“Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad
está dispuesto, pero la carne es débil”. Al ser
vencidos por la tentación de repente nos damos cuenta de que lo hemos perdido
todo. Nuestra vida se llena de temor y nuestro ser interior se queda completamente
desnudo ante la omnisciencia de Dios. Es en ese momento cuando más necesitamos de
la gracia y de la misericordia de Dios. De no ser por Su bondad, nos quedaríamos
sin las virtudes y valores impartidos por el Señor, los dones del Espíritu
Santo quedarían inactivos, y dejaríamos de sentir la presencia de Dios en
nosotros. La perdida que sufriríamos sería catastrófica y absoluta.
Cuando cedemos a la tentación, experimentamos una gran desilusión que
nos sumerge en un completo desconcierto y desventura. La desilusión es la impresión
negativa que experimentamos al comprobar que la realidad no responde a la
esperanza o ilusión que nos hemos formados. El hijo prodigo pensó que la vida libertina
seria el paraíso y su entera felicidad, mas tarde se dio cuenta que era todo lo
contrario. En su miseria dijo: “Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme
como a uno de tus jornaleros” (Lucas 15:19).
Judas pensó que traicionando a Jesús podría recuperar el dinero que había
dejado de percibir durante el tiempo que había estado con Jesús, después se dio
cuenta que había cedido a una tentación de Satanás y que lo que había hecho era
algo despreciable y aborrecible. El corazón de Judas se llenó de amargura y
remordimiento. “Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era
condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales
sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente.
Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las
piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó” (Mateo 27:3-5). No se dice exactamente cuando fue que Judas se llenó de remordimiento,
pero el texto deja la impresión de que fue inmediatamente después de saber que
Jesús había sido sentenciado a muerte. “Judas se llenó de remordimiento”. Esto no significa
que él había experimentado un cambio básico de corazón y de mente [arrepentimiento].
El sentimiento de culpa que sentía y el temor de lo que podría ocurrirle como
resultado de su acción imposibilitaron el arrepentimiento en Judas.
El pesar del
traidor era semejante al sentimiento de Caín. “He aquí me echas hoy de la
tierra, y de tu presencia me esconderé, y seré errante y extranjero en la
tierra; y sucederá que cualquiera que me hallare, me matará” (Génesis 4:14). Una de las historias más tristes de toda la Biblia es cuando Caín mata a
Abel, su hermano. Vivimos en una sociedad muy violenta donde ocurren crímenes a
cada minuto. Esta es una de las tentaciones más peligrosas. Caín destruyó la
vida de su hermano porque no tenía una relación correcta con Dios, ni dejó que Dios
ocupara el primer lugar en su vida.
La estrategia fundamental para prevenir las tentaciones es la que
sugirió nuestro Señor Jesucristo: “Velad y orad, para que no entréis en
tentación;…” “Velad”, significa “estad alerta” o “permaneced
vigilantes”. La razón para este cambio es la frase “para que no entréis en
tentación”. Una persona puede estar completamente despierta y todavía sucumbir
ante la tentación, pero si se mantiene espiritualmente despierta, si su corazón
y su mente están “alerta” o “vigilante”, entonces vencerá la tentación. En este
tiempo estamos siendo tentados a ser infieles y deshonestos. Jesús experimentó
la debilidad de su propia naturaleza humana y, por eso, tenía la necesidad de
orar y si él oraba para superar la tentación a causa de la debilidad de su
naturaleza humana; nosotros con más razón debemos orar y vigilar. El espíritu es
el receptor del favor de Dios y el medio por el cual el hombre adora a Dios, “el
espíritu está dispuesto”. Para los discípulos, cargados de sueño, era una
batalla entre su “espíritu” que estaba dispuesto, deseoso de hacer lo bueno y de
estar “en guardia” ante la tentación, y su “carne” que debido a su debilidad
era susceptible de ceder a los deseos de Satanás.
Pedro sucumbió a la tentación, a pesar de haber sido advertido por el
Señor: “Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para
zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú,
una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lucas 22:31-31). Jesús mostraba tener
una visión completa de los sucesos que seguían a la realidad del presente. Jesús
les dijo a sus discípulos que Satanás quería zarandearlos, tal como lo había hecho
con él, durante la tentación en el desierto. Pedro se apresuró a manifestarle su
total adhesión y le dijo que si era necesario iría a la cárcel y que aún estaba
dispuesto a soportar la muerte con Él. Cuando hizo esta audaz declaración no sabía
lo peligroso que era enfrentarse a Satanás sin estar preparado. Gracias a la intersección
del Señor, Pedro pudo ser restaurado.
A veces parece que Satanás nos deja en paz y no nos tienta, pero es tan
sólo para regresar y asaltarnos en el momento menos pensado. Estoy convencido
de que volverá a tentarnos y que la batalla será con mayor intensidad que
antes. Es preciso vigilar y estar alerta para no dejarnos sorprender. La resistencia
positiva directa es la que se enfrenta con la tentación y la supera. “Bienaventurado
el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba,
recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman”. La resistencia
positiva indirecta es la que no se enfrenta con la tentación, sino que se
aparta de ella, colocando la mente y los pensamientos en otro objeto
completamente distinto. A veces la tentación no desaparece en seguida después de
haberla rechazado, Satanás vuelve a la carga una y otra vez con incansable
tenacidad y persistencia. Pero no hay que desanimarse por ello. Jesús dijo: “como
yo he vencido, vosotros también venceréis”. Hay ejemplo de personas que
lograron superar la tentación como José, Daniel y sus compañeros porque
confiaron en el Señor. “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de
vosotros”. ¡Amén!
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