“si viniere sobre él espíritu de celos, y tuviere celos de su mujer,
habiéndose ella amancillado; o viniere sobre él espíritu de celos, y tuviere
celos de su mujer, no habiéndose ella amancillado; entonces el marido traerá su
mujer al sacerdote, y con ella traerá su ofrenda, la décima parte de un efa de
harina de cebada; no echará sobre ella aceite, ni pondrá sobre ella incienso,
porque es ofrenda de celos, ofrenda recordativa, que trae a la memoria el
pecado”. Los celos hebreo [קִנְאָה] provienen de un espíritu de rivalidad que no puede
tolerarse dentro de una relación conyugal. Los celos griego [ζῆλος] son una
respuesta emocional que surge cuando una persona percibe una amenaza hacia algo
que considera propio. Comúnmente se denomina así a la sospecha o inquietud que
una persona tiene. Una característica que se destaca en las personas celosas es
el egoísmo. Los celos también se relacionan con la vergüenza. Los celos carnales
se expresan cuando se hacen demandas inapropiadas y cuando se ejercen
sentimientos enfermizos cuando esas demandas no son satisfechas. Este tipo de conducta refleja carencias personales muy profundas en
aquel que la padece.
Los celos se manifiestan ante la aparición de una situación o persona
que el yo-interno clasifica como mucho más dominante y competitiva. Los celos
provocan que el sujeto que los padece, se sienta vulnerado y ejerza presión
sobre la persona que es objeto sus celos, atrapándola en una red de
circunstancias opresivas tales como privarla de la libertad, aislarla, seguirla
al trabajo, revisar sus relaciones externas, o buscar evidencias de traición
etc. Los celos llevados al extremo constituyen una patología autodestructiva;
el sujeto que los padece vive en un estado de infelicidad, es prisionero de sus
miedos y sospechas de engaño, muchas veces completamente infundados y
prácticamente esta persona no acepta como verdad las evidencias si no son
evidencias que confirman sus celos e inseguridad.
El espíritu de celo provoca envidia: “Viendo Raquel que no daba hijos a
Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me
muero” (Génesis 30:1). La envidia es un sentimiento o estado mental en el cual
existe dolor y desdicha por no poseer lo que tiene el otro, ya sean bienes,
cualidades u otra clase de cosas. Jacob amaba a Raquel y, por tanto, la
reprendió por hablar así. Es pecado y necedad poner a una criatura en el lugar
de Dios y depositar en ella la fe y la confianza que sólo en Dios debemos tener.
La connotación negativa de los celos no contamina a Dios. Es cierto que la
santidad de Dios, no admite competencia pero en ningún pasaje del AT se dice
que Dios sienta envidia. “Cruel es la ira, e impetuoso el furor; mas ¿quién
podrá sostenerse delante de la envidia?” (Proverbios 27:4). A los rabinos se
les hacía difícil hablar del celo de Dios por temor al antropomorfismo. Dios es
un Dios celoso, no porque envidie a los ídolos como rivales, sino porque no
puede permitir que su santidad y honor sean mancillados por la idolatría.
“Ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu
brazo; porque fuerte es como la muerte
el amor; duros como el Seol los celos; sus brasas, brasas de fuego, fuerte
llama” (Cantares 8:6). La muerte es algo que ningún poder en la tierra jamás ha
podido vencer. La muerte tiene una fuerza irresistible. Nadie ha podido contra
ella, salvo Jesucristo. Así es el amor para la amada: inquebrantable e
irresistible como la muerte. La segunda imagen es la de la tumba, simboliza la
pasión. Según la amada, la pasión (el deseo de poseer a la persona amada) es
inflexible como la tumba. La pasión cautiva a los que se aman. La palabra
inconmovible traduce un término hebreo que significa “duro”, “firme”, “obstinado”;
así es la tumba. No hay lágrimas ni gemidos que la conmuevan, ni ruegos o súplicas
que hagan que devuelva a nuestros seres queridos que yacen en ella. La tercera
imagen es la del fuego. Tan profundo y fuerte es el amor verdadero, que no hay
adjetivos humanos que puedan describirlo. Sin embargo cuando hay un espíritu de
celos poseyendo a la persona, la relación se vuelve sumamente peligrosa.
A los creyentes se les amonesta para que no se dejen dominar por estos
deseos negativos. “Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y
borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos
del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (Romano
13:13-14). El versículo 13 describe lo que significa despojarse de “las obras
de las tinieblas” y el versículo 14 describe lo que significa vestirse de “las
armas de luz”. Vestirse de “las armas de la luz” es vestirse del Señor
Jesucristo. Vestirse de Cristo en este sentido significa abrazar una y otra
vez, en fe y confianza, en lealtad y obediencia a aquel a quien pertenecemos. ¡Amén!
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