“Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del
mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida”. La palabra griega ἀκολουθεῖν que se traduce seguir tiene varios significados.
Esos significados se combinan entre sí para mostrarnos un raudal de luz sobre
lo que significa seguir a Jesús. En las largas marchas, a las batallas o en las
campañas en tierras extrañas, el soldado sigue a su capitán adonde este le
dirija. El cristiano es un soldado cuyo general es Jesús y como soldado debe
seguir a su comandante a donde quiera que él le dirija. Jesús no es solo
nuestro general, es también nuestro amo. El siervo está al servicio de su amo.
El siervo siempre está dispuesto a salir y cumplir con cualquier tarea que le
encomiende su amo porque él está totalmente a disposición de su amo. El
cristiano es un siervo cuya felicidad consiste en estar siempre al servicio de
Cristo. El cristiano camina,
dirige su vida y su conducta de acuerdo, es decir, de conformidad con el consejo
de Cristo. El cristiano, como ciudadano del Reino de los Cielos, obedece la ley
del Reino y deja que Cristo gobierne su
vida. El obedece las enseñanzas de Jesús, y las escuchas con atención para no
perderse absolutamente nada. Recibe el mensaje de Cristo en su mente, y lo entiende;
recibe sus palabras en la memoria, y las guarda, conserva las palabras de
Cristo en el corazón y las vive. Ser seguidores de Cristo es entregarse en
cuerpo, alma y espíritu a la obediencia y empezar a caminar en la luz. Cuando
caminamos solos corremos peligros, podemos errar en el camino. Cristo es quien
nos da la sabiduría espiritual. Sin la sabiduría de Dios estamos expuestos y
podemos tomar una senda equivocada. Jesús es el único que posee el mapa
completo de la vida y es quien guía nuestras vidas conforme al mapa de Dios para
que no nos extraviemos.
Cuando Jesús se presentó como la luz del mundo, los
escribas y fariseos reaccionaron con hostilidad. Ellos sabían que este título
le correspondía solamente a Dios. David dijo: “Jehová es mi luz y mi salvación;
¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de
atemorizarme?” (Salmos 27:1). Dios es nuestra luz, la oscuridad que nos cubría se ha
desintegrado porque la gloria de Dios ha resplandecido en Jesucristo sobre
nosotros. Dios es nuestra salvación, esto es, nuestro libertador y la fortaleza
de nuestra vida, es un refugio para nosotros en tiempo de crisis; los escribas
y fariseos no estaban dispuestos a aceptar estos. Isaías dice: “El sol nunca
más te servirá de luz para el día, ni el resplandor de la luna te alumbrará,
sino que Jehová te será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria. No se
pondrá jamás tu sol, ni menguará tu luna; porque Jehová te será por luz
perpetua, y los días de tu luto serán acabados.” (Isaías 60:19-20). En la
Iglesia ya no es necesaria la luz del sol ni la luz de la luna, porque la
gloria de Dios provee toda la luz que necesita la Iglesia. La oscuridad se
desvanecerá, y los días de luto, de dolor y de sufrimiento de la Iglesia se
acabaran. El pueblo justo heredará las bendiciones de Dios porque este es el
pueblo que ha sido plantado por Dios para que vea Su gloria. Los más humildes
del pueblo serán bendecidos porque Dios lo ha decretado y se apresura a
cumplirlo. Job también dice: que todas sus bendiciones y prosperidad que él tenía
se debió a que: “A que Dios hacía resplandecer sobre su cabeza su lámpara, a
cuya luz él caminaba en la oscuridad” (Job 29:3). Este es un relato magistral y
nostálgico de los buenos tiempos cuando Job estaba rodeado de prosperidad. En
ese tiempo este hombre disfrutaba del favor y la dirección de Dios porque la
luz del Señor le cubría. “Tú, enemiga mía, no te alegres de mí, porque aunque
caí, me levantaré; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz.” (Miqueas
7:8). Jesús es la luz y el que le sigue andará
en la luz; Él ha disipado las tinieblas moral que reinaba en nuestros
corazones.
Jesús se describe a sí mismo como la luz del mundo,
nos indica que el género humano está oprimido por el pecado, expuesto al juicio
de Dios y necesitado de la salvación. Todo el género humano: judíos y gentiles,
jóvenes y viejos, hombres y mujeres, ricos y pobres, libres y esclavos; todos y
cada uno de ellos en particular necesitan la iluminación espiritual y la
salvación eterna que solo pueden recibir de él. Jesús al ignorante le da a
conocer la sabiduría; al impuro, la santidad; a los tristes y enlutados, el gozo.
Además, a todos los que por la gracia de Dios son atraídos a la luz y siguen su
dirección, él le imparte estas bendiciones. Pero lamentablemente hay una separación,
una división o antítesis absoluta, según aparece con claridad en estas palabras,
“El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.
Algunos siguen la luz; otros no. Muchos son llamados; pero pocos son escogidos.
Seguir la luz, o sea a Cristo, significa confiar en él y obedecerle. Significa
creer en él y por gratitud guardar sus mandamientos. El hombre debe seguir la
dirección de la luz: no se le permite trazar su propio curso a través del
desierto de esta vida. En el desierto los antepasados habían seguido la columna
de luz. Los que la habían seguido la Nube
de Gloria y no se habían rebelado, alcanzaron a llegar a Canaán. Los otros
fallecieron en el desierto. Así es en este caso: los verdaderos seguidores de
Cristo no sólo no andarán en la oscuridad de la ignorancia moral y espiritual,
de la impureza, y de las tinieblas, sino que llegaran a la mansión de luz. La luz
física –la de la columna de luz en el desierto o la de los candeleros en Tabernáculos
—es una iluminación externa. Jesucristo como objeto de nuestra fe, se convierte
en nuestra posesión íntima, es una luz que poseemos, y no de forma temporal,
sino de forma permanente. Jesús, es
además la luz de la vida, es decir, la luz es en sí misma la vida. ¡Amén!
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