“Entonces los
tres valientes irrumpieron por el campamento de los filisteos, y sacaron agua
del pozo de Belén que estaba junto a la puerta; y tomaron, y la trajeron a
David; mas él no la quiso beber, sino que la derramó para Jehová, diciendo:
Lejos sea de mí, oh Jehová, que yo haga esto. ¿He de beber yo la sangre de los
varones que fueron con peligro de su vida? Y no quiso beberla. Los tres
valientes hicieron esto”.
Cuando los
hebreos ofrecían sacrificios, nunca consumían la sangre porque la sangre representa
la vida, y debía ser derramada ante Dios. David no se bebió el agua que le
trajeron sus soldados porque representaba sus vidas. En su lugar, se la ofreció
a Dios. David consideró que el agua que le habían traído del pozo de Belén era valiosa
por la manera en que sus hombres arriesgaron sus vidas para conseguirla. Estos
hombres enfrentaron el peligro, tan solo, para complacer un capricho de David.
De la manera que estos hombres se entregaron y expusieron sus vidas para servir
a David, nosotros también deberíamos entregarnos para servir a Cristo.
¿Por qué David
derramó en tierra el agua que con tanto sacrificio sus hombres le consiguieron?
Con esta actitud David les estaba enviando una señal a sus soldados. Las vidas
de ellos eran más valiosas que sus deseos y caprichos personales. Esta es una característica que debe
poseer un buen líder espiritual. Las vidas y el
bienestar del rebaño debe ser su prioridad número uno. Los hombres son
realmente grandes cuando hacen la voluntad de Dios.
El éxito de un
hombre de Dios no depende de su capacidad ni de las personas que le rodean sino
de Dios. Es Dios en cuya presencia estamos, que nos da la victoria. David tenía un grupo de líderes excelentes
pero él que le sostuvo y le protegió en los momentos de peligros fue Dios. “Mi
vida está de continuo en peligro, más no me he olvidado de tu ley” (Salmos
119:109). Siempre que me enfrento a la dura realidad de la vida, y a sus
dificultades, Dios me sostiene a través de Su Palabra. Los contemporizadores y
los impíos por rechazar la Palabra son rechazados por el
Señor.
Cuando
obedecemos la Palabra es cuando podemos andar con él. Este tipo de consagración
no es opcional ni negociable, sino intrínseca a la vida espiritual. Debemos
amar la Palabra del Señor como nuestro principal tesoro y aborrecer todas las
demás alternativas de salvación. En medio del peligro Dios ha dejado una puerta
abierta “su Palabra”. Cuando se trata de obedecer a Dios, no existen términos
medios, uno debe decidirse: le obedece o no. Hacemos lo que Él quiere o lo que
nosotros queremos.
La fe cobra
vida cuando aplicamos las Escrituras a nuestra vida. Confiemos en Dios; Él es
el único que está por encima de las presiones diarias de la vida y nos da
seguridad total. Dios no solamente “libra a los que son llevados a la muerte”,
sino que también, “salva a los que están en peligro de muerte”.Muchas veces
hemos traído pan con peligros de nuestras vidas ante la espada del desierto
pero Dios ha estado ahí para librarnos. “¿Quién nos separará del amor de
Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o
peligro, o espada?”Es imposible que alguien nos separe de Cristo. Su muerte en la cruz por nuestros pecados, es una prueba
de su amor inquebrantable. Nada impedirá su presencia constante en nosotros. Si
tenemos esta seguridad sorprendente, no temeremos.
La sangre de
Cristo nos protege del peligro que amenaza, la sangre del cordero de Dios es la
señal que nos preserva de la envestida del ángel de la muerte. “Así que, por
cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo
mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la
muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte
estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14-15). “Y tres
son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y
estos tres concuerdan” (1 Juan 5:8). El testimonio interior del Espíritu, y
todo lo que está involucrado en el bautismo de Cristo y su muerte no son tres
hechos sin relación alguna. Los tres señalan el acto de Dios en Cristo para la
salvación del hombre. ¡Amén!
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