“Hermanos, no seáis niños en el modo
de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar”. La
mente “νου̂ς” es el asiento de la
consciencia reflexiva, comprende las facultades de la percepción y comprensión,
y las de los sentimientos, juicios y determinación. Una mente cristiana, es una mente que ama a
Dios: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con
toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento”
(Marcos 14:30). El Señor nos manda a que
amemos a Dios con el entendimiento, lo que esto significa, es que debemos tener a Dios presente en todo
nuestro armazón mental. El vocablo griego “διάνοια” significa entendimiento, reflexión. Cristo nos manda amar a Dios con nuestra percepción, con nuestro sentido de penetración, con
nuestra meditación, con el don de aprehensión, y con la facultad de nuestro
pensamiento. Cuando esta facultad es renovada por el Espíritu Santo, todo nuestro
armazón mental cambia del negativismo y del temor propio de una mente carnal, a
un pensamiento vibrante y positivo. Cuando amamos a Dios por entero y nos
interesamos en nuestro prójimo como nos interesamos en nosotros mismos,
cumplimos con el propósito de Dios. Dejemos que los mandamientos de Dios
regulen nuestros pensamientos, nuestras decisiones y nuestras acciones. “Señor,
nuestro Dios, es uno”, frase que el evangelio de Marcos reproduce
fielmente. Con toda tu alma, con toda
tu inteligencia... El texto griego de Deuteronomio 6:5 dice: “corazón, alma,
fuerza”. Jesús añade aquí: “con toda tu inteligencia” y con esto restablece el
sentido original del hebreo, en la cultura hebrea el corazón designa la
facultad de pensar y de sentir más y no solo la afectividad.
Una mente cristiana, es una mente que
adora a Dios: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2). La obra del Espíritu
Santo empieza en el entendimiento y continúa en la voluntad, en los afectos y en
las conversaciones, hasta que ocurre un cambio del hombre y la persona es
transformada a la imagen y semejanza de Dios. Es un cambio en su conocimiento,
justicia y santidad de la verdad. Un hombre que ha experimentado esta
transformación puede adorar a Dios en espíritu y en verdad.
Un mente cristiana procura siempre la
unidad y la armonía en la Iglesia: “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de
nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre
vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y
en un mismo parecer” (1 Corintios 1:10). Satanás siempre se ha propuesto
estimular la discordia entre los cristianos, como uno de sus principales
ingenios [ardides, estrategia] contra el evangelio. Pablo estaba enfatizando
que todos los cristianos formamos parte de la familia de Dios y que experimentamos
una unidad que es mucho más profunda que un vínculo sanguíneo. Un grupo de
personas no llegará a estar de acuerdo en todo pero pueden trabajar juntos, en
armonía, si están de acuerdo en lo que realmente importa. Hable y actúe de tal
manera que se reduzcan los argumentos y se incremente la armonía. Las diferencias
insignificantes no deberían dividir a los cristianos. Debemos sentirnos
satisfechos con la tarea que Dios nos ha dado y llevarla a cabo.
Una mente cristiana teme a Dios: “Y a
sus hijos heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy el que
escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras”
Apocalipsis 2:23). No podemos escondernos de Cristo. El sabe lo que hay en
nuestro corazón y nuestra mente, y todavía nos ama. Los cristianos debemos
desear fervientemente que nuestras obras sean las mejores. Cuidemos de los
seductores malvados. Dios es conocido por los juicios que ejecuta; los
seductores, deben saber que Dios tiene un conocimiento completo y real del
corazón de los hombres, de sus principios, designios, disposición y
temperamentos. Mantente puros e incontaminados. “Las profundidades de Satanás”
eran las enseñanzas falsas que impartían los herejes o la perspectiva secreta
de los llamados creyentes que “garantizaban” una vida espiritual profunda.
Debemos aferrarnos al fundamento de nuestra fe cristiana y analizar con cautela
y consejo cualquier enseñanza nueva que nos aparte de la Biblia, de la comunión
de los hermanos o de nuestra confesión fundamental de fe. “Pero, oh Jehová de
los ejércitos, que juzgas con justicia, que escudriñas la mente y el corazón,
vea yo tu venganza de ellos; porque ante ti he expuesto mi causa” (Jeremías
11:20). Jeremías tenía dos opciones: correr y esconderse, o clamar a Dios.
Clamó y Dios respondió. Nosotros podemos correr y escondernos cuando
enfrentemos amenazas por nuestra fidelidad a Dios, o podemos pedirle ayuda.
Escondernos compromete nuestro mensaje, clamar a Dios permite que El lo
confirme. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién
lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar
a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” Jeremías 17:9-10). ¡Amén!
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