“No erréis;
las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. Velad debidamente, y
no pequéis; porque algunos no conocen a Dios; para vergüenza vuestra lo digo”. Pablo
está consciente de lo fácil que es para la gente aceptar principios y un estilos
de vida pervertidos como algo normativos. Sin reflexionar en las cosas que
están en juego, simplemente se descarrían adoptando creencias y conductas
erróneas. Por esta razón, Pablo cita un proverbio de la obra Thais, del poeta
griego Menandro: “Las malas compañías corrompen las buenas costumbres”. Cuando
nos asociamos y deleitamos con malas compañías, corremos el riesgo de adoptar
un lenguaje profano y grosero que corromperá nuestro buen carácter. Nuestra
conversación revela nuestro ser interno, dañando o elevando nuestra reputación. Los
que negaban la doctrina de la resurrección se burlaban de ella. Estos miopes
espirituales sólo consideraban su existencia física, la que en su opinión
terminaba con la muerte.
El cínico es
el hombre impuro, obsceno, descarado y que carece de vergüenza a la hora de
mentir o de defender acciones que son condenables. El cinismo señalaba que la
sabiduría y la libertad de espíritu eran el camino a la felicidad, mientras que
las cosas materiales eran despreciables. Los cínicos evitaban el placer para no
convertirse en sus esclavos. Con el tiempo, el concepto de cinismo fue mutando
y hoy se asocia con la tendencia de no creer en la bondad ni en la sinceridad
del ser humano. Las actitudes cínicas están vinculadas al sarcasmo, a la ironía
y a la burla. Si como cristianos mantenemos una intimidad con este tipo de
personas, esa relación terminará por corromper nuestros principios y valores.
Las personas cínicas, que se jactan de su estilo
de vida licenciosa, y que piensan que esta es la prueba indiscutible de su
éxito; ignoran voluntariamente que un
día tendrán que rendir cuenta de sus actos. El cinismo, es la condición del hombre que se
caracteriza por un franco desprecio de las normas morales. Es una persona que
de manera desvergonzada hace caso omiso de las normas de la decencia. El cínico vulgariza y trivializa los valores y
principios morales. “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios?
No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los
afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni
los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de
Dios” (1Corintios 6:9-10). Nuestro estilo de vida no es algo relativo, si
persistimos en hacer lo que hacen los perversos correremos la misma suerte que
ellos. La sociedad ha desarrollado una serie de complicados argumentos para
apoyar su estilo de vida libertino. Los que hacen quizá esté más allá del
alcance de la ley terrenal, pero no del justo juicio de Dios.
Existe el
riesgo de dejarse arrastrar por las cosas del mundo: “No os unáis en yugo
desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la
injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo
con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre
el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios
viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y
ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos,
dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros
por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2
Corintios 6:14-18). Vivimos en un
ambiente hostil, todavía existen prácticas paganas que pueden corromper
nuestras vidas. En nuestro diario vivir a menudo entramos en contacto con todas
clases de personas, costumbres y tradiciones, esto incluye el trato con
nuestros familiares, amigos, y socios que pertenecen al mundo pagano. El joven o la joven que escoge su cónyuge con
las mismas orientaciones espirituales, tiene una probabilidad mucho mayor de
tener un matrimonio exitoso, satisfactorio y duradero, y un estilo de vida
provechoso que aquel que no lo hace.
Cuando los
cristianos se mezclan con el mundo, lo que surge de esa mezcla es un
sincretismo religioso. No debemos comprometer nuestra fe ni nuestra integridad
espiritual. Es imposible una disociación total con el mundo pero cualquier
acción que cause que nos comprometamos con el mundo debe ser evitada. Olvidarnos que somos miembros del pueblo de
Dios puede ser fatal. Pertenecer al pueblo de Dios significa ser santo
(separado) para Dios. Isaías participó activamente en las políticas del rey
Usías. “Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo
de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto
mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5). Isaías se dio cuenta de que era impuro ante
Dios, un ángel tuvo que pasarle un carbón encendido por sus labios, aunque no
fue el carbón lo que lo limpió, sino Dios. Debemos estar limpios, confesar
nuestros pecados y someternos al control de Dios. Quizás resulte doloroso que Dios nos
purifique, pero es necesario si en realidad queremos representar verdaderamente
a Dios. El Señor es puro y perfectamente santo, justo y bueno. “La boca del
justo producirá sabiduría; más la lengua perversa será cortada”. “Hay hombres
cuyas palabras son como golpes de espada; más la lengua de los sabios es
medicina”. “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama
comerá de sus frutos” ¡Amén!
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