“Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le fue restaurada sana” (Marcos 3:5). Para los fariseos la religión consistía en obedecer ciertas reglas y normas. Era llevar a cabo todos los actos externos que se consideran religiosos, esto lo convertía en ciegos y sordos ante las necesidades de los demás. Para Jesús la religión era servir, era amar a Dios y a las personas. Lo más importante no era observar o realizar un ritual, sino suplir las necesidades de las personas y responder a su clamor. El hombre perfecto no es aquel que intenta perfeccionarse a sí mismo, a través de numerosos rituales; sino aquel que busca a Dios siguiendo sus huellas y obedece tanto en sentido individual, o como parte del pueblo de Dios, y esto implica aprender a ser virtuoso. Realizarse, es hacer la voluntad de Dios como individuo y como parte de la comunidad cristiana. Abraham debía aprender y enseñar a sus hijos a tener confianza en Dios y a servirle con fidelidad. “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Génesis 18:19). Hay una virtud básica que debe ser practicada como condición para permanecer fiel a Dios y al pacto (Éxodo 19:5-8). El vicio fundamental de los seres humanos es seguir a los dioses falsos (Deuteronomio 4:35; 6:14). Muchas veces nos olvidamos que apartarse del Señor para adorar a un falso dios es ser desleal al pacto que Dios a establecido con nosotros (Éxodo 32:8). Para seguir la voluntad de Dios, y el orden divino de las cosas, debemos obrar con docilidad y fidelidad de corazón. Es en el corazón que la virtud y el vicio tienen sus raíces. Dios ha dado al hombre “un corazón para pensar y decidir”. El hombre debe sincronizar su corazón con el corazón de Dios. David disfrutó del favor de Dios a pesar de sus errores porque su corazón era conforme al corazón de Dios. Según el Salmista, el hombre virtuoso conoce la ley de Dios y se complace en ella. “La dureza de corazón” es una expresión corriente en el Antiguo Testamento para indicar la oposición del hombre a los planes de Dios. Faraón endureció su corazón para no dejar salir a los israelitas de la tierra de Egipto. Jeremías llama a Israel, una nación totalmente dura de corazón, negativa, infiel y desobediente a la voluntad de Dios. Cristo enseña que Dios debe ocupar el centro de nuestra vida. El corazón del creyente debe ser quebrantado y estar completamente limpio para que Dios habite en el. La fe como virtud básica debe y tiene que estar enraizada en nuestros corazones. El corazón es la sede de las virtudes o de los vicios. El corazón que permanece bajo la influencia o control del Espíritu de Cristo es la fuente de donde brota la virtud. En el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios creó y dio vida, el Espíritu dio poder especial a las personas, particularmente a los profetas pero no residía en sus corazones. Sin embargo en esta época Dios ha derramado una efusión especial del Espíritu, a partir del cual se produce una renovación interior en el creyente. El Espíritu Santo actúa como un ente renovador, nuestra vida interior se renueva por su poder. Esta es una renovación que trae como resultado un gozo y alegría sobrenatural. Pablo era consciente de la importancia central del “corazón” y de la fe. Él une el corazón y la fe como base esencial para la salvación. Pablo dice que la dureza de corazón de los gentiles es la razón por la que ellos son ignorantes y se encuentran apartados de Dios. Para él, el corazón del hombre es central; Dios mandó al Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, por el cual clamamos ¡Abba, padre! Aquí hay una relación íntima entre la acción de Cristo y la acción del Espíritu. A partir de esta filiación divina recibimos el derecho a la herencia y la oportunidad de recibir las bendiciones prometidas por Dios y, por implicación, el derecho a todas las virtudes necesarias para obtener esta herencia. La Biblia es una fuente inagotable de sabiduría. Es una fuente de sabiduría que garantiza el éxito del que la estudia con fe y amor; conducirse como Dios quiere nos permitirá tener éxito en el este mundo y en el venidero. ¡Amén!
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