.“No matarás” (Éxodo 20:15). Dios prohíbe cualquier clase de violencia y ultraje. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. El Señor valora la vida humana; no se puede cometer un acto de violencia contra una persona, sin cometerlo también contra Dios. La violencia verbal, psicológica o física es un irrespeto y un ultraje a Dios, a cuya imagen ha sido creado el hombre. “Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y extranjero serás en la tierra” (Génesis 4:9-12). Interrogado por Dios sobre su pecado, Caín mintió y no aceptó el juicio de Dios, sino que protestó con vehemencia. Las personas violentas amenudo se consideran como la víctima. La actitud de Caín es la de una persona inocente, que no ha hecho absolutamente nada. Vivimos en un mundo violento, lleno de personas sanguinarias y abusadoras. Una de las cosas que nuestro Señor Jesucristo condena con más énfasis es precisamente la violencia. “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mateo 5:21-22). No solo es culpable el hombre que comete un asesinato; también el que se enoja con su hermano será juzgado y no solo juzgado, sino que será hallado culpable delante de Dios. Para el mundo, una persona, es una buena persona, si no hace lo que está prohibido porque al mundo no le concierne juzgar los pensamientos ni las intenciones del corazón. Pero este no es el nivel al que hemos sido llamados por Dios. Hay una parte de nosotros que es atraída al bien, y otra parte de nosotros que es atraída al mal. Mientras las cosas son así, se está librando una batalla en nuestro interior. Para Platón, existía siempre un conflicto en la vida, entre las exigencias de las pasiones y las exigencias de la razón. La razón es la rienda que mantiene sujeta (bajo control) a las pasiones. Pero el hombre puede bajar la guardia un instante, ¿y qué sucederá entonces? Mientras exista esta tensión interior, este conflicto interior, la vida es insegura. Nosotros solamente vemos las acciones exteriores de una persona; sólo Dios ve los secretos del corazón. “En la ira del hombre no obra la justicia de Dios”. La ira se manifiesta a través de palabras insultantes. Las Escrituras prohíben llamar a las personas “raca”, esto es, idiota, sin sentido, tonto, imbécil, cabeza hueca etc. El desprecio es contrario al espíritu de Cristo. El desprecio puede surgir de la casta, cursilería, posición, dinero, conocimiento etc. No deberíamos nunca mirar con desprecio a una persona que ha sido creada a imagen y semejanza de Dios pero además es una persona por la que Cristo murió. “Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca” (Colosenses 3:8). Jesús prohíbe llamar a nuestros hermanos “moros”. “Moros” quiere decir tonto, necio moral etc. Es el hombre que se hace el tonto. El salmista habla del necio que ha dicho en su corazón “no hay Dios” (Salmo 14:1). Se necesita ser muy necio para desafiar a Dios. Sin embargo, ni siquiera la necedad de esta clase de hombre es un motivo para que nosotros usemos términos despectivos contra ellos. Nadie es perfecto, excepto Dios. Todos somos culpables ante El y necesitamos su perdón. No importa lo bien que nos desempeñemos ni lo mucho que logremos comparado con otros. Ninguno de nosotros puede jactarse de su bondad cuando se compara con los estándares de Dios. ¡Amén!
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