diciembre 10, 2014

La posesión, residencia y alteración

(Mateo 4:23-25)

“…; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó. Y le siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán.” Sanó a todos los afligidos, incluyendo aun a los endemoniados, epilépticos y paralíticos. Los curaba inmediata y completamente. No era necesario un segundo tratamiento.
“... Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:14-17). Los endemoniados fueron liberados, los espíritus malignos que los controlaban fueron expulsados por la palabra y el poder de Cristo. Esta era una señal que indicaba que el reino de Dios había llegado de una forma especial, que el poder de Satanás estaba siendo restringido, y que el “hombre fuerte” estaba siendo atado. Todos fueron sanados sin importar qué tipo de enfermedad tenían o padecían ni que tan grave era, si era “incurable” o “mortal”.
La realidad de la posesión diabólica es un hecho absolutamente indiscutible. En los evangelios aparecen varios casos de verdadera y auténtica posesión. Una posesión demoníaca ocurre cuando una persona está endemoniada, o simplemente poseída, cuando un espíritu impuro o inmundo entra en su cuerpo y le hace hablar y comportarse, no como ella quisiera, sino como el espíritu que mora en ella quiere. Los signos exteriores de la posesión son casi siempre los mismos: la individualidad se desvanece y surge una distinta, y demoníaca. Las personas endemoniadas presentaban unos síntomas determinados, como poner los "ojos en blanco", la llamada xenoglosia (hablar en lenguas desconocidas), la aparición de "dermografismos" (escrituras demoniaca), la conducta violenta, desorganizada o inhabitual en la persona; y las convulsiones. A las que se añadían la memoria o personalidad “borrada”, la respiración agónica, la animadversión a lo sagrado, la aparición de enfermedades sin causa aparente, el acceso a conocimientos sobre sucesos y cosas ocultas (la llamada gnosis) y el lenguajes extranjeros (la llamada glossolalia) o hablar y entender lenguas desconocidas por el sujeto, muchas de ellas "muertas" (que han dejado de existir), los supuestos cambios drásticos en la entonación vocal y en la estructura facial, la aparición repentina de lesiones (arañazos, punciones y diferentes marcas), las cicatrices "espontáneas" y la fuerza desproporcionada.
“Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo. Había siete hijos de un tal Esceva, judío, jefe de los sacerdotes, que hacían esto. Pero respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois? Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos (Hechos 19:13-16). Los judíos exorcistas que vieron a Pablo echar fuera a los demonios en el nombre de Jesús quedaron intrigados. Se dieron cuenta que sus propios poderes mágicos habían fallado, pero las palabras pronunciadas por Pablo resultaron efectivas. Los apóstoles sanaban a la gente en el nombre de Jesús, no como practicantes de la magia sino para demostrar la autoridad de Jesús.  Los charlatanes judíos en Éfeso dirían a los espíritus malos, “Te conjuro por el nombre de Jesús, a quien Pablo predica, que salgas”. Su conjuro es derivativo, porque incluye el nombre de Pablo. Además, ellos se exponen a sí mismos como incrédulos, porque sus palabras muestran que es Pablo, no ellos, quien servía a Jesús.
La posesión demoníaca es el término con que se describe el control interno, intermitente o permanente, por un demonio de las acciones del cuerpo de un ser humano. Los demonios pueden entrar en el cuerpo de una persona de varias maneras, principalmente debidos a las prácticas del espiritismo en sus diversas formas como: la invocación de espíritus, los pactos con Satanás, la astrología, la cartomancia, y el uso de la tabla güija, etc.
Judas actuó poseído por Satanás: “Estaba cerca la fiesta de los panes sin levadura, que se llama la pascua. Y los principales sacerdotes y los escribas buscaban cómo matarle; porque temían al pueblo. Y entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los doce; y éste fue y habló con los principales sacerdotes, y con los jefes de la guardia, de cómo se lo entregaría. Ellos se alegraron, y convinieron en darle dinero. (Lucas 22:1-5). Otro caso de posesión es el de Ananías y Safira su mujer: “Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad, y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles. Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?” (Hechos 5:1-3).
Existen por lo menos cuatros niveles de fortaleza espiritual. El primero es la influencia, en este nivel Satanás actúa desde fuera. El segundo es la opresión, en este nivel Satanás también actúa desde fuera. El tercero es la posesión, en este nivel Satanás actúa desde dentro de la persona y el cuarto es la enajenación en este nivel la persona pierde totalmente el control de su cuerpo como ocurría con el endemoniado de Gadara. Los verdaderos cristianos no pueden ser poseídos ni enajenados porque el Espíritu Santo mora en ellos y el Espíritu Santo no puede cohabitar con un demonio. La persona o es morada del Espíritu Santo o es morada de los demonios. Pero no pueden ocurrir las dos cosas a la vez. Lo que si puede hacer Satanás es influenciar y oprimir al creyente como ocurrió con Pedro. “Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23). [El tema se me ha hecho muy largo, lo dejo hasta aquí] ¡Amén!

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