“Y aconteció que mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días de dar a luz, y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada (Lucas 2:6-7). Dios le había revelado a Nabucodonosor que el reino del Mesías se establecería durante los días del cuarto imperio mundial, es decir, del imperio romano. “Y en los días de estos reyes, el Dios de los cielos establecerá un reino que no será jamás destruido, ni el reino será dejado a otro pueblo, sino que desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre, tal como viste que del monte fue cortada una piedra (no con mano humana), la cual desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. El gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo por venir; y el sueño es verdadero, y fiel su interpretación” (Daniel 2:44-45). Si por alguna razón nos inquietan las guerras y los rumores de guerras; la prosperidad de los líderes mundiales y las catástrofes naturales, recordemos que Dios, es quien decide y controla el desarrollo de la historia y no los líderes del mundo. Bajo la protección de Dios, el Reino del Mesías es indestructible. Todos los que hemos creídos en Dios somos ciudadanos de su reino y estamos seguros en él. Augusto César, nunca se hubiera imaginado que con su edicto él estaba contribuyendo al cumplimiento de las profecías de Daniel y de Miqueas acerca del nacimiento del Mesías. El método usual de los romanos era hacer el censo del pueblo en residencia, pero en este caso se aceptó la práctica de los judíos de volver todos a su ciudad de descendencia. Esto es muy “interesante e importante”, porque de esa manera José y María volvieron a la ciudad de Belén donde debía nacer el Mesías. “Pero tú, Bet-léhem Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, De ti me saldrá el que será Caudillo en Israel, Cuyo origen es desde el principio, desde los días de la eternidad” (Miqueas 5:2). Desde luego, ni Augusto Cesar ni José ni María ni ningún ser humanos pudo haber ideado y diseñado este plan; fue Dios que ideó, diseñó y promovió este plan para que se cumpliera lo que él mismo había anunciado por medio de los profetas. “De parte de YHVH es esto, y es cosa admirable ante nuestros ojos” (Salmos 118:23). Los historiadores romanos, Suetonio y Tácito, dan testimonio de las expectativas que prevalecían en oriente, de que de Judea saldría el soberano del mundo. Pablo dice: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que redimiera a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos” (Gálatas 4:4). Los magos no expresaron ninguna duda con referencia al nacimiento reciente del Mesías a quien denominan “rey de los judíos”. Para ellos el nacimiento del Mesías era algo real; lo que ellos buscaban era una respuesta a su pregunta ¿dónde está “el rey de los judíos que ha nacido?” La estrella que estos hombres vieron no era una estrella ordinaria; fue un acontecimiento milagroso para guiar a los magos al lugar del nacimiento del niño. Dios pudo haber enviado a los magos directamente a Belén, pero esto habría dejado a Jerusalén sin la noticia del nacimiento de Jesús. Esta noticia puso en expectativas a toda la ciudad de Jerusalén. Sin embargo, me resulta increíble y chocante la dejadez de los sacerdotes y de los escribas, mientras los magos [estos extranjeros] fueron en busca del Mesías, los líderes del pueblo permanecieron indiferentes. ¿Por qué ellos no acompañaron a estos extranjeros con el fin de confirmar la noticia y a su vez adorar al Mesías? No tengo espacio para seguir tratando este tema pero quiero decirle que a pesar de que en occidente se celebra el nacimiento del Mesías, muchos son los que permanecen indiferentes y otros aprovechan la ocasión para la glotonería, el libertinaje y la borrachera. Pero nosotros en lugar de utilizar esta fiesta para hacer lo que es abominable, perverso y repugnante, utilicémosla para buscar al Mesías y para adorarle como los hicieron los ángeles, los magos y los pastores. “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres de su elección [buena voluntad]!” ¡Amén!
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