras testifican de Dios y nos revelan la realización de su propósito y de su plan redentor. Expresemos nuestra fe haciendo las cosas que Dios nos ha mandado y obedeciendo sus preceptos. La fe interior se revela claramente en nuestras obras exteriores, lo que usted ha concebido por la fe en su interior, se manifiesta a través de sus acciones. La revelación de Dios en las Escrituras y por medio del Mesías es el fundamento de nuestra fe, y esto es lo que hace que el Evangelio sea completamente razonable. Sin embargo, es únicamente por la fe que aceptamos esta revelación y es por medio de la fe que alcanzamos una verdadera comprensión de su contenido. Si usted ha aceptado la revelación bíblica, es su beber proceder con justicia y amor. Las promesas de Dios deberían motivarnos a obedecer y a tener esperanza en el Señor. Esta vida no es un fin en si misma, nuestra herencia no es una herencia terrenal sino espiritual y eterna. “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17). Hay quienes no adquieren un verdadero conocimiento de Dios porque no están dispuestos a obedecer la voluntad de Dios, solo quienes están dispuestos a obedecer al Señor, él le da a conocer el contenido doctrinal y espiritual de las Escrituras y de los misterios del Reino de Dios. Oseas tenía en su mente este conocimiento intensivo que viene de una íntima comunión con Dios, cuando dijo: “Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová; como el alba está dispuesta su salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra” (Oseas 6:3). El incrédulo no tiene un verdadero conocimiento de Dios ni de las Escrituras ni de las cosas espirituales. “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:20-24). Ni los sabios [filósofos] ni los eruditos [rabinos] ni los disputadores de este siglo [oradores] pueden entender las maravillas de Dios. No entienden porque no hay Dios en ningunos de sus pensamientos. “El malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios; no hay Dios en ninguno de sus pensamientos” (Salmos 10:4). El propósito de Dios se cumple por medio de la locura de la predicación, es decir, es por medio de los que nosotros predicamos [el Evangelio], que Dios salva a los que creen. Tanto la sabiduría como el poder de Dios lo hallamos en el Mesías. Dios eligió a los locos en vez de los sabios, a los débiles en lugar de los poderosos, eligió a aquellos a quienes la sociedad secular consideraba “insignificante” y rechazó a quienes eran halagados por la sociedad. Evitemos la jactancia basada en nuestra propia condición o clase; la salvación es por gracia para que nadie se gloríe. La salvación empieza y termina con Dios; la sabiduría, justificación, santificación y redención la hallamos en el Mesías. "Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová". ¡Amén!
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