“Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley” (Sal. 119.18). Para adquirir un verdadero conocimiento espiritual no basta con poseer las Escrituras; es necesario poder ver y para poder ver necesitamos ser iluminados por el Espíritu Santo. Dios nos ha dado un libro infalible, la Biblia, pero necesitamos también tener ojos espirituales para poder leerla. Lucas dice que fue el Señor quien abrió los ojos de sus discípulos para que pudieran entender. “Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (Lucas 24:45). Es el Espíritu el que abre el corazón del hombre para que entienda el plan de salvación contenido en las Escrituras. “Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hechos 16:14). Es el Espíritu Santo el que ilumina nuestra mente, el que nos da la comprensión las Escrituras y la sabiduría espiritual. “Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:3-5). Pablo no era una figura carismática, ya que estaba allí con debilidad, con temor y con mucho temblor, ni sus mensajes u oratoria ni su predicación fue con técnicas persuasivas como la que usaban los oradores, interpretando un personaje, jugando con los sentimientos del público y con las clásicas demostraciones recomendadas por los manuales de retórica. En lugar de utilizar una de las técnicas de demostración recomendadas por Aristóteles, su mensaje estuvo acompañado por el poder del Espíritu. Ni ningún hombre, es capaz de comunicar ni el conocimiento necesario para la fe ni la fe misma por medio de la oratoria, la elocuencia o la lógica. Es el Espíritu el que entra en el corazón de una forma indescriptible y misteriosa, y es él el que convence a la persona de la verdad del evangelio, y el que lo conduce a la fe y lo lleva a creer en Jesús. No debemos apoyarnos en algo tan superficial como la sabiduría humana, sino en el poder del Espíritu Santo. “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,” (Efesios 1:17-18). Es importante que seamos iluminados; que conozcamos a Dios más profundamente, y que comprendamos la naturaleza de la esperanza cristiana y la naturaleza del poder de Dios que actúa en nosotros. “Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas” (1 Juan 2:20). La iluminación brindada por el Espíritu significa que en el cristianismo no hay una elite iluminada de quien todos dependen. No existe tal cosa, como un grupo de iluminados; todos tenemos a nuestra disposición el conocimiento y la compresión de las Escrituras. Cuando el Espíritu Santo entra en la vida de una persona la ilumina, le da entendimiento, la enseña, abre sus ojos, quita el velo de su corazón, y sensibiliza su corazón. ¡Amén!
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