“Así que,
hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de
Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto
es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos
con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de
mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura. Mantengamos firme, sin
fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió”. Solo
podemos acercarnos a Dios con un corazón sincero. Es necesario que en el centro
de nuestro ser tengamos un deseo sincero de relacionarnos con Dios; no podemos
fingir lealtad a él. La misma palabra traducida sincero aquí se traduce también
como verdadero y se refiere al santuario celestial. El corazón sincero es el
corazón cuyo fundamento y contenido son las cosas celestiales, eternas. Es
constante y sincero porque está centrado en lo eterno, nos acercamos a Dios en
plena certidumbre de fe. Tenemos la seguridad de que Dios nos recibe cuando nos
acercamos. La sangre de Cristo nos purifica en el corazón o en la conciencia
porque es allí –en el corazón donde está arraigada la maldad.
El deseo, las decisiones, el amor y el odio del corazón demuestran
lo que un hombre es, y lo que ha de ser. El carácter físico de un hombre, su
tamaño, fuerza, su edad y sus hábitos, los percibimos por su apariencia externa,
del mismo modo el corazón nos revela el ser interior del hombre. Dios nos ha dado en Cristo acceso al lugar
secreto, a su morada, y al santuario de su presencia; pero las personas que
Dios busca deben ser limpia de manos y pura de corazón. Dios busca personas con un corazón sincero; nuestro
ser interior tiene que rendirse ante Dios. Un hombre puede acercarse a Dios sólo cuando
el deseo de su corazón está fijo en Dios, cuando todo su corazón está buscando
a Dios, cuando su amor y su gozo están en Dios. El corazón del hombre fue
expresamente creado y dotado de todas sus cualidades para que fuera capaz de
recibir, gozar y amor a Dios. Un hombre no tiene más santidad, amor, ni
salvación que la que tiene en su corazón. Lo que tiene un hombre de espiritualidad
y salvación es lo que tiene en el interior de su corazón. En la medida en que
Cristo, por medio de su Espíritu, está dentro del corazón, en sus pensamientos
y en la voluntad del hombre, este hombre es aceptable a Dios en su servicio y
en su adoración. El Reino de Dios se
establece enteramente en su corazón. Por lo tanto, Dios pide el corazón, un
corazón verdadero y puro. Lo que significa la palabra verdadera lo vemos en el
uso que se hace de la palabra. El primer tabernáculo fue sólo una figura y una sombra
del verdadero. Había, cierto, servicio religioso y adoración, pero no podía
hacer al adorador perfecto.
La verdadera
sustancia y la realidad de las cosas celestiales mismas nos las trajo solamente
Cristo. Y Dios nos pide que, correspondiendo al verdadero santuario, haya un
corazón verdadero. El antiguo pacto, con su tabernáculo y su culto, que no era
sino una sombra, no podía hacer recto al corazón. En el nuevo pacto la primera promesa
de Dios: “Escribiré mi ley en el corazón: te daré un nuevo corazón”. Dios nos ha
dado a su Hijo, lleno de gracia y de verdad y En él, Dios nos ha dado la vida
eterna. La religión es una cosa de la cabeza y sus actividades, una
imaginación, una concepción y deseos, esto pertenece las antiguas figuras y
sombras. En cambio, el Espíritu de Jesús hace de cada palabra de confesión, de
cada acto de entrega a la voluntad de Dios, y de la confianza en su gracia, una
realidad viva, una expresión verdadera de nuestro íntimo ser. Dios te ha dado, como hijo suyo, un nuevo corazón,
un don maravilloso, si tú pudieras darte cuenta. A causa de nuestra ignorancia,
nuestra falta de fe, nuestra desobediencia, el corazón se ha vuelto débil y
marchito; sin embargo sus latidos se pueden sentir todavía. Levántate, El te
llama a ti, desde su trono en el cielo: Levántate, ven y entra con un corazón sincero. Cuando tú
vacilas y miras dentro de ti para ver si sientes, si tu corazón es verdadero, y
en vano procuras hacer lo necesario para que sea sincero, El te llama de nuevo.
Cuando El le dijo al hombre de la mano paralizada “levántate”, el hombre sintió
el poder de los ojos y la voz de Jesús y extendió la mano. Haz tú lo mismo,
levántate, extiende tu mano y será sano. En el mismo acto de obediencia, se demostrará
que tiene un corazón sincero, un corazón dispuesto a obedecer y a confiar en el
Señor, un corazón dispuesto a darlo todo.
El corazón sincero
no es nada más que la verdadera consagración, el espíritu que anhela vivir
plenamente para Dios, que con alegría lo entrega todo para que pueda vivir
totalmente para Él, que, sobre todo, se entrega a sí mismo, como la clave de la
vida interior, bajo su protección y su autoridad. La verdadera espiritualidad
es una vida interior, en el poder del Espíritu Santo. El hombre de corazón sincero
entra en el verdadero santuario, en el secreto de la presencia de Dios, para
permanecer en Dios toda la vida. Entremos en el santuario del amor de Dios, y
el Espíritu entrará en nuestra vida, en nuestro corazón. Acerquémonos con un
corazón sincero: anhelante, dispuesto, entregado totalmente, deseoso de recibir
bendición de Dios. Las emociones
fuertes y la excitación afectan
al corazón. Dios lo que pide es el corazón: el poder de desear, y de sentir. El corazón y la cabeza obran en
conjunto, en sociedad. Dios nos
dice que el corazón debe regir y dirigir; es el corazón lo que Él quiere. Un corazón sincero, verdadero en lo que dice
y en lo que piensa; verdadero en lo que cree de Dios; verdadero en lo que profesa dar a Dios y recibir de
Él. Éste es el corazón que Dios quiere para morar en él. ¡Amén!
No hay comentarios:
Publicar un comentario