“Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor
Jesús, y de vuestro amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por
vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones, para que el Dios de
nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de
revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro
entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y
cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la
supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la
operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los
muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo
principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no
sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo
sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su
cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”.
Someternos constantemente al Espíritu Santo, sin ninguna resistencia, nos
permitirás tener una comunión permanente con Dios. Si obedecemos al Espíritu, en
poco tiempo, veremos un gran cambio en nuestra vida personal, familiar y también
en nuestra economía. Nuestras vidas necesitan ser habitadas y regidas por el
Espíritu de Dios. Nuestra mente, sensibilidad y voluntad deben estar controladas por el
Espíritu Santo. Es preciso que él se mantenga fluyendo en nuestro ser para
poder entrar a la presencia del Padre. “Porque por medio de él [Cristo] los
unos [judíos] y los otros [gentiles] tenemos entrada por un mismo Espíritu al
Padre” (Efesios 2:18). Es “en” o “por medio
de” el Espíritu que el hombre tiene acceso al Padre. Nuestro acercamiento al
Padre se halla asociado con la presencia interna y el poder capacitador del
Espíritu Santo.
“En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te
alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas
de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque
así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie
conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y
aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Lucas 10:21-22). “En aquel tiempo”
aquí indica “el tiempo del regreso de los setenta y dos y el informe que trajeron”.
Al mencionar el hecho de que Jesús se regocijó grandemente “en el Espíritu
Santo”, Lucas quiere decir que el Espíritu por el cual el Señor fue ungido fue
la causa y el originador de su gozo y acción de gracias. Lleno entonces, del
Espíritu Santo y regocijándose por el informe recibido de los setenta y dos,
Jesús eleva su corazón y voz a su Padre y dice: “Te alabo Padre,” etc. Los
verdaderos hijos de Dios no “son sabios en su propia opinión” ni tienen
confianza en sí mismos sino que están conscientes de su completa dependencia
del poder y misericordia del Padre. “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que
habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la
santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el
espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías
57:15). La relación entre Padre, Hijo y Espíritu Santo es tan estrecha, la
unión tán intima e indisoluble, que es imposible deshonrar al Hijo sin deshonrar
también al Padre y al Espíritu Santo.
El Hijo de Dios fue dotado con el Espíritu de Jehová, esto es, con el
Espíritu de sabiduría y entendimiento, de consejo y poder, de conocimiento y de
temor de Jehová. Todas estas cualidades espirituales y muchas más les han
sido confiadas a Jesús por el Padre, a fin de que de él como de una fuente fluyan
hacia nosotros. Solo el Padre puede penetrar en las profundidades y esencia del
Hijo, solo Dios conoce sus tesoros infinitos de sabiduría, gracia y poder, con
los que el Hijo ha sido dotado por el Espíritu Santo. “Porque todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis
recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que
habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El
Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos
8:14-16). Es por medio del Espíritu que los hijos de Dios deben
hacer morir las obras vergonzosas del cuerpo. Es del Espíritu de quien recibimos
la certeza de que ciertamente somos hijos de Dios. Tenemos una obligación que
cumplir; pero no la podemos cumplir por nuestro propio poder. ¿Cómo, entonces? Para
poder cumplir con nuestras obligaciones necesitamos hacer “por el Espíritu” y
de ningún otro modo.
Entre los atributos que nos permiten tener acceso al Padre por medio del
Espíritu se pueden mencionar los siguientes: reverencia, fervor, tenacidad, amor
a Dios y al prójimo, la capacidad de distinguir entre lo que es necesario y lo
que es meramente un deseos o preocupación por la humanidad, la espontaneidad o
naturalidad, y una fe sencilla que agrada a Dios como la que tenía Abraham. Cuando
los creyentes tienen estas cualidades actúan como los hicieron los hombres y
mujeres de Dios en el AT. Vemos el fervor de la intercesión de Abraham por las
ciudades de la llanura; la lucha de Jacob en Jaboc; la súplica de Moisés en
favor del pueblo de Israel; la oración de Ana pidiendo un hijo; la respuesta de
Samuel al llamado de Jehová; su “clamor” a Dios en Ebenezer; las innumerables
confesiones, súplicas, expresiones de acción de gracias y adoración de David
(en los Salmos); la oración de Salomón al dedicar el templo; las súplicas de
Josafat cuando fue asediado por sus enemigos; las “intersecciones” en la
oración de Esdras y de Nehemías; la confesión de Daniel; la oración del
publicano, de la iglesia primitiva, de Esteban, y de Pablo; y el vivo anhelo de
la Iglesia por la venida de Cristo.
La gloria de Dios estará en todo aquel que le permita al Espíritu Santo
llenarlo y tener autoridad en él. Tenemos que aprender a no actuar ni conducirnos
siguiendo nuestros sentimientos ni debemos hacer las cosas por lo que ven nuestros
ojos, tenemos que actuar por la fe, servir de acuerdo con la voluntad del Señor
y glorificar a Dios en todos los que hacemos. Nuestro
sistema nervioso es muy sensible y es fácilmente estimulado por las
circunstancias. Las conversaciones, las actitudes, el ambiente y las relaciones
que tenemos con los demás pueden fácilmente afectarnos. Nuestra mente tiene
muchos pensamientos, planes e imaginaciones, pero todos son muy confusos sin la
iluminación del Espíritu Santo. Nuestra voluntad tiene muchas opciones e ideas
y le encanta actuar según sus caprichos pero sin la guía del Espíritu el
fracaso será inevitable. Ninguna de
nuestras facultades nos dará la paz interior que necesitamos. Solo el Espíritu nos
llenara del amor de Dios y de sus frutos, entre ellos, una paz que sobrepasa
todo entendimiento. ¡Amén!
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