“…; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por
diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y
los sanó. Y le siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de
Judea y del otro lado del Jordán.” Sanó a todos los afligidos, incluyendo aun a
los endemoniados, epilépticos y paralíticos. Los curaba inmediata y completamente.
No era necesario un segundo tratamiento.
“... Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con
la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se
cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras
enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:14-17). Los endemoniados
fueron liberados, los espíritus malignos que los controlaban fueron expulsados
por la palabra y el poder de Cristo. Esta era una señal que indicaba que el
reino de Dios había llegado de una forma especial, que el poder de Satanás estaba
siendo restringido, y que el “hombre fuerte” estaba siendo atado. Todos fueron
sanados sin importar qué tipo de enfermedad tenían o padecían ni que tan grave
era, si era “incurable” o “mortal”.
La realidad de la posesión diabólica es un hecho absolutamente
indiscutible. En los evangelios aparecen varios casos de verdadera y auténtica
posesión. Una posesión demoníaca ocurre cuando una persona está endemoniada, o
simplemente poseída, cuando un espíritu impuro o inmundo entra en su cuerpo y
le hace hablar y comportarse, no como ella quisiera, sino como el espíritu que mora
en ella quiere. Los signos exteriores de la posesión son casi siempre los
mismos: la individualidad se desvanece y surge una distinta, y demoníaca. Las
personas endemoniadas presentaban unos síntomas determinados, como poner los
"ojos en blanco", la llamada xenoglosia (hablar en lenguas
desconocidas), la aparición de "dermografismos" (escrituras demoniaca),
la conducta violenta, desorganizada o inhabitual en la persona; y las
convulsiones. A las que se añadían la memoria o personalidad “borrada”, la
respiración agónica, la animadversión a lo sagrado, la aparición de enfermedades
sin causa aparente, el acceso a conocimientos sobre sucesos y cosas ocultas (la
llamada gnosis) y el lenguajes extranjeros (la llamada glossolalia) o hablar y
entender lenguas desconocidas por el sujeto, muchas de ellas
"muertas" (que han dejado de existir), los supuestos cambios
drásticos en la entonación vocal y en la estructura facial, la aparición
repentina de lesiones (arañazos, punciones y diferentes marcas), las cicatrices
"espontáneas" y la fuerza desproporcionada.
“Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar
el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os
conjuro por Jesús, el que predica Pablo. Había siete hijos de un tal Esceva,
judío, jefe de los sacerdotes, que hacían esto. Pero respondiendo el espíritu
malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois?
Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y
dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa
desnudos y heridos (Hechos 19:13-16). Los judíos exorcistas que vieron a Pablo
echar fuera a los demonios en el nombre de Jesús quedaron intrigados. Se dieron
cuenta que sus propios poderes mágicos habían fallado, pero las palabras
pronunciadas por Pablo resultaron efectivas. Los apóstoles sanaban a la gente
en el nombre de Jesús, no como practicantes de la magia sino para demostrar la
autoridad de Jesús. Los charlatanes
judíos en Éfeso dirían a los espíritus malos, “Te conjuro por el nombre de
Jesús, a quien Pablo predica, que salgas”. Su conjuro es derivativo, porque
incluye el nombre de Pablo. Además, ellos se exponen a sí mismos como
incrédulos, porque sus palabras muestran que es Pablo, no ellos, quien servía a
Jesús.
La posesión demoníaca es el término con que se describe el control
interno, intermitente o permanente, por un demonio de las acciones del cuerpo
de un ser humano. Los demonios pueden entrar en el cuerpo de una persona de
varias maneras, principalmente debidos a las prácticas del espiritismo en sus
diversas formas como: la invocación de espíritus, los pactos con Satanás, la astrología,
la cartomancia, y el uso de la tabla güija, etc.
Judas actuó poseído por Satanás: “Estaba cerca la fiesta de los panes
sin levadura, que se llama la pascua. Y los principales sacerdotes y los
escribas buscaban cómo matarle; porque temían al pueblo. Y entró Satanás en
Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los doce; y
éste fue y habló con los principales sacerdotes, y con los jefes de la guardia,
de cómo se lo entregaría. Ellos se alegraron, y convinieron en darle dinero. (Lucas
22:1-5). Otro caso de posesión es el de Ananías y Safira su mujer: “Pero cierto
hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad, y sustrajo del
precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los
pies de los apóstoles. Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón
para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?”
(Hechos 5:1-3).
Existen por lo menos cuatros niveles de fortaleza espiritual. El primero
es la influencia, en este nivel Satanás actúa desde fuera. El segundo es la opresión,
en este nivel Satanás también actúa desde fuera. El tercero es la posesión, en
este nivel Satanás actúa desde dentro de la persona y el cuarto es la enajenación
en este nivel la persona pierde totalmente el control de su cuerpo como ocurría
con el endemoniado de Gadara. Los verdaderos cristianos no pueden ser poseídos ni
enajenados porque el Espíritu Santo mora en ellos y el Espíritu Santo no puede cohabitar
con un demonio. La persona o es morada del Espíritu Santo o es morada de los
demonios. Pero no pueden ocurrir las dos cosas a la vez. Lo que si puede hacer Satanás
es influenciar y oprimir al creyente como ocurrió con Pedro. “Pero él,
volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres
tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los
hombres” (Mateo 16:23). [El tema se me ha hecho muy largo, lo dejo hasta aquí] ¡Amén!
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