“En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los
entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas
las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el
Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo
quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os
haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo
es fácil, y ligera mi carga.”.
Jesús eleva una oración de alabanza y adoración al Padre y luego declara
Su relación única entre los dos. El motivo de la alabanza es el criterio justo
y sabio de Dios el Padre al esconder la verdad y el reino de los cielos de los
orgullosos y revelárselos a los humildes. Jesús tiene en mente especialmente a
los escribas y fariseos quienes estaban tan seguros de su justicia delante de
Dios y de su superioridad espiritual. Los escribas y fariseos eran sabios y entendidos
en su propia opinión, pero tenían sus corazones cerrados a Jesús y sus
enseñanzas. En cambio, los humildes, los que eran sensibles y eran conscientes
de su necesidad espiritual, estaban dispuestos a escuchar y obedecer a Jesús.
El término “niños” en griego significa literalmente “uno que no habla”,
uno que es inmaduro, pero que está dispuesto a aprender. El contraste se
establece entre los orgullosos, para los cuales la revelación de Dios está
cerrada, y los humildes, quienes están abiertos a ella. Para recibir la
revelación de Dios en Cristo se requiere humildad y sencillez de corazón. La
causa por la cual algunos hombres no perciben la revelación divina no se
encuentra en una actitud arbitraria de parte de Dios, sino en una actitud
cerrada y autosuficiente de parte del hombre. El hombre no llega al
conocimiento de Dios por su inteligencia o astucia. Es un regalo de Dios para los
que reconocen su propia indignidad y confían en la misericordia de Dios.
Hay una profundidad en Jesús —en su naturaleza y propósito— que ninguno
ser humano o angélico puede comprender. Hay también una profundidad en el Padre
—en su naturaleza y propósito— que nadie puede conocer excepto el Hijo. Nuestra
versión ha captado el significado del término griego epiginósko. El verbo
ginósko —”conocer”— está reforzado con el prefijo epi y significa “conocer bien”,
o “conocer profundamente”. “Conocer bien” no se refiere al conocimiento
intelectual, sino a una relación personal de confianza.
Este pasaje afirma la soberanía del Hijo de Dios. “Nadie conoce al
Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”. Es interesante
que este énfasis en la soberanía de Dios se encuentre entre dos pasajes que
enfatizan la responsabilidad humana. El verbo “quiera” habla de intención,
disposición y voluntad. Su voluntad es bondadosa, generosa, compasiva y salvadora.
Nunca es arbitraria ni caprichosa. No debemos olvidarnos que durante su vida
terrenal demostró siempre una buena disposición hacia todos los que venían a él
con sus necesidades y problemas. Los únicos excluidos fueron los sabios y entendidos.
Los autosuficientes y orgullosos.
Dios se revela a través de la naturaleza, por medio de las Escrituras y
supremamente por medio del Hijo. Nadie puede llegar a Dios si no es “por medio
de su Hijo”. Los católicos quieren llegar a Dios por medio de Maria, de los
santos y de los papas pero se equivocan y lo más penosos es que hacen errar a
millones de personas en el mundo.
Esta magnífica expresión de la buena disposición de Dios hacia los que
reconocen su necesidad pone de relieve la responsabilidad del hombre de
responder a la iniciativa de Dios. Más que una invitación, es un mandato triple
con promesas y una explicación del porqué le conviene al creyente obedecer. Los
verbos en griego son del tiempo aoristo, indicando una demanda de una decisión
definitiva, sin demora. Morgan sugiere que en estos tres mandatos tenemos
también las tres condiciones para conocer a Dios. Jesús le abre la puerta a
todos los que están fatigados y cargados. Lo único que le pide es reconocer su
necesidad y que confíen en él. Si te siente atrapado y está lleno de temor,
ansiedad, e incertidumbre, escucha Su llamada. Jesús te dará paz y tranquilidad
interior y fortaleza espiritual por el Espíritu Santo para que pueda obedecer y
cumplir con sus demandas. ¡Amén!
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