“Vuelve, y dí a Ezequías, príncipe de mi pueblo: Así dice Jehová, el Dios de David tu padre: Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he aquí que yo te sano; al tercer día subirás a la casa de Jehová” (2 Reyes 20:5). Ezequías no oró a Dios como lo había hechos en otras ocasiones ni tampoco hizo una oración de arrepentimiento, más bien le recordó a Dios su fidelidad y la sinceridad con que él le había servido, no porque Dios no lo sabía, sino con el propósito de mover a Dios a misericordia. Destacó dos características de su caminar delante de Dios; Ezequías caminaba en la verdad, era una persona confiable, y espiritualmente estable; era leal a Dios y tenía una relación sincera con Dios. Había servido siempre al verdadero Dios; caminaba delante de Dios con un “corazón íntegro”. Su conciencia estaba enteramente limpia; estaba bien con su Dios. No había una doble personalidad en él ni engaño en su fe. Este hombre hizo una petición de sanidad implícita en vez de explícita; las lágrimas subrayaron su sinceridad y desesperación y Dios respondió a la oración. Las palabras proféticas eran precisas, Ezequías sanaría, sería restaurado y podría volver al templo a adorar a Dios. “Vé y dí a Ezequías: Jehová Dios de David tu padre dice así: He oído tu oración, y visto tus lágrimas; he aquí que yo añado a tus días quince años” (Isaías 38:5). Job dice: “Disputadores son mis amigos; mas ante Dios derramaré mis lágrimas” (Job 16:20). Los que lloran ante Dios, aun cuando tengan debilidades y defectos, tienen un amigo que los defiendes. Job sabe que le quedan pocos años, y le urge su pronta rehabilitación antes de emprender –su viaje definitivo a la tumba. Mientras sus amigos exageran su culpa, Job exagera su inocencia. Pero este hombre, aun sintiendo el peso de su dolor, confía en que Dios revindicará su inocencia en el futuro. El salmista dice: “Me he consumido a fuerza de gemir; todas las noches inundo de llanto mi lecho, riego mi cama con mis lágrimas” (Salmos 6:6). David estaba siendo totalmente sincero con Dios. Podemos ser sinceros con Dios, aun cuando estemos llenos de enojo y desilusión, porque Él nos conoce profundamente y quiere lo mejor para nosotros. Sea sincero con Dios y Él lo ayudará a dejar de poner su atención en usted mismo y a ponerla en Él y en su misericordia. “Oye mi oración, oh Jehová, y escucha mi clamor. No calles ante mis lágrimas; porque forastero soy para ti, y advenedizo, como todos mis padres” (Salmos 39:12). “Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?” (Salmos 42:3). El Predicador se fija en aquellos que sufren opresión. En una declaración apasionada, halla que los oprimidos no tienen quien los consuele y que el poder está en manos de sus opresores. Debido a estas dos cosas, los oprimidos no tienen esperanza: “Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había consolador” (Eclesiastés 4:1). Dios promete restaurar y consolar a su pueblo. “Así ha dicho Jehová: Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová, y volverán de la tierra del enemigo” (Jeremías 31:16). “Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos” (Lucas 7:44). Pablo dice: “Cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos” (Hechos 20:19). Hermanos/nas a pesar de tus circunstancias, dificultades y problemas confía en Dios y en su misericordia y él en juzgará tus lágrimas. ¡Amén!
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