.“Porque cuando los gentiles, que no tienen Ley, hacen por naturaleza cosas de la Ley, éstos, no teniendo Ley, son ley para sí mismos; los cuales muestran la obra de la Ley escrita en sus corazones, dando testimonio juntamente su conciencia; y acusándolos o defendiéndolos sus razonamientos en el día en que Dios juzgue por medio de Cristo Jesús los secretos de los hombres, conforme a mi Evangelio” (Romano 2:14-16). El hombre fue creado a imagen de Dios, unos de los elementos de la imagen de Dios en el hombre, es su naturaleza moral. Ante de la entrada del pecado, el hombre no tenía “el conocimiento del bien y del mal”, pero el hombre tenía la capacidad de obedecer “o” desobedecer los mandamientos divinos. Después de su caída, el hombre retuvo por la gracia de Dios su naturaleza moral, retuvo la conciencia de su pecado y culpabilidad ante Dios. La ley moral está escrita en el corazón de cada ser humano. Los hombres tienen nociones de la santidad y justicia divina, aun cuando en su obstinación y terquedad sigan pecando. Caín temía que le mataran por su crimen. Los hombres no sólo tienen conocimiento del pecado, sino que tienen nociones positivas acerca de lo que Dios requiere, “mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones”. Pablo habla del “testimonio de la conciencia... acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos”. Aunque esta expresión no queda del todo clara en el original griego, lo más probable es que se trate de la función de la conciencia, que puede desaprobar o aprobar nuestra conducta. La obligación moral del hombre es obedecer a Dios; la buena conducta es la que Dios aprueba, esto es lo que la Biblia llama “lo recto ante los ojos de Jehová”, mientras que la mala conducta es la que Dios desaprueba, esta es una conducta matizada por el pecado. Cristo nos exhorta a buscar el reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33), y Pablo nos intima a que comprobemos “cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2), con el pensamiento de que El será un día el Juez de toda nuestras acciones. La base fundamental de la Ética cristiana es hacer la voluntad de Dios, porque sabemos que lo que Dios desmanda es bueno gracias al discernimiento moral que tenemos. La voluntad de Dios es la expresión de su misma naturaleza: Él es bueno, justo, y santo. La conciencia humana reconoce que su ley es santa, justa y buena, y sobre esta base el Espíritu Santo convence al hombre de pecado, revelándole la absoluta justicia de Dios. El Dios personal y absoluto, es también la fuente de nuestro ser, y, por tanto, es la fuente de la verdad y del bien, esto implica que lo bueno se funda, no en una noción abstracta de “justicia”, sino en lo que Dios es. Nuestra obligación de cumplir los mandamientos divinos descansa también en la naturaleza de Dios: “Sed santos, porque yo soy santo”; “Sed pues, perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Dios ha revelado su voluntad en las Sagradas Escrituras. “Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios...”. La palabra hebrea que traducimos por ley es torah y significa instrucción revelada. Es una revelación especial, ligada con la elección y la redención. La ley fue revelada al pueblo elegido, con el propósito, según nos dice el Nuevo Testamento, de convencer al hombre de pecado y conducirlo a Cristo, la ley es un instrumento en el propósito divino de redención. “Así que la Ley ha sido nuestro tutor hasta Cristo, para que por medio de la fe fuéramos declarados justos” (Gálatas 3:24). Los profetas nos hablan con la misma autoridad: "La palabra de Jehová que vino a...”. Y el Señor Jesucristo habla en un tono que demuestra su propia autoridad divina: “Oísteis que fue dicho..., pero yo os digo...” (Mateo 6). La ética revelada del Nuevo Testamento es también parte integrante del propósito redentor del Señor. Hemos sido salvos para ser semejantes a Cristo en su vida moral. Jesús quiere que “nos amemos unos a otros, como él nos ha amado” (Juan 15:12); “se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14.). La buena conducta es identificada por Pablo con el fruto del Espíritu. “Pero el fruto del espíritu es amor, gozo y paz; paciencia, benignidad y bondad; fe, mansedumbre y templanza; en contra de tales cosas, no hay Ley” (Gálatas 5:22). Para Juan, la buena conducta es señal segura e imprescindible de la salvación. “Si sabéis que Él es justo, sabréis también que todo el que obra la justicia ha nacido de Él” (1 Juan 2:29). ¡Amén!
Excelente, Dios derrame ricas bendiciones sobre cada persona que colaboro en esta interesante publicacion.
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