“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con
su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de
Dios”. Cuando se trata de hablar sobre la persona del Espíritu Santo, una de
las preguntas que nos hacemos es si la iglesia siempre ha afirmado o profesado
la divinidad del Espíritu Santo. En el registro histórico del Credo Niceno y
del Concilio de Nicea no se aclara por completo todo lo referente a la persona
del Espíritu, por lo que fue en otro concilio llamado, el Concilio de
Calcedonia, en el que se afirma que el Espíritu Santo debe ser adorado como una
persona divina junto con la persona del Padre y la persona del Hijo. Algunos
dirán: "Entonces, la iglesia no siempre ha confesado la divinidad del
Espíritu Santo." Los concilios no fueron convocados para articular una
nueva doctrina. Fueron llamados o convocados para aclarar la comprensión
histórica que se tenía de la enseñanza tradicional de la iglesia. Por lo tanto,
se puede decir que debido a la declaración del concilio, tenemos buenas razones
para creer que desde la era apostólica, y a través de la proclamación de los
padres apostólicos y de los primeros teólogos de la iglesia, se proclamó
siempre la divinidad del Espíritu Santo.
En el texto hay un paralelismo sinónimo “el poder del Altísimo”, es semejante
al Espíritu Santo, así como la frase, “vendrá sobre ti”, es equivalente a la
frase, “te cubrirá con su sombra”. La sombra del Espíritu, no solo iba a
proteger, sino que también iba a crear. Él iba a producir la concepción dentro
de la matriz de María. Por eso, el santo ser que nacerá será llamado el Hijo de
Dios. ¡No de José, sino de Dios! ¿Significa esto que ahora Gabriel ha dejado
todo perfectamente claro a María? Por cierto que no. Como cualquier persona que
haya seguido un curso de embriología humana lo sabe, aun la concepción
“ordinaria” en el seno de una mujer está velada por el misterio. Esta
concepción única en su género, por medio de la cual el Verbo de Dios preexistente
asume la naturaleza humana es algo que sobrepasa toda comprensión humana. Ni
Dios ni el ángel Gabriel le exige a María que comprenda todo. Lo que de ella se
requiere es que crea y se someta gustosa y obedientemente al propósito de Dios.
¿Cómo será esto? ¿Cómo podría tener un niño cuando no había tenido
relaciones sexuales? Aunque el ángel no lo dijo explícitamente la concepción
Sería un milagro del Espíritu Santo. Él iba a venir sobre ella, y el poder del
Altísimo la iba a cubrir. El problema que tenía María acerca de ¿cómo? —parecía
imposible humanamente hablando. El Hijo de María sería Dios manifestado en
carne. Con una hermosa sumisión, María se entregó al Señor para el cumplimiento
de Sus maravillosos propósitos. Luego el ángel se fue de su presencia.
“Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu
del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el
Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:11). Pablo emplea una analogía de la vida
humana, para comparar al Espíritu de Dios con el espíritu del hombre. Sólo el
espíritu del hombre sabe cuáles son sus motivos del corazón del hombre. El
espíritu del hombre es capaz de esconder los secretos del ser interior. Siempre
debemos admitir que, aunque fuimos creados con un conocimiento inherente y
básico de nosotros mismos, es muy difícil conocer las motivaciones de nuestro
corazón.
En un intento por conocernos a nosotros mismos, tratamos de analizar las
razones por las que hacemos o decimos algo. Queremos lograr un entendimiento
básico de nuestro subconsciente por medio del análisis de nuestra mente. Si
tratamos de ir más allá del punto central que Pablo desea enseñarnos,
empezaremos a tropezar y balbucear. Dios le dijo a Israel: “Mis pensamientos no
son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos” (Isaías 55:8).
Solamente el increado Espíritu de Dios quien procede del Padre y del Hijo
conoce los misterios de Dios. Porque solo Dios conoce a Dios en el sentido en
el que el apóstol nos está hablando. Pablo repite la palabra hombre, a fin de
subrayar la inmensurable diferencia que hay entre el espíritu humano y el
Espíritu de Dios. Dios conoce la mente humana, pero el hombre es incapaz de
conocer la mente de Dios. Nadie ha logrado un entendimiento de las cosas que
pertenecen a Dios sino el propio Espíritu de Dios. Pablo llega al corazón del
párrafo que trata del tema del Espíritu de Dios versus el espíritu del hombre.
Nos ofrece la consoladora seguridad de que hemos recibido el Espíritu que Dios
nos ha dado. “No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que
viene de Dios”. El espíritu del mundo, es un poder que determina todo lo que el
ser humano hace y piensa, oponiéndose al Espíritu que viene de Dios. El
Espíritu de Dios viene a los creyentes de una esfera o dimensión distinta a la
del mundo y nos llena del conocimiento de Dios, del la obra de la creación, de
la redención y de la restauración. Desde Pentecostés, el Espíritu de Dios mora
en el corazón de los creyentes.
¿Por qué Dios nos concede el don de su Espíritu? Para que conozcamos las
todas las cosas que tienen que ver con nuestra salvación. El Espíritu nos
enseña cuales son los tesoros que tenemos en Cristo, a quien Dios entregó para
que muriese en la cruz y nos diese vida eterna. Si Dios entregó a su Hijo, de
seguro que en él nos dará todas las cosas gratuitamente. Es por la obra del
Espíritu Santo que los creyentes son capacitados para apropiarse del don de la
salvación. La fe los capacita para ver que en Cristo ya no tienen pecado ni culpa, que Dios los reconcilió consigo mismo
y que ahora tienen abierto el camino al cielo. Hay muchas bendiciones que
recibimos por medio del Espíritu Santo como la santificación, autenticación
[sello] y la aplicación de todos los beneficios de la obra de redención
realizada por el Mesías. ¡Amén!
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