En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. (Efesios 1:11-12). La esperanza de la Iglesia no es sólo la de ser salva, la de escapar de la ira de Dios, sino la de tener la gloria de Cristo. Lo que constituye la consumación de su gozo es ser amada por el Padre y por Jesús; y, después, como consecuencia de este amor, ser glorificada. Los fieles debemos comprender nuestra esperanza, y el poder de la resurrección y de la exaltación de Cristo, con quien está unida la Iglesia, y que este poder de Él actúa en nosotros. Recordemos, pues, estos dos principios: 1. Cristo, en los consejos de Dios, posee todas las cosas. 2. La Iglesia, en su calidad de Esposa de Cristo, participa en todo lo que Él tiene, en todo lo que Él es, excepto de Su eterna divinidad, aunque, en cierto sentido, somos hechos partícipes de la naturaleza divina. “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:3-4). Se nos dice que todas las cosas son para Cristo. Él ha sido constituido “heredero de todo”. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:1-2). Todas las cosas son de derecho suyas, por cuanto Él es el Creador de todo. “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud” (Colosenses 1:15-19). Observemos dos primacías de Cristo: Él, desde el principio, es llamado “primogénito [esto es, cabeza] de toda la creación”, luego, “primogénito de entre los muertos”, cabeza de la Iglesia que es Su cuerpo. Ésta es una distinción que arroja mucha luz sobre nuestro tema. Todas las cosas han sido creadas por Él y también para Él. Y les poseerá como hombre, el segundo Adán, a quien Dios ha querido, en Sus consejos, sujetar todas las cosas. Esto es lo que leemos en el Salmo 8, y que es aplicado a Cristo por Pablo (Hebreos 2:6), y que es de hecho la piedra angular de la doctrina del apóstol acerca de esta cuestión. En Efesios 1:20-23 vemos igualmente a Jesús exaltado, elevado soberanamente a la diestra de la Majestad en las alturas, y también se pone ante nosotros la sujeción de todas las cosas a Sus pies, pero como teniendo por efecto la introducción de la Iglesia dentro de esta misma gloria. Jesús nos es presentado dentro de esta gloria como cabeza de la Iglesia, que es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo; ésta es otra verdad en la que hemos insistido. Luego se nos muestra, en Corintios 15, la glorificación de Jesús y la sujeción de todas las cosa a Él. Los poderes espirituales de maldad situado en lugares celestiales serán reemplazados por Cristo y Su Iglesia, dejando de ser las causas continuas y permanentes de las desdichas de un mundo sujeto a su poder, a causa del pecado. ¡Amén!
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