“Orad sin cesar”. (1 Tesalonicenses 5:17). Dios quiere estar en relación con el hombre, estar cerca de él como un padre de sus hijos, sin que esto signifique un debilitamiento de Su poder. No orar, es no entender ni darse cuenta de que cuando oramos entramos al santuario espiritual y nos situamos en la misma presencia de Dios, y ¿qué puede ser más importante que estar en la presencia de Dios? No orar, nos hace incapaces de captar el hecho de que Dios nos ha salido al encuentro en la persona de Jesucristo. Orar es una necesidad, es una forma de respirar y obtener el oxígeno necesario para la vida. “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efesios 6:18). La comprensión espiritual del evangelio, combinada con una actitud de oración, es la combinación que todo creyente debe buscar. La oración en el Espíritu, es una de las armas de ataque más poderosa con que cuenta el creyente; la otra es la espada del Espíritu. Por medio de la oración intercesora nos fortalecemos y “podemos estar firmes contra las asechanzas del diablo”. Orar creyendo y obedeciendo a lo dicho por Dios en las Escrituras, nos permite ser santificado y fortalecido en el poder del Espíritu. Una actitud correcta en este sentido traerá una unción poderosa a nuestra vida y ministerio. Orar nos permite reconocer lo que Dios a hecho por nosotros en Jesucristo. La oración guiada por el Espíritu es sumamente poderosa. “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos 8:26-27). El presente estado de debilidad surge por una gran mezcla de ideas y sentimientos que se origina en nuestro ser interior, al reconocer que lo que apreciamos con los sentidos es algo pasajero. Sin la presencia del Espíritu en nosotros carecemos de visión espiritual y en ese estado es imposible comunicarse con Dios, debido también a la inevitable imperfección que hay de nuestro lenguaje para expresar los sentimientos de nuestro corazón. Mientras luchamos por expresar con palabras los deseos de nuestro corazón, nos damos cuenta que las emociones más profundas del corazón son inexpresables pero el Espíritu la expresa con “gemidos indecibles”. La profundidad y madurez de nuestra experiencia espiritual nos permite tener una actitud mental y realizar un ejercicio provechoso por medio de la oración. La oración no es un acto arbitrario, cuando oramos, no podemos aventurarnos ni seguir nuestra fantasía; Dios nos ha marcado el camino que debemos seguir. Él mismo nos enseña cómo debemos orar, debido a que tenemos una gran cantidad de cosas que pedir. “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:6). Es evidente que lo que aquí se condena no es la oración en público, sino el carácter indiscreto de la verdadera oración. Si oramos como lo hacen los paganos, lo que estamos haciendo es despreciando el carácter sagrado de la oración. “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos” (Mateo 6:9-13). La verdadera oración no es una técnica ni un desempeño, sino una relación. Logramos esta relación solo por medio de Jesucristo y del poder santificador del Espíritu. La experiencia de Zacarías el padre de Juan el Bautista tuvo lugar a la hora de la oración. “Aconteció, pues, que mientras él ministraba como sacerdote delante de Dios en el turno de su clase, conforme a la costumbre del sacerdocio, entrando en el Santuario del Señor, le cayó en suerte ofrecer incienso. Y toda la gente del pueblo estaba orando afuera, a la hora del incienso”. El milagro de la puerta de la hermosa fue a la hora de la oración. “Cierto día Pedro y Juan subían al Templo a la hora de la oración, la novena”. Grandes cosas ocurren por medio de la oración. ¡Amén!
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