.“Cualquiera que diga una palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonada; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero” (Mateo 12:32). Jesús les advirtió a los fariseos que la blasfemia contra el Espíritu Santo era un pecado imperdonable. Ellos afirmaban que Jesús echaba fuera a los demonios porque era un aliado de Satanás. La palabra de Jesús nos revela la actitud de los fariseos y su estado espiritual. El Señor podía interceder por aquéllos cuya blasfemia contra Él era fruto de la ignorancia, y de hecho, cuando estaba en la cruz dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Sin embargo, este no era el caso, los fariseos eran plenamente conscientes de lo que decían. Muchas personas tienen la convicción y comprensión interna, es decir, saben que Jesús es el Salvador, que él es, lo que afirma ser, y sin embargo, no están dispuestas a admitirlo ni a confesarlo, debido a todos los cambios que esto implica. Hay personas que se sienten bien consigo misma, con su propia falta de honradez, inventan razones, por absurdas que sean, para no tratar a Jesús con la dignidad que se merece y para no verse comprometido a tener que serle fiel. Piensan que Jesús no es digno de su fidelidad y lealtad. Jesús percibía lo que estaban haciendo los fariseos al llamarlo un sirviente de Satanás. Ellos no eran ignorantes; voluntariamente estaban sofocando su conocimiento y reprimiendo su conciencia. Estaban cerrando los ojos ante la luz, y encalleciendo su conciencia. Jesús puso al descubierto su locura; lo que ellos estaban diciendo era un indicio de la presión que sentían; el razonamiento irracional de una persona suele ser una señal de resistencia. Al atribuir al poder satánico las obras del Mesías, los fariseos estaban blasfemando (hablando con impiedad) contra el Espíritu Santo. Un pecado así es imperdonable, cuando la conciencia se ha encallecido de tal forma que ya no responde a la voz de Dios ni a los hechos sobrenaturales del Espíritu. Cuando ha sido destruido el sentido de gloria contenido en las poderosas obras de Jesús; no hay nada que hacer. Las obras de Jesús constituían sus credenciales mesiánicas. “¿Eres tú el que ha de venir o esperaremos a otro? Respondiendo Jesús, les dijo: Id, e informad a Juan las cosas que oís y veis: Los ciegos recobran la vista y los cojos andan, los leprosos son limpiados y los sordos oyen, los muertos son resucitados y los pobres son evangelizados, y bienaventurado es todo el que no se escandalice en mí” Mateo 11:3-6). Jesús cumplía con su tarea mesiánica ofreciendo salvación por medio de la predicación, la sanidad, al echar fuera demonios y al hacer milagros. “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis, y sigáis conociendo, que el Padre está en mí y Yo en el Padre” (Juan 10:38). Jesús hace visible por medio de su obra todo lo que creemos acerca del Dios invisible. Los seguidores de Cristo también deberán hacer visible por medio de sus obras todo lo que dicen y creen que Jesús es. “Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre en mí; y si no, creed a causa de las obras mismas” (Juan 14:11). El endurecimiento del corazón evita el remordimiento por haber blasfemado del Hijo de Dios. Cuando no existe remordimiento, el arrepentimiento se vuelve imposible, y cuando no existe arrepentimiento, el perdón es imposible. Endurecer la conciencia a base de razonamientos deshonestos con el fin de justificar nuestra incredulidad y la negación del poder de Dios en Cristo o rechazar sus derechos sobre nosotros es un pecado imperdonable. “Porque, en efecto, es imposible que los que una vez fueron iluminados y probaron el don celestial, y llegaron a ser partícipes del Espíritu Santo, y probaron la buena Palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando otra vez para sí mismos al Hijo de Dios, habiéndolo expuesto a la ignominia pública. Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces viene sobre ella, y produce cosecha provechosa para aquellos por los cuales es cultivada, recibe bendición de Dios; pero la que produce espinas y abrojos es descalificada, y está cerca de maldición, cuyo fin es de ser quemada” (Hebreos 6:4–8). Los cristianos que temen haber cometido el pecado imperdonable demuestran, por su misma ansiedad, que no lo han cometido. Las personas que lo han cometido no tienen remordimiento ni preocupación; de hecho, no suelen estar conscientes de lo que han hecho, y del destino al que se han sentenciado ellos mismos. Jesús vio que los fariseos se estaban poniendo en peligro, y habló como lo hizo con la esperanza de impedir que cayeran en este pecado. ¡Amén!
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