octubre 16, 2012

El que Impide

“Porque ya está actuando el misterio de la iniquidad. Sólo al presente hay quien lo detiene, hasta que sea quitado de en medio.  Entonces será revelado el inicuo (a quien el Señor matará con el soplo de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida), cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con toda clase de poderes, y señales milagrosas, y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que perecen: recompensa por no haber acogido el amor de la verdad para ser salvos” (2 Tesalonicenses 2:7-10). Se había esparcido la idea errónea [entre los hermanos de Tesalónica] de que ellos, ya  estaban viviendo en el día del Señor. Para corregir este error, Pablo dice: que ese día no llegaría hasta que el hombre de pecado [el Anticristo] se encarne y se manifieste. Tanto su encarnación como su manifestación están siendo impedidas por la obra de Uno cuyo ministerio es “permanecer en la tierra para protegernos para librar a la Iglesia de Cristo de la obra de Satanás”.
Hasta que no sea removido “el que impide”, el hombre de pecado puede encarnarse pero no puede manifestarse, y por lo tanto, el día del Señor no puede comenzar. Aun cuando Satanás logre realizar su programa en el cosmos y esté listo para presentar al último de sus gobernantes, hay Uno que impide que este programa se complete y llegue a su clímax hasta que se haya cumplido el propósito y designio de Dios. Satanás es una persona, y sus operaciones incluyen la esfera espiritual. El que impide tiene que ser asimismo una persona y un ser espiritual para mantener al Anticristo a raya hasta el tiempo de su manifestación. Meras agencias o fuerzas espirituales impersonales serían inadecuadas para impedirle su manifestación. Para hacer todo lo que debe hacerse, el que impide tiene que ser una persona divina. Tiene que ser más poderoso que el hombre de pecado y más poderoso que Satanás. Para poder impedir el mal durante todo el curso de esta era, el que impide tiene que ser eterno, omnipresente, omnisciente y omnipotente. Satanás está operando en el mundo entero y por lo tanto, es imperativo que el que impide sea uno que no esté limitado por el tiempo ni por el espacio. La era de la iglesia comenzó con el advenimiento del Espíritu en el día de Pentecostés, y terminará con su partida, con la remoción de su lugar de residencia.  Esto no significa que El no seguirá operando, sino que ya no estará residiendo en la tierra. El Espíritu reside en la Iglesia y si la Iglesia ha de ser arrebatada, no existe ninguna razón para que el Espíritu siga residiendo en la tierra. El Espíritu Santo es el que nos permite vencer en las luchas, Juan dice: “Hijitos, vosotros procedéis de Dios, y los habéis vencido, pues mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4). 
Cuando el Espíritu Santo habita en nosotros, se produce un cambio; nuestros deseos carnales, ya no nos seducen, ahora nuestra meta principal es agradar a Dios. “Ahora que vivimos por el Espíritu, andemos en el espíritu”. Como la descendencia espiritual de Abraham somos herederos de la promesa y capaces de responder y hacer la voluntad de Dios y de distinguir entre el bien y el mal. Se nos ha dado discernimiento espiritual por el Espíritu que mora en nosotros. El Espíritu descansa sobre nosotros y nos libra del mal cósmico y moral; no seremos destruidos por el mal, si somos fieles al Señor. La verdad a la que nos guía el Espíritu Santo es la verdad acerca de Cristo. Hay una tensión permanente entre nosotros y el mundo incrédulo que no se adapta ni se conforma a Cristo ni al Evangelio. Pero a pesar de las luchas inevitables que debemos enfrentar no hay razón para temer porque no estamos solos. Jesús no abandona a sus discípulos. La victoria final ya se ha logrado, así que podemos apropiarnos de la paz de Cristo aun en los tiempos más difíciles de nuestras vidas. Nuestro llamamiento de parte de Dios, como cristianos, es llegar a ser como Cristo. Este es un proceso gradual, para toda la vida y será completado cuando veamos a Cristo cara a cara. Ser dignos de su llamamiento significa querer hacer lo que es correcto y bueno (así como Cristo). Todavía no somos perfectos, pero a medida que Dios trabaja en nosotros nos movemos en esa dirección. ¡Amén!

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