“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”. La proximidad de Dios ocurre
cuando tenemos una relación íntima con él. En este estado de cercanía podemos oler Su fragancia, sentir Su calor, y escuchar el susurro de
Dios. La proximidad se da en las relaciones cercanas. “Acercaos a Dios, y él se acercará a
vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo,
purificad vuestros corazones” (Santiago 4:8). En nuestra lucha contra el pecado
y Satanás no estamos solos si nos acercamos a Dios en oración. Dios nos rodeara
con su poder y gracia, para que no haya razón
para temer a Satanás ni a los poderes de
las tinieblas. Al estar en la presencia de Dios, él nos llenará con su gracia. Cuando
Dios nos llama a acercamos a él, nos está demostrando su amor y su gracia. La iniciativa,
le pertenece a él, no a nosotros. Nunca podremos decir que por habernos
acercado a Dios, él se vio obligado o tuvo que acercarse a nosotros. No, Dios siempre actúa
primero. La iniciativa para redimir y salvar a los creyentes proviene de Dios.
¿Cómo nos acercamos al Dios santo? Santiago recurre a la terminología
del AT y escribe: “Limpiaos las manos, pecadores; purificad vuestros corazones;…”
Santiago nos hace recordar las instrucciones de Dios acerca de las abluciones
ceremoniales. “Harás también una fuente de bronce, con su base de bronce, para
lavar; y la colocarás entre el tabernáculo de reunión y el altar, y pondrás en
ella agua. Y de ella se lavarán Aarón y sus hijos las manos y los pies. Cuando
entren en el tabernáculo de reunión, se lavarán con agua, para que no mueran; y
cuando se acerquen al altar para ministrar, para quemar la ofrenda encendida
para Jehová, se lavarán las manos y los pies, para que no mueran. Y lo tendrán
por estatuto perpetuo él y su descendencia por sus generaciones” (Éxodo 30:20-21).
Aarón y sus hijos debían lavarse las manos y pies en esta fuente, cada vez que
entraran para ministrar. Ellos debían lavarse y mantenerse limpios. Esto nos enseña a presentarnos diariamente ante Dios, a
renovar nuestra relación con él y nuestra esperanza en la salvación por medio
de la sangre de Cristo.
Santiago también nos hace recordar las palabras de David cuando dice: “¿Quién
subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de
manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado
con engaño” (Salmos 24:3-4). El carácter de quienes entran a la presencia de
Dios es el resultado del nuevo nacimiento, si una persona no nace de nuevo, no
puede ver ni entrar en el reino de Dios. Se especifican cuatro rasgos su
carácter. Tienen manos limpias; en otras palabras, sus hechos son justos e
irreprensibles. Tienen un corazón puro; esto es, sus motivos son sinceros y sus
mentes sin corrupción. No participan de ninguna manera de la falsedad de este
mundo. Finalmente, se nos dice que ellos no pervierten la justicia testificando
acerca de cosas que no son verdad. Sus manos, su corazón, su alma y sus labios
son para glorificar a Dios. La verdadera justicia es de Dios; su sentido pleno
se conoce en Cristo.
Dios nos está llamando a sentir la acción del Espíritu, y la proximidad
de su mismo ser. La acción del Espíritu Santo en los Apóstoles los hizo
fuertes, audaces y santos para anunciar el Evangelio con fidelidad a todo el
mundo. El hombre debe recorrer la parte del camino que le corresponde recorrer.
Cada uno de nosotros debe purificar su alma. Nosotros no nos pertenecemos; nuestros
cuerpos, nuestras almas no son nuestras, les pertenecen a Dios. Para ser
dirigido por Dios hace falta una mente humilde y abierta a él. Aun cuando estemos seguros de nuestra integridad, debemos pedirle a Dios
que nos examines y que nos purifiques cada día más. El verbo “purificar” se usa para
referirse a la fundición de metales. La adversidad nos recuerda que la vida es
breve, nos enseña a vivir sabiamente y refina nuestro carácter. El cristianismo
y el judaísmo le dan cierto valor al sufrimiento y al dolor. Los griegos y los
romanos menospreciaban el dolor, las religiones orientales buscan vivir por
encima del mismo, pero los cristianos y los judíos lo ven como fuego que
refina. La mayoría estará de acuerdo en que aprendemos más acerca de Dios en
los tiempos difíciles que en los momentos de felicidad. El fuego de las pruebas
nos purifica para poder habitar en la proximidad de Dios.
Los verbos purgar, depurar y purificar forman una serie intensiva. Sin
que haya una separación absoluta entre los tres verbos, el primero significa
quitar las impurezas más gruesas y visibles. Las aguas de la ciudad se depuran
o purifican. Purificar, con respecto a depurar, sugiere un mayor grado de
perfección. En el ejemplo anterior se prefiere decir que las aguas se depuran para
quitarle la sedimentación de la tierra que la enturbia. Pero cuando se dice que
se purifican se refiere a la destrucción de los gérmenes patógenos que la
contaminan.
Seguir a Dios significa tomar decisiones definidas. Dios ha hecho
provisión para que entremos en su presencia. Es tiempo de entrar al santuario y
adorar a Dios, debemos anhelar estar en su presencia. Si ha sentido el impacto
del poder, de la gracia y de la justicia de Dios en tu vida, no debe mantenerte
cayado. Tú necesita contarles a otros lo que Dios ha hecho en ti. Si la
fidelidad de Dios ha cambiado tu vida, no sea tímido. Actúa con naturalidad y
proclama lo que Dios ha hecho por ti. Nuestras vidas dependen de Dios. Los que
lo buscan y desean comprenderlo encontrarán una vida que no tiene final. ¡Amén!
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