septiembre 27, 2012

Yugo desigual

Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (2 Corintios 5:14-15) Como cristianos deberíamos vivir una vida más pura y elevada, no podemos dejar de experimentar un sentimiento de tristeza y abatimiento al contemplar la forma cómo vivimos en nuestros días. Cuando recordamos los motivos que deberían guiarnos y animarnos; la senda que deberíamos seguir; el objeto en el cual deberíamos mantener fija nuestra mirada, reconocemos que si penetramos más en nuestra realidad actual, seríamos, con toda seguridad, cristianos más fervientes. El amor es el motivo más poderoso. Mientras más lleno está nuestro corazón del amor de Cristo, y nuestros ojos espirituales fijo en su Persona, más cerca procuraremos estar de él y seguir sus huellas. Para seguir las pisadas de Cristo debemos tener un espíritu quebrantado, y un corazón contristo y humillado o fracasaremos por completo en el intento. Nada es más egoísta —que obtener la salvación como fruto de los padecimientos de Cristo, de su sudor como grandes gotas de sangre, de su cruz y de su pasión— y mantenernos lejos [distante] de su Persona. Esto, debe ser considerado como un acto de egoísmo digno del más rotundo desprecio. Cuando este comportamiento es manifestado por una persona que profesa deberle todo lo que tiene al Hijo de Dios, no hay lenguaje capaz de expresar esta bajeza moral. Quiera Dios que el Espíritu Santo, con su irresistible poder, levante un ejército de discípulos separados del mundo, seguidores devotos del Cordero, y que en este ejercito cada uno se halle unido, mediante los lazos del amor, y no solo unido, si no también, agarrado a los cuernos del altar.

Tenemos el carácter moral que surge de nuestra relación con Dios; y es este carácter el que abona el terreno para que Dios, con justicia, reconozca públicamente nuestra filiación como hijos. Dios no puede reconocer de forma plena a aquellos que se hallan unidos en yugo desigual con los incrédulos, si lo hiciera, equivaldría a reconocer esta clase de relación; y Él no puede reconocer a quienes están unido con las tinieblas. ¿Cómo podría hacerlo? Quienes se unen en yugo desigual, se identifican moral y públicamente con aquellos con quienes se han unido, y de ningún modo con Dios. Se sitúan en una posición que Dios no puede reconocer pero si abandonan esa posición, si salan y se apartan, si rompen ese yugo desigual, entonces, y sólo entonces, podrán ser públicamente recibido y reconocido como -hijos del Dios Todopoderoso-. El hecho es que muchos se han colocado completamente fuera de la voluntad de Dios; en un terreno pantanoso; y, si no abandonan ese yugo, Dios no los podrá reconocer como a sus hijos. La gracia de Dios, es infinita; y puede venir a nuestro encuentro, a pesar de nuestros fracasos y debilidades; pero debemos abandonar de inmediato el yugo desigual, cueste lo que cueste, siempre que podamos hacerlo; de lo contrario, sólo nos queda inclinar nuestra cabeza con pesar, y orar a Dios para que él nos dé una completa liberación.

Nada podría ser más deplorable que la condición de alguien que descubre, cuando ya es demasiado tarde, que se ha unido de por vida a una persona con la cual no puede tener un solo pensamiento en común. El cónyuge mundano casi siempre termina saliéndose con la suya. Se verá casi sin excepción que, en caso de un yugo desigual, el creyente es el que sufre, tal como lo vemos por los frutos amargos de una mala conciencia, un corazón abatido, un espíritu destruido y una mente deprimida. Una relación de este tipo es, de hecho, la estocada mortal contra el cristianismo práctico y contra el progreso de nuestra vida espiritual. Es moralmente imposible ser un buen discípulo de Cristo, viviendo bajo un yugo desigual. El verdadero cristiano debe combatir, con todas sus fuerzas, los males de su propio corazón. Sin duda, el hombre que, con insensatez y en una abierta desobediencia, se casa con una mujer inconversa, o la mujer que se casa con un hombre inconverso, está cargando con toda una gama de males. Un creyente puede contar, de forma absoluta, con la gracia de Cristo para subyugar su propia naturaleza carnal; pero no para subyugar la de su cónyuge. Si usted se ha colocado bajo esta clase de yugo por ignorancia, el Señor vendrá en su ayuda, si confiesa, y se aparta. Dos personas se han unido para vivir en la más estrecha e íntima relación, con gustos, hábitos, sentimientos, deseos, tendencias y aspiraciones diametralmente opuestos. No tienen nada en común, de modo que los movimientos que haga uno, de seguro molestará al otro. ¡Amén!

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