“Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará éste, sino un
hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los
cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu
descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”. La duda es un
estado de vacilación o inestabilidad de la mente que nos priva de las
bendiciones de Dios. La duda puede proyectarse en los campos de la decisión y
la acción, o afectar únicamente a la creencia, a la fe o a la validez de un
conocimiento y como tal, implica inseguridad. Sólo cuando los hombres reconocen
al Señor resucitado logran tener una comprensión de la veracidad del Evangelio.
Cuando Jesús nos llama, lo hace para que seamos sus colaboradores en el
servicio. Pero si hay una actitud mental de incertidumbre en nosotros, esta
puede generar sentimientos de
intranquilidad, angustia y desasosiego.
No debemos vacilar ni titubear cuando se trata de realizar la obra que Dios
nos ha asignados. Los obstáculos, pruebas e imposibilidades nos ayudan a fortalecer
nuestra fe en Dios. Jesús es el cumplimiento de nuestra esperanza y lo que Dios
demanda de nosotros para él glorificarse, es una renovación del corazón, de los
sentimientos, de nuestras actitudes y valores que son los que gobiernan nuestras
vidas. Tomemos plena conciencia de
nuestra realidad y descansemos en el poder de Dios como lo hizo Abraham a pesar
de su edad y de las circunstancias que hacían humanamente imposible el
cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho. No obstante, contra toda
esperanza, Abraham creyó a pesar de sus circunstancias. No confió en su fuerza
ni en sus recursos, sino en la capacidad y en el poder de Dios.
Nunca seremos
demasiados viejos para tener nueva experiencias. No importa nuestra edad ni
nuestra circunstancia, Dios desea que confiemos en él. Cuando nuestras
posibilidades disminuyen, nuestra fe aumenta; porque no descansa en nosotros
mismos ni en nuestras capacidades, sino en Dios y en sus promesas. Estoy
totalmente persuadido y seguro de que el Señor cumplirá sus promesas. De hecho,
tengo la convicción de que Dios hará realidad las cosas que nos ha prometido en
su Palabra. “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo
recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24). La mejor respuesta que podemos darle
al Señor es someternos a él con humildad y sencillez de corazón. Cuando nos
acercamos sumisos ante el Señor; él nos comunica sus deseos y con claridad nos
dice cuáles son sus planes.
A menudo
oramos motivados por nuestros intereses y deseos carnales. Nos gusta oír que
podemos pedir cualquier cosa y que la recibiremos. Pero cuando Jesús oró, lo
hizo con los intereses de Dios en Su mente. Podemos expresar nuestros deseos al
orar, pero debemos tener en cuenta que la voluntad de Dios está por encima de
la nuestra. Examínese para ver si sus oraciones se centran en sus propios
intereses o en los intereses de Dios. La fe debe depositarse en el Señor porque
él es el autor y consumador de nuestra fe. Esta es la fe que se expresa y no la fe
que se busca. El Señor es la fuente y el fundamento de nuestra fe y de todo nuestro
ser.
La fe debe
fluir solamente hacia él, debido a que la fidelidad fluye directamente de él.
La fe no es una treta que hacemos, sino una expresión que brota de la
convicción de nuestros corazones ni es una fórmula para conseguir cosas de
Dios. Lo que aquí Jesús nos enseña es que la fe que hay en nuestros corazones
ha de expresarse, lo que la convierte en algo activo y eficaz, que produce
resultados concretos. Las palabras de Jesús, “todo lo que pidiereis”, extienden
este principio a todos los aspectos de nuestra vida. Nuestra fe debe estar
puesta en Dios de acuerdo con su voluntad y palabra; pero es importante creerle
a Dios en nuestros corazones. “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que
duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada
de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna
del Señor” (Santiago 1:6-7).
“Pedir con fe,
no dudando nada” significa no solo creer en la existencia de Dios, sino en su
tierno cuidado y providencia. Eso incluye depender de Dios y confiar en que El
oirá y responderá a nuestras oraciones. Debemos poner a un lado nuestras
actitudes críticas cuando nos dirigimos a Dios. Una mente inestable no está
plenamente convencida y vacila entre los deseos de la carne, los conceptos del
mundo y los mandamientos de Dios.La duda es una atadura de la mente que nos
impide alcanzar el conocimiento verdadero y experimentar el poder de Dios. No
debemos confundir la duda con nuestra capacidad de juzgar ni con la búsqueda de la verdad. El que duda es aquel que está perplejo y
sin saber qué hacer y esto implica incertidumbre acerca de qué camino tomar.
Puede ser que
usted piense que la historia de su vida ya está escrita. Que es muy tarde para
realizar cambios radicales. No lo crea. La experiencia de Abraham a sus noventa
y nueve años es una evidencia y testimonio de que nunca es demasiado tarde para
hacer cosas significativas. Dios puede hacer lo imposible solo debemos creer.
¡Amén!
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