“El que se cubre de luz como de vestidura, que extiende los cielos como una cortina, que establece sus aposentos entre las aguas, el que pone las nubes por su carroza, el que anda sobre las alas del viento; el que hace a los vientos sus mensajeros, y a las flamas de fuego sus ministros” (Salmos 104:2-4). Para el hebreo antiguo que estaba rodeado de los adoradores del sol, la luz era - símbolo natural de Dios. Se describe a Dios creando la luz, y no solo esto, sino que se le describe vestido de luz. Este término se usa en conexión con la vida con el fin de expresar la gloria que Dios nos da en Jesucristo. “Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz” (Salmos 36:9). Tanto la gloria trascendente de Su grandeza intrínseca como el esplendor inmanente de Su majestad observable, se nos revelan en Jesucristo. Hay una sinonimia entre la luz y la verdad, entre la luz y el conocimiento y entre la luz y la salvación; esto es lo que descubrimos a medida que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con él. Dios comparte su vida, conocimiento, verdad y salvación con los que tienen comunión con él. La luz de Dios es lo que le da a la vida un sentido de realización y de tranquilidad. La obra perfecta de la creación expresa la grandeza y majestad permanente de Dios; en ella vemos el carácter histórico definitivo, sus formas y entornos fijos y la sabiduría evidente de Su creador. “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). Es tiempo de fijar nuestra atención en la integridad y en la justicia de Dios. Hay una doble negación enfática en cuanto a las tinieblas; no hay oscuridad alguna en Dios; él es luz y se nos revela en su perfecta santidad y majestad. En las tinieblas, lo bueno y lo perverso parecen iguales; en la luz, es fácil notar su diferencia. No podemos decir que tenemos comunión con Dios, mientras seguimos viviendo en tinieblas. La luz de Dios ha entrado en el mundo, brilla en la oscuridad del error e ilumina a cada hombre que cree en Jesús. “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (Juan 1:3-5). En el mundo físico la vida depende de la luz, y esta idea es transferida al mundo espiritual. Hay una iluminación que llega a todos en general, lo que podría referirse a la luz de la conciencia y de la razón pero solo los que han creídos en Jesús han pasados de las tinieblas a la luz. Es en Jesús que hemos recibido la iluminación espiritual. “Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). En el Antiguo Testamento, la columna de fuego representaba la presencia, la protección y la dirección de Dios pero en la dispensación de la Iglesia, es Jesús el que hace visible la presencia en nosotros, es él que nos protege y nos guía en el camino. “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 17:1-2). Jesucristo testifica de sí mismo porque su luz es autoevidente. La conversión de Pablo es esencialmente un encuentro con la luz de Jesús. El mundo sería una mazmorra oscura, sin la luz de Jesús. “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Efesios 5:8). Los que han salido de las tinieblas no deben retroceder. Los creyentes son luz en el Señor y tienen la responsabilidad de andar en la luz. “Y vosotros seréis llamados sacerdotes de Jehová, ministros de nuestro Dios seréis llamados; comeréis las riquezas de las naciones, y con su gloria seréis sublimes”. ¡Amén!
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