(Efesios 1:15-23)
El corazón de una persona no necesita solamente ser nutrido con conceptos teológicos cada vez más refinados, nuestro ser interior también necesita de la obra del Espíritu; solo él integra nuestros conceptos teológicos con la percepción, la iluminación y la revelación divina; es así como él reestructura nuestra vida y nuestra voluntad. Pablo ora para que podamos conocer (comprender) la esperanza que nos espera. Es necesario comprender los que Dios desea hacer con nosotros, junto con todos los santos. Dios tiene una maravillosa herencia para ti, y tu debe saber que por su gracia, será un/na príncipe/pricesa, y no una rana.
Pablo dice que nuestra salvación y esperanza están sólidamente garantizadas por la infalible e inmutable promesa de Dios. No es un vago sentimiento o ilusión, sino una total seguridad. La presencia del Espíritu Santo nos da esa seguridad. El Espíritu obra en nosotros y disipa las neblinas de la ignorancia, controla la concupiscencia (naturaleza carnal), las disposiciones egocéntricas y la envidia. El mundo le teme al poder del átomo, pero el poder de Dios, es un poder superior. El poder de Dios, es el que resucitó a Cristo de la muerte y es ese mismo poder (el brazo de Dios) el que se manifestó en nosotros para salvación. Es por esta razón que nos aferramos por la fe a la promesa; pero no por una fe ciega, sino por una fe que descansa en la certeza y convicción de que Cristo ha resucitado de entre los muertos. “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho”. (1 Corintio 15:20).
Si la muerte es el final de todo, disfrutar el momento es lo más importante. Pero los cristianos sabemos que hay vida más allá de la tumba. Nuestra vida en la tierra es sólo una preparación para la vida eterna. Lo que usted hace hoy incide y determina a donde irá a pasar la eternidad. No permita que sus relaciones con los incrédulos lo lleve a dudar de Cristo o a vacilar en la fe. Su fe debe estar aferrada al trono mismo de Dios. Cristo es la fuente de nuestra vida espiritual. Dios cambió la aparente victoria de Satanás en el Edén, en un fracaso total cuando Cristo resucitó de la muerte. Desde entonces la muerte ha dejado de ser una fuente de temor. Cristo la venció y un día lo haremos también nosotros. La muerte ha sido vencida y ahora nuestra esperanza va más allá de la tumba. Si realmente creemos que Cristo ganó la victoria, esto debería afectar la forma en que vivimos ahora.
Pablo enfrentaba cada día peligros, dificultades y, eventualmente, el martirio, por causa del evangelio. ¿Por qué arriesgarse si no hay vida después de la muerte? Lo que Pablo dice es: si no hay resurrección, ¿por qué no abandonar esa vida de sacrificio por una vida de placeres? Pero nosotros sabemos que Cristo encabeza la nueva creación, y que él es “el primogénito de entre los muertos”. En él todos los hombres de fe seremos resucitados. La resurrección de Cristo fue uno de los eventos culminantes de la historia de la salvación, y con ella y la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés se inauguró “el fin de los tiempos”. La discusión sobre la resurrección se ha cerrado a nivel lógico, psicológico y retórico. Las pruebas presentadas y el testimonio dado por los apóstoles son concluyentes. ¡Cristo ha resucitado! ¡Amén!
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