“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera
salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la
hallará”. Seguir a Jesús significa seguir a un hombre que sería humillado, maltratado
y crucificado. Jesús no les encubrió a sus discípulos las demandas difíciles
del discipulado, aun bajo riesgo de asustarlos, o de ahuyentarlos. El camino a
la cruz sería literal para Jesús y para algunos de sus seguidores, pero para
todos sería un principio que significaría renunciar a sí mismos, y a las cosas del
mundo. No se trata de renunciar a una o dos cosas, por más importantes que
estas sean, sino de renunciar a todas las demandas egoístas de la vida. Lo que Jesús
nos pide es un cambio radical de un ser egocéntrico a un ser Cristocéntrico.
La autopreservación como uno de los instintos fundamentales del hombre, muchas
veces es la preservación del hombre natural o carnal. Cristo no nos demanda la
negación de nuestra personalidad, sino que nos presenta el único camino para que
cada uno descubra su verdadero ser y la libertad del dominio del ego. El discípulo
de Cristo tiene que cargar con su propia cruz y seguir a Cristo hasta la cumbre
del Calvario; no para ver cómo le crucifican a él, sino para dejarse crucificar
juntamente con él. La comodidad debe ser puesta a un lado y el amor propio debe
ser humillado. Los cobarde pueden inventarse nuevas fórmulas e inventar nuevos sistemas
de santificación, cómodos y fáciles, pero todos están inexorablemente condenados
al fracaso. Para el discípulo de Cristo no existen victorias sin batallas ni éxitos
sin esfuerzos. Los líderes que se han lanzado
a logar grandes conquistas han expresado los sacrificios que deben realizarse para
lograrlas. Somos soldados de Cristo y muchas veces nos aguardaban penurias y
sufrimientos pero el triunfo del creyente es seguro. Sin sacrificio no es
posible obtener la redención ni la libertad.
Tomar la cruz y seguir a Cristo, significa subir al altar y sacrificar
nuestras apetencias personales y todos aquellos que nos impida seguir a nuestro
líder. Si alguno quiere... (v. 24) es la clave. Esta frase es condicional, es algo
voluntario, y la invitación está abierta para todos, pero depende de cada uno. Es
una oración condicional, de primera clase, y presume la realidad de la premisa.
Jesús espera que todas las personas razonables se dediquen a seguirle. En el
texto hay tres imperativos, para el que quiera ir en pos, o detrás, de él. 1.- Negarse
a sí mismo, y 2.- tomar su cruz son dos imperativos en tiempo aoristo que
denotan una acción decisiva, inmediata, y puntual. “Así también vosotros
consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor
nuestro” (Romanos 6:11). Los que eran condenados a morir en la cruz tenían que
“tomar su cruz” y llevarla hasta el sitio de la ejecución. El tercer
imperativo, “sígame”, está en tiempo presente y denota una acción continuada, y
repetida. Jesús dice que el que quiera seguirle debe adoptar una norma y
actitud, de negarse a sí mismo y tomar su cruz. Seguirle es una acción que
continúa por el resto de su vida.
Muchos están poniendo en juego los valores cristianos por el amor al
dinero y con esta acción corren el riesgo de perder la vida eterna. Algunos lo quieren
todo para sí pero no están dispuestos a dar su vida al Señor. Muchos en esa búsqueda
frenética de las cosas materiales no solo perderán la vida física sino también la
salvación de su alma. Las consecuencias de seguir siendo una persona egocéntrica
son devastadoras. El que decida seguir el camino de la autopreservación, y así salvar
su vida, la perderá, porque es una vida egocéntrica. En cambio, el que decide
seguir en pos de Jesús, el que pierda su vida por Su causa, encontrará la
verdadera vida en toda su plenitud. Obsérvese el énfasis: el que quiera salvar
su vida... Otra vez depende de la voluntad de cada individuo. Jesús emplea dos
preguntas que obligan al creyente a la reflexión y muestran el peligro de
seguir el principio de la autopreservación de forma egoísta, acumulando cosas. ¿Qué
cosa es de tanto valor para intercambiarla por tu alma? En un negocio uno da algo y
recibe algo. Es un mal negocio si lo que recibe es de poco o de ningún valor en
comparación con lo que entrega. Jesús dice que el alma vale más que el mundo
entero.
“Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera
peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en
servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser
eliminado” (1 Corintios 9:26-27). El creyente como un atleta que corre, debe fijar sus ojos en la meta, porque no puede
darse el lujo de correr sin dirección. A lo largo de toda la carrera cristina,
la meta está siempre delante de nosotros. Ningún creyente puede perder de vista
su meta final. No podemos relajarnos ni dejar de esforzarnos espiritualmente, imitemos
y corramos hacia la meta como los hacía Pablo.
Pablo no quiere decir que él literalmente golpee su cuerpo. Fueron sus
enemigos los que lo golpearon, y no tenemos ninguna razón para pensar que él se
azotara o golpeara a sí mismo. Con la expresión esclavizar o servidumbre, Pablo
nos indica que él tenía disciplina y dominio
propio y que se dedica a lograr su propósito en Dios. El creyente controla su
forma de vida para que nadie lo acuse de contradecir con su vida el evangelio
que predica. Se esfuerza física y mentalmente para beneficio del evangelio. Lo
que quiere decir es que el evangelio que predica es una realidad en su vida. Si
somos indisciplinados y no ejercemos el dominio propio que nos ha sido dado por
Espíritu quedaremos descalificados. “Porque no nos ha dado Dios espíritu de
cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. ¡Amén!
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