“Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; más no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen. Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas. Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres…” (Mateo 23:3-5). La verdadera religión nace en el corazón, tanto en su dimensión vertical como horizontal, es decir, tanto en su relación con Dios como con el prójimo. Cuando esto no sucede, la religión se convierte en algo abrumador, asfixiante y esclavizador. La crítica de Jesús al legalismo iba dirigida contra los letrados y contra aquéllos que se burlaban de las profundas exigencias de las Escrituras. Se necesita purificar el corazón con la Palabra de Dios. Muchos están más interesados en lo exterior, en vez de concentrarse en lo interior, en el corazón. Los cristianos deben ser “ricos en buenas obras”. “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna” (1 Timoteo 6:17-19). Éfeso era una ciudad opulenta y muchos de los miembros de la Iglesia eran ricos. Sin embargo no eran generosos. Aun si no tenemos riqueza material, podemos ser ricos en buenas obras. No importa cuán pobres seamos, siempre tenemos algo para compartirlo con alguien. Criticamos a los predicadores que piden pero me pondré como ejemplo en esta ocasión (cosa que nunca hago). Tengo años predicando y enseñando en las redes sociales y muchas personas han sido bendecidas y ministradas a través de este ministerio, y es increíble pero todavía no he recibido la primera ofrenda. Traigo esto a colación para que usted reflexiones sobre esto y no caiga en el terreno en que cayeron los escribas y fariseos. Los fariseos eran formalistas, y se centraban por completo en los aspectos externos de las Escrituras, sin preocuparse de los motivos, de esta forma reducían todo el contenido de la vida espiritual, al simple cumplimiento de sus tradiciones. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). Ocultamos nuestra luz al no fijarnos en las necesidades de los demás. Dios le dio las leyes morales y ceremoniales al pueblo de Israel para que le amaran con todo su corazón. “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10). No somos salvos por nuestras buenas obras pero somos salvos para hacer buenas obras. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17). Las Escrituras nos han sido dada con un propósito: “a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. Los líderes cristianos también deben ser “ricos en buenas obras”. “Exhorta asimismo a los jóvenes a que sean prudentes; presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable, de modo que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de vosotros” (Tito 2:6-8). Jesús “…se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”. “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres” (Tito 3:8). “A Zenas intérprete de la ley, y a Apolos, encamínales con solicitud, de modo que nada les falte. Y aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras para los casos de necesidad, para que no sean sin fruto” (Tito 3:13-14). ¡Amén!
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