(Marcos
5:21-23).
“Pasando otra
vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió alrededor de él una gran
multitud; y él estaba junto al mar. Y vino uno de los principales de la
sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies, y le rogaba
mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para
que sea salva, y vivirá”. Jairo era el presidente de la junta de ancianos, y el
responsable de la sinagoga. Tenía a su cargo el orden de los servicios y era
responsable de que todo se llevara a cabo conforme al orden establecido. Jairo
debe de haber considerado a Jesús como a un marginado, un hereje peligroso, uno
para quien las puertas de la sinagoga estaban justificadamente cerradas, y uno
al que haría bien en evitar todo el que apreciara la ortodoxia judía. Sin
embargo, algo ocurrió que lo hizo cambiar de actitud y abandonar sus prejuicios.
Una mente
condicionada por los prejuicios no haya el
camino a Cristo y pierde muchas de las bendiciones de Dios. Los prejuicios
cognitivos son distorsiones que alteran el modo en que las personas perciben la
realidad. Es una actitud suspicaz u hostil hacia una persona. Esta forma de
pensar surge como resultado de la necesidad que tiene el ser humano de tomar
decisiones firmes y concretas de una manera rápida, utilizando la información
generalizada que tiene hasta ese momento para emitir un juicio, y sin verificar su
veracidad. En las prácticas cotidianas de los sujetos, el prejuicio opera a
partir de los presupuestos valorativos que tenemos basados en costumbres,
tradiciones, mitos y demás conocimientos adquiridos a lo largo de los procesos
de formación de nuestra identidad personal. Los prejuicios nos hacen herrar, y
a menudos infravaloramos las cosas espirituales, y sobrenatural.
Jairo tenía un
conocimiento imperfecto del poder de Cristo y la noticia de la muerte de la
niña lo hizo sentirse confundido, temeroso y sin esperanza pero Jesús no se
detiene ni siquiera ante el poder de la muerte. “No temas, cree solamente”.
Estas son palabras poderosas y de un valor inmutable; Cristo conoce el corazón y
él sabía por lo que Jairo estaba pasando en ese momento. Jesús no solo demostró
gran poder, también nos dio a conocer su gran compasión. Cuando ejerció Su poder sobre la naturaleza, los demonios y la
muerte, lo hizo por compasión. “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de
ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen
pastor” (Mateo 9:36). La compasión es un sentimiento que se manifiesta a partir
del sufrimiento de otra persona y la comprensión que tenemos del dolor. Es más
intensa que la empatía, la compasión es la percepción y comprensión del
sufrimiento del otro, y el deseo de aliviar, reducir o eliminar la causa de su
sufrimiento.
En esta época
las personas se sentían abandonadas y ya no realizaban ningún esfuerzo por
mejorar su condición espiritual; ya no había esperanza. “Y saliendo Jesús, vio
una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban
enfermos” (Mateo 14:14). Jesús le devolvió la esperanza que habían perdido; él
no podía ver a nadie sufrir sin librarle de su padecimiento. Al ver a la viuda
de Naín siguiendo hasta la tumba el cadáver de su único hijo, el corazón de
Jesús se conmovió. Le embargaba un deseo profundo de enjugar las lágrimas de
todos. Se conmovía por el hambre, la soledad y por el desconcierto del mundo. El pueblo anhelaba la intervención de Dios desesperadamente porque los escribas
y los fariseos, los sacerdotes y los saduceos, es decir, los pilares de la
ortodoxia judías, no tenían nada que ofrecer. Cuando los que están llamados a
proporcionarles a las gentes esperanza y a fortalecer su fe por medio de la enseñanza
y predicación de la Palabra y no lo hacen la fe del pueblo se debilita y se
pierde la esperanza.
Los maestros
ortodoxos no ofrecían ni dirección, ni consuelo, ni estímulo. Los líderes
judíos, que deberían fortalecer al pueblo para la vida diaria, estaban
desconcertando a las personas con argumentos sutiles acerca de la ley que no ofrecían
ni ayuda ni consuelo. Deberían estar ayudando a las personas a mantenerse de
pie, pero en lugar de eso estaban arruinándole la vida bajo el peso
insoportable del su legalismo. Les ofrecían a las personas una religión que era
un obstáculo para su liberación y superación. Debemos recordar siempre que el
Cristianismo existe, no para desanimar, sino para animar; no para humillar y
doblegar a las personas con cargas insoportables, sino para hacer que se renueven
y remonten como águilas.
Como líderes
espirituales debemos recordare al pueblo lo que Dios puede hacer por ellos. “Él
es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que
rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias; el que
sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila” Levántate en fe, Cristo quiere mostrarte su
gloria. No deje que los mensajeros de la muerte te quiten la fe y la esperanza,
levántate en el nombre y en el poder de Jesucristo. Dios
conoce tus problemas y Su poder lo supera todos. Hoy Cristo quiere entrar a tu
casa para darte nueva vida y devolverte la esperanza. ¡Amén!
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