“Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia” (Romanos 20:20-22). La duda es un estado de vacilación o inestabilidad de la mente que nos priva de las bendiciones de Dios. Esta actitud mental de incertidumbre puede generar sentimientos de intranquilidad, angustia y desasosiego. Abraham no vaciló ni titubeó con respecto al cumplimiento de la promesa. Los obstáculos, pruebas e imposibilidades le sirvieron para fortalecer su fe en Dios. Él tomó plena conciencia de la realidad de que tanto su edad como la matriz muerta de Sara hacían humanamente imposible el cumplimiento de la promesa. No obstante, contra toda esperanza, Abraham creyó a pesar de sus circunstancias y confió en la capacidad y en el poder de Dios. Cuando nuestras propias posibilidades disminuyen, nuestra fe aumenta; porque no descansa en nosotros mismos ni en nuestras capacidades, sino en Dios y sus promesas. Estoy totalmente persuadido y seguro que el Señor cumplirá sus promesas. De hecho, tengo la convicción de que Dios hará realidad las cosas que nos ha prometido en su Palabra. “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24). A menudo oramos motivados por nuestros intereses y deseos. Nos gusta oír que podemos pedir cualquier cosa y la recibiremos. Pero cuando Jesús oró, lo hizo con los intereses de Dios en mente. Podemos expresar nuestros deseos al orar, pero debemos tener en cuenta que la voluntad de Dios está por encima de la nuestra. Examínese para ver si sus oraciones se centran en sus intereses o en los de Dios. La fe debe depositarse en Dios. Esta es la fe que se expresa y no la fe que se busca. El Señor es la fuente y el fundamento de nuestra fe y de nuestro ser. La fe debe fluir solamente hacia él, debido a que la fidelidad fluye directamente de él. La fe no es una treta que hacemos, sino una expresión que brota de la convicción de nuestros corazones ni es una fórmula para conseguir cosas de Dios. Lo que aquí Jesús nos enseña es que la fe que hay en nuestros corazones ha de expresarse, lo cual la convierte en algo activo y eficaz, que produce resultados concretos. Las palabras de Jesús, “todo lo que pidiereis”, extienden este principio a todos los aspectos de nuestra vida. Nuestra fe debe estar puesta en Dios de acuerdo con su voluntad y palabra; pero es importante creerle a Dios en nuestros corazones. “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Santiago 1:6-7). “Pedir con fe, no dudando nada” significa no solo creer en la existencia de Dios, sino en su tierno cuidado y providencia. Eso incluye depender de Dios y confiar en que El oirá y responderá a nuestras oraciones. Debemos poner a un lado nuestras actitudes críticas cuando nos dirigimos a Dios. Una mente inestable no está plenamente convencida y vacila entre los deseos de la carne, los conceptos del mundo y los mandamientos de Dios. La duda es una atadura de la mente que nos impide alcanzar el conocimiento verdadero y experimentar el poder de Dios. No debemos confundir la duda con nuestra capacidad de juzgar ni con la búsqueda de la verdad. El que duda es aquel que está perplejo y sin saber qué hacer y esto implica incertidumbre acerca de qué camino tomar. ¡Amén!
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