“Sacaréis con gozo aguas de las
fuentes de la salvación”. Sacar agua de los manantiales de salvación significa
llanamente aprovechar, echar mano, de algo que está allí, a nuestra
disposición, continua y fielmente como un manantial. Esto es lo que Isaías le
pidió y le rogó a Acaz que hiciera, y no hizo. Esto es lo que Ezequías, en el
último minuto hizo, y la salvación de Jehová probó ser fiel y real. Y este
manantial es Jehovah. No es Egipto; ni es Asiria; ni los Estados Unidos. No es
la confianza en el poderío bélico; ni en el despliegue de tecnología militares.
Jehová es mi fortaleza [o poderío] y mi canción; él es mi salvación. La liberación que
anhelamos es la liberación del pecado y esta se obtiene por medio de la obra
poderosa que solo Dios, en la persona de Jesucristo, puede hacer. Todo lo que
uno tiene que hacer es entregarse a Cristo y creer en él. Cristo es el que
verdaderamente nos libera de todas las cadenas que nos mantienen atados a las
tinieblas y al pecado.
“En el último y gran día de la fiesta,
Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y
beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos
de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en
él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún
glorificado” (Juan 7:37-39). La figura de ríos contrasta con la de “una fuente”,
e ilustra la diferencia entre el nuevo nacimiento y la experiencia de la
plenitud de una vida llena del Espíritu. Juan interpreta las palabras de Jesús
como una referencia al derramamiento del Espíritu Santo que todavía estaba por
ocurrir. El Espíritu Santo existe desde toda la eternidad, pero aún no se había
hecho presente en el sentido que indican estas palabras. Pronto la plenitud del
Espíritu sería una bendición que todo el pueblo de Dios podría experimentar.
“A este Jesús resucitó Dios, de lo
cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y
habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto
que vosotros veis y oís” (Hechos 2:32-33). En la Biblia Plenitud hay una nota amplia que
dice: “Muchos creyentes contemporáneos de diferentes denominaciones cristianas,
creen que la experiencia de hablar en lenguas (idiomas no estudiados o
conocidos por quien habla) puede acompañar la ocasión cuando una persona recibe
por primera vez la plenitud del Espíritu Santo. Dentro de la tradición
pentecostal clásica, se espera por esta experiencia, y se expresa doctrinalmente
con las palabras siguientes: “La primera evidencia física del bautismo con el
Espíritu Santo es hablar en otras lenguas”. Otros cristianos y muchos carismáticos
que no necesariamente aceptan esta terminología doctrinal en la práctica,
aceptan sus implicaciones fundamentales.
Esta visión modificada, también
aceptada por algunos pentecostales, hace menos énfasis en la importancia de las
lenguas como evidencia del bautismo con el Espíritu Santo, tanto en términos de
una experiencia inicial, o como un estado permanente de plenitud en el
Espíritu. Ellos destacan más el conjunto de dones, de los cuales el hablar en
lenguas es sólo uno, teniendo en cuenta que todos estos tienen una efectividad
circunstancial y que ninguno de ellos puede servir como señal del bautismo en
el Espíritu. Aun más, una profunda participación en el culto se considera
también como una indicación fundamental de haber sido bautizado en el Espíritu,
junto al continuo ejercicio del hablar en lenguas como parte de la vida
devocional íntima del creyente.
Otros cristianos, que no están de
acuerdo con ninguna de los puntos de vista anteriores, explican usualmente el
bautismo con el Espíritu Santo de alguna de las maneras siguientes: a) Como una
experiencia que sigue a la salvación, y que trae consigo el necesario poder
divino para el testimonio y servicio cristianos, pero sin ninguna expectativa
de que aparezca acompañada por los dones del Espíritu. b) Como sinónimo de la
experiencia de la conversión, cuando el Espíritu Santo funde al individuo con
el cuerpo de Cristo en tanto el creyente deposita su fe en Jesús como Señor. c)
Como algo exclusivo del libro de los Hechos; reclamando que el bautismo con el
Espíritu Santo, incluyendo sus milagrosas manifestaciones, fueron un
acontecimiento único, que acompañó a un único derramamiento del Espíritu,
ocurrido en el Pentecostés (aunque se repitió posteriormente, cuando fueron
rotas las barreras étnicas de samaritanos cap. 8 y gentiles cap. 10”.
La promesa del Espíritu Santo es un
don para todo creyente de cada generación. Todos los que están lejos incluye a
los gentiles. Las palabras de Pedro claramente se extienden a cada creyente en toda
época y lugar, razón suficiente para esperar los mismos dones y experiencias
concedidos a los primeros creyentes que recibieron el Espíritu Santo al nacer
la iglesia.
La koinonia es una unidad producida
por el Espíritu Santo. En la koinonia, el individuo mantiene íntimas relaciones
de compañerismo con el resto de la sociedad cristiana. La koinonia une firmemente
a los creyentes al Señor Jesús y a los unos con los otros.
El arrepentimiento significa cambiar
la dirección de la vida del egoísmo y la rebelión que van en contra de las
leyes de Dios. Al mismo tiempo debe volverse a Cristo, dependiendo de su perdón,
misericordia, dirección y propósito. No podemos salvarnos a nosotros mismos,
solo Dios puede hacerlo. El bautismo nos identifica con la obra de Cristo y con
la comunidad de creyentes. Es una condición para ser discípulo y un símbolo de
nuestra fe. ¡Amén!
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