“Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe” (Hebreos 13:7). El cristiano, tiene una gran deuda con quienes le han enseñado y han sido ejemplos para ellos. Siga los buenos ejemplos de quienes han invertido parte de sus vidas, fuerzas, y recursos en usted, para servirle y educarlo en el Señor. Para ser una persona de éxito, es necesario ser una persona activa. El éxito está íntimamente relacionado con nuestras acciones. Si ere fiel a Dios y permanece en el lugar que Dios te ha colocado será una persona exitosa. “Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor” (1Corintios 3:8). El que planta y el que riega tienen ambos un mismo propósito, no están compitiendo entre ellos; sino sirviendo al Señor, según la misión que Dios mismo, el dueño del campo, les ha asignado. Lo importante no es nuestra posición eclesiástica sino la labor que realizamos para Dios. Nuestro trabajo sería algo totalmente estéril, sino fuera acompañado de la acción invisible de Dios. “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Para ser productivo debemos permanecer en Cristo, y estar unidos a Él por la fe. El resultado del poder y de la presencia de Cristo, es nuestra productividad espiritual. Sin él, no permanece en nosotros nada (absolutamente nada) de valor espiritual. A través del éxito Dios prueba tu carácter y tu fidelidad. “Cuídate de no olvidarte de Jehová, que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Deuteronomio 6:12). La prosperidad puede nublar nuestra visión espiritual, y hacernos autosuficientes, deseosos de adquirir más y más de todo, menos de Dios. Esto nos lleva a concentrarnos en la autopreservación, en lugar de concentrarnos en la gratitud y el servicio a Dios. Cuando tenemos ánimo para trabajar para Dios, el Señor nos da la victoria, el éxito es seguro. “Edificamos, pues, el muro, y toda la muralla fue terminada hasta la mitad de su altura, porque el pueblo tuvo ánimo para trabajar” (Nehemías 4:6). El pueblo progresó en la obra porque no perdieron la esperanza ni se rindieron, sino que perseveraron en el trabajo. Para tener éxito debemos combinar una buena disposición con un buen trabajo para Dios. Los que fracasan son los que no comprenden cual es el precio del éxito y los que lo saben pero no están dispuestos a pagar el precio. El éxito surge de la ceniza de nuestros fracasos. “¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas; que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros” (Hebreos 11:32-34). Nuestras limitaciones personales las superamos con éxito cuando desviamos la vista de nosotros mismos y miramos a Dios con los ojos de la fe. “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis” (1 Corintios 9:24). Sin Dios es imposible triunfar. “Entonces Samuel dijo a Saúl: Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre” (1 Samuel 13:13). Obedecer la Palabra, es sin duda, los que nos dará el éxito. ¡Amén!
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