“El misterio oculto desde los siglos y
edades, pero ahora manifestado a sus santos, a quienes quiso Dios dar a conocer
cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es el
Mesías en vosotros, la esperanza de gloria”. Al ser liberados, esto es,
transferidos a un nuevo reino, podemos conocer y experimentar el gozo de una nueva
relación con Dios a través del poder de la cruz, y reanudar nuestras vidas
sometiéndonos a la voluntad del Señor, a través del poder del Espíritu Santo.
Por esto mismo, vivir en el reino de Dios trae consigo una doble esperanza: la
vida eterna con Cristo y la promesa de poder al “comenzar una nueva vida” en el reino de Dios.
. Antes de nuestra conversión, erramos, al igual que los demás gentiles, gentes
sin esperanza, sin Cristo, sin Dios en el mundo; ahora, unidos a Cristo, formamos con El un cuerpo único; caminamos confiados hacia “la gloria”
celestial, donde nos espera Cristo.
Antes de ser lleno del Espíritu, debemos
tener la certeza de que deseamos que esto acontezca. El Espíritu Santo se opone a la manera fácil
de vivir la vida y se opone a la masa
heterogénea que vive dentro de los límites de la religión. Él tiene celos de
nosotros para nuestros propios bien. Jamás no permitirá ser egocéntricos ni
ostentosos ni vanagloriosos o exhibicionistas. Hará incluso, que personas justas
nos prueben, nos disciplinen, y nos castiguen por amor a nosotros mismos y a
nuestras almas. Nos privará de muchos de aquellos placeres inciertos que otros
suelen disfrutar.
El Espíritu de Dios no tolerará
pecados como el amor propio ni la autocomiseración ni el egoísmo ni la
autoconfianza ni el fariseísmo, ni la autoexaltación
ni la autodefensa basada en mentiras y falsedades.
Él irá envolviéndonos en un amor tan inmenso, tan poderoso, tan amplio, y tan
maravilloso que nuestras pérdidas serán para nosotros ganancias, y nuestros
pequeños dolores y aflicciones, serán momentos de alegrías y de felicidad. Desde
luego, que la carne se opondrá y protestará; censurará la obra del Espíritu y
la considerará como un yugo muy pesado. Pero
tendremos el honor de disfrutar del solemne privilegio de llenarnos del
poder sobrenatural de Cristo.
El camino de la cruz nunca es fácil. La
timidez espiritual de aquellos que temen mostrar la cruz en su verdadero carácter
no debe ser justificada bajo ninguna razón. El deseo de ser lleno del Espíritu
debe ser extremadamente profundo. Debe ser la cosa más importante de nuestras vidas.
No merecemos la unción que anhelamos, debemos desvincularnos de los intereses
pasajeros de la vida y enlazar los intereses eternos.
Los que se llenen del Espíritu, deben
saber, que Dios exige que abramos nuestro ser como un todo, que nos sometamos,
que liberemos nuestro corazón de aquellos desechos adámicos que se han
acumulado en nosotros a los largo de nuestra existencia; abramos todos los
compartimentos de nuestro ser para nuestro invitado celestial. El Espíritu
Santo es una persona viva y debe ser tratado como tal. Nunca debemos pensar de
él como una energía ciega ni como una fuerza impersonal. Podemos agradarle,
entristecerlo o callarlo como lo hacemos con cualquiera otra persona. Él
responderá a nuestro tímido esfuerzo por conocerlo y vendrá a nuestro encuentro
en medio del camino. Lo que necesitamos en esta vida, es ser habitado,
dirigido, enseñado y fortalecido por Su poderosa Persona. Para ser lleno del
Espíritu se requiere, que vivamos de acuerdo con la Palabra de Dios. Debemos meditar
de día y de noche en las Escrituras, debemos amarla, deleitarnos con ella y digerirla.
Aun cuando las actividades de la vida exijan tu atención, mantén siempre en tu
mente la Palabra de Dios.
Para agradar al Espíritu que habita en
nosotros, debemos mantener una buena relación con Cristo. La obra presente del
Espíritu es honrar a Cristo, y todo lo que Él hace tiene esta tarea como su
principal propósito. Debemos hacer que nuestros pensamientos sean un santuario
[limpio, puro] para que él habite. Él habita en nuestros pensamientos, los pensamientos
deshonrosos le son repulsivos y abominables. La fe que tenemos debe continuar
siendo firme por más difícil e inestable
que sea nuestros estado emocional.
La vida en el Espíritu no es un lujo
que debe ser disfrutado por determinados cristianos extraordinarios y
privilegiados que, por casualidad, son mejores y más sensibles que el resto. Al
contrario, es el estado normal para todo hombre y mujer remido por la sangre de
Cristo. El Espíritu Santo mantendrá sobre usted una estricta vigilancia y, con un
celoso amor, lo reprobará por sus palabras, o por sus sentimientos
indiferentes, o por mal gastar su tiempo, esas cosas que parecen no preocupar a
los demás cristianos.
Habitúese a la idea de que Dios es un soberano
absoluto que tiene el derecho de hacer lo que le plazca con aquellos que le
pertenecen y que no tiene porque explicarle las infinidades de cosas que Él hace porque esto puede confundir su mente.
Usted tiene que entenderse directamente con el Espíritu Santo acerca de esas
cosas. ¡Amén!
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