“Porque los cuerpos de aquellos
animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el
sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús,
para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la
puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio;
porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir”.
Los creyentes debemos procurar que
nuestros corazones estén firmes en la fe por medio del Espíritu Santo y
depender de la gracia, para ser consolados. La gracia nos hará resistentes al
engaño y a los ataques de Satanás. Sólo la gracia de Dios puede inspirar y dar
poder a los creyentes para que puedan vivir vidas santas. El amor al Señor es
lo que nos motiva a vivir “en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito
2:12).
Aristóteles Dice: “vivir bien y obrar
bien es lo que llamamos ser feliz. La felicidad sólo consiste en vivir bien, y
vivir bien es vivir practicando la virtud”. Esta cualidad es el fundamento de
la integridad y excelencia moral de una persona, es el poder y la fuerza que
tenemos como criaturas racionales para hacer el bien; es también la castidad y
pureza del alma. Este filosofo entiende que “vivir conforme a la virtud
constituye el verdadero fin de la vida”. Las virtudes se consideran cualidades
positivas, y se oponen a los vicios. Son las cualidades buenas y sensitivas del
ser humano. Él dice: “la felicidad es el bien final y el fin de la vida”.
Platón dice que el alma del ser humano
se divide en tres partes poderosas: “el intelecto, la voluntad y la
sensibilidad”. Para cada una de estas existe una virtud: “la sabiduría, el
valor y el autocontrol [dominio propio, templanza]”. La sabiduría nos permite
identificar cuáles son las acciones correctas, también nos permite saber cuándo
realizarlas y cómo realizarlas. El valor [la valentía] nos permite avanzar en
el camino y realizar las cosas a pesar de las amenazas, también nos permite
defender nuestros ideales. El autocontrol [templanza] nos permite interactuar
con las demás personas y enfrentarnos a las situaciones más adversas. A estas
tres virtudes le podemos añadir una cuarta, la justicia, que nos ayuda a poder
vivir responsablemente y con seguridad. Sin justicia es imposible vivir porque lo
que reinaría sería el cao y la anarquía. Para él la virtud es lo que nos
permite distinguir [discernir] entre el bien, y el mal. También dice que la
virtud se puede alcanzar por medio de la educación moral.
Sócrates creía en el intelectualismo
moral. Para él si alguien era una buena persona es porque era sabio. El sabio
ve el mal de lejos y se aparta. Sócrates opina que la virtud es aquello que nos
ayuda a conseguir el bien mediante los razonamientos y la filosofía. Los
estoicos sostenían que la virtud consistía en actuar siempre de acuerdo con la
naturaleza, el ser humano, concebido como ser racional, actúa siempre de
acuerdo con la razón, evitando en todo momento dejarse llevar por los afectos o
pasiones, esto es, todo lo irracional que hay en nosotros, que no puede
controlarse y que por tanto debe evitarse. Los estoicos consideraban que la
virtud, como facultad activa, era el bien y la felicidad suprema.
Para el pueblo de Dios, sin embargo,
es en la sangre que radica la virtud que nos santifica y nos permite vencer a
todas las potencias enemigas de Dios. Una fuerza transformadora y renovadora
dimana de la muerte expiatoria de Jesús y llena la vida de aquéllos que han
aceptado la redención por medio de la fe. Para ellos, la sangre hace posible
que puedan vivir una vida en la presencia de Dios, es la sangre de Cristo la
que le abre el acceso a la presencia del Dios todopoderoso. La certidumbre de
nuestra fe, la confianza que tenemos en la oración y la nueva vida que
disfrutamos son la expresión de que hemos hecho nuestra; la fuerza y el poder
expiatorio de la sangre de Cristo. La sangre de Cristo pone de relieve la
relación estrecha que existe entre la muerte de Jesús y su victoria a través de
su resurrección y exaltación. El creyente hace suya la virtud del sacrificio de
Cristo. El punto entonces no es una virtud o una falta de virtud, sino la
confesión de Cristo. Hemos experimentado por medio de la cruz de Cristo una
inversión. No dependemos de nuestra propia virtud ni de nuestra propia justica;
si no de la virtud de la sangre y sacrificio de Cristo.
“Por lo demás, hermanos míos,
fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la
armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del
diablo” (Efesios 6:10-11). Los mejores soldados de Dios son aquellos que están
conscientes de sus propias debilidades e ineficacia, y que se apoyan sólo en
Dios. Ellos dependen del ejercicio o manifestación del poder del Señor porque
constituye la fuente de poder para los creyentes. El lenguaje que aquí se usa
es muy cortante y metafórico se usa con el significado de adquirir cualidades
(virtudes). Tomad vuestra armadura. Hacedlo de inmediato, sin vacilar ni perder
tiempo. Resulta bastante claro que las armaduras a la que se refiere la Palabra
son virtudes espirituales. “Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto
mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento,
dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la
piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor” (2 Pedro 1:5-7). Tenemos
la certidumbre de que Dios ha hecho plena provisión para que podamos vivir una
vida de santidad. Su poder nos da capacidad para vivir vidas santas. Conocerle
es vida eterna, y crecer en Su conocimiento es crecer en santidad. Dios no nos
hace santos en contra de nuestra voluntad ni sin que nosotros nos involucremos.
Tiene que existir el deseo, la decisión y la disciplina por nuestra parte.
Cuando surge esta pasión comienza el desarrollo de nuestro carácter, es decir,
del carácter cristiano. ¡Amén!
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