“David
respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando
venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él,
y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba
mano de la quijada, y lo hería y lo mataba. Fuese león, fuese oso, tu siervo lo
mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha
provocado al ejército del Dios viviente. Añadió David: Jehová, que me ha
librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará
de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: Vé, y Jehová esté contigo”.
El
cristiano audaz es aquel que busca la excelencia, la armonía, y la plenitud.
Es una
persona que forja su carácter respaldados por el regalo de la gracia de Dios. La
gracia es lo que procede de Dios como un don para la salvación del ser humano.
Sin la gracia divina es imposible realizarse ni alcanzar la plenitud. La gracia
convierte al hombre en prudente, discreto, sagaz, cuerdo y sabio, valeroso,
moderado, íntegro, feliz, digno de aplauso, y en una persona verdadera; persona en la cual no hay engaño ni falsedad.
El
cristiano audaz debe ser prudente, si no es prudente se convierte en una persona
temeraria. La prudencia es lo que nos
permite actuar de forma justa, adecuada y cautelosa. Quienes son prudentes se
comunican con los demás por medio de un lenguaje claro, literal, cauteloso y
adecuado, y actúan siempre respetando los sentimientos, la vida y las
libertades de las demás. “Todo hombre prudente procede con sabiduría; mas el
necio manifestará necedad” (Proverbios 13:16). El hombre prudente sabe que cada
decisión que tome en obediencia a la Palabra de Dios traerá orden a su vida,
mientras que cada decisión que tome en desobediencia a los mandamientos divino
traerá confusión y destrucción. Sus decisiones reflejarán su integridad y
fidelidad a Dios. Su obediencia le producirá
un mayor nivel de seguridad y protección.
El
creyente audaz debe ser discreto. La discreción es la reserva o cautela que
tiene una persona para guardar un secreto o para no contar lo que se sabe y que
no hay necesidad de que lo conozcan los demás. “La discreción te guardará; te preservará
la inteligencia, para librarte del mal camino, de los hombres que hablan
perversidades, que dejan los caminos derechos, para andar por sendas
tenebrosas; que se alegran haciendo el mal, que se huelgan en las perversidades
del vicio; cuyas veredas son torcidas, y torcidos sus caminos” (Proverbios
2:11-15). La discreción
nos ayuda a discernir y diferenciar el bien del mal. Nos permite detectar los motivos
malvados y perversos en los demás.
Cuando la practicamos, nos ayuda a evaluar las circunstancias y a seguir un
curso de acción evitando las cosas negativas.
El
creyente audaz debe ser sagaz. La sagacidad es de naturaleza intuitiva; es la
perspicacia del talento sutil, que penetra hasta lo más difícil y confuso. El
término sagaz se emplea para referirse a aquel individuo que sobresale por su
astucia, previsión y prudencia, es decir, a la persona sagaz jamás se le
anticiparán o lo sorprenderán las cosas, los sucesos, antes que ocurran, sabrá como
tomar las previsiones pertinentes. La sagacidad, es la capacidad de previsión,
astucia y prudencia que ostenta el individuo, es un atributo de la inteligencia
que de ninguna manera es innato, es decir, hay individuos que la poseen y la
cultivan mientras que otros no lo hacen. El libro de los proverbios se
escribió: “Para dar sagacidad a los simples, y a los jóvenes inteligencia y
cordura” (Proverbios 1:4). A través de todo el libro se puede sentir la urgencia
del predicador. El sabe que se trata de la salvación o de la perdición de una
vida. Por eso él se transforma en un heraldo de la sabiduría para evitar que
los jóvenes se pierdan.
El
creyente audaz debe de ser una persona cuerda. La cordura es la capacidad de
pensar y obrar con prudencia, sensatez y juicio. Se refiere a un
estado mental en el cual una persona es prudente y sensata. “Yo, la sabiduría,
habito con la cordura, y hallo la ciencia de los consejos” (Proverbios 8:12). “Digo,
pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no
tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con
cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12:3).
Pablo nos invita a vivir con humildad y fe. Porque somos un cuerpo que está
formado por varios miembros, cada uno con diferentes funciones, la Iglesia es
un cuerpo, cada uno con funciones y responsabilidades individuales, pero todos
estamos íntimamente relacionados en Cristo. No debemos considerarnos superior,
ni tratar de disminuir el papel de otros.
El
cristiano audaz rechaza el miedo, la pusilanimidad, la híper-timidez, el
apocamiento, los escrúpulos excesivos y la duda. Debemos arrojar fuera de sí la
cavilación y el torpor o letargo existencial. Dios nos está llamando a actuar
con rapidez para que podamos alcanzar a esta generación con el mensaje de
Cristo. El hombre audaz no recibe el sol en la cama. Vemos como las mayorías de
cristianos hundidos en su sofá o cama pierden el tiempo buscando imágenes televisivas,
en lugar de levantarse y buscar la presencia de Dios.
Necesitamos
un robusto entusiasmo para las tareas espirituales que debemos realizar. Es
tiempo de consagrarse porque nuestra labor exige un sentido de iniciativa, de energía
valerosa y, sobre todo, de una sana confianza en el poder de Dios para que nos
de fuerzas, porque nuestro trabajo no depende de las técnicas humanas sino del
designio de Dios y de Su poder sobrenatural. ¡Amén!
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