Para los helenos la libertad
individual, es la del individuo viviendo bajo la ley de la naturaleza. En este
sentido la libertad asume la forma de una autodeterminación e independencia del
individuo. Según este concepto para hallar la libertad debemos explorar nuestra
naturaleza. No podemos controlar el cuerpo, la familia, la propiedad, etc.,
pero sí podemos controlar el alma. Sin embargo, esto es ridículo porque el
hombre sin Cristo está incapacitado para controlar su naturaleza carnal. Las cosas externas procuran imponer sobre
nosotros una falsa realidad. Por eso tenemos que retirarnos de ellas y restringir
los deseos carnales que batallan contra el alma, y no abandonarnos a las
presiones del mundo y de la carne.
“Amados, yo os ruego como a
extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan
contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles;
para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios
en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras”.
La vida en el cielo funciona de
acuerdo con los principios y valores de Dios, y es eterna e imperturbable. Nuestra
fidelidad debe apuntar a nuestra ciudadanía en los cielos, no a nuestra
ciudadanía aquí, porque la tierra será destruida. Nuestra lealtad debe ser a la
verdad de Dios, y a su forma de vida. A menudo nos sentimos como extranjeros en
un mundo que prefiere no hacer caso, ni obedecer a Dios. Así que, encontramos
libertad en la medida en que neutralizamos las pasiones y no nos rendimos al
poder inexorable de las circunstancias. La concupiscencia carnal es
completamente destructiva para el alma.
Retirarse hacia la interioridad no
trae realmente libertad. La existencia del hombre en su dimensión interior, es
defectuosa [engañosa], de modo que tomarse a sí mismo de la mano es
sencillamente aferrarse a una existencia defectuosa. Al enfrentarnos con una
existencia perdida, sólo podemos entrar en razón al sujetar nuestra propia
voluntad a la voluntad de otro. El dominio propio lo logramos al dejarnos
dominar por Cristo, aun cuando esto signifique morir por Su causa como le ocurrió
a Pedro. “De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e
ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te
ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras” (Juan 21:18).
ἐλευθερία es la libertad del pecado y
de la muerte. Nuestra existencia sin Cristo conducía inexorablemente a la
muerte. Al vivir en pecado, éramos esclavos del pecado. Lo que reinaba anteriormente
era el pecado y la anarquía espiritual. La ley tenía como propósito el bien, y
expresar y revelar las exigencias y la voluntad de Dios, pero debido a nuestro
estado pecaminoso, la ley, lo que hacía era sacar a la luz el pecado. La
libertad, entonces, significa libertad de la ley y también libertad del pecado.
No tenemos que buscar nuestra justificación por medio de la ley. Nuestro
intento de autonomía ha quedado atrás. Seguir nuestras propias necesidades, y tratar
de hacer nuestra propia voluntad por medio de un esfuerzo sincero también ha quedado atrás. Ser libres de la ley
significa ser libres del moralismo, del señorío de sí mismo frente al señorío
de Dios; libre de un moralismo disfrazado de responsabilidad y obediencia. Ahora
somos libres del autoengaño, ya no nos vemos a nosotros mismos como dioses; ni somos tan ciegos como para no ver
nuestra verdadera realidad.
El pecado lleva dentro de sí la
muerte. La muerte es su poder pero Cristo nos ha hecho libres. Nuestra libertad
no es un regreso existencial al alma humana. El Hijo nos hace libres. Somos
llamados a la libertad por el Evangelio. Este es un llamado de Cristo y
constituye la base de una nueva vida en libertad. El Espíritu vivificador de
Jesús está presente en este llamado. El Espíritu Santo es quien hace posible el
verdadero cumplimiento de lo que la ley exige y revela como la voluntad de Dios.
El amor de Dios que se ha manifestado
en la muerte de Cristo y en su resurrección nos interpela a reconocer a Cristo
como lo que es, de modo que, cuando abrimos nuestras vidas al Espíritu, por medio
del Espíritu y por la vida y el poder de Cristo surge en nosotros una vida; una
naturaleza que no está marcada por el egoísmo, que se ha olvidado del yo y que
ahora depende del Espíritu de Cristo porque en él hallamos nuestra propia
libertad. El Espíritu, es quien da a conocer la verdad. No hacemos de nuestra
libertad un pedestal de superioridad. Rechazamos el frenesí de muchos por los títulos
y las posiciones eclesiásticas. Rechazamos la falta de integridad y fidelidad a
Dios. Rechazamos el amor al dinero y la avaricia de muchos que no se dan cuenta
que se han hechos esclavos de sus propias pasiones y deseos. Han caído en
estado de apostasía espiritual, al negar a Cristo con sus obras. ¡Amén!
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