“Puestos los
ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto
delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la
diestra del trono de Dios.” En la vida cristiana tenemos una meta. El cristiano
no es una persona que anda despreocupadamente por los senderos de la vida, sino
un peregrino que sabe adónde va. No es un turista pasando la noche en un punto cualquiera, sino un hombre o mujer que va de camino al Paraíso. Su
meta es la misma meta de Cristo. La vida cristiana tiene un destino; el
cristiano es como un corredor que compite a la vista del público; y los
espectadores [los que han obtenidos la corona con anterioridad] nos miran con
muchos interés. En la vida tenemos muchas veces que desembarazarnos de cosas.
Puede que sean hábitos, placeres, excesos, o contactos que nos condicionan.
Debemos despojarnos de esas cosas como hacen los atletas que se despojan de
todos aquellos que agregue peso a sus cuerpos. La palabra ὑπομονῇ [hypomoné] "paciencia" no se refiere a la paciencia
que acepta las circunstancias, sino a la que las dominas. No es nada meramente
romántico lo que nos permite superar las dificultades y los obstáculos en la vida. Es nuestra determinación la que nos permite persistir, esforzarnos y rechazar el desánimo.
Los obstáculos no nos intimidan, y las dificultades no nos quitan la esperanza.
Por medio de la paciencia logramos una entereza inalterable que se mantiene
hasta que hayamos alcanzar la meta. En la vida cristiana tenemos una presencia,
la presencia de Jesús, Que es al mismo tiempo la meta y nuestro compañero de
viaje, hacia el que nos dirigimos y con quien vamos. Lo maravilloso de la vida
cristiana es que proseguimos adelante rodeados de santos, sin interés en nada
más que en la gloria de Cristo, y siempre en compañía de Jesús quien ya ha
recorrido el camino y alcanzado la meta. Jesús es quien nos espera para darnos la
bienvenida cuando lleguemos al final de la carrera.
La Biblia no
hace ningún esfuerzo para definir la fe.
En la epístola a los hebreos se afirma lo que la fe es en operación, no
lo que es en esencia. Se asume la presencia de la fe, y el escritor nos muestra
lo que ella produce, no precisamente lo que ella es. Se nos dice de dónde
procede, y por qué medio viene. "La
fe es un don de Dios" y "la fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios!' Tomás de
Kempis dice: "Prefiero ejercer la fe, antes que definirla!' Cada vez que aparezca
la palabra "fe" debe entenderse como fe en acción, tal como es
ejercida por un hombre que es un verdadero creyente. El pueblo de Israel se
desalentó, y murmuró contra Dios, y Dios envió entre ellos serpientes ardientes.
"Estas mordían a las gentes, y muchos murieron!' Moisés intercedió ante el
Señor por ellos y el Señor les dio un remedio. Le ordenó a Moisés que hiciera
una serpiente de metal, y la pusiera enroscada en un poste en medio del campamento,
de modo que cualquiera pudiera verla. "Será que cualquiera que fuere
mordido, y mire a la serpiente, vivirá!' Así lo hizo Moisés. "… cuando
alguna serpiente mordía a ¡alguno, miraba a la serpiente de metal, y
vivía" (Números 21:4-9). En el Nuevo Testamento encontramos la explicación
de este suceso y nada menos que por el propio Señor Jesucristo. El les explica a sus oyentes como pueden ser
salvos. Y les dice que es por medio de la fe. Para hacer bien clara su
explicación recurre al libro de Números. "Como Moisés levantó la serpiente
en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado, para que
todo aquel que en él creyere, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan
3:14, 15).
El hombre
inteligente que lee esto no tardará en hacer un descubrimiento: las palabras mirar
y creer son sinónimas. La palabra "mirar" que se emplea en el Antiguo
Testamento tiene idéntico significado que la palabra "creer." Mirar la serpiente es lo mismo que creer en
Cristo. Pero debemos tener en cuenta que mientras los israelitas tenían que
mirar con sus ojos físicos, los creyentes del Nuevo Testamento deben creer con
el corazón. La fe es la mirada del alma
que se dirige a un Dios salvador. "A él miraron, y fueron alumbrados, y
sus rostros no fueron avergonzados" (Salmo 34:5). "A ti, que habitas
en los cielos, alcé mis ojos; he aquí que como los ojos de los siervos miran a
la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva a la mano de su señora,
así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios, hasta que halla misericordia…"
(Salmo 123:1-2). El hombre que busca
misericordia, es aquel que mira rectamente a Dios hasta que halla misericordia.
Nuestro Señor mismo siempre miraba a Dios, "Y levantando los ojos al
cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos" (Mateo' 14:19).
La verdad es que Jesús enseñó siempre
que todo lo que él hacía podía hacerlo porque se mantenía mirando a Dios. Su
poder descansaba en el hecho de que siempre su mirada estaba puesta en su Padre
(Juan 5:19-21).
Creer,
entonces, es dirigir la atención del corazón hacia Cristo. Es levantar la
mirada como la levantó Juan el Bautista
cuando dijo: "He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo." La fe es la virtud que menos piensa en sí misma. Por su propia
naturaleza es escasamente consciente de que existe. Mientras estamos mirando a
Dios, no nos estamos mirando a nosotros mismos, El hombre que ha luchado por
purificarse a sí mismo, y no ha conseguido nada más que fracasos, encontrará
grande alivio al quitar la mirada de sí mismo y fijarla en aquel Único que es
perfecto. Mientras mire a Jesús, se realizarán
dentro de ti todas aquellas cosas que ha deseado por tanto tiempo. Dios estará dentro de ti,
obrando el querer y el hacer por su buena voluntad. La fe, por sí sola, no es
un acto meritorio; el mérito depende de aquel en quien se pone la fe. La fe es
un cambio de mirada: dejamos de mirarnos a nosotros mismos para mirar a Dios. El pecado ha distorsionados nuestra visión
interior. La incredulidad es poner al yo en el lugar que le corresponde a Dios La palabra nos induce a levantar nuestros ojos
a Cristo y allí comienza la vida de fe. Al levantar nuestra mirada hacia Dios
podemos esta seguros de hallar una mirada amistosa, porque está escrito que los
ojos de Jehová recorren toda la tierra para ver a los que tienen corazón
perfecto para con él. ¡Amén!
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