noviembre 16, 2011

La salvación y las demandas del Evangelio

El evangelio consiste en dos partes que, en conjunto, forman una unidad indestructible. La primera está relacionada con el don de la salvación otorgada por medio de Cristo; la otra, tiene que ver con las demandas del reino. Las demandas del reino de Dios se expresan a través del mensaje del evangelio. Tan pronto leemos o escuchamos el evangelio predicado por Jesús, somos confrontados con ciertas presuposiciones que tienen una estructura y una expresión muy particular. El evangelio del reino no es algo enteramente nuevo, pero es algo más que el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento. La proclamación de la salvación está determinada terminológica y realmente por la historia de la salvación que la precede, y no puede ser comprendida ni separada de la misma.  La importancia de esta consideración puede llegar a manifestarse cuando prestamos atención al hecho notable de que, en la primera parte de la predicación de Jesús, él mismo califica su predicación cuando dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18). ¿Cuál es el significado de la frase: “para dar buenas nuevas a los pobres?” Este detalle acerca del significado de la venida del Mesías y de su actividad, nos revela cual es el contenido del evangelio. En la repuesta dada a Juan el Bautista encontramos esta misma frase. “Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (Lucas 7:22). Los pobres en espíritu son enfáticamente señalados como aquellos a los cuales está destinada la salvación. Los pobres son los destinatarios de la predicación de Jesús, tanto “los pobres en espíritu” como los “abatidos” a los que se refieren las bienaventuranzas.  “…He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones” (Lucas 2:34-35). Simeón era un israelita piadoso quien esperaba la consolación, es decir, la liberación de su pueblo por inspiración divina, fue al templo, tomó en brazos al niño y declaró tanto su gratitud a Dios como su disposición a morir. Simeón vio la llegada del niño como la de un Salvador para todos los pueblos y no meramente para los judíos. La llegada del niño sería tanto para juicio como para salvación. Jesús revelaría el verdadero carácter del ser humano y lo que había en realidad en sus corazones. María sufriría por el trato que posteriormente recibiría Jesús. Las palabras de Simeón fueron confirmadas por la llegada de Ana, quien profetizó que Dios traería salvación al pueblo judío por medio de Jesús. El mensaje del Mesías es tan poderoso que hace estremecer nuestros corazones. “Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas” (Lucas 6:24-26). Dios tiene un lugar para los que son pobres y necesitados, aquellos que están hambrientos y tristes. Estas son personas insatisfechas con el mundo presente y con su suerte en él, y anhelan recibir lo que Dios tiene para ellos. Es a estos que Jesús les promete que oirá y cumplirá sus anhelos. El evangelio es un mensaje de esperanza para aquellos que sufren toda clase de carencias, cuyo único socorro viene de Dios. Hay quienes no necesitan clamar a Dios en oración porque piensan que ya tienen lo suficiente. Pero llegará el día cuando no tendrán nada. “Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado” (Lucas 16:25). Dios hará justicia por eso Dios desea que su pueblo mantenga una intima relación con él para que no perezca, sino para que sea consolado en aquel día. El carácter espiritual de esta relación está fuertemente enfatizado en el Nuevo Testamento. Las demandas del evangelio son ampliamente conocidas, tanto, por la predicación de Jesús como por la predicación de los apóstoles. ¡Amén!
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