“La
palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos
unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al
Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis, sea de
palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a
Dios Padre por medio de él”. Centrar nuestro interés y aspiraciones en lo
celestial implica despojarse de determinados vicios y comenzar a cultivar los valores y virtudes del
cristianismo. Hay muchas cosas que deben morir en nosotros si en realidad
queremos ver la gloria de Cristo.
Lo
primero que debe morir en nosotros son los pecados sensuales. Los deseos
concupiscentes son los que producen satisfacción carnal. La concupiscencia es
un apetito bajo y contrario a la razón. El problema surge cuando se produce un apetito
e inclinación interna que no podemos controlar. La referencia a la razón tiene
que ver con la oposición entre lo sexual y lo racional. El objeto del apetito
sensual, concupiscente, es la gratificación de los sentidos, mientras que el objeto
del apetito racional es el bienestar de la naturaleza humana, y consiste en la
subordinación de nuestras facultades racionales a Dios.
“Cuando
alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no
puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es
tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la
concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado,
siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:13-15). La perfecta santidad
de Dios lo pone más allá de la tentación. Santiago no menciona el papel de
Satanás en la tentación. Su propósito no es discutir el origen del pecado, sino
explicar que la incitación al mal no viene de Dios. Al subrayar la naturaleza
interna de la tentación, Santiago no les deja excusa alguna a los pecadores.
Satanás es de hecho la fuente externa de la tentación, pero nadie le puede
culpar de ser el responsable de los actos pecaminosos cuyas raíces están dentro
de cada de nosotros. La Biblia nos revela la imagen de Cristo, con el fin de
que podamos medir nuestra conducta y nuestro carácter a la luz de Su imagen, y
permitirle a Dios que no transforme a la imagen y semejanza de Cristo. La
Palabra de Cristo es poderosa, nos limpia y libera de nuestros pecados.
Lo
segundo que debe morir en nosotros son las actitudes erróneas. La actitud es
nuestra forma de actuar, el comportamiento que empleamos como individuo para
hacer las cosas. En este sentido, se puede decir que es nuestra forma de ser. Es
una disposición mental que se organiza a partir de la experiencia. Es también nuestra
respuesta emocional y mental a las circunstancias de la vida y la organización
permanente de nuestros procesos emocionales, conceptuales y cognitivos. Nuestras
actitudes egoístas y aquellas que nos hacen ser individuos negligentes deben
desaparecer para siempre de nuestras vidas. “Quítense de vosotros toda
amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed
benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios
también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:31-32).
Lo
tercero que debe morir en nosotros es el
lenguaje deshonesto y los prejuicios de la mente. Hay palabras bondadosas, de
apoyo, de ternura que llenan los corazones de nuestros seres queridos de
positivismo. También existen las palabras hirientes o despectivas las cuales
tienen la única intención de destruir. El uso de palabras agresivas es tan
perjudicial como los malos pensamientos. Estas palabras podrían arruinar
nuestra vida encerrándonos en medio de un círculo de fracasos y frustraciones.
Cristo
debe gobernar y convertirse en el centro de las relaciones y del culto de los
hijos de Dios. “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al
que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de
muerte a vida” (Juan 5:24). Dios es la fuente y el Creador de la vida, pues no
hay vida separados de Él, ni aquí ni en el más allá. La vida en nosotros es un
don que viene de Dios. Los
líderes religiosos estaban atrincherados en su sistema religioso, se negaron a
permitir que el Hijo de Dios cambiara sus vidas. No se enrede tanto en la religión.
Jesús sostiene que el oír su palabra y el creer en el Padre quien le envió son
conceptos inseparables, casi sinónimos, y conducen a la vida eterna.
“El
espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo
os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63). A pesar de que existen
muchas filosofías y autoridades autoproclamadas, únicamente Jesús tiene
palabras de vida eterna. La gente busca la vida eterna por todas partes y no
ven a Cristo, la única fuente. Permanezca con Jesús, sobre todo cuando esté
confundido o se sienta solo.
“Dijo
entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis
en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y
la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32). Γινώσκω [ginosko] es el conocimiento que tiene un principio, un
desarrollo y un logro. Es el reconocimiento de la verdad por medio de nuestra experiencia
personal. Es ese conocimiento de la verdad el que nos hará libre. ¡Amén!